CAPÍTULO 102

La invasión a Chanchín del Norte

La guerra civil en Chanchín del Sur, poco a poco había llegado a hacerse insostenible para la Tecnocracia. Las bajas del ejército tecnócrata eran cada vez más numerosas (se les cayó encima la lucerna del Fantasma de la Ópera: «Esta noche la Carlota canta como para», como quien dice) y a ello no se le veía remedio. Pese a las continuas rociadas sobre Chanchín del Norte con bombas de lepra; bochas de fierro con pinchos impregnados en ponzoña; lapiceras explosivas para que las agarrasen los intelectuales anteojudos; anguilas mecánicas y eléctricas para homosexuales, que tenían grabadas canciones sublimínales: «soylindamée temee… soylindamée temee… soylindamée temee…», construidas de guisa tal que cuando los tipos se las pusieran en el recodo de Saturno recibiesen una descarga de cincuenta mil megawatios y quedasen carbonizados; mierda deshidratada y en finas partículas para espolvorear con ella las fuentes y los ríos; napalm; bombas sónicas, de congelación, eléctricas y de fragmentación; ataques con cañones de ultrasonidos; rayos rojos; fluctuaciones de campos magnéticos; la táctica rusa (o tecnócrata) del rodillo compresor; bombas voladoras «ve» dos mil; pájaros mecánicos encargados exclusivamente de comer partes pudendas y mamíferas; espolvoraciones con semen de muerto; lluvias de sangre; perturbaciones atmosféricas seguidas por caídas de granizos grandes como dólmenes o menhires; serpientes mecánicas mordedoras e inyectívoras; arañas mágicas («harañas»); bomberos androides de Villa Adelina —quienes en vez de rociar a los chanchinitas con agua, de sus mangueras salía lava hirviente; ataques masivos y nocturnos con ve corta: dos mil vurros envueltos con trapos viejos o telas plásticas y que eran largados a los nordchanchinitas para que les hicieran visitas de cortesía; parrillas voladoras incandescentes —miles de ellas— que caían sobre los enemigos adhiriéndoseles como lapas, a fin de transformarlos acto seguido en innumerables churrascos; bombas de perfume con fragancias polifétidas: a pata, a dulce axila envellonada de Reina María, de Purcell, etc.; cigarrillos manijeados; cigarros de hoja con la dulce salmonelle tiphosa bombas de desfoliación para que las hojas se cayesen y así verlos desde el aire y ametrallarlos, cañonearlos y cohetizarlos con nuestros helicópteros artillados; atacarlos con toda clase de chichis tales como el gogol de Oppenheimer, el zapo, el chimpanzé, el kastor, el helefante, el flamenko que pica las bolas, la torthuga y otras lindezas (de intención he suprimido las comillas): balas dum dum untadas con ajo para que, al dispersarse los fragmentos dentro de las indefensas barriguitas, doliese más; itakas con caños recortadísimos; lanzallamas con tubos de un metro de diámetro; bazookas gigantes; cañones con balas blindadas de siete toneladas de peso, que debían ser subidas con montacargas a fin de lograr introducirlas en la recámara y dispararlas; hacer entrar pa’ siempre en astral a todos los habitantes que estuviesen en una extensión de cien kilómetros cuadrados, y después cortarles el cordón de plata y que se jodan esas mierdas; golpearles en el cuarto ojo con flechas mágicas, que lo viesen todo rojo, cayeran al suelo, sus armas resonasen y pasaran al Hades; mandarles de noche la Viuda, el Ahorcadito, el caimán rojo, la Luz Buena (que es peor que la Mala), el descabezado de las usinas, el gólem, el zombie, el Hombre Negro, la japonesa senza concetta, la Escoba y otras maravillas, etc; pese a todo ello, repito, y a que Chanchín del Norte se había vuelto francamente misérrimo, no por eso se ganaba la guerra. Los harapientos soldados de Chanchín del Norte cruzaban la zona desmilitarizada y, con sus armas relucientes y nuevecitas provistas por Soria y la Unión Soviética, seguían causando bajas en los ejércitos tecnócrata y sureñochanchinita. No había más que dos soluciones: o invadir Chanchín del Norte ocupando todo el territorio, o bien rociar a este país e incluso a Soria, con bombas temporales. Había una tercera solución: rendirse. Imposible habiendo un Monitor en la Tecnocracia, claro está. El Jefe de Estado se decidió por la primera de las soluciones potables. Luego de preparar la cosa en secreto y convenientemente con su colega, el Primer Ministro Ngo Din Chan, de Chanchín del Sur, ambos convinieron en pasar al ataque general en, todos los frentes el día 9 de Ofiuco. Ngo Din Chan se frotó las manos contentísimo: al fin ese incomprensible Monitor se había decidido a darle bola y agarrar al tigre Padre de Todos los Diablos por las orejas. Ahora podría cortarle la cabeza a Ngo Din Chin, su primo hermano y Primer Ministro de Chanchín del Norte. La haría disecar y la tendría sobre la mesa de su despacho, con la boca abierta. Por cierto que en el comienzo de cada lunación le encendería velas negras, para homenajearla. Después de todo se trataba de un pariente.

Así, pues, el día designado, a las 0315 horas, las tropas tecnócratas, luego de una preparación con la Fuerza Aérea que lanzó sobre territorio enemigo un millón de toneladas de bombas de fósforo y ochocientos cohetes aire-tierra, cruzaron la frontera con Chanchín del Norte y comenzaron a dirigirse hacia la capital. Se emplearon para la acción mil doscientos tanques[131], diez mil cañones láser y eléctricos y un sinnúmero de vehículos encargados de transportar tropas, municiones y vituallas. Como potencia autónoma se pusieron en marcha las divisiones robot, que no eran usadas como apoyo de la infantería sino como fuerza blindada independiente. De estos humanoides y de su comportamiento en las batallas, hablaremos más adelante.

Muy lejos de sentirse sorprendidos por la violencia del ataque, los haraposos chanchinitas salieron de sus cuevas —hacía rato que no tenían casas— y enfrentaron a los tanques y robots tecnócratas con granadas de congelación, bazookas, fusiles eléctricos, pistolas láser y hasta botellas con gasolina.

A las pocas horas de la invasión, el Primer Ministro de Chanchín del Norte, Ngo Din Chin, dijo a su pueblo en una alocución radial:

«Los bárbaros imperialistas tecnócratas nos han invadido. Acaban de sacarle la espoleta a una granada llamada Pueblo. Muchas naciones nos ayudarán en esta lucha. En esta parte del mundo el Diablo aprieta más. Ahora nos toca la peor parte, pero ánimo que ésta es la última lucha. Las bestias isekianas impulsan sus ejércitos con gran ruido y salvajismo antes de reducirse al silencio. De ellos y de sus títeres no quedará ni el recuerdo. El pérfido Ngo Din Chan se frota cruelmente las manos en la Casa de la Séptima Alegría. Haría bien en no olvidar que esa es la región vecina de la Octava, que es la casa de la Muerte. Su destino es morir ahorcado dentro de pocos años, cualquiera sea nuestro destino personal. Saludo y victoria».

El general Vo Nguyen Teng, el anciano Ministro de Defensa de Chanchín del Norte, dejó sus funciones burocráticas, se puso al frente de su legendaria división 66 A-12, jamás vencida, y atacó a los tecnócratas con eficiencia y furor. Costó muchísimo vencerlos.

Soria, por su parte, decretó la movilización general y llamó a tres clases bajo las armas.

A quien no conociese los entretelones militares del asunto y la correlación de fuerzas entre los distintos beligerantes potenciales, le habría parecido a primera vista que la Tecnocracia tenía ganada la guerra de antemano. Pero no era así. En primer lugar los sorias también tenían máquinas mágicas, robots y naves aéreas lo mismo que los tecnócratas, cierto que menos perfeccionados. El Monitor tenía el problema de la baja densidad demográfica de su Estado. Soria podía movilizar 50% más de efectivos que él. Por lo demás, el ejército soria no era cosa de risa: se trataba de Soldados disciplinados y aguerridos, dispuestos a luchar hasta el fin.

El Soria Soriator de Soria, restregándose las manos y erotizadísimo, contaba con las reservas inagotables en hombres, armamentos y materiales de la Unión Soviética. Estaba muy lejos de confiar en sus amigos los rusos, pero estimaba que las fuerzas de Soria serían lo bastante fuertes como para contener el primer cimbronazo del ataque —incluso sobre el propio territorio de Chanchín del Norte—; luego, con la ayuda soviética y a través de fuertes contraataques, pensaba obligar a los ejércitos tecnócratas a retroceder hasta la misma Monitoria, tomar la capital y destruir a la Tecnocracia. Muchos secretos mágicos, de física teoricopráctica, industriales, militares, etc., caerían en manos del Soriator. Soria se recuperaría de sus heridas y podría tratar en un pie de igualdad con Rusia. Seguramente los bolches lo pensarían dos veces antes de atacar a los triunfantes ejércitos de Soria.

Así deliraba el Soriator, en su Cámara Soriatorial, mientras todo excitado hacía caca sobre el cubo de plástico, prisión del cuerpo putrefacto de Luz Perfecta Ferreira Soria.