CAPÍTULO 95

Los Tres Chiflados
(Shemp, Moe y Larry)

Monitor y su amigo el barbudo Barbudo llegaron a un conjunto de enormes cuerpos de edificios, unidos entre sí por túneles aéreos, para permitir el fácil acceso de uno a otro lado. Luego de atravesar circuitos electrónicos encargados de la destrucción instantánea y automática de visitantes extraños, grupos de guardias armados con fusiles eléctricos, tan feroces que le gruñían incluso al Monitor, aberturas que tapaban planchas de acero —pesaban toneladas y se corrían abriendo y cerrando suavemente, con menos ruido que una araña—, penetraron en una de las oficinas centrales de la Monitoria de las Lenguas.

El Jefe de Estado comentó radiante al tiempo que señalaba a los cientos de funcionarios que trabajaban sin levantar las cejas, aunque, los más próximos, no perdían una de sus palabras:

—Mis burocracias —hombres y mujeres, sólo en apariencia enfrascados a plenitud en sus tareas, se miraron con disimulo—. Son mis regalones. Mis niños. Mis gozños. Mis chichis.

Al llegar aquí los tipos ya no reprimieron algunas risitas discretas: el Monitor está evidentemente loco, pero nos proporciona el pan.

Enrique Katel, Kratos de las Lenguas, apareció por un costado saludándolos:

—¿Cómo está usted, Excelentísimo Señor? Perdóneme que no lo haya recibido de inmediato. Estaba cursando una directriz.

Mentira. Se encontraba acariciándole las caderas a su Secretaria, quien a su vez simulaba revisar unos expedientes. Tiraba el culitín un poco para atrás, cosa que él pudiera palpárselo mejor. Al Monitor le bastó ver cómo latía una vena en el acalorado cuello del jerarca para saber que le estaba mintiendo. Tuvo la confirmación cuando la vio salir del despacho. De estatura mediana y elegante. Su pelo estaba oxigenado y tenía cara de boluda, pero ¡ay Mohamed!, dueña del par de pechugáceas más lindo que él hubiese visto en su vida. Eran absolutamente perfectas: alargadas, de una redondez tan suave y tocable que nadie podía resignarse al verlas de que no fuesen propias. Eran muy grandes, pero no transmitían esa sensación de pesada arquitectura soviética que tienen las que son muy anchas en la base. Su blusa, fina y sometida a los senos, permitía que éstos temblasen y se movieran de una manera que metía miedo. Se trataba realmente de uno de esos espectáculos que causan desazón.

—¿Quieren que les traiga café?

—Lo que usted quiera, mi querida —dijo el Monitor mientras se le caían las babas hasta el suelo. Pensó: «No sería ningún pecado dedicarle parte del tiempo a esta criatura».

Ella sonrió como si le hubiesen hecho un favor y giró media vuelta con destreza para ir a buscar lo que había ofrecido y, de paso, demostrarle que la parte trasera también resultaba muy digna de ser observada. No era por casualidad, error u omisión que el Kratos verificara mediante el tacto la existencia de aquel confín. Después de todo, sólo tenía dos manos.

Monitor miró al encumbrado jerarca y le dijo:

—No se aflija, mi estimado amigo. Sé que su tiempo está bien empleado. —Con otro tono—: Sin embargo, tengo un grave reproche que hacerle.

—¿Excelencia?

—Sí. ¿Por qué nunca me habló de esos chiflados tan hermosos que vienen a la Monitoria? A mí los locos me interesan muchísimo. Vox populi. Me hubiese invitado, caramba. Ya sabe usted cuán necesitado estoy de un estímulo intelectual.

El Kratos de las Lenguas sintió furia y, a la vez, miedo de que le quitasen sus chichis. Pensó: «Te los hubieses procurado como yo, boludo». Sin embargo, supo contenerse y sonrió con disimulo cortesano:

—Aquí, locos son los que sobran. No obstante, ¿a cuáles se refiere? Lamento tener que desilusionarlo; desgraciadamente, a partir de un período de opulencia en ese sentido, la cosa comenzó a viciarse. Los insanos de los últimos tiempos adolecen de los mismos delirios. Algo aburridísimo. Ya estoy harto. Si a todos los orates que han caído a la Monitoria, en los últimos dos años, les sacásemos tres o cuatro chifladuras como factor común, le aseguro que no quedaría casi nada entre paréntesis.

En eso volvió la Secretaria con una bandeja, tres cafés y una sonrisa —que quizá no valiese gran cosa desde el punto de vista de Schopenhauer—, pero aumentada en su potencial mediante otros atributos resonantes y tributarios.

El Kratos a duras penas pudo reprimir su desagrado:

—¡Pero señorita!: hubiese dejado que los trajera el pinche.

Ella, con falsa molestia:

—Al contrario, si yo quiero —y al decir esto último lo miró al Monitor, rectamente a los ojos.

—Muchas gracias, criatura. Le voy a aceptar —dijo el Jefe de Estado sirviéndose, mientras los otros hacían lo propio. Ella onduló como para irse, pero el estadista se apresuró a detenerla con una pregunta—: ¿Sabe ruso usted?

La chica se azoró:

—¿¡Ruso!? Oh, no, mi Monitor. ¿Cómo voy a saber ese idioma?

—¿Y cuál habla usted?

—Sólo un poquito de protelio.

Como si hubiese solucionado la cuadratura del círculo:

—¡Protelio! Maravilloso. Justamente necesito alguien que tenga ordenado al día mis archivos con información secreta sobre Protelia. ¿No quisiera…?

Pero el Kratos le salió al cruce en el acto:

—¡Imposible! ¡La necesito indispensablemente! Es la única que conoce la colocación exacta de cada cosa. Ella me ahorra muchísimo tiempo. Es mi mano derecha.

Y lanzó sobre la chica una mirada terrible, para evitar que lo desmintiese. Ella, quien no era muy brillante pero tampoco estúpida, quedó muda. No fuese cosa que se quedara sin el pan y sin las tortas.

«¿Así que tu mano derecha, eh? Arriba York y Lancaster; abajo su maravillosa dinastía Tudor, grandísimo picarón», pensó el Monitor lleno de furia. Pero, como no quería pelearse con su Kratos por esa mujer, dijo únicamente:

—Qué lástima. Bueno, paciencia.

La joven lanzó sobre el dictador tecnócrata una última mirada, cargada de tristeza, como diciéndole: «La perfección no existe». Y se fue.

Monitor, Barbudo y Kratos de las Lenguas, se pusieron en marcha por entre las mesas llenas de teletipos, grabadores, etc. Y dijo el Kratos, retomando un tema:

—El último cortocircuitado que anduvo por aquí es uno que ahora se encuentra alojado —per seculorum, me temo—, entre colchitas, en la Casa de la Risa. Le decíamos el Influible porque siempre hablaba con el estilo del último libro que había leído. Según él la Tecnocracia podía contar en poco tiempo, dentro de su arsenal, con un arma secreta capaz de barrer a sorias y rusos del mapa en cuestión de segundos. El gogol de Oppenheimer[116]. El tipo decía: «Así, pues, si me molestan, yo doy orden de largarles un gogol discordante por las cabezas, y listo». Y uno de mis bufones, que lo escuchaba envidioso de que no se le hubiera ocurrido a él, cuchicheó con otro, muy enojado: «Siempre acaba ese tipo de parlamento con: “…y listo”. ¡Pero qué cretino! No es tan fácil llevar a la práctica los delirios que propone». Y mi bufón, luego de haber desparramado por pisos y niveles esta crítica acerba, permaneció enfurruñado el resto del día.

Luego de una carcajada colectiva, la troica siguió caminando.

Algún rato después, luego de haberlo inspeccionado todo en ese sector y otros dos contiguos, y hablado muy en serio acerca de cosas inherentes al funcionamiento de la Monitoria, los tres se fueron a comer a un recinto. Ya instalados, los cortesanos mirábanlos trinchar y engullir a dos carrillos mientras ellos permanecían de pie. O sea: en el enorme lugar sólo había una mesa vikinga y tres tronos, donde Monitor, Barbudo y Kratos comían como duques, mientras todos los otros quedaban reducidos a observar haciéndoseles agua la boca, parados y a respetuosa distancia. Luis XIV, como quien dice.

Entre los presentes había varios bufones pertenecientes al elenco estable bufonal de la Monitoria. Estaban allí, por ejemplo, el megaconde de la Espada Centelleante y Muy Templada, el caballero del Hacha Dulce —así llamado porque todas las noches antes de dormir la emponzoñaba con azúcar, etc.

Estos chuscos, pese a ser enanos y malísimos además, eran muy buscados por las cortesanas; y no debido a sus deseos de que les hicieran chistes, precisamente. Poseían atributos que un músico definiría como extrapartiturales y que, según ellas, los hacían sobremanera interesantes.

Dos de tales sandungueros cuchichearon llenos de odio al ver aparecer al Monitor, al Barbudo y al Kratos, felices y sonrientes ante el opíparo almuerzo en perspectiva:

—Ahí vienen los tres chiflados: Shemp, Moe y Larry —trinó con furia Bufón I.

Bufón II, extendiendo sus manos y moviendo poderosos dedos como si fuesen las patas de dos arañas de hierro:

—Grrf.

Y cuando la troica, se agrupó junto a la mesa y comenzó a devorar, Bufón I dijo a Bufón II refiriéndose al Monitor:

—Come de todo el hijo de puta, y después se hace el austero. Milanesas «a la hormiga»: usan hormigas en vez de pan rayado, fijáte qué finos; panceta de tucán; tortilla de huevos de codorniz… De todo, de todo. Qué hijo de puta.

Bufón II, rechinando los dientes:

—Seguro, come de todo el repulsivo cerdo sin conciencia. Y a nosotros ni siquiera nos echa un hueso.

En ese momento el Monitor dijo al Kratos, mientras se servía un ala de pavo:

—Stalin mandó sobre los rusos a la manera de un viejo Emperador chino. Fue mucho más cruel que Iván el Terrible o Pedro el Grande. Quizá porque éstos no necesitaron matar a tantos para lograr lo que se proponían. Puede ser. De cualquier forma, creo que su indiferencia y falta de ternura para con el pueblo fue algo poco ruso. Sólo un chino es capaz de tratar el pueblo «como a perros destinados al sacrificio»[117]. Un verdadero Alberich: él en la Tierra, así como el Antiser en el Cielo. Estaba por llamar a su Gobierno «la Arabia Infeliz» del comunismo. No lo hice pues habría sido injusto para con lo que siguió. En aquel país el dolor y la tragedia son indestructibles. Hoy día no tienen un Stalin simplemente porque ya no lo necesitan; cumplió su misión histórica: liquidar a la Vieja Guardia bolchevique, que jodía con sus desviaciones y su prestigio, y aplastar a los campesinos. ¿Creen por ventura que nuestro amigo el premier Konstantín Nekrosov no haría lo mismo, si en la actualidad hiciera falta? Lo haría y tan despiadadamente como el otro. La tierra, el baño de sangre, el aire y el fuego. La tierra para sepultar, el fuego que destruye la aventura y la posibilidad del delirio, me parece el mayor de todos los crímenes que cometieron y cometen esos tipos. Peor incluso que el «realismo socialista» en el terreno del arte. Pero volviendo a Stalin. Un Emperador chino, sin duda. Piensen un poco: ¿dónde como en esa época se construyeron murallas siberianas con deportados y colectivizaciones forzosas, o canales Volga-Moscú análogos al esfuerzo de levantar la Ciudad Prohibida del Rojo Imperio?

Admiro su decisión y sus métodos tanto como abominable me parece su cosmovisión. Por eso y pese a todo, como a mí me fascinan las edades legendarias tenebrosas, y sus alucinaciones, es que siempre he tenido mucho respeto por José Stalin. Aunque sea mi enemigo.

Bufón I cuchicheó a Bufón II con violencia contenida:

—Los reaccionarios se felicitan entre sí.

Bufón II, siempre moviendo sus dedos como ganchos:

—Puto puto. No comemos. Puto puto.

Monitor, quien hacía rato que los escuchaba conspirar, tomó de la mesa dos huesos con abundante carne y se los tiró cerca. Con la dignidad y el odio esfumados en un instante, los dos bufones se precipitaron rugiendo sobre las viandas:

Bufón I parloteó:

—¡Gracias! ¡Gracias padrecito!

Bufón II graznó:

—¡Qué rico! ¡Qué rico! ¡Ahám! ¡Ñam! ¡Ñam!

Luego de engullir como leones, los Tres chiflados se pusieron a beber licores, café, té, y a fumar cigarrillos egipcios y turcos (de estos últimos había dicho el zar Nicolás II: «No debería fumarlos porque me los regaló el bey de Turquía, que ahora es mi enemigo. Pero qué quiere usted, mi estimado amigo, ¡son deliciosos!»[118]

Barbudo le comentó al Kratos:

—Yo creo que la CF (o ciencia ficción, como se le llama) es un plan de los soviets para realizar en Estados Unidos un ablandamiento ideológico.

El otro, de la risa casi se atragantó con el café y el cigarrillo pues, aunque parezca imposible, ingería y fumaba simultáneamente. Respondió con tono zumbón:

—Me parece que eso es llevar las cosas demasiado lejos.

—Tal vez. Pero piense: la CF es leída principalmente por los que están en puestos claves en Norteamérica[119]. Y digo claves en el verdadero sentido de la palabra: periodistas, estudiantes, científicos, empleados de segunda categoría —que son los más—, pequeños empresarios, etc. Hace un tiempo hubo una alarma de guerra nuclear en los Estados Unidos. Todos los dueños de emisoras y canales de televisión poseían una clave[120]. En caso de que la recibieran, debían suspender los programas, creo que pasar un comunicado diciendo que el presidente hablaría en tantos minutos, etc. La mayoría de los responsables consideró que se trataba de un error y no tomaron las medidas acordadas. Prosiguieron con la programación habitual. Era un error; la alarma resultó falsa; pero ¿alguien se ha puesto a pensar en lo que ocurrirá más adelante si llega a existir una alarma verdadera y nadie hace caso? ¿Qué va a suceder si los resortes de la nación no responden positivamente y en bloque? Ahora bien, yo pienso que la CF es la responsable, con su pacifismo y su quietismo, de haber aflojado las defensas en ese país, y su capacidad para responder a un peligro. Como dijo el sabio Taller, padre de la bomba de hidrógeno norteamericana, los jóvenes ingenieros —los de la nueva generación— no desean trabajar en las fábricas de armamentos, en tanto que los rusos no tienen problemas: para los jóvenes soviéticos es un honor contribuir a la seguridad de la nación. —El Barbudo se sirvió un Don Juan Triunfante del Fantasma de la Ópera de Leroux, triple, con hielo, y prosiguió—: Toda la literatura de ficción científica, con escasas excepciones, está copada por un pacifismo suicida, extremo, llevado al grado de contradicción con la vida y al absurdo biológico.

Kratos, algo incómodo:

—De acuerdo. Pero aun así, eso de los soviets… me parece que es llevar las cosas demasiado lejos.

—Oh, por supuesto. No se trata de una cosa consciente. No son afiliados al PC. y ni siquiera comunistas en secreto, entendámonos. No. Es sólo el rumbo general del mundo occidental; la maceración ideológica desde todos los ángulos y, principalmente, por el más peligroso, criminal y nocivo para una nación: el indirecto. Esos escritores se apoltronaron en la comodidad de su metafísica chasco y no se preocupan por ir más allá.

Monitor, quien escuchaba atentamente, tomó un Monitor doble, con agua, y no dijo nada.

—Es posible que tenga razón —admitió el Kratos—. Justo días pasados pensaba algo con respecto al ablandamiento metafísico. Usted lo llama ideológico, pero es casi lo mismo. Fíjese: en este momento tiene lugar en todo el planeta una cosa denominada Mundial de football. Goria golea a Protelia; Protonia occidental le gana en su cancha a Protelia; Soria le llena la canasta de pepinos a Protonia Occidental; Soria y Protelia empatan. Nada que ver con nada. ¿Se da cuenta? El football es el recipiente de los desechos del Universo. Son como residuos karmáticos. Creo que el football es la única máquina capaz de burlar no sólo a la matemática y a la estadística, sino hasta al mismo Destino… ¡que es un Dios!… ¡Y un Dios casi invencible, además! Ese juego es la metafísica de los más vulgares. Pero la tragedia de nuestro mundo moderno es que la metafísica, la cosmovisión tradicional, también es un partido de football. Esto es: no sale de sí mismo. Es una mecánica perfecta pero inútil. Y los pensadores que se quieren librar de esta manija caen en el posmodernismo que es el resultado final a que apuntaba toda la mecánica cuántica de la pelotudez anterior.

—¿Y nosotros? —preguntó el Barbudo.

—Y nosotros también tenemos nuestras mañas. Cada vez estoy más seguro de que en nuestro movimiento hay demasiados patafísicos. El delirio por el delirio mismo, esa cosa.

El Barbudo comenzó a servirse una Juventud vestida con chaquetas negras y sobre motos tiranosaurus rex, doble, con un gruñido de aprobación ante las palabras del otro.

Monitor, por su parte, definitivamente harto de conversaciones serias, teológicas, políticas, y deseando descansar siquiera durante un rato, se esforzó por cambiar de tema al tiempo que se preparaba un Histérico belicista con soda:

—Yo no pienso como ustedes en algunas cosas. No creo que el football sea algo tan terrible, ni nada por el estilo. No es para tanto. A mí tampoco me gusta, pero llevarlo al extremo de un entredicho teológico me parece demasiado. Es un juego. La gente no tiene la culpa si los chichis han conducido a la humanidad hasta el extremo de que la única forma de volcar el espíritu lúdico sea en eso. En Sumer existían cultos parecidos a los dionisíacos donde… pero dejemos esto. No quiero discutir. En otra época, cuando me decían algo que no me gustaba, encontraba suficiente respuesta con hacer asesinar al interlocutor. Si no me agradaba el football o cualquier otra cosa, lo suprimía por directriz. Para convencer a la gente de la bondad de una de mis teorías, la amansaba primero a cachetadas y garrotazos. ¡Y lo lindo que era! —añoró un momento. Luego recuperóse—: Ahora éste —y señaló al Barbudo— me persuadió de que hay que saber escuchar.

—Hay que saber escuchar y ser sordo también —se apresuró a corregir el aludido.

Era la primera vez que Monitor admitía ante un tercero la influencia del Barbudo, a quien muchos llamaban la eminencia gris de la Tecnocracia. El Kratos de las Lenguas escuchaba con la boca abierta.

El Jefe de Estado prosiguió:

—¿Y sabe qué? Por fin he comprendido que no se puede gobernar a la manera de un zar ruso. No cuando uno quiere cambiar realmente al mundo. Es indispensable obrar en multitud de planos al mismo tiempo; pulsar algunos resortes requiere una elaboración previa y sutileza.

—Lamento que no esté de acuerdo en lo del football —comentó el Kratos, quien aún seguía maravillado, y por decir algo.

—Estoy de acuerdo pero en otra forma. Y para cambiar de tema, mi estimado Kratos y amigo: ¿qué me había dicho usted acerca de ese bufón tan interesante que tenía?

Algo desconcertado por el brusco viraje, al principio el otro no supo ni de qué le hablaban. Pero, con esa elasticidad que habían adquirido todos los que se movían alrededor del Monitor Iseka, pronto pescó la onda y contestó:

—¿Se refiere usted al Influible? Ah, pues se pasaba el día calculando y leyendo. Más bien debimos llamarlo el Calculista. No le daba pelota ni a su mujer, y eso que ella era buena y lo quería, era joven y hasta linda. Le fue fatal. Su chifladura, me refiero. Ahora se dedica a cañonear repollos con zeppelines en el manicomio.

—¿Y no hay forma de sacarlo de allí? —preguntó el Monitor.

—No vale la pena. Sus delirios han caído en una suerte de desgaste agresivo y monótono. Además, a mí me odia absolutamente. Cree que le quise robar la mujer.

Barbudo preguntó zumbón:

—¿Y fue realmente así?

Los tres largaron la carcajada.

—Aunque ustedes no lo crean, por una vez en la vida no estuve a la altura de mi fama con el sexo opuesto.

Monitor, con sorna:

—Vamos, vamos Kratos, ¿por qué no nos cuenta la verdadera historia? Esas afinidades electivas, de Goethe.

El aludido sonrió:

—No, en serio lo digo. Si alguna vez no me metí con la mujer de alguien, fue en esa ocasión. Éramos únicamente amigos. Pero él no lo entendió así. Fue por la época en que se le dio por calcular la cuadratura del círculo, la rectificación del arco y la cubatura de la esfera. Yo solía ir a su casa a comer y charlar con ellos. Era un verdadero descanso para mí. Me ponía bien saber que ese tipo, aunque loco, tenía un cable a tierra. Jamás imaginé que la cosa terminara de esa forma. La chica tocaba el piano bastante bien, lo mismo que yo. Y como él no sabía le daba celos. Aparte cometí otro error. Viendo que empezaba a obsesionarse en forma peligrosa con los cálculos absurdos que hacía, traté de disuadirlo. Lo único que conseguí fue que sus celos aumentasen, porque decía que yo buscaba humillarlo delante de ella. La perdió a causa de su locura; porque la otra, podrida, lo mandó a la mierda. Y después fue a parar al manicomio. Tiene una verdadera fijación conmigo.

Barbudo:

—¿Y qué fue de la mujer?

—Volví a verla sólo una o dos veces más. Por lo que supe, se divorció y ahora está casada con un pintor.