Escritores, matemáticos y médicos
Un par de matemáticos charlaban en uno de los gigantescos pasillos de la Monitoria de las Lenguas:
—La matemática es la más trascendente de las ciencias sagradas. Toca el borde del ser: llega a su mismo confín —declaró Matemático I.
—Más aún: es el ser mismo —aseguró Matemático II, audazmente. Matemático I, a los trinos:
—¡Eso! ¡Eso! Es el ser mismo y, a su vez, el instrumento para estudiarlo.
Alguien, cuyo enorme carisma estaba disimulado gracias a una máquina de la ilusión, los escuchaba desde un rincón en sombras. Viéndolos tan manijeados no pudo aguantar más. Decidió acercárseles, perdiendo toda prudencia:
—Ustedes, los matemáticos ortodoxos, son como los marxistas.
Matemático I, extremadamente indignado (no sólo por las palabras, sino ante el vicio del protocolo):
—¿¡Por qué dice eso!? ¿¡Cómo se atreve!? —Indignado por partida doble, pues además de odiarlo al otro se detestaba a sí mismo por lo escaso, pobre de su respuesta. Habría deseado estrangularlo, no menos. La idea general era ésta: «Cualquiera sabe quién es este fulano. ¿Ignora que soy un famoso profesor?».
El desconocido, sin embargo, permaneció inmutable:
—Y, seguro. El marxismo, que niega el valor de la metafísica, es también y sin embargo, metafísica clásica. Es la etapa final y más demenciada, simplemente. La decadencia merecida e inevitable de la metafísica. Y ustedes andan por ahí. Considerar como los pitagóricos que los números son la esencia de las cosas es el principio de la decadencia.
Matemático II, un poco menos furioso que Matemático I, intentando contemporizar:
—Pero usted no me negará la belleza de que 32 + 42 = 52.
—No la niego para nada. Que 32 más 42 sea igual a 52, me parece muy perfecto. Pero, el problema del hombre es el Dios del Mal, el Antiser. Y eso no va a ser detectado ni con un lenguaje metafísico usual ni con uno matemático.
Matemático II:
—¿Y por qué no? ¿Por qué no va a poder aislarse mediante ecuaciones una partícula de Antiser?
—Sí que se puede. No lo dudo, desde el momento en que el Todo está en todas las cosas. También en la matemática, Pero siempre le faltará intensidad de campo, para decirlo con una expresión tecnócrata. Como la metafísica clásica, que no está mezclada con las cosas que le pasan al hombre y por lo tanto, desprovista de profundidad humana, es incapaz de tocar el problema de la existencia del Antiser. No puede explicar por qué se destruyó la Torre de Babel, por ejemplo. Así que ya ven. Como tecnócrata vaya si comprendo la belleza de un alto horno o de una ecuación diferencial o la poesía que encierra un blindaje. Seguro que sí. Porque todos son hermosos trabajos de los hombres. Pero no serán sino máquinas que nosotros mismos estaremos armando para nuestra destrucción, a menos que entendamos quién está detrás aplastando nuestras vidas, torciendo todos los rumbos felices y anhelando el momento de la destrucción material. Nosotros aún podemos evitarlo. Nosotros los tecnócratas, quiero decir. ¿Comprenden ahora qué quise significar cuando sostuve que la matemática, la metafísica clásica y el marxismo son impotentes para analizar el problema? Necesitamos una nueva metafísica antes de que sea demasiado tarde. Una que verdaderamente merezca el nombre de tecnócrata; que incluya lo mágico dentro suyo, lo humano, y el problema de que el Antiser existe y es una realidad muy seria. Debemos decidirnos de una buena vez por todas a encabezar un gobierno teológico. —Desesperado como un hombre al que se le está acabando el tiempo—: ¿No comprenden? Pero si es tan sencillo. Ésta es la única Matemática, así, con mayúscula, que vale la pena.
Se produjo un silencio de lo más incómodo. Luego dijo el Matemático II:
—Usted al final es más abstruso e infuso que nosotros.
Matemático I, hecho una furia:
—Por otra parte, mi estimado señor, del cual no sé quién es y ni estoy enterado de si tiene estudios universitarios como para comprender el tema que trata, le diré: lo que más me conmueve es su insistencia con el marxismo. Nosotros no somos marxistas, sino más bien le diría que todo lo contrario y además ni estábamos tocando el asunto. Así que no necesita convencernos de lo que ya estamos convencidos. Tiene usted una peligrosa obsesión.
El otro se dio cuenta de que no habían comprendido una palabra. Inició una larga refutación —inútil, por cierto— utilizando para esto los mismos elementos matemáticos que ellos admiraban. Para dar por terminado el asunto les hizo una broma inocente e inofensiva, con referencia al problema de Aquiles y la tortuga[124]. Pero ellos no estaban dispuestos a tolerarle chistes de ningún tipo ni especie.
Matemático I:
—Esto ganamos con permitir que los profanos discutan nuestras cosas.
Matemático II, quien finalmente también se había puesto furioso:
—Así es así es.
—Pero como le he dicho muchas veces, profesor, debemos inventar un lenguaje basado en abstracciones matemáticas, hermético, absolutamente ininteligible para quienes No Sean.
Su compinche asintió con vigor:
—Me parece bien. Dejar afuera a Los Otros. Que si por ejemplo yo digo: «La integral curvilínea según la trayectoria de la cantidad de movimiento», el iniciado ya sepa que significa «Hay moros en la costa».
—¡Exacto!
—Dentro de lo posible, nuestros diálogos deben tomar poco a poco la forma de ecuaciones diferenciales encastradas unas en otras: integral de efe de equis diferencial equis, etc.
Jubiloso y lleno de iracundia:
—¡Así es!
Quien los había interrumpido, al verlos en ese estado, dio media vuelta y se fue.
A medida que se iba desplazando por el larguísimo pasillo de la Monitoria, escuchaba fragmentos de conversaciones entre otros especialistas y profesionales.
Doctor I:
—Estimado colega e ilustre amigo. Tengo aquí, en pañales podría decirse, los lineamientos de una nueva ciencia: el teoanálisis. O sea: reemplazar el caduco psicoanálisis por el estudio de las causas teológicas por las cuales un individuo está manijeado. En vez de buscar psicopatía en un paciente, debemos encontrar el bagaje de teopatías. Note, queridito, que la palabra «bagaje» está bien usada. Me apresuro a decírselo antes de que agarre la birome y me corrija la novela. «Bagaje» significa «impedimento de tropas». ¿Y acaso las tropas mentales de nuestro «teopateado» no sufren los impedimentos de estos chichis? Prosigo: es la teología enferma la que afecta a la biología y a la psiquis enfermándolas, y no a la inversa. ¿Qué le parece?
Dr. II, prudente y tratando de no enemistarse:
—Tendría que conocer más datos antes de juzgar.
Cien metros más adelante:
Dr. III:
—Juzgo conveniente y necesario e, incluso, de extrema urgencia, practicar una biopsia.
Dr. IV, desheredadísimo:
—¿Y si en vez de practicarle la biopsia esperamos un poco y, dentro de un rato, hacemos la necropsia de los restos para saber de qué murió?
Dr. III. Tosió para disimular su confusión:
—¡Kéjem! ¡Kéjem!
Dr. IV, absolutamente loco:
—Si pintamos a nuestras víctimas de colorado, creo que evitaremos el riesgo de caer en la crueldad monótona.
Dr. III, generalizando su protesta:
—¡Kofn! ¡Kofn!
Ochenta y nueve metros más adelante:
Escritor Asalariado I:
—Marx es el opio del pueblo. ¿Qué tal como lema de campaña?
Escritor Asalariado II:
—Bastante bueno. Sin embargo éste es más sutil: el pueblo es el opio de Marx. ¿Se da cuenta? Quiere decir que Marx se drogaba con populismo.
Escritor Asalariado III:
—Siento contradecir las opiniones de los ilustres literatos aquí presentes. Yo más bien opino que el plagio es el opio del escritor. ¿Por qué no tratan de crear algo, en vez de decir las cuatro pelotudeces de siempre?
Asalariado I, con mucha calma:
—El culto y creativo escritor aquí presente, ¿tiene algo que objetar al plagio?
Asalariado III:
—Absolutamente nada, hijo mío. Siempre y cuando el saqueo literario venga dado de una manera bienhechora, que engrandezca tu alma desbestializándola y, sobre todo, que no me plagies a mí. Hasta después de que publique, por lo menos. Porque al que pretenda hacer de cazador furtivo en mis ajardinados predios le largo mis doberman.
El viajero siguió caminando por el pasillo, siempre haciendo funcionar su máquina de la ilusión para que no pudiesen descubrirlo. Nadie, ni los matemádccos I y II, ni los escritores I, II y III, ni los doctores I, II, III y IV comprendieron que se trataba nada menos que del Kratos de las Lenguas en persona. El temible. Si los matemáticos hubiesen tenido la más leve sospecha —luego de la terrible discusión— se habrían quedado helados. Pero el Kratos no tenía la intención de castigar a nadie. Simplemente patrullaba a fin de averiguar cómo andaban las cosas en la Monitoria; si la gente con la cual podía contar constituía número y calidad en cuarto creciente o menguante. Así, por ejemplo, aunque aparentó distracción y prisa, no dejó de registrar la tesis sobre las teopatías, que le pareció digna de atención.
Enrique Katel, el Kratos, en las recorridas que efectuaba con el disfraz brindado por su máquina, solía asumir la misma apariencia; con ésta se supo conseguir varios amigos y enemigos; aunque, claro está, ni unos ni otros sabían quién era realmente.
Llegó a un aparte, a la derecha y luego de un corredor, donde conversaban dos funcionarios. Luego de saludarlos se dispuso a participar de la conversación.
Funcionario I a II:
—¿Te acordás de aquella famosa falsificación de libras garduñas que Soria lanzó durante la vigésimo segunda guerra mundial carlista?
Funcionario II:
—Sí. ¿Y?
—Eran los valores falsos más perfectos que se hubiesen conocido. —Jocoso y con cierto retintín—: ¿A qué no sabés cuál fue la causa de que los descubrieran?
Funcionario II, quien lo conocía de sobra y que además le tenía algo de ojeriza, se apresuró a decirlo antes, cosa de someterlo a frustraciones vejatorias:
—A que el billete usado para copiar y hacer las planchas matrices era, a su vez, falso.
El otro lo miró lleno de odio. Se fue sin replicar.
Enrique Katel, quien se había hecho bastante amigo de Funcionario II —aunque siempre con su identidad postiza, por lo cual éste creía que el Viajero y el Kratos eran dos personas distintas—, le dijo previo contemplarlo con asombro:
—No jodas, mirá que te vas a ganar un enemigo al pedo. ¿Por qué no le dejaste decir su chiste?
—Pero si yo a ese humor lo domino así —y Funcionario II chasqueó los dedos—. Qué me viene con chascarrillos y chacotas de los que yo fabrico todos los días de a decenas.
El Viajero, tras despedirse de su amigo, se metió en la Cafetería de Descanso N.o 114 de la Monitoria. Allí dos funcionarios comentaban la última película de Lucas Mandinga Iseka: El submarino Yellowstone.
Funcionario III:
—Escucháme. Hay algo que no entiendo.
—¿Y sería? —preguntó Funcionario IV.
—Alguien me dijo que Mandinga Iseka actúa —o que su voz se escucha en la película—, aparté de asumir la dirección.
—¿Y?
—¡Pero es horroroso!
—Por qué, che. Si Lucas Mandinga es un buen actor.
—No digo que no. Pero es imposible que sea actor y director al mismo tiempo. No en la misma película. Porque ponete a pensar: si él actúa, ¿quién dirige mientras tanto?
—Y yo qué sé.
—¿Cómo «yo qué sé»? Porque alguien tiene que ser el que está aportando absoluto al sistema material —la película— desde atrás. Si Mandinga Iseka está actuando, en ese momento no puede dirigir; y si en ese momento no puede dirigir, es incapaz de dar el absoluto necesario para hacer marchar la cosa. Entonces, ¿la película cómo hace para existir? ¿Acaso inventó el movimiento perpetuo, Lucas Mandinga? ¿El Ciclo de Carnot? Pues no creo. ¿Quién es él, después de todo? ¿El robot que da vueltas a la manija de una máquina para cargarla, máquina que a su vez es la que lo provee de energía para que pueda darle vueltas a la manijita? ¡Qué manija, viejo!
De lo más confundido, preguntó el Funcionario IV:
—¿Cómo cómo? No entiendo nada. ¿De qué mierda estás hablando?
—Y claro: cómo puede en un momento actuar en una película que, ubicuamente, está dirigida por él mismo / atrás de cámaras, si está delante / recibiendo energía en un punto «A», de sí mismo que está detrás en «B». ¿Quiere decir que a la termodinámica él se la pasa por agua?
—Pero no seas delirante, escucha…
—Sí sí sí sí. Pero yo igual no entiendo. Únicamente que fuera un viejito muy parecido a él… ¡y ni tampoco! Porque figura en el reparto y una mentira sería inconcebible.
Siguiéndole la corriente:
—Y bueno, en el momento en que él actúa otro dirige.
Funcionario III, con extrañeza:
—¿Cómo?
—Otro.
Pausa.
—¿Cómo otro?
—Sí. Otro. Otro lo dirige.
—¿Cómo que otro lo dirige en ese momento? ¿Otro cómo? ¿Qué querés decir con otro? ¿Otro cómo? ¿Pero no es Lucas Mandinga el que dirige?
—Escucháme, no sé de qué te asombrás si Truffaut dirigió La noche americana y también actuaba. Además vos viste esa película y te gustó, cosa que me consta.
—¡Vos estás loco! Yo no vi esa cinta. No existe. Además, te das cuenta, no puede concebirse una cosa así. Algo que se dirige a sí mismo estando dentro… pero si al mismo tiempo está afuera… no entiendo.
—¡Vamos, vamos! Si La noche americana vos la viste y te gustó muchísimo. No te hagás ahora el chancho rengo.
Negando suavemente, a la manera de un punto final, y como si no dudase de que el otro le iba a creer:
—No la vi, no la vi.
Funcionario III, luego de este parlamento, fue hasta la biblioteca empotrada en una de las paredes de la Cafetería de Descanso y tomó un libro. Luego se sentó depositándolo sobre sus piernas. Resaltaban las hojas blancas sobre lo negro del pantalón.
Funcionario III:
—Fijáte en este libro. Hagamos de cuenta que en su microcosmos representa la película de Mandinga Iseka, y en su macrocosmos el Universo entero. O sea: que aquélla sea equivalente a éste. Si la película es todo lo que hay, ¿cómo hace para pedir energía prestada para marchar? Si es todo lo que existe. No hay nada afuera como no hay nada más allá de la totalidad del cosmos. Odio las películas así porque me llevan al problema del Universo mismo. ¿Cómo hace para funcionar? Las odio, las odio. Pero, aunque no me deslizaran al asunto de la creación total de las cosas, igual me parecerían detestables porque plantean la articulación de artificios escénicos inconcebibles, paradojas irremediables. Newton y Leibniz eran un par de miserables, porque se creyeron que con el descubrimiento del cálculo integral solucionaban el famoso problema de Aquiles y la tortuga[125]. Pero no solucionaron nada. ¡Qué va! —pausa y estallido—. ¿¡Cómo voy a entender!?
»El contorno de este libro, el borde de los sistemas reales ya es inimaginable. No sabés el esfuerzo que tengo que hacer para llegar siquiera a la periferia del volumen. Tengo que detenerme una fracción de milésima de milímetro antes. Llego sólo hasta su límite. ¡Y vos me pedís además que extrapole, que me coloque un dedo más allá!
Y mientras mantenía el pulgar de su diestra apoyado sobre una de las hojas, el índice de la misma tocaba la tela negra del pantalón.
Y el muy manijeado y sofista no se daba (o afectaba no darse) cuenta de que, sin querer, estaba verificando la existencia del movimiento mediante el sencillo expediente de caminar.
El Viajero, que había escuchado todo sin intervenir, pensó en cuán difícil es establecer la diferencia entre una manija y lo que es una verdadera capacidad metafísica. Se dijo: «He aquí la legítima aptitud del ser humano para examinar las cosas por el ángulo excéntrico y excepcional, pero retorcida y llevada para el lado de los tomates,» Esto, naturalmente, no significaba que el Kratos desvalorizara las paradojas de Zenón. Este sabio se preguntaba sobre la naturaleza del movimiento, cosa muy legítima. Funcionario III, en cambio, «inventaba» una falsa necesidad metafísica, a la manera de los publicistas cuando le quieren encajar al público un nuevo producto. Lo mismo que cuando la gente lee a un escritor y dice; «esto es lo que yo siempre pensé, sólo que no tenía palabras para decirlo», y no comprenden que el tipo acaba de injertarles nuevas urgencias y apetitos, con falso pasado y todo. «Compre jabón metafísico Faches. Buenísimo». Sí, me imagino.
El Kratos pensó con ironía: «Helos aquí: éstas son las grandes masas patafísicas que cambiarán la sociedad. Ay mi madre, qué desilusión. ¿Para esto luchamos? ¿Para que ellos, como unos haraganes, siguiendo el camino del menor esfuerzo se instalen en un delirio chasco, no creador? Ellos consumen drogas y bienes; nosotros devoramos ontología, trascendencia y capacidad humana. No sé quién es peor. El mundo está podrido de arte decadente y metafísica degenerada. Aquí nadie quiere, crecer, viejo».