CAPÍTULO 112

La guerra con Chanchelia

Protonia Occidental, entusiasmada por las victorias tecnócratas en el Este, declaró la guerra a Protonia Oriental y sus tropas atravesaron la frontera. No contaban, claro está, con el poderoso ejército de Chanchelia, el cual se unió al protonio oriental para combatir. La vanidad estuvo a punto de perder a los protonios occidentales. El hecho de que los chanchelios les saliesen al paso no podía constituir sorpresas puesto que, algunos años antes, Protonia Oriental y Chanchelia se habían unido para formar la república de Protonchelia. Pensaron que los chanchelios, por miedo a los tecnócratas, se quedarían en casa. Ignoraban por aquel entonces que hay países que no tienen miedo y no negocian. El invasor poco tardó en averiguarlo, histérico ante tanta maravilla.

Luego de sufrir una espantosa derrota en la gran batalla de tanques del arco de Manitoba, se empezaron a oír los gritos de los protonios occidentales pidiendo auxilio. Los tecnócratas se vieron obligados a acudir a toda prisa para salvar a su aliado de la destrucción.

El ejército de Chanchelia era mucho más fuerte de lo que parecía, y los generales de la Tecnocracia, quienes se habían acostumbrado a vencer a los rusos en una batalla tras otra, debieron emplearse a fondo para ocupar este pequeño país lleno de pantanos y montañas.

La pacificación de Protonia Oriental —qué a partir de su capitulación pasó a formar parte de Protonia Occidental— y de Chanchelia, contribuyó en no poco grado al aceleramiento del desgaste de la maquinaria bélica tecnócrata.

Cuando las tropas monitoriales entraron en Chanchelia y llegaron a la primera montaña, se llevaron la extrañeza de su vida. Abrieron tan grandes sus bocas que casi no pudieron volver a cerrarlas. Porque cada macizo era un hormiguero lleno de soldados y cohetes. Los chanchelios realizaron en todo el sistema montañoso de su país un verdadero trabajo de termitas, excavando túneles larguísimos y enrevesados como laberintos. Tenían en los subterráneos una articulación de vehículos artillados con láser, proporcionados por los rusos, que les permitían disparar y desaparecer en un segundo atacando luego por la retaguardia; de allí a otro punto y así sucesivamente.

Se reían de los bombardeos y hasta de los ingenios más sofisticados. Fue necesario ocupar montaña por montaña. Y había muchísimas.