Las Sociedades Esotéricas
El mundo de los ocultistas es absolutamente alucinante. Como el accionar de seres de otro planeta. Muchísimas verdades de la magia parecen asunto de risa. Hasta que a la víctima comienzan a pasarle cosas. Después ya no se ríe.
Por aquel entonces, en las ciudades de todo el mundo conocido —ya pertenecieran éstas a Soria, Tecnocracia (pese al patrullaje constante de las I doble E), Chanchelia, etc—, los esoteristas caminaban por las calles munidos de valijitas, o si no de attachés, al mismo tiempo que vestían saco y corbata para no llamar la atención. La diferencia con los seres humanos consistía en que aquellos tipos, en vez de portar libros, papeles, oficios y memos, llevaban mandalas, pantaclos, Vectores de «vurro», varitas mágicas, cabezas cortadas de zombíes, etc. Dichas cabezas eran parlantes; ellos las llevaban acopladas a bolsas de plástico llenas de sangre, para alimentarlas. Suena muy absurdo, repito, cuando no asqueroso. Puedo asegurar, en cambio, que las víctimas no tenían tiempo para detenerse en consideraciones estéticas.
Los magos, muchas veces, para vengarse de algún: enemigo —o simplemente para practicar— invocaban a una entidad diabólica con la cual ya nos hemos empezado a familiarizar: el vurro o ve corta. Esta llave, maléfica en grado sumo y que anda suelta por el mundo, puede corporizarse como bípedo o cuadrúpedo. Cuando aparece con sólo dos patas se presenta como un humanoide con cabeza de burro legítimo —incluso tiene largas orejas— y enorme pene. El tamaño de éste puede variar, pero en cualquier caso es enorme. Ataca sobre todo a hombres y mujeres castos. Por ello hace estragos en la India. Suele excitarse muchísimo si un hombre —sea un ejemplo— duerme con los glúteos al aire, o desnudo. Hay quienes, perseguidos por ese animal mágico altamente chichi, en su desesperación han llegado a bañarse o a dormir metiéndose en el ano un tapón de sidra, sobre el cual han dibujado en su lado externo un emblema hermético. Los yoghis practican un loto, mediante el cual cierran la entrada al recto con los talones; tienen también otras posiciones destinadas al mismo fin.
Cuando las sociedades esotéricas desean liquidar a alguien, materializan a varios de sus miembros en la habitación donde se encuentra durmiendo el enemigo, lo toman por sorpresa sujetándolo, y comienzan a invocar al vurro. Así, mientras lo mantienen inmovilizado, el susodicho lo destruye. Al otro día el tipo es encontrado en su habitación, muerto y desnudo, con las entradas reventadas.
Así, pues, algunos ocultistas, suelen llevar en sus attachés —entre otros objetos de magia— un sustituto del ve corta: falos de vurro mecánicos, que lanzan sobre un enemigo o sobre el primero que pase a fin de hacerle una maldad o para divertirse[115].
De cualquier forma cabe preguntarse por qué, cientos y miles de tipos dedican sus vidas, mañana, tarde y noche, al negocio del esoterismo.
Cuál es la razón de las manijas, o con qué objeto se lo engancha a un infeliz cualquiera y se le larga una mala energía. ¿Bastarán las razones alegadas anteriormente? Como es natural, muchas veces se trata de venganzas personales; pero las más tienen su origen dentro del deseo de estudio por parte de los magos. Una colectividad oculta manijea (para experimentar) a un hombre cualquiera. Otros conjuntos observan y adquieren experiencia aunque todo el equipo atacante resulte destruido. Un nuevo grupo reemplaza al anterior y así sucesivamente. Esta progresión de guerras pequeñas es observada por constelaciones mayores de magos dedicados a grandes luchas (contra el Dalai Lama, por ejemplo), y lo que aprenden de estos combates de laboratorio, con estas pequeñas magias, es usado en las acciones ocultas mayúsculas.
Como resulta fácil imaginar, los magos muy poderosos no pierden el tiempo con ve cortas y otras.
Quien ha caído bajo la acción de una Sociedad Esotérica, ya nunca se librará en lo que le resta de vida aunque logre matarlos a todos. Los grupos que hasta el momento estaban inactivos, considerarán el triunfo de la víctima como un desafío personal. Una caza excitante. La gran oportunidad para demostrar que ellos son superiores a la pandilla vencida. Aparte, suelen entrar otras razones como la venganza, el capricho, etc. La única solución para el perseguido es resistir, ser más fuerte cada día, y poder vivir y gozar de una porción aceptable de felicidad en esta tierra, no obstante la manija.
De cualquier manera que fuese, todo lo anterior explica el cómo pero sólo imperfectamente el por qué. ¿Cuál es el objetivo de estas Sociedades Esotéricas y por qué razón luchan entre sí? Todo ello se hace para conseguir el control del mundo. Gobernarlo desde el secreto para así, poco a poco, conducirlo al cumplimiento de los deseos del Antiser.
Hay entonces razones teológicas. Para quien se pregunte aún cuáles son los propósitos de este Dios, le recordaré la mitología escandinava: «Algún día Loki, Dios del Mal, al mando de sus demonios, atacará la morada de los Dioses desde un bajel hecho con uñas de muertos, incendiará el árbol de la vida que sostiene el mundo y perecerán hombres, Dioses y demonios». De acuerdo a esto, al Anti-Súper no le importa su propia destrucción con tal de satisfacer su envidia y odio.
Al menos así pensaban los tecnócratas con respecto al ocultismo y sus luchas, obrando en consecuencia. Afirmaban que ese Dios maldito constituía el verdadero enemigo, y no los símbolos exteriores: Soria, Unión Soviética y hasta los mismísimos y vituperados Sindicatos. Claro está, la posición de la Tecnocracia contra el sindicalismo resultaba real y cierta. No simulaban cuando decían que, para ellos, el gremialismo era lo peor del mundo y la mayor amenaza. Era el mayor de los enemigos en uno de los planos resonantes y contribuyentes de la realidad. Porque en definitiva a los sindicalistas se los usaba y resultaban víctimas de su locura, y de aberraciones ajenas aún mayores que las suyas. A la postre, afinando todavía más la puntería, los mismos esoteristas chichis estaban destinados a la inmolación que proponía la demencia general. Porque el verdadero, auténtico y grande enemigo, común a toda la especie humana, era en realidad el Antiser.