CAPÍTULO 87

El duro oficio de mago

Sus comienzos en el ocultismo fueron difíciles, como le ocurre a todo aquél que se dedique a esta actividad. La magia es una ciencia, un sacerdocio, una vocación. No algo para realizar en momentos libres, o una manera de ser más poderoso en lo personal y desconectarse cuando a uno se le ocurre. Entrar en el esoterismo significa penetrar dentro del campo gravitatorio de un astro gigantesco. Una vez que se está allí, es imposible salir por poderoso que el mago llegue a ser. Ni aunque lo desee con toda su alma. En, primer lugar, los que nacen con dones sobrenaturales —en forma tal que sin estudio ya saben y pueden— son muy pocos. La mayoría de los futuros ocultistas, para aprender deben inscribirse en una cualquiera de las Sociedades Secretas existentes en todos los países. Es preciso rendir cuenta constante a los nuevos «amigos».

De Gaula, no obstante, tuvo la suerte de conectarse con la Sociedad del Escudo, o Gran Mozart que, por milagro, no era una organización maléfica. Su ascenso dentro de ella fue vertiginoso. Llegó a sobrepasar a todos sus instructores. En un momento dado, su grado fue tan alto que en la práctica ya no lo había para él. Simplemente, de ahí en adelante, fue el legendario Maestro Decamerón de Gaula, protector de la futura Tecnocracia.

El Maestro De Gaula tenía humor. A veces le encantaba mezclarse de incógnito con estudiantes de esoterismo, para divertirse oyéndolos hablar hasta por los codos, llenos de vanidad y haciéndose los misteriosos.

En determinada ocasión, uno de estos iniciados (?) le dijo a De Gaula —esperando, sin duda, dejarlo con la boca abierta— una mentira que el tipo creyó muy ingeniosa (de haber sospechado quién era el otro se habría guardado mucho de hacerse el pícaro):

—En un Sabath, cierta brujilla amiga mía fue poseída varias veces por un demonio con forma de gallina negra. Tenía, este engendro satánico, un miembro viril de dos baldosas y media de largo por casi media baldosa de ancho. Era tan ciclópea su «música incidental», en proporción, tan pesado y monstruoso ese artefacto, que el animal apenas podía caminar; el terrible peso tendía a echarle hacia delante y hacerlo caer de bruces.

Luego de contar su invento miró con atención la cara del otro para gozar su gesto maravillado.

—¿Ah? ¿De veras? —preguntó de Gaula, quien parecía haber sufrido un verdadero impacto—. ¿Sería una cosa así?

Y golpeó con su varita mágica el piso. Apareció un animal idéntico al descripto por el gracioso, el cual al verlo huyó aterrorizado.

Decamerón de Gaula, entre las muchas coberturas que ordenó crear a fin de proteger a la Tecnocracia y a sus dirigentes, para que pudieran estar a salvo de todo ataque esotérico, puso especial énfasis en una serie de máquinas gigantes, de diversos tipos y formas, construidas con distintas aleaciones y de acuerdo al día y hora de los planetas. En la construcción de estos caros artilugios se utilizó el platino, oro, plata, hierro a veces, etc. Casi siempre eran utilizados en los procesos, cientos y hasta miles de litros de mercurio. En ciertas fechas del año era indispensable realizar determinados sacrificios, en honor de estas máquinas, consistentes en ofrendas de flores, frutos y hasta holocaustos de animales. Para cargarlas con la necesaria potencia astral, los ingenios debían recibir las descargas de incontables tormentas eléctricas, soportar lluvias, lunaciones.

Varias de tales máquinas pesaban cientos de toneladas. A muchas, para ponerlas en funcionamiento, sólo era menester mirarlas, haciéndoles mentalmente los pedidos que fueran. A otras había que dirigirse en forma verbal. Algunas cuidaban cosas específicas; así, pues, funcionaban de manera automática, sin necesidad de nuevas órdenes ni programaciones. Para lograr el accionar de ciertas de ellas, los magos debían acostarse desnudos sobre las partes planas de los mecanismos y allí permanecer en comunión y oración.

También por orden del Maestro de Maestros, en un recinto de Grandes Máquinas destinado a ese fin, se habían colocado dos enormes copas de cristal. Todos los días cada una era llenada con cinco toneladas de agua común, previo vaciarlas del contenido de la jornada anterior. En caso de ataque, el líquido actuaba de cerrojo y se enturbiaba con el semen de miles de muertos —esoteristas sorias o rusos enganchados en astral— cada vez que los enemigos fracasaban en una penetración. Y esto es así porque los demonios del desierto son enemigos del agua, la cual, simbólicamente, está relacionada con la fertilidad de la tierra.

Los adversarios de la Tecnocracia trabajaban, por lo general, con tales entidades diabólicas que, en el fondo, no son sino partes de un único centro maléfico: el Demonio del Desierto por excelencia, o Dios de la Montaña, también llamado Antiser.

En una ocasión a De Gaula lo sorprendieron mientras realizaba un astral, estando solo y sin protección alguna. Para colmo el enemigo efectuó su ataque con máquinas. Comenzaron por producir ultrasonidos de muchos decibeles para cortarle el cordón de plata y destruirlo, o por lo menos impedir, con una especie de «techo» sónico, que pudiera salir del plano astral; en esta forma se iría desgastando rápidamente y, a las pocas horas de esfuerzos infructuosos por salir del «falso sueño de los magos», moriría por agotamiento. Le ocurrió lo que a los demasiado poderosos y estuvo a punto de sucumbir con imprudencia. Logró salir, no obstante, pese a que los otros eran muchos —algunos incluso bastante poderosos— y tenían máquinas que pesaban toneladas haciéndoles apoyo logístico.

Se vio precisado a matar a cien tipos antes de conseguir desengancharse. Viajaba en ese momento por archivos astrales sorias, pues deseaba ahorrar tiempo en una averiguación que debía efectuar y los otros, quienes por casualidad también estaban consultando, le cayeron encima. No se iban a perder la oportunidad.

Los viajes astrales pueden ser de dos clases: igual a un cinc, por ejemplo, en cuyo caso el ocultista viaja a un momento del pasado y ve como en una película, punto por punto, la totalidad de los sucesos que decidió investigar; el segundo tipo de astral es el llamado «de trabajo», donde la consulta de los archivos mágicos es a los fines de obtener ciertos conocimientos: números, cifras y palabras, que luego utilizará el hermetista en su labor mágica.

Los libros astrales tienen una apariencia comestible, como si sus hojas fuesen de cera. Poseen sobre las tapas, y en cada hoja, ciertos signos que recuerdan al árabe por su estética, pero que no están escritos en ninguna lengua. Es un idioma mental y universal. Un hombre que sólo sepa ruso, chanchinita o azteca, puede consultar y obtener los mismos conocimientos que si únicamente comprendiese el cantones. Las preguntas se realizan en esta forma: se pasa el dedo sobre cada signo, recorriendo el contorno, y uno en el acto va incorporando el concepto.

Las máquinas que los esoteristas usan para luchar entre sí son muy variadas. Tienen hasta máquinas cazadoras de máquinas y otras que son cazadoras de cazadoras. De Gaula, por ejemplo, tenía para su uso personal una de estas últimas; toda de plata, labrada, traída de la India. La usaba para proteger a sus máquinas de quienes trataban de aniquilarlas. Si ese día casi lograron destruirlo fue, justamente, porque se confió demasiado y no puso sus máquinas en marcha. Luego de haberse librado por margen milimétrico, prometió ser más prudente la próxima vez y no entrar en astral sin suficiente cobertura. Incluso se pasó al otro lado. Volvióse desconfiado de manera tal que toda protección le parecía poca. En esta forma —a los fines de lograr doble poder y defensa— creó un gólem que, entre otras cosas, habría de servirle para que realizara por él los molestos y peligrosos «astrales de trabajo».