El diario del Califato de Córdoba
Personaje Iseka salió del cine. Luego del cortometraje propagandístico habían pasado una película de guerra. Se realizaban muchas cintas de ese tipo por aquel entonces, como es lógico.
Fue hasta el quiosco más cercano a comprar un diario. Se mostró indeciso entre adquirir periódicos tecnócratas o extranjeros. Al fin se decidió por uno del Califato de Córdoba. Era justamente el número donde apareció el comentario referido al desgaste tecnócrata en el frente ruso, y las dificultades del ejército para efectuar una nueva progresión sobre territorio soria. Curiosamente no había sido censurado.
Luego de leer el artículo referido, al tiempo que caminaba, se dispuso a curiosear en el suplemento literario, pesado folletón. Cada tanto levantaba la cabeza cuidando de no desconectarse por completo de su entorno. Pasando por cierta calle vio la cartelera de otro cine, distante cinco cuadras del que había salido. Allí podía observarse un afiche con referencia al contenido de la película, una cinta porno. Dibujados a todo color se distinguían enormes grafías, precisas y musicales como clavicordios, centelleantes cual panoplias de espadas japonesas, o esos cuchillos samurai que las mujeres guerreras al servicio del Shogún utilizan para hacerse el hara kiri en la garganta: arcos y flechas a la vez, viudas sollozantes si se quiere, colocadas una al lado de la otra, como iconos en actitudes orantes.
A su lado y en dirección opuesta, pasaron dos tipos. Uno de ellos dijo:
—¿Tu novia? Qué me venís a hablar de tu novia, si yo la tuve que echar de mi casa porque cagaba en los rincones. —Como si le hablase a un ser invisible—: Tómele las medidas, Dr. Morales. Sobretodito de madera para uno.
Personaje Iseka, sin prestar excesiva atención al revoltijo de trompadas que se armó a su espalda, volvió a enfrascarse en el diario del Califato.
Salteó la sección infantil para adultos, pese a llamar la atención en la página como un nenúfar:
«El hada Patricia Pelly y el poroto de Jack el Destripador. De la serie El hijito menor de Drácula, o Canciones que me cantaba mi madre la zombie (Félix Mendelssohn)».
Y así, a vuelo de pavipollo osadomedroso, iba saltando de un fragmento a otro en razzia subliminal:
«… según parece ésta fue la declaración del general: “Mi falta de firmeza al perseguir a los restos de la 32da división soria se debió a que la progresión de Efraín Soria sobre mi flanco y retaguardia, no lo hacía recomendable” / Las aventuras de Superbigote. Nuestro aliado, el dictador tecnócrata, no parece afectado en lo absoluto por la guerra ni por las dificultades que deben enfrentar sus ejércitos. Dando pruebas una vez más de su sentido del humor dijo en una conferencia de prensa: “Mi amigo el Soriator tomó a mal que yo dispusiera de las runas del juego. De las runas lúdicas, como quien dice. Es un hombre muy solemne, me temo. Tal su principal defecto. Como dictador, por lo demás, deja bastante que desear. Inelegante, rústico, hecho a tijeretazos. Parece recortado de una revista de historietas. Caramba: dado el importante papel que Exatlatelico y sus otros cinco camaradas de ruta le asignaron en la destrucción del mundo, uno pensaría que se proponían tomarse las mayores molestias para fabricarlo. Pero no, lo largaron tal cual. Deprimente el espectáculo. Deplorable”. / Justo en ese preciso momento…»
Abriéndose paso por entre la gente, un tipo con una radio a transistores empezó a caminar en la misma dirección que Personaje y bastante cerca suyo. La emisora transmitía en ese instante una cumbia progresiva, género musical recientemente inventado. La orquesta interpretaba el Paseíto de la tiburaña canción que estaba haciendo furor en la Tecnocracia y territorios ocupados; hasta el punto de haber logrado desplazar casi por completo al tango pornográfico Qué conchaza tenía la vieja.
Desde la radio:
Majestuosa iba nadando por el río la tiburaña
cuando Lucas Manuel se echó a nadar al agua.
Cuidado que te coge, que te coge la tiburaña,
que te coge, que te coge, ya lo cogió ¡aaah!…
La piraña te va a calzá de una pestaña.
Para salirse de la piraña cayó a donde el tiburón.
Tiburón, tiburón, cachalote tiburón;
tiburón, tiburón, cachalote tiburón…
Personaje Iseka, mientras subliminalmente continuaba escuchando La tiburaña, se puso a leer uno de los cuentos del suplemento literario:
«Una bañista que se había lanzado descocadamente desnuda al río Aluvión —para que quienes la viesen le beneficiaran el astral mediante lúbricas incontinencias voyeuristas— fue atacada por un cardumen de pirañas las cuales, como dos únicas maderas articuladas, gigantes y con dientes, no dejaron sino los huesos. En un segundo. Sin embargo como la cabeza se hallaba fuera de las aguas, ésta no resultó afectada.
Con toda la rapidez que el caso requiere los médicos tecnócratas colocaron innúmeros aparatos en el interior de la siniestrada, a fin de conservarle la vida y dar movilidad a su armazón ósea. A partir de la operación se la veía marchar por las calles como un esqueleto con cabeza humana, recorrido dentro de cada hueso por cables y dispositivos electrónicos.
Con el tiempo, para disimular un poco la horrible tragedia —tenía hermoso pelo y era muy bonita de cara—, dejó de caminar por las peatonales con su desnudez esqueletal y la cubrió con guantes, botas, blusas y maxifalda. Se dejó el cabello hasta los tobillos como nuestras abuelas y lo usaba así, suelto como una lady Godiva. Debo decir, por otra parte, que los electromicropatólogos responsables del bienestar la correteaban abrumándola con sus continuos exámenes. No la dejaban un minuto en paz.
Pero su tortura duró poco, felizmente para ella. Algún tiempo después, los especialistas en electrónica, munidos con una tecnología más moderna, le colocaron un cuerpo escultural, de plástico esponjoso e incluso, con una posterior modificación, un sistema sexual mecánico circuitado a los centros del cerebro, cosa que le permitió alcanzar auténtico deleite, a plena confianza, sin enojosos declives psicológicos.
Ulteriores cambios, mediante los cuales le fueron injertados los óvulos de una hermana melliza que había muerto en un accidente, le otorgaron la posibilidad de tener hijos como cualquier mujer. Tuvo muchos amantes que les sacó a sus amigas y fue muy feliz. El hombre no cambia».
El tipo que acompañaba a Personaje Iseka movió el dial, pero como La tiburaña se escuchaba en todas las emisoras, hasta la curtiembre ideológica, continuó la subliminal absorción:
Mira: ese desalmado para salvarse él
ha tirado al río a su padre anciano.
¡aaah!
Hijo desnaturalizado ¡aaah!
Ahora te toca a ti Lucas Manuel
ahora te toca a ti Lucas Manuel
ahora te hinca el diente el cachalote tiburón
ahora te hinca el diente el cachalote tiburón;
cachalote tiburón qué vaina
cachalote tiburón qué vaina
cachalote tiburón qué vaina
¡aaah!
(Se escucha la imitación casi perfecta de un pájaro tropical:)
Crrrr cu cu cu cu cu ca ca ca ca ¡quía! ¡quía! ¡quía!…
cachalote tiburón qué vaina
cachalote tiburón qué vaina
Personaje Iseka, consciente a medias de lo que sucedía a su alrededor, continuó leyendo el suplemento:
«En un antiguo paraje de China, cerca de donde actualmente se encuentra la Universidad de Amoy, existió un templo de Kung Fu[141]. Vivía en ese lugar un famoso Maestro, el más grande instructor de arte marcial que haya existido. Lamentablemente se volvió loco, a pesar de su disciplina. Ésa, al menos, fue la apariencia.
Rara vez un Maestro revela todos sus secretos. Siempre guarda alguno para sí, cosa de impedir que un posible discípulo traidor le juegue una mala pasada. Por eso causó sensación cuando el mencionado reveló a sus discípulos que, desde hacía muchos años, escribía un tratado de Kung Fu en varios tomos. La tarea, según dijo, estaba a punto de llegar a su término.
Cuando por fin lo dio a conocer la estupefacción superó las expectativas. Era en verdad un serio tratado de artes marciales, pero… para individuos que tuviesen cuatro piernas y tres brazos. No debe esto interpretarse de manera simbólica sino por completo literal. El Maestro parecía dar por sentado que los seres humanos nacen con cuatro piernas: dos en los lugares donde las tienen la mayoría de los seres humanos, la tercera adelante y la cuarta detrás. El autor del libro sobreentendía que estos supuestos discípulos tenían, aparte de los brazos comunes, un tercero que brotaba del medio del pecho. Por si alguna duda pudiese quedar, el Maestro acompañó ciertos ejercicios con dibujos para explicitar paradas, golpes y bloqueos que debían efectuar esos seres tetrápodos, y la manera correctísima, perfecta, de hacerlo.
Era como si von Clausewitz y el conde Schlieffen hubieran escrito en conjunto un volumen de táctica pero para armas antediluvianas; o bien para armamentos tan superiores que recién pudieran hacer su aparición dentro de veinte mil años. Interesantísimo, pero inútil.
El tratado empezaba desde el principio, bien a la manera clásica: cómo pararse con estilo sobre los cuatro pies, en una guardia de jinete doble; de qué manera desarrollar poco a poco la potencia de los tres brazos para golpear simultáneamente al enemigo, quien a su vez atacaba con dos o incluso tres golpes de puño al mismo tiempo, etc. Explícitaba con toda su paciencia china la función y posibilidad exacta de cada músculo. Al detalle.
Este tratado de Kung Fu para marcianos o venusinos, tenía —por las leyes de la analogía— mucho que ver con el de los terráqueos. Pero resultaba desesperante. Pocos pudieron entender la lección.
Hubo muchos que, pese a no haber comprendido, prohibieron en sus mentes todo espíritu crítico para no ofender con un mal pensamiento al Maestro. Esto es: se negaron en forma terminante a dudar de su cordura. Sabían que si daban curso a sus pensamientos, no podrían impedir la llegada de opiniones omnipotentes y agresivas. Eran los disciplinados, los capaces y honestos pero sin brillo. Una ínfima minoría llegó sin más a la conclusión de que el Maestro estaba loco. Tales discípulos constituían la basura del Kung Fu y fueron violentamente expulsados por los demás. Unos pocos —muy pocos— comprendieron que tenían en sus manos el tratado de artes marciales más iluminado y genial de toda la Tierra. Hermético, para que tan sólo las excepciones humanas pudieran aprovecharlo. Estos escasos discípulos al fin se percataron de que si el tratado hablaba de cuatro piernas había que llegar a tener cuatro piernas. O tres por lo menos. Y que si sobreentendía tres brazos era preciso arribar al tercero, invisible.
Vivir es una ciencia superior. Es matemática trascendente de alta física. Los límites nunca están donde el hombre los supone o los ubica en forma arbitraria. Sólo la disciplina destruye el espejismo de la imposibilidad, la falsa barrera del dolor, el espectro de la cobardía.»[142]
Personaje Iseka plegó cuidadosamente el diario y lo metió dentro de un cesto que había en la bocacalle que en ese momento atravesaba. Dobló penetrando por la izquierda de la intersección. Encendió un cigarrillo y caminando siempre con lentitud por entre la gente, se puso a meditar en lo leído.