Rusia y Tecnocracia entran en guerra parcial
Pero, desgraciadamente para el Soria Soriator, sus amigos los rusos eran mucho más inteligentes que él.
Fue todo muy curioso, pues la Unión Soviética declaró la guerra a la Tecnocracia veinticuatro horas antes que Soria —la KGB soviética ya había informado a su Gobierno de las intenciones del Soriator—; no obstante y paralelo a ello, la declaración de la cancillería rusa fue tan ambigua y dialéctica que, de seguro, merecía quedar como pieza oratoria perfecta. Ni los mismos sofistas griegos habrían podido igualarlos: avergonzados hubiesen inclinado sus cabezas ante la superioridad de tal magisterio.
Jamás un país, cuando declara la guerra a otro confiesa su debilidad y menos si es cierta. Antes al contrario, luego de oponer sus principios a los del adversario, sostiene que la otra parte será borrada del mapa en equis tiempo.
Ahora bien, la alambicada manifestación rusa, sin decirlo en forma directa, daba a entender su imperfección e insuficiencia bélica. En vez de las doscientas divisiones que el Soriator esperaba que atacasen a la Tecnocracia Central, mandaron veinte y al propio territorio de Soria a los fines de proteger uno de los sectores septentrionales. Era obvio que tales tropas combatirían recién a último momento, si es que alguna vez llegaban a luchar. La intención rusa podía adivinarse: que Tecnocracia y Soria se desgastasen mutuamente, mientras ellos continuaban armándose a toda prisa.
Las veinte divisiones de marras eran una forma elegante de cumplir con el tratado militar que tenían con Soria. El Gobierno de este país, no sólo no podía acusar a Rusia de traición sino que, además, debía darle las gracias por su ayuda militar.
Cuando al Soria Soriator le trajeron la noticia, casi se comió la puerta blindada de su despacho. Primero quedó con la boca abierta. Su lugarteniente, el coronel Turbión Patrón Soria, al ver petrificado al Soriator, a su vez quedó inmovilizado. Al principio no supo del todo por qué. Era un ultrasonido que poco a poco fue volviéndose audible, como el chillido de un monstruo con vientre de plata. Análogo al rechinar de una gigantesca máquina mágica hecha con hierros, oro, plata, platino y purificadas sus aleaciones con cien litros de mercurio. Si el Antiser triunfante, en toda su gloria, un minuto antes de su victoria cósmica final comprendiese, que ha perdido para siempre y que ya no le queda ni la más mínima chance, con seguridad no gritaría su desesperada ira en forma distinta.
El coronel Turbión Patrón Soria estuvo a punto de caer muerto allí mismo. Era valiente —siendo instructor de guerrilleros en Chanchín del Sur años antes, había sufrido cuatro heridas— pero no tanto. Horrorizado vio los dientes amarillentos del Soria Soriator de Soria como sí fuesen absolutos, en sí mismos. Como si en vez de tratarse de piezas dentales fueran los menhires de una civilización perdida de hechiceros, y que se presentasen ante los ojos extrañados del explorador análogos a apariciones sobrenaturales en medio de una selva. Porque el coronel no podía creer que un sonido así saliera de una garganta humana. Nunca supo cómo hizo el Soriator para recuperarse. Los dientes se ocultaron tras un escamoteo del bigote y la ilusión desapareció. Jamás pudo comprender el motivo por el cual le perdonó la vida en vez de matarlo allí mismo por traerle tan mala noticia (como si el militar tuviese la culpa).
Algunos días más tarde, los sorias todavía comentaban en la capital: «Cómo nos cagaron estos rusos hijos de puta. Y lo peor es que todavía tenemos que darles las gracias».
El Soriator, repuesto de su catatonía, particularmente resplandecía de odio.
Era indudable que los soviéticos deberían bajar sus veinte divisiones, a fin de emplear sus fuerzas en un combate con los tecnócratas. Para disimular, por lo menos. Eso sí, tratarían de dilatar el momento del encuentro todo lo posible[132].
Los rusos estacionaron retenta y cinco divisiones en su frontera con la Tecnocracia —pese a que, Según ellos, no tenían efectivos y estaban pobres— limitándose a esperar el desgaste de los ejércitos tecnócratas contra la maquinaria soria. Como se ve, setenta y cinco divisiones eran una cifra demasiado alta como para haberlas colocado en la frontera con fines exclusivamente defensivos. Estaban como un arma doble: proteger si el territorio ruso era atacado o atacar si llegaba la oportunidad.
Los tecnócratas, por su parte, trataban de desembarazarse de los sorias o, por lo menos, ampliar el territorio patrio hasta fronteras más seguras, antes de animarse a agredir a los soviéticos. Así, pues, y tal como los rusos esperaban, no se dieron por enterados de la declaración de guerra que éstos les enviaron.
Soria declaró la guerra a la Tecnocracia, luego de un ultimátum para que esta última retirase sus tropas de Chanchín del Norte. A dicha declaración se le sumaron Garduña, Dervia, Cataluña, Goria y Protelia. Ante la desagradable sorpresa de los sorias, quienes contaban con más aliados, Baskonia, Musaraña, Aragón, Castilla, Protonia Occidental (y Oriental) y Chanchelia, viendo que la Unión soviética tenía sólo un compromiso nominal en la guerra, aprovecharon la dichosa circunstancia para permanecer neutrales.
El Califato de Córdoba, por su lado, declaró la guerra a Soria.
La aventura militar, o sea, la continuación de las amistosas conversaciones diplomáticas por otros medios, como diría Clausewitz, había empezado.
El operativo fue denominado por los tecnócratas «El picotazo del faisán verde». Consistía en lanzar el peso de los cazadores blindados sobre Chanchín del Norte, arrasando su territorio de una vez en un ataque relámpago. Las naves aéreas de la Fuerza Aérea tecnócrata se encargarían de ablandar el territorio nordchanchinita, el cual, al quedar absolutamente desmantelado, sería luego presa fácil del furor castañas de las tropas monitoriales. A partir de aquí comenzaría a funcionar la fase dos, que consistía en atacar a Soria desde los territorios conquistados y desde la propia Tecnocracia.
Todo este plan de ataque estaba hasta en sus más minuciosos detalles en manos del Soriator, gracias al equipo de traidores que operaban en Monitoria. Pero el Súper de los sorianenses ignoraba algo muy importante: el Monitor, en su infinita sabiduría, había elaborado este plan para que ellos se lo robasen. Sabía, en efecto, que muchos tecnócratas eran francamente chichis y traidores por deporte, y que lo primero que harían sería informar al enemigo. Así, pues, incluso a espaldas de Ngo Din Chan, su aliado, elaboró un segundo plan, muy secreto, que depositó en Archivos Blindados luego de haberlos sellado con un esoterismo superior al de la Biblia, ese libro mágico.
El segundo y verdadero operativo —ya que el otro sólo era un camuflaje— fue denominado «La patada del ave zancuda de alas blancas y cuello violeta que tiene garras doradas y un anillo de oro en el culo». Die Nibelungenring. Ecce Wagner. Se proponía desmantelar a Soria en un ataque sorpresivo, antes que ninguna otra cosa, y luego aplastar a Chanchín del Norte. Sobre este país la Tecnocracia envió falsas naves aéreas que eran sólo carcazas con motores capaces de sostenerlas. Material anticuado, en realidad, que desorientaría al amo de Soria con respecto a la verdadera potencia bélica de su atacante, al tiempo que confirmaría los datos falsos de su servicio de informaciones. Insertadas entre esa gran masa inútil encontrábanse unas pocas naves con superior armamento, a fin de hacer más creíble el bluff.
El Soriator, con su enanáceo viril constantemente fuera de la bragueta —haciendo alharacas y toda clase de aspavientos—, disparaba trallazos de órdenes sin cesar desde su despacho blindado. Su plan era muy sencillo.
Según él sería pan comido destruir a las huestes monitoriales luego de que el grueso del ejército enemigo se hubiese internado en territorio nordchanchinita, y luego caerles por sorpresa sobre la retaguardia con cuatro de las seis brigadas aéreas que Soria tenía como potencia aérea total. Previamente bombardearía la Tecnocracia arrasando las naves monitoriales en tierra, las baterías láser, etc. Las cuatro brigadas se encontraban listas para partir desde los aeródromos de la frontera soria con Chanchin del Norte. Pero héteme aquí que comenzó a funcionar «La patada del ave zancuda…»
Como un rayo las astronaves de combate de los tecnócratas atacaron el propio territorio de Soria, bombardeando en tierra a las cuatro brigadas que se hallaban listas para partir esperando la orden del Soriator. Fue tan repentina la agresión, que las naves sorias no tuvieron tiempo de efectuar despegue ni intentar la más mínima defensa. En un solo minuto, los aeródromos de la frontera de Soria con Chanchín del Norte, que ostentaban estructuras maravillosas, retratos colosales en bronce con altorrelievcs que mostraban al Soria Soriator, y astronaves que por lo perfectas parecían cristales tallados se transformaron en cajas llenas de arañas achicharradas. Muchos años antes y por orden del Súper, los magos sorianenses probaron una máquina de granizo sobre cierta región de la Tecnocracia llena de cultivos frutales. No es que el Soriator esperase realmente arruinar la economía tecnócrata con tal artilugio. Lo hizo de puro dañino, más que nada, y porque según su información en esa zona deambulaba un grupo de linyeras. Así, pues, ahora, como justa y celestial venganza, le había tocado en carne propia soportar una «granizada» sobre sus naves aéreas, tan apreciadas por su Excelencia; aquellas maravillas tecnológicas, luego de los bombazos, parecían manzanos, limoneros, vides, durazneros y damascos que después de la piedra hubiesen quedado sin corteza, mostrando parte de su esqueleto, muertas de pie y en plena desintegración. Como crotos y linyeras mudos, sin posibilidad de queja o resguardo, sorprendidos en medio de un campo. Los hombres pueden olvidar, pero a mí se me ocurre que el cielo no. Y si bien el Monitor no atacó por esto los aeródromos de Soria e incluso ni se acordaba del asunto, la simetría de la justicia resultaba curiosa.
Cagó fuego el Soria Soriator.
El Jefe de Estado tecnócrata le hizo llegar a través de una cancillería neutral una nota muy lacónica que decía:
JODÉTE
Debemos decir por la misma parte que el enanáceo viril del Soriator, el cual antes del ataque mostrábase insolente, falto de naturalidad, recargado mediante un lujo excéntrico —ello por no hablar de su coquetería ampulosa de bufón venido a más—, luego del bombardeo quedó reducido a su mínima expresión. Se apresuró a guardarlo dentro de la bragueta para no seguir dando lástima, y lo tuvo allí dentro hasta casi el fin de la guerra. Ni para hacer pis lo sacaba. Así que hacía sus necesidades urinarias arriba de sus pantalones de mariscal de campo, rey y Dios.
Jodéte, como muy bien dijo el Monitor.
Libres por el momento de los sorias, los tecnócratas se dedicaron a merendarse con toda tranquilidad a los chanchinitas del norte. Violaron a sus mujeres a troche y moche, etc. Cuenta la historia que si luego del paso de las Bestias Castañas por Chanchín del Norte se encontraba una mujer chanchinita que hubiera sido vejada solamente ocho veces, podía en verdad decirse que ésta continuaba virgen. De cualquier manera, no debemos suponer que la ocupación militar de ese país fue coser y cantar. Destruir al ejército nordchanchinita dio muchísimo trabajo a causa de la legendaria red de túneles que habían cavado. Eran kilómetros y kilómetros que se extendían por todo Chanchín del Norte y buena parte de Chanchín del Sur. Lo que dificultaba más la tarea era que, por fuerza, debían meterse adentro de las galerías a combatir al enemigo cuerpo a cuerpo, sin apoyo de las astronaves de combate. Aparte de conocer los subterráneos a la perfección, los chanchinitas se habían tomado la molestia de construir tramos falsos que no conducían a ningún lado, anulado otros segmentos para confundir, y puesto en las galerías verdaderas, innumerables trampas explosivas cazabobos, marcadas con señales secretas para reconocerlas. Eran, verdaderos sistemas de laberintos ensamblados unos con otros, que incluso tenían túneles de túneles para ir más abajo y sorprender al adversario por la espalda mientras avanzaba a tientas por las cavernas. Teseo, Ariadna y hasta el Minotauro se habrían extraviado sin remedio. No obstante, así y todo, con la ayuda de los robots fueron aniquilados.
Se cumplió el sueño dorado de Ngo Din Chan, el Primer Ministro de Chanchín del Sur, pues sus tropas capturaron a Ngo Din Chin, su primo hermano, justo cuando se disponía a cruzar la frontera con Soria y allí mismo, cumpliendo estrictas órdenes, le cortaron la cabeza y se la enviaron a su ansioso pariente. Ngo Din Chan la hizo disecar, con la boca bien abierta, pues según decía era su especial deseo contarle los dientes todas las mañanas, para ver que no le faltase ninguno. Por cierto que con la llegada del año nuevo lunar le encendía velas negras, tal como había prometido, y hablaba con aquel cráneo sin ojos y piel y músculos resecos, reconviniéndole familiarmente por el mal gusto que había tenido al mandar guerrilleros y dividir el país. Diremos en su descargo que Ngo Din Chin hubiese hecho lo mismo con él si hubiera tenido la oportunidad. Cosa de chanchinitas. Tuvo la cabeza sobre el escritorio de Primer Ministro hasta que a él también le llegó el fin, el cual fue precisamente aquél que su primo le profetizase.
Vo Nguyen Teng en cambio, el anciano general de más de ochenta años y ex Ministro de Defensa de Chanchín del Norte, no pudo ser capturado. Escondióse en las selvas con los restos de su división 66 A-12 y desde allí se dispuso a efectuar guerra de guerrillas, cosa que realizó con terrorífica competencia. Fue un general de los que aparecen uno cada centuria. Aquel Clauscwitz amarillo mantuvo en jaque a las tropas tecnócratas durante años y años. Era invencible.