CAPÍTULO 111

Rusia y Tecnocracia, entran en guerra integral

La suerte de Soria parecía cosa resuelta. Las grandes unidades de combate «B» y «C» hicieron enlace, conquistando en esa forma la mitad del país enemigo. Por otro lado, el primer gran cinturón de acero fue perforado en Gomara pese a los desesperados esfuerzos de sorias y rusos por defenderla. Ni siquiera el segundo gran cinturón de acero parecía ahora suficiente para impedir que la capital cayese, tomada al asalto por los tecnócratas.

Pero hubo algo que alteró la correlación de fuerzas puestas en juego entre los distintos beligerantes. Y ese algo fue la decisión soviética de introducir una importante variación.

Desde la declaración de guerra, las veinte divisiones rusas estacionadas en territorio soria habían luchado contra las tecnócratas sólo dos veces. El primer combate fue una escaramuza. No así el segundo, en Gomara, que adquirió una inusitada violencia. Por lo demás, hacia la época de esta última batalla, la Unión Soviética tenía concentrada una cantidad impresionante de divisiones en sus fronteras con la Tecnocracia y Soria. Los tecnócratas, quienes a partir del comienzo de las hostilidades con Soria se prohibieron toda distracción, no dejando por lo tanto de vigilar a los rusos un solo segundo, llegaron a la conclusión —por el continuo desplazamiento de vehículos, pertrechos, blindados y tropas—, de que el soviético se disponía a atacar a la Tecnocracia sin esperar, la caída de Soria. Era, pues, urgente tomar una determinación. La Tecnocracia, rodeada desde todos lados, con enemigos que contaban con reservas inagotables en hombres y materiales, debía mostrarse superior tanto en conducción como en fuerzas morales. Sólo así podrían vencer. El Monitor, en la soledad de su despacho y mientras fumaba cigarrillo tras cigarrillo, pensaba: «Debemos tener en todo momento la más importante de las virtudes napoleónicas: ser fuertes en la adversidad». Esto para consumo exclusivamente personal, claro está. Él no debía perder de vista la realidad ni siquiera durante un momento, pero los otros jamás adivinar sus dudas. Por otro lado, ¿cómo no sentirse también lleno de entusiasmo? ¿Cómo no compartir la exaltación popular, ciegamente, tal si nada supiese, al iniciar esta aventura gigantesca? Nadie podía saberlo mejor que el Monitor: el verdadero enemigo no eran los sorias sino los rusos. Éstos, por cierto, no se presentaban como los únicos dueños de una ideología absurda, peligrosa para la raza humana, pero sí quienes poseían un poderío militar sin precedentes; lo bastante poderoso, en realidad, como para que pudieran salirse con la suya después de todo.

Combatir en todos los frentes a la Unión Soviética (no sólo en Soria, como hasta ahora). Daba lo mismo declararle la guerra a Plutón o invadir Marte. Algo tan imposible que daba risa. Porque ninguna nación, por poblada que estuviese, tendría soldados suficientes como para ocupar militarmente ese país enorme.

Indispensable, sin embargo. Tal la idea del Monitor, al menos.

La Tecnocracia había comenzado la lucha contando con una notoria superioridad técnica. No obstante, la incómoda colocación de los frentes —una vez que los ejércitos tecnócratas se internasen en territorio soviético—, obligaría a las tropas monitoriales a combatir por líneas exteriores. En otras palabras: no podrían operar sobre el propio territorio, como sería de desear, sino sobre terreno conquistado al enemigo, con población hostil y plagado de guerrilleros.

Los generales tecnócratas sostenían que era imposible atacar integralmente a Rusia sin antes haberse librado de los sorias o, por lo menos, de las agrupaciones Serov (jefe ruso que operaba en Soria). Aconsejaban una simple expedición punitiva sobre los ejércitos soviéticos acantonados en la frontera para quitarles la iniciativa, limitarse a mantener alta la guardia para impedir cualquier sorpresa, lanzar el peso de toda la maquinaria bélica sobre lo que restaba de Soria y, entonces sí, enfrentar a los rusos teniendo ya libres las manos.

Según el Monitor tal plan era impracticable, puesto que una vez que se generalizaran los combates contra la Unión Soviética, si se paraba la ofensiva ya no sería posible sorprender nuevamente a los rusos, aparte de perder la fuerza psicológica de la desmoralización enemiga. Equivaldría a vacunarlos. Si a los soviéticos se les daba la oportunidad de recuperarse, contraatacarían con todo el peso de sus reservas inagotables y tampoco habría tiempo de aplastar a los sorias. Monitor pensaba que el plan de sus generales no tenía en cuenta para nada la iniciativa rusa. Desestimó, por lo tanto, la capacidad combativa que aún restaba al ejército soria, y se dispuso a invadir a la Unión Soviética.

Según se adelantó en su momento, los rusos tenían —en la época de su declaración de guerra contra la Tecnocracia— setenta y cinco divisiones estacionadas en sus fronteras con este país y con Soria. Este impresionante número de divisiones había sido elevado a noventa cuando los sorprendió el generalizado ataque tecnócrata. El alto mando ruso no se mostró conmovido en lo más mínimo cuando sus satélites de observación les informaron del movimiento de tropas tecnócratas. Imaginaban que se trataba del prólogo de una ofensiva contra las agrupaciones Serov —puestas como señuelo y cerrojo al mismo tiempo— y sobre la Soria todavía no ocupada. Ni soñaban con una invasión en regla contra su propio territorio.

Tecnocracia atacó simultáneamente a los mencionados ejércitos fronterizos y a las fuerzas de Serov, así como también a los emplazamientos de proyectiles balísticos intercontinentales, astronaves de combate, las flotas jónica y báltica —tanto de superficie como submarina— y la Flota Sideral de bombas orbitales, poderosa y peligrosísima, que los rusos mantenían girando alrededor de la tierra. Esta última fue interceptada por la Flota Orbital antimisil y antisatélite de los tecnócratas.

Atacar en todos los frentes y al mismo tiempo contenía la única posibilidad de victoria, puesto que si se dejaba un solo punto desatendido los rusos tendrían capacidad disuasiva suficiente como para contraatacar y paralizar la iniciativa tecnócrata. De nada habría servido, en efecto, destruir las astronaves y las flotas enemigas si se dejaban de lado las bombas orbitales. O aniquilar estas últimas y las plataformas de proyectiles si no se pulverizaban los submarinos, equipados con ojivas múltiples de cargas temponucleares.

En las primeras horas de la guerra, la Unión Soviética perdió toda capacidad operativa en el aire, espacio exterior y mar. En cambio permanecían prácticamente intactos sus ejércitos de tierra, sus industrias y la capacidad infinita de su extenso territorio.

Lo más difícil de ese primer combate fue la destrucción de las bombas orbitales y submarinos. Resultó preciso cazarlos uno por uno debido a su dispersión.

Participaron en el operativo seis de las ocho flotas aéreas de la Tecnocracia. La séptima flota atacó a las noventa divisiones rusas estacionadas en la frontera y a las agrupaciones Serov, con la misión de continuar operando en territorio soviético acompañando a las fuerzas de invasión, constituidas por catorce ejércitos, divididos en tres grandes agrupaciones de combate. La octava flota aérea, en cambio, permaneció en la propia Tecnocracia Central como reserva estratégica y a fin de proteger al país de cualquier contraataque.

Los tecnócratas lucharon en las primeras horas de guerra integral contra la Unión Soviética, con furor y salvajismo. Y en verdad puede asegurarse que la agresión, por lo brutal, tomó desprevenidos a los rusos. Sabían que la Tecnocracia era fuerte, pero no imaginaron hasta qué punto. Así, pues, no acertaron a reaccionar en forma adecuada y permanecieron en los primeros días de lucha en una búsqueda a tientas de las contramedidas necesarias.

La séptima flota aérea pasó como un rastrillo de gases y llamas, con bramido de bestia gigantesca, sobre las noventa divisiones rusas, fundiendo los blindados, desmantelando los parques de artillería láser, aniquilando los cohetes y acabando a un tiempo con vehículos, comunicaciones, soldados y pertrechos.

Los cazadores blindados y los robots tecnócratas se pusieron en marcha disparando sobre todo lo que opusiese la más mínima resistencia.

La lucha de verdad había empezado.

Nadie pensó que el Monitor estaría lo bastante loco como para llevar la guerra contra la Unión Soviética hasta las últimas consecuencias. Imaginaron que, una vez derrotada Soria, Tecnocracia y Rusia firmarían la paz. Monitor, claro está, pensaba lo mismo de los rusos: que no cometerían el error de cálculo de atacarlo, y sin embargo bien que se disponían a hacerlo.

La violencia del ataque a la Unión Soviética, puso perfectamente en claro que los tecnócratas lucharon contra Soria —en la primera parte de la campaña bélica— con una fracción casi insignificante de su poder a fin de no alertar a los rusos. Ya no cabían dudas acerca de cuál habría sido la suerte de Soria, de no mediar Rusia.

Las noventa divisiones soviéticas y las agrupaciones Serov, inermes ante aquel ataque aéreo e incapaces de articular dispositivos que les permitiesen lanzar enérgicos contraataques, quedaron atenazadas dentro de cuatro bolsas de aniquilamiento. El camino al interior de Ucrania estaba libre. Los tecnócratas tomaron Odesa y luego las principales ciudades situadas antes de la curva del Dnieper. Kiev, capital de Ucrania, cayó en sus manos, así como también Lvov, Rovno, Kharkov y Dniepropetrovsk.

Una de las tres grandes agrupaciones de combate, el Grupo de Ejércitos Norte, marchó en dirección a Leningrado. Las otras se encargaron de ampliar la cabecera en el centro y sur de la URSS En las dos primeras semanas de lucha tomaron Riga, Novgorod, Smolensko y pusieron sitio a Leningrado. Esta última ciudad caería cuatro jornadas más tarde.

En el Frente Central las tropas invasoras chocaron con las rusas que defendían Moscú, exactamente a los veintidós días de haber comenzado la lucha. El Grupo de Ejércitos Sur tomó Sebastapol en una gigantesca batalla de blindados y artillería láser, y Rostov. Estaban a punto de romper el circuito defensivo de la curva del Don.

Aprovechando su momentánea y abrumadora superioridad aérea y marítima, los tecnócratas decidieron abrir un segundo frente que acelerase el desplome soviético. La Flota Jónica tecnócrata transportó cuatro ejércitos luego de haber establecido una cabecera de playa en la zona del Volga. Estos ejércitos pacificaron a la ciudad de Astrakán mediante bombazos eléctricos, y formaron enlace con el Grupo de Ejércitos Sur en Volgagrado, tomando esta ciudad luego de furioso combate.

Grupo de Ejércitos Sur ocupó todo el Caucaso y en su sector llegó a los Urales. Grupo de Ejércitos Norte, por su parte, tomó Leningrado y penetró hasta Arkangel haciendo cesar toda resistencia en ese lugar. Grupo de Ejércitos Centro, luego de arrasar Moscú, llegó a Gorki adueñándose de ésta.

La victoria, quién podía dudarlo, era irrefutable. Unos pocos meses y el coloso se derrumbaba.

En esta primera parte de la campaña, los rusos sufrieron cincuenta millones de bajas entre civiles y soldados. Ejércitos enteros habían sido tomados prisioneros y trasladados al interior de la Tecnocracia Central para ser internados en campos de concentración. Miles de toneladas de materiales bélicos cayeron en poder de los tecnócratas. Y sin embargo, más allá de todas estas victorias, los monitoriales mostraban un importante desgaste en su maquinaria bélica. Arribar a Arkangel les costó potencial y tiempo inestimables. Lo mismo cabría decir de su progresión hasta Gorki. Para ocupar todo el pedazo de la Unión Soviética que restaba para llegar a los Urales, hubo que obligarlos a un pesado esfuerzo. Avanzar a costo tan elevado podía convertirse en una hipoteca contra el futuro.

Luego de tres meses de comenzada la campaña, los tecnócratas ocupaban toda la Rusia eurisbérica: desde Vorkuta hasta el sur del Mar Aral, siendo los Montes Urales el límite máximo alcanzado.

La Unión Soviética no había perdido en forma alguna su capacidad de resistir, porque toda la Siberia estaba industrializada y sus fábricas subterráneas ya empezaban a producir armamentos en cantidades considerables. Los sorias, por lo demás, no demoraron en transmitir a los rusos el secreto tecnológico del cohete pequeño que anulaba los campos de fuerza de las astronaves de combate. Así, pues, a medida que los tecnócratas avanzaban por territorio soviético, iban perdiendo naves aéreas en progresión geométrica.

Para colmo, y empeorando esta grave situación, los rusos diseñaron un nuevo tipo de cazador blindado —el Evcushenko I— superior al más pesado con que contaban los tecnócratas. Al principio tenían unos pocos ejemplares de prueba, pero poco a poco, luego de verificar su éxito, lo fueron lanzando en cantidades masivas a las batallas, desde las profundidades de Siberia.

La réplica de los ingenieros del Monitor no se hizo esperar; de este modo, luego de la caída de Gorki, los tecnócratas contaban con el Gaula I, superior en varios aspectos al Evtushenko de la misma numeración.

Desgraciadamente la ventaja militar no llegó a ser efectiva pues los rusos, por esa fecha, lanzaron al mercado bélico el Evtusheñko II y, casi enseguida, el III.

La Fuerza Aérea Soviética, que había quedado destruida por completo el primer día de combate, contaba sin embargo, al comienzo del invierno, con mil quinientas astronaves de combate, superiores en muchos aspectos a las tecnócratas.

En el momento de la máxima progresión monitorial —esto es: los Urales en todos los frentes—, los rusos habían sufrido setenta y cinco millones de bajas, entre muertos, heridos graves y prisioneros. Además, en los territorios ocupados había ciento cuarenta millones de personas. Pero, gracias a las redistribuciones compulsivas de población que los soviéticos realizaron durante la paz, la Siberia contaba con ciento cincuenta millones de habitantes; vale decir: los dos quintos del total de la población del país. Los mejores ingenieros, laboratorios secretos y complejos de grandes máquinas estaban en el sector siberiano.

Soria, por su parte —una vez que la Unión Soviética pudo recuperar algo de sus potenciales—, comenzó a recibir masiva ayuda rusa a través del territorio de Aragón y Musaraña, cosa que le permitió estabilizar sus líneas indefinidamente en el segundo gran cinturón de acero que protegía la capital.

Todo el esfuerzo tecnócrata se volcó en Rusia; por tal motivo se vieron obligados a dejar a los sorias tranquilos por el momento, lo que les dio a éstos la oportunidad de recobrarse.