La Interesante Peseta Enjundiosa
contra el Gran Proletario
En la gran batalla de la Meseta de Valdai —que precedió a la toma de Kalinin—, los malditos rusos usaron el cañón Gran Proletario cuyas balas al detonar con estupendo radio de acción, aumentaban súbitamente la entropía[136] de todos los objetos que caían a su alcance, desgastándolos con rapidez.
Pero los tecnócratas pusieron en acción un arma llamada Interesante Peseta Enjundiosa, Supremo Benefactor o Proletaricida, especie de mortero, que lanzaba proyectiles de alta congelación. Del primer bombazo el Gran Proletario quedó transformado en un glaciar del planeta Urano, a ciento ochenta grados bajo cero.
Dos días después, aún quedaban adheridos al cañón ruso objetos que, en proporción semejaban pequeños cristales distribuidos estratégicamente. No eran otra cosa que soviéticos transformados en sorbetes, los cuales habían estado al servicio de la enorme pieza.
Los tecnócratas colocaron frente a la masa glacial un cartel de estivales letras:
«Oda a la Peseta Filosofal
Para mí: pesetas, editores. Que las mencionadas tienen sobre quien os habla gran predicamento y hasta aura mágica. Celebro de mil amores su interesante fuerza enjundiosa. Pues porque los dinares de Turquía, las libras esterlinas moneda británica del Reino, los monitores de la Tecnocracia y hasta los soriatores de Soria (pues ni a ellos los desprecio) son, según mi parecer, seres organizados meritísimos, poéticos cual espesas frondas y que, a su sola vista, me reconfortan, vivifican y reaniman.
Ojalá ellos, cual colección de laúdes trovadorescos o violines Stradivarius en la mansión de algún potentado, se multipliquen en mis arcas insaciables. Inmediatamente, hoy.
Pues si el Gran Salvador Dalí —orfebre de Oro Rex y arbóreo platino, superior a Cellini— nos dio el ejemplo asumiendo su Ávida Dollars y hasta lo hizo anagrama de su pintura, yo no quiero ser menos. Para mí pretendo el sublime magisterio de la verdadera piedra filosofal. Hermes Trismegisto me ayude para que, al conjuro de mi vara de avellano —que acabo de cortar del jardín botánico—, broten los palacios».