CAPÍTULO 98

Los campos de concentración

En ese momento, en la Cafetería de Descanso N.o 114 de la Monitoria de las Lenguas, entró un hombre que portaba una máquina de la ilusión igual a la del Kratos. Como este último ya conocía esa apariencia, lo saludó con una seña siendo a su vez identificado por el otro. Se trataba del Monitor en persona.

—Estudiando a su gente, por lo que veo —dijo el Monitor por lo bajo.

—Y usted lo mismo, según supongo, sólo que a otro nivel —replicó Enrique Katel. «Es a mí a quien investiga», le quiso decir. Pero en el acto se arrepintió de su desconfianza paranoica.

Monitor se limitó a sonreír. Luego propuso:

—¿Qué le parece si nos metemos en un túnel y vamos al Palacio Monitorial?

Los dos jerarcas salieron de la Cafetería y se introdujeron en una pequeña habitación de la Monitoria, abandonada hacía años y llena de máquinas en desuso. Con un chasquido un rectángulo del piso se hundió y bajaron al túnel de transporte. Lentamente al principio, velozmente después, el artilugio los lanzó por las galerías de esa gigantesca mina de hierro que eran las profundidades de Monitoria, Tecnocracia Central.

Mientras viajaban, el Kratos esbozó una sonrisa. Recordó aquel no tan lejano día en que el Monitor, asumiendo una apariencia desconocida, se puso a charlar con él, quien también estaba haciendo funcionar una máquina de la ilusión. La diferencia consistía en que el jefe de Estado sabía que el otro era el Kratos, pero éste ignoraba la identidad de aquél.

Desde el encontronazo con el máximo dirigente de las Lenguas por el asunto de la secretaria, el Monitor se había quedado con dudas. Deseaba averiguar de una vez por todas quién era el otro; cosa muy necesaria pues la Monitoria que dominaba era una de las más importantes. Sabía, por supuesto, que el interior del otro estaba lleno de chichis. Pero ¿quién no los tiene? Lo único indispensable era determinar con claridad si en el jerarca había un esfuerzo de crecimiento y purificación. Aquélla era su misma línea, después de todo. Por todas estas razones el Jefe de Estado inició un hábil interrogatorio. Era lo suficientemente inteligente como para no caer en el error de hablar en contra del Monitor y a favor del Kratos, o cualquier otra estupidez parecida. Así pues, luego de una breve introducción, dijo algo como esto: «Los otros días tenía ganas de comprarme un grabador con radio, así que me fui a verlos a una casa donde los vendían». «¿Ah, sí?», preguntó el Kratos comenzando a aburrirse su temperatura de atención había bajado de golpe cuarenta grados. El Monitor se percató en el acto, pero no se dio por enterado. Prosiguió. «Así es. Yo iba dispuesto a gastar unos trescientos monitores. Quería uno que, aparte de grabar, tuviese radio con onda corta, larga y frecuencia modulada —el Kratos, a todo esto, cabeceaba; prácticamente vencido por un sopor abrupto—. Fíjese usted en lo que son las cosas. Le voy a decir que esos sitios son una verdadera tentación. Por sólo trescientos cincuenta monitores, además del grabador usted adquiría el derecho de cagar en los cines». El Kratos se despertó de golpe. Levantó la cabeza tan bruscamente que, el Monitor, no obstante esperar alguna reacción por parte del otro, se asustó por no imaginarla tan violenta. Al Kratos le pareció haber oído mal: «¿Cómo dijo?». «Que si usted compra el de trescientos cincuenta monitores, de ahí en adelante puede cagar arriba de la butaca sin que nadie le diga nada. Cuando usted entra al cine, muestra su carnet de compra y los acomodadores ya saben. Esperan toda la función al lado suyo por si usted decide hacer uso de su derecho, listos para limpiar la caca». Monitor dijo todo esto lanzando una onda de humor y no de locura. Bien sabía que al Kratos de las Lenguas le interesaban los locos y no quería probarlo por ese lado. Eso sí: para el otro quedaba abierta la oportunidad de agarrar para el rincón de los tomates, si quería; sólo que en tal caso automáticamente se calificaría a sí mismo. Pero al parecer resistió la tentación, pues dijo en tono admirativo: «Milagros de la ciencia. En mis épocas usted a lo sumo podía hacer pis en la jaula del elefante». Monitor, en apariencia por lo menos, no se conmovió por el contrapelotazo. Se limitó a mirarlo con curiosidad, evitando transparentar sus pensamientos. Dijo entonces, como si no lo hubiese oído: «Pero eso no es nada, deje que le termine de contar. Existía otro modelo, por cuatrocientos monitores. Una verdadera joya, se lo aseguro. Si usted apretaba un botón se escuchaba una cancioncita:

El Kratos es puuto

el Kratos es puuto

tú eres el geniaal

tú eres el geniaal…

Teníamos aquí un modelo especialmente recomendado para funcionarios ambiciosos, prometedores y en pleno ascenso».

El Kratos estaba lejos de sentirse ofendido. Sonrió. Se le había pasado el sueño y su diversión y bienestar crecían por momentos. Monitor prosiguió, luego de haber tomado debida nota de la sonrisa del otro: «Apretando el botón N.o 4 salía una minipileta donde usted podía bañarse». «¿Y no venía equipado con rayo láser?». «No ese modelo. Esta comodidad puede hallarse en el de cuatrocientos cincuenta monitores». «Fíjese lo que son las cosas —dijo el Kratos en tono muy serio. En mis tiempos ya había algo como esto. No tan evolucionado, claro. En mi barrio, a la vuelta de casa, teníamos un almacenero que vendía unas cajas de cartón qué traían maíz frito y como regalo un pedazo de culo para armar. Si usted compraba la serie completa, al final, juntando todas las partes podía fabricar el culo propio. Le voy a decir que venían cosas muy bonitas: réplicas esponjosas y en tamaño natural de los traseros de las actrices de cine favoritas: Brigitte Iseká, Marilyn Iseka, Elizabeth Iseka, etc. La que usted prefiriese. Recuerdo el de Brigitte, por ejemplo. Una vez armado resultó maravilloso». «¿Le dio satisfacciones?». «Muchísimas».

El Kratos demostraba tener humor: estaba pasando la prueba. El Jefe de la Tecnocracia retomó el hilo: «Pero como le decía. Podíamos seguir así hasta llegar al modelo súper, de mil monitores, que ya venía con un cohete Apolo aplicado con el cual usted viajaba a la Luna y se echaba en una reposera. Se tomaba tres o cuatro mates, como Neil Armstrong, y volvía. Todo, en veinte minutos».

Resumiendo: el Kratos creyó encontrar en el otro —visto su potencial de humor y fantasía— a un posible colaborador. De esto se percató a su vez el Monitor y fue un nuevo punto, favorable para el Jefe de las Lenguas. Finalmente aquél se dio a conocer, y el resultado de la experiencia fue que, a partir de ese momento, el uno perdió la mayor parte del recelo por el otro y hubo entre ambos verdadero respeto y afecto.

Como ya se dijo, luego de abandonar la Cafetería de Descanso N.o 114 (nombre algo absurdo, pues para qué puede servir una cafetería sino para descansar; pero bien sabemos que, entre los tecnócratas, a veces deslizábanse algunas arbitrariedades), Monitor y Kratos emprendieron rumbo subterráneo hacia el Palacio Monitorial. Pero cambiaron de idea y torcieron la marcha hacia un campo de concentración, para ver cómo marchaban las cosas y, también, porque Iseka Monitor esperaba encontrar algún nuevo material para su larga epopeya fílmica.

Con un chasquido el rectángulo que portaba a los dos hombres irrumpió en un cuarto cerrado, repleto de calaveras en desuso, ricas en fósforo, y de varios lingotes de plomo, apilados en un rincón, provenientes de la fundición de las emplomaduras de los detenidos[126].

Salieron por una puerta secreta para sorpresa de los guardias del campo, quienes empalidecieron. Sólo sus reflejos de soldados les permitieron cuadrarse y efectuar la venia. Los dos tecnócratas habían decidido no hacer funcionar sus máquinas de la ilusión en esa oportunidad. Como trombas atravesaron múltiples pasillos con piso de cemento, planchas de acero en vez de puertas y salieron al aire libre. De pasada tomaron al comandante del campo y lo fueron arrastrando con ellos —el aludido no salía de su maravillada sorpresa— como a chicharra de un ala, o cascarudo al cual un benteveo enganchó de una pata y se lo lleva pese a sus ruidosas protestas. Particularmente enojosa resultó la visita para el comandante, pues se preparaba para una fiesta privada con una amiguita y, estos dos gaznápiros, venían a romperle las «paciencias» con su patrullaje. Y podía darse por conforme si no encontraban algo mal y lo enviaban —previo ascenso, por cierto— a dirigir las excavaciones de sal gema, o al desierto de Gelicón a instruir a reclutas castigados. Vaya regalito. Sí, el asunto podía llegar a ser sobremanera espinoso para el comandante del campo de concentración N.o 32.

A fin de lograr que la atención de Sus Excelencias se desviara de sus pudendáceos, les presentó a un pobre congo que por allí estaba rehabilitándose por algo que había escrito y a punto de irse en libertad. Tenía la esperanza de que se lo zamparan en lugar suyo, como se irá comprendiendo.

Comandante a Monitor, presentando al detenido:

—Éste es un interno a quien por buen comportamiento he nombrado mi ayudante. Se llama Luis, como el rey de Francia. Tengo, con éste, trece luises a mi servicio.

Monitor miró asombrado al militar. «Vaya. Buen loco me estás resultando vos también», pensó para sus adentros. Luis, el detenido, deseoso de salir cuanto antes de ese infierno, intentó congraciarse con el Monstruo mediante un chiste:

—¡Ah! Sí soy el número trece, eso quiere decir que soy Luis XIII, de la casa reinante; y en ese caso, además, habré vivido en el 1200 y pico.

El Sumo Tecnócrata, frunciendo el ceño ante la engañosa efemérides, disgustadísimo y sin ninguna gana ese día de aguantarle idiosincrasias a nadie:

—¿Por?

Luis, sin captar el tono de mal agüero que encerraba lo lacónico de la pregunta, prosiguió ciegamente en su desesperación:

—Pero claro, Excelentísimo Señor: los luises somos como los siglos. Si yo digo: este tipo vivió en el siglo XVIII quiero significar que su vida transcurrió en el 1700 y pico. ¡Sea un ejemplo! Entonces, esto significa que Luis XIII vivió en el 1200.

Y el bobo sonrió a la Muerte como un caballo, luego de pronunciar su chiste sin gracia. La Muerte, por su parte, vestida de Monitor, frunció aún más el ceño y miró peligrosamente el bultito que formaban los testículines del otro. El aludido, quien estaba muy loco por el encierro pero no tanto, comprendió en el acto y palideció al tiempo que pensaba: «No le gustó mí ocurrencia. ¡No le gustó!». Y dijo en voz alta, creyendo que lo decía para sí, no advirtiendo que en su terror había hecho audibles sus pensamientos:

—¡Juro que no haré ningún otro!

Monitor, observándolo con curiosidad:

—¿Ningún otro chiste, decís? Oh, ¿pero por qué? Prosigue, prosigue, ¿qué más? ¿Qué nuevo chascarrillo vas a mandarte? —al Monitor le encantaba mezclar el tuteo y el voceo dentro de la misma oración.

Y se fue, dejando al otro así: absolutamente despavorido.

El comandante del campo, servil y encantado de haber logrado desviar la atención —según creía—, intentó afianzar su victoria:

—Como es natural, el buen comportamiento en la mamada de calcetines no basta para justificar la existencia de tan grotesca bestia. Os aseguro, Excelentísimo Señor, que a partir de ahora a ese infeliz de Luis XIII le daré los trabajos más duros del campo.

Pero el Monitor ya estaba arrepentido de su actitud anti-Mozart. Dijo captando al vuelo la intención del otro:

—¿Por qué? No veo la necesidad. Que no se diga que el Monitor castigó a un tipo por hacerle un chiste. No, nada de todo ello. Tengo demasiado humor como para una cosa así. Quiero que lo ponga en libertad hoy mismo. —Haciendo sonar su voz en leve tono siniestro, como quien toca con suavidad un acorde sobre órgano Hammond—: Sí. Porque yo más bien estaría interesado en desviar mis iras sobre la falta de eficiencia o el error doquier él se encuentre. —Se volvió al Kratos—: ¿Usted alguna vez pasó por el desierto a curiosear las minas de sal?

El Kratos reprimió una sonrisa:

—No, Excelentísimo Señor.

El comandante del campo, al oír la expresión «minas de sal» se puso lívido y ya no volvió a abrir la boca ni a tomar iniciativa de la especie que fuera durante todo el recorrido. Llegaron a una plantación donde varios hippies —hombres y mujeres— trabajaban a los fines de ser rehabilitados. Una pareja —que al parecer había finalizado una parte de sus tareas y ahora descansaba—, sentada sobre el pasto, charlaba con animación. No advirtieron a los tres peligrosos visitantes que se colocaron a sus espaldas.

El hippie:

—Sí. Yo pensé que la garcata manijazo o mano negueta podía venir por ese lado. Un nivel por debajo de infinitamente seis.

La hippie:

—¿Y vos también, oligo, por qué largabas átomos de antigloria con el cucuruchito maléfico? ¡Qué viajado!

—Me copé, loca. Mataba. La rosa de Tokio mataba.

—¡Por favor! Si a un año se veía que era una cama. Haberte más bien dedicado a la viola. —Ella pareció pensarlo mejor—: Aunque no, porque por la sanata de la flor ahora estamos acá. ¿Viste? ¿Eh? Como el culo de la vaca o jamón de chancho gigante o supercerdo. Todo esto me parece una pirueta absurda. ¿Cómo vamos a hacer para salir de este circo? —y señaló el campo con un arco de media circunferencia. Dos rectos.

Compungido:

—Pero ahora viene diferente la mano.

—Sí, me imagino… Andáte al carajo. Es un deal, ¿viste?

—Pero no, loca. No seas así. No me mandes al pozo que hace frío. No seas la antigloria. Dejá de largarme átomos con el cucuruchito maléfico en forma de ostra trigonia que tenés rotando en la cabeza.

Enojadísima:

—Y por qué no si por tu pelotudez ajedrezada estoy en este deal. Sos un sacado que se pica con piridín y betún. Hippie de los años sesenta. Venís de última. Mirá que ir a hacer una transa delante de la Ley. También yo, ¡qué viajada! A buena hora me acuerdo de que no me interesa tu dibujo. Hubiese curtido con Perico el Lindo, que tenía las lanas hasta por aquí —y señalóse el pelo hasta los hombros—, tocaba la viola qué mataba a cualquier nivel. Vos son un antietcétera.

—Cortála o te reviento.

Sin inmutarse ante la amenaza:

—Vos decís que yo te largo pálidas y malas ondas y átomos de antigloria con la ostra y qué sé yo. Y bueno. Como si vos no la usases a la trigonia y a qué nivel.

—No me gastes. —Súbitamente conciliador—: O. K.: afirmativo. Pero para medir la velocidad trivial angular de todas las cosas, la uso; y para calcular la integral curvilínea según la trayectoria de la cantidad de movimiento soria.

Ella refunfuñó, sin amansarse:

—Éste es el superséis que me gano por curtir con un ex estudiante de ingeniería. Y tengo razón cuando digo que sos un seis. Porque también está la otra. El mes pasado, antes de tu transa viajada, tenías como quinientos mil monitores de frula. Era un pedazo así de grande, para transa. En vez de decir: esto es para reventar, esto para transar, no; a reventarlo todo, como un viajado y un seis.

—Vos también estabas en la joda, te diré. Mientras duró no te quejaste ni dijiste «esto no, hay que transarlo».

—Seguro, pero es el hombre el que tiene que poner la mente. Si no nos vamos todos a la mierda.

En ese momento se acerco a la pareja otro reventado. Venía con tanta manija que ni notó la presencia de los jerarcas. Se dirigió a los corderos sentados (últimos Ramsés):

—Sinvoy[127].

El cordero sentado:

—¿Sabés que sí?

La cordera sentada, furiosa sin embargo y dueña de sus iras:

—No vengas aquí a echar pálidas.

El recién llegado:

—Ya no me aguantaba a mí mismo. «¿Por qué no ir a ver a mis amigos?», pensé. Tengo la más Grandesocorrohelp.

Ella se dirigió a su compañero y le dijo como si el otro no estuviera presente:

—Puso a funcionar la máquina de echarse pálidas a sí mismo. Este pibe toca la viola pero es un sanatero. Siempre tiene un mal viaje que largarte. Acidificado pero mal, ¿viste? Orbitando en onda negueta. —Tornándose al cordero erguido—: Al final vamos a tener que darle la razón a Julio el Largo, cuando dice que vos sos un sorete-beef.

El cordero erguido:

—Ramera de Babilonia.

—Y a mucha honra. Bien que te gustaría curtir conmigo, pedazo de seis.

El recién llegado se eclipsó.

La cordera se agitó con furia sobre su pasto de discursos y baló carismática:

—Viene pesado. Este pibe me gasta. —Miró a su compañero con odio—: Y vos también.

Él se defendió con la misma eficiencia que los pobres egipcios cuando vino Cambises, rey de Persia, y los pasó a cuchillo:

—Cortála con el cucuruchito, loca. ¿No ves qué pálida? Me largás el toco. Me estoy bañando y me pones la mano fría en la espalda.

Los jerarcas se alejaron sin ser advertidos. Monitor dijo al Kratos:

—De cualquier manera y pese a todo, creo que estos tipos están casi curados de su pelotudez.

El Kratos reprimió un bostezo irrespetuoso. Optó por no decir nada. Pensó: «Está tan escamado por sus supuestas injusticias y arbitrariedades de años pasados que ahora tiende a irse al otro extremo. Va a pasar un tiempo antes de que este hombre encuentre el ajuste».

Más adelante llegaron a una especie de jaula de zoológico, donde en medio de su mugre natural se encontraba un tipo bastante alto, de piel color ébano, cuya característica más impresionante eran dos grandes tetas con pezones blancos. Positivamente horroroso. Daba asco. Cada tanto y aunque no viniese a cuento, decía cosas como ésta a los visitantes: «Usted sabe que yo lo quiero, man».

El comandante se atrevió a decir:

—Éste es Dmitri Propolele. Su verdadero nombre es Pierre Propolele. Nuestro andrógino. Verdadera adquisición del campo de concentración N.o 32. Logramos cazar vivo a este espécimen, quien se encontraba en un alto grado de drogadicción en un bar que ya no existe. Lo enganchamos justo mientras consumía sus consabidas sobredosis. Es tan maldito que la única vez que estuvo a punto de entregar el rosquete —ustedes perdonen, Excelencias, pero este tipo me saca: tanto de humor como de lenguaje, obrando por sobreinfluencia—; la única vez que estuvo por morirse, repito, fue cuando pidió un refresco con pajita. Lo había probado todo y el refresco le pareció una excentricidad. Tal deliberación en lo exótico estuvo a punto de costarle cara. Dudo si hacerlo embalsamar o no; en ese caso lo mandaría al Museo Antropológico de Monitoria. Pese a sus tetas, es un machista espantoso. Durmió con miles de mujeres, por lo demás. Eso sí: cada tanto se acostaba con un tipo; no tanto por variar como por hacer más fácil la continuación de su tren de vida. Maniobras de poder, no sé si vocé me’ entende. Claro que, como buen machista, «alguniya» vez, subrepticio y furtivo, sucumbía a la tentación de perder ya perdidas virginidades.

El andrógino, al oírlo sonrió y dijo:

—Je, je. ¿Por qué dice eso de mi, man? Usted sabe que yo lo quiero. Soy inocente.

—Sí. Como Zapallo —contestó el comandante quien, como todos en la Tecnocracia, había oído hablar del bufón del Monitor—. Pero, si sus excelencias lo permiten, desearía substraerlos de la visión de esta mezcla de reptil y planta venenosa, puesto que si se lo mira mucho puede llegar a ser aburridísimo[128]. Quisiera mostrarles la Joya de la Corona de este campo.

Y por un caminito los condujo hasta una suerte de monolito negro de cuatro caras, hecho, con mármol y de un metro y medio de altura, con un vidrio en la parte superior a manera de techo. Una vez que los tres hubieron rodeado el monumento, el comandante dijo señalando el cristal antes mencionado:

—Este es un falso vidrio. En realidad es un visor, un circuito cerrado de televisión. Observen, Sus Excelencias.

Y tanto Monitor como Kratos miraron a través, por turno. Con toda evidencia, el tal monolito no era sino el sello mágico de una habitación subterránea hermética. Podía verse a gran profundidad, en ese recinto a prueba de ruidos, a un hombre sentado frente a una mesa. El cuarto donde vivía el prisionero resultaba espartano pese a un televisor —que al no interiorizado podría parecer un lujo—, a la cama y a otros muebles que lo hacían más confortable.

El comandante les explicó:

—Éste es un santón, jefe de la secta de los Momificantes, castigado por cierta declaración anti-Mozart. No debemos olvidar que el accionar delincuencial mágico empieza por el pensamiento y la palabra. Ya que él cometió el pecado más grande del mundo, debía ser sancionado según la medida de su crimen. Su delito fue tan horrendo que al principio no se le pudo encontrar un dolor adecuado para premiarlo. Profetizó la proximidad de la guerra entre la Tecnocracia, Soria y Rusia con armas temporales y biológicas. Según él, ese conflicto significaría el fin del pasado, el colapso del tiempo: el mundo llegaría a no haber existido jamás. Desaparecería el mundo terrenal, por lo que daba su alborozada bienvenida a la tal conflagración[129]. Su crimen y blasfemia contra la vida —que es, después de todo, una creación celestial— nos pareció tan horrendo, que decidimos meterlo en este lugar. Puede comer, dormir, etc; sin ser molestado. Pero, no ve ni oye a ningún ser humano. Le hacemos llegar diarios falsos, le pasamos programas de televisión especialmente preparados para él. A fin de hacerlo sufrir, se le muestran películas con el triunfo de la humanidad —con actores, por supuesto—; siempre distintas, para que crea que son noticiosos. Hemos conseguido convencerlo de que hubo, sí, una Guerra Temporal. Pero ésta no acabó con la vida sobre el planeta. Por el contrario: Rusia y Soria han sido derrotadas y la Tecnocracia se ha impuesto en el mundo entero. Continuamente se le pasan documentales en color —éstos sí, auténticos— con trigales maduros ondulados por el viento, animales corriendo por las praderas, hipopótamos moviéndose pesadamente en los cañaverales, trinos de pájaros, el quétzal saltando por las ramas, hombres y mujeres desnudos riendo en las noches de verano alrededor de las hogueras y amándose; enormes jirafas inclinan sus cabezas hasta el suelo para comer la hierba, manadas de elefantes atraviesan un río, una madre amamantando a su hijo, niños jugando en una calesita, gordas truchas se mueven perezosas en un río de aguas límpidas y… una mujer. Siempre la misma hermosa mujer, con sus cabellos al viento, libre y llena de la alegría que sólo produce el estar vivo en plenitud. Ha llegado a convertirse en su obsesión. Cuando ella aparece se tapa la cara. Pero es inútil. Como la polilla ante una vela encendida en medio de un cuarto oscuro, siempre cae hacia el centro de ese campo gravitatorio. No puede dejar de verla y, por alquimia teológica, la falta de luz del cuarto termina por ser sólo un punto negro y vacío dentro de su alma, en tanto que la habitación arde en llamas. Sabemos que algún día no podrá resistir la tortura y se saltará los ojos y perforará sus tímpanos. Para esa hora tenemos planeado bajarle alimentos que contengan una droga somnífera. Le practicaremos entonces, mientras duerma, una operación en el cerebro, a fin de colocarle algunos circuitos capaces de recibir los impulsos electrónicos de nuestros aparatos, cosa de obligarlo a ver y oír durante ocho horas diarias las películas que no desea. Le parecerá haber caído en el infierno. Y así será en lo que a él respecta. El infierno del Antiser son las cosas, los hombres, la belleza y la vida[130].

El Monitor había venido escuchando asombrado y con afecto creciente al comandante del campo. Sabía, por supuesto, que esas palabras no eran suyas; se las había escuchado a otro, posiblemente al inventor del suplicio, fuera éste quien fuese; uno de sus ayudantes, probablemente. Pero no le importaba. Decidió perdonarle sus negligencias y comodidades, en razón del mérito de haber dicho lo anterior. Después de todo, él, como comandante del campo, pudo oponerse a la construcción de un instrumento de torturas tan costoso. Pero la habitación subterránea se había hecho con su visto bueno, cosa que hablaba bien de él.

Así, pues, el comandante del campo de concentración N.o 32 se salió con la suya después de todo. Para su enorme alivio escuchó que el Monitor aprobaba su conducción en general, criticando negativamente tan sólo el deterioro de algunas barracas, la falta de limpieza en ciertos sectores, etc. y, lo que le interesaba aún más, se despidió de él dejándolo hacer tranquilo su fiestita.