CAPÍTULO 113

Propaganda bélica y antibélica

Otros países declararon la guerra a la Tecnocracia luego del comienzo de la hostilidad integral con Rusia: Castilla, Aragón, Garduña, Musaraña y Baskonia. Los tecnócratas, aleccionados por su experiencia de Chanchelia, decidieron dejar momentáneamente tranquilos a aquéllos, pues eran poco peligrosos para la Tecnocracia y no les convenía desgastarse más.

Fragmento de cierto artículo aparecido en un diario del Califato de Córdoba:

«Rusia: un desierto donde la nieve reemplaza la arena. El paralelo se torna mayor, si se tiene en cuenta que el frío de treinta o cuarenta grados bajo cero quema los rostros de los soldados como las peores quemaduras que causa una larga exposición al sol del desierto.

Los soldados monitoriales están excelentemente preparados para resistir las bajas temperaturas —mucho más que los soviéticos— gracias a sus uniformes especiales, que no permiten la fuga de calor y a costosos adminículos que les permiten realizar sus necesidades fisiológicas sin contacto directo con el medio ambiente. Sin embargo no siempre pueden protegerse los rostros, por lo cual hay numerosos casos de congelamiento de narices y mejillas. Por otra parte, nada puede hacerse para evitar que la temperatura de los heridos baje bruscamente en la zona sobre la cual su uniforme se ha desgarrado.

El ejército tecnócrata sigue enterrando sus muertos en el frente ruso y, al parecer, también encuentra dificultades en el frente soria, donde gracias a la continua y masiva ayuda militar soviética, el enemigo ha logrado estabilizar sus líneas e incluso realizar importantes contraataques desde el legendario cuadrilátero fortificado y otros puntos. Ello ha hecho desistir por el momento a la conducción tecnócrata de efectuar nuevos intentos de progresión. En el momento de publicarse este artículo, todos los frentes se encuentran estabilizados y en calma, con sólo algunos esporádicos intercambios de disparos de cohetes en las zonas del cuadrilátero fortificado —pesadilla de los monitoriales— y en el segundo gran cinturón de acero, en el frente soria».

Quizá extrañe el tono occidental de este artículo, en un diario califal. Es que la guerra con Protelia, pese a la victoria del Califato de Córdoba, había sido la máquina destructora del equilibrio medieval. Los mercados bélicos —entre los cuales hay que contar a la cultura— aniquilaron para siempre los compartimientos estancos. A los cordobeses omeyas les habían empezado a gustar los adelantos y comodidades tecnócratas.

En teoría estaban en guerra con Soria. Ya se dijo en su momento que contra este último país no enviaron un solo soldado. Para felicidad del Monitor, por otra parte. En la práctica mantenían una achanchada neutralidad positiva. Una gran parte de la población cambió. La juventud sobre todo. Claro que esto sólo ocurría en las grandes ciudades; fuera de ellas seguían las migraciones de los nómades, y los camelleros aún conducían a sus animales por el desierto.

Por lo dicho, no debe asombrar que en el diario califal antes mencionado hubiera una sección hippie. La jerga contenía mucho folklore califal y hasta terminología tecnócrata. Ello resultaba muy curioso si se tiene en cuenta que los hippies odiaban el folklore de su patria y eran pacifistas convencidos:

«Los espectros de la guerra son como ogros con grandes bolsas de arpillera. Pasan a través de los curtidores y otros violeros para hacerse los hippies y confundirse con el paisaje, pero cada tanto meten manos neguetas en los sacos y van echando pálidas Loco, qué manija tan chichi. Y la Guerra es la madre y el padre de todos los antimozartones pálidos. Se disfraza dejándose las lanas hasta por acá, y a toda costa quiere venir a curtir con uno. La Guerra viene y te dice: “Loco, ¿querés un yoin?”, para hacerse la buena y la que mata y así empaquetarte; pero es un jamón de chancho o supercerdo. Viene acidificada pero mal, ¿viste?, queriendo hacerte creer que mata a cualquier nivel. Pero es una reventada que se pica con piridín y betún.

Viene de última. Uno le dice: “Loca: gudbai. No quiero curtir con vos. Sos un deal Todo me parece una pirueta absurda. Estás pasada de revoluciones. No me interesa tu dibujo. Yo estoy en otra película, loca. Tocás la viola pero sos una sanatera, tu sanata no puede ser. ¿Por qué no parás la mano? No me interesa tu trip de betún”. Pero ella te mira a los globitos de los ojos y te larga el speech. “Pero vení, loquito, curtí conmigo, ¿no ves que vengo fumadísima matando a cualquier nivel?”, y es cierto que mata, pero te mata en serio. Y la Guerra sigue parloteando malos viajes: “Mienten los que dicen que vengo sólo un nivel por debajo de infinitamente seis. Faltan a la verdad los que afirman que enchufo la máquina de largar pálidas. Filfa, bola, trola y patraña los que aseguran que copo a la gente para manijearla y llevármela. Delirio apócrifo, fábula, cuento y mitos varios los que se juegan por la idea de que yo aprieto el corazón con mano negueta. Alucinan, engatusan según engaño, petardo, fraude y dolo, oh sure yeah, todos los que propagan la muy falsa idea de que yo produzco perturbaciones más o menos graves de la salud. Yo soy buena yeah sure”.

Así te habla, loco, la Guerra polipálida echadora de manos neguetas y otras malas ondas. Una mala frecuencia viene del frente.

El conjunto de rock La horrible abuelita, echado injustamente a patadas de la Tecnocracia, anteayer mató en el local de La oropéndola del blue cúbico, de la ciudad de Basora. Mató, loco. Qué swing tienen estos traficantes de chichis[135]. Vienen con toda la cúbica. Mató mil uno. Y esta noche, la mil dos, matará de nuevo pero en Bagdad, en un gran recital, con sus nuevas canciones: Pégale a tu nena en el desierto, Tápalos a todos con arena, Sultana mía: vamos a picarnos con espejismos, Rock del Simún, Encontré una guitarra eléctrica en el oasis, Enchufando la viola en la palmera, La danza de los siete velos de la hija de Drácula Nosferatu, La hermana velada de Frankenstein y otras manos pesadas. No faltes, loco. No faltes».

Personaje Iseka pagó su entrada y entró a un cine de Monitoria, Tecnocracia Central. Llegó algunos segundos tarde, de modo que la sala estaba a oscuras.

Dentro del más completo silencio, sobre la pantalla —imagen negra— aparecen estas letras, blancas, en gótico:

Luego todo se apaga. Comienza a oírse un redoble de tambor, cada vez más intenso, y pasos de soldados. La pantalla se ilumina poco a poco mientras el redoble permanece. Atronadores los pasos. Un tanque de juguete tomado cuadro por cuadro en sucesivas posiciones, tal como se hace en esos trucos para mostrarnos una flor abriéndose en pocos segundos. El juguete parece avanzar hasta que llega a la loma de una diminuta trinchera. Levanta su pequeño cañón de metal pintado de marrón y empieza a subir. Ya sobre la cima, la pieza de artillería del blindado comienza a inclinarse y apuntar hacia abajo: cada vez más contra el fondo de la trinchera. Cae a pico. Desde lo más profundo torna a salir elevando su cañón. Sale. Instantáneamente es reemplazado en la pantalla por muchos cazadores blindados auténticos, que suben la loma de una gigantesca trinchera rusa. Apuntan sus morros hacia el cielo, luego caen a pico, se levantan otra vez a medida que salen de la fosa y luego, ya horizontales, comienzan a avanzar por la llanura ucraniana. Los tambores y pasos de soldados no han cesado un solo instante. Corte. Se escucha Viaje de Sigfrido Iseka al Rhin. El espacio oscurecido por miles de naves aéreas que se dirigen a la Unión Soviética. Corte. Comienza a oírse una extraña música para parada militar, con leit motiv recurrente. Cada vez que el tema vuelve se le suman otros tambores, platillos, trompetas y enormes triángulos que son golpeados con progresiva violencia. La composición seguirá así hasta culminar en una abigarrada apoteosis neooriental —curiosamente—; algo así como Gengis Kahn celebrando un triunfo completo ante legiones romanas. La condensación no puede ser más impresionante y extraña. En la pantalla va apareciendo, sin otro fondo que esta música: desfile de soldados tecnócratas sin banderas; desfile de soldados rusos en la Plaza Roja; desfile tecnócrata pero con miles de banderas; cazadores blindados; un tren en marcha; el Monitor en uno de sus discursos —no se escucha su voz— y a lo lejos escenas de combate con fusiles eléctricos; intercambio de disparos con cañones eléctricos; el Monitor, de la cintura para arriba, en otro de sus discursos —aquí tampoco se escucha su voz—; un cañón desmesurado, grande como un edificio de departamentos, disparando balas de congelación de catorce toneladas de peso cada una. Al estallar todos los objetos en movimiento se detienen y quedan cubiertos de escarcha, con formas espectrales. Un soldado soviético es sorprendido en plena carrera. Rígido, de apariencia cristalina, se cubre de miles de puntos brillantes. Llevado por las inercias cae a tierra pero conservando intacta su actitud corporal. Corte. El rostro del Monitor gesticulando silente en una proclama incendiaria; miles de prisioneros rusos; Gengis Kahn coincide con la toma en marcha de un tanque con una bandera tecnócrata desgarrada que lleva en el mástil. Corte. Silencio. Vemos una parada militar de cien mil hombres. Sólo se escucha la respiración de los soldados y el crepitar de miles de antorchas. Es de noche, obviamente. La cámara va girando hasta que abruptamente surge en primer plano —aunque sin salir del ángulo superior derecho— un altoparlante. Una voz militar va diciendo emocionada:

«Aten, ción… aten, ción… aten, ción…»

Corte y el Monitor, de medio perfil y de cintura para arriba:

«¡Soldados del frente ruso!:

Vosotros teneis la gloria de haber iniciado la epopeya teológica más grande de todos los tiempos: la destrucción del infame sistema bolchevique. Jamás una tarea fue tan tremenda. Nunca se dio tan enorme trabajo. En ningún tiempo gloria alguna fue tan inmensa».

Corte y a otro pasaje del mismo discurso. Una luminosidad rojiza, como de sangre, baña al Monitor quien está enfurecido, lanzando frases de a trallazos:

«Y seguiremos golpeando una y otra vez a todos y a cada uno de los corazones del gigantesco cuerpo del enemigo, y a sus pulmones y a todos los cerebros de esta hidra monstruosa hasta que sea absolutamente aniquilada. ¡Camaradas!: ¡Sois los mejores! ¡Llevad bien alta la bandera sagrada de teknes! ¡Que el enemigo sepa de vuestra cólera! Para que la Tecnocracia, única e indivisible y hermosa, siga viviendo.

¡Tecnocracia! ¡Monitor! ¡Triunfo!».

Corte. A los soldados, quienes responden bizarros, sombría y metálicamente:

«¡Tecnocracia! ¡Monitor! ¡Triunfo!».

Corte. La toma de Moscú. Se escucha Los Preludios, poema sinfónico de Franz Liszt, en medio del parpadear de las bombas de mil toneladas estallando y a través del pistoneo de los cañones eléctricos. Las naves aéreas descargan sus rayos rojos en abanico; nubes de chispas como de altos hornos salen del Kremlin, mientras las torres se desploman. Corte. Miles de prisioneros rusos marchando a retaguardia, escoltados por soldados tecnócratas. Corte. Desfile de tropas monitoriales, con infinitas banderas. Corte. Un tren marchando. Corte. La pantalla se oscurece y cesan Los Preludios. Mientras tanto se oye un fragmento de Hungaria, también de Liszt, con letras blancas aparecen las siguientes palabras:

HASTA LA VICTORIA

Después, con mucha lentitud, surgen desde abajo, una a una, hasta perderse en la parte superior:

TECNOCRACIA

MONITOR

TRIUNFO

Por último, solitario, sobre la pantalla siempre negra, surge el:

FIN