Adelantos pseudocientíficos
Las distintas Monitorias tecnócratas eran bastante descentralizadas. Una de las diferencias fundamentales con otros países consistía en que, por lo general, los presupuestos no se calculaban en dinero; antes bien cada una de las estructuras estatales tenía asignada, para su desempeño, una cierta cantidad de energía. Así por ejemplo, en el mes de setiembre del octavo año de la Era Tecnócrata —año signado por grandes experimentos científicos y pseudocientíficos—, el Monitor habló de la siguiente guisa con su flamante Kratos de Minerales Raros, también Secretario Adjunto de la Comisión Nacional de la Potasa:
—No se preocupe. No tendrá problemas en su desempeño, pues cuenta con todo mi apoyo. Lo importante es que saque usted adelante la minería tecnócrata en el rubro Minerales Estratégicos. Para empezar Máquinas Centrales pone a su disposición una energía de 5,6.1022 ergios. Esto es: el equivalente a un terremoto de 8,9 en la escala Gutembert-Richter.
—Ah, pero necesitaré mucho más.
—Esto es sólo para empezar. Después ya hablaremos. Su Proyecto Núcleo me impresionó al primer vistazo. Puede ser la solución para nosotros. Eso sí: debe quedar perfectamente en claro que si el Proyecto fracasa la Monitoria perderá su carácter autónomo, y pasará a formar parte de Campo de Marte. Es mucho lo que está en juego.
—Lo comprendo muy bien. No fracasaremos.
El Proyecto aludido, caratulado como MUY SECRETO, contemplaba la realización de una excavación gigantesca: una mina monstruosa con la cual se pretendía explotar los yacimientos del Centro de la Tierra.
Para formarse una idea de lo atrevido de esta empresa, bastará pensar únicamente que, si el pozo hubiese tenido aunque más no fuera nueve metros de diámetro, la cantidad de material extraído totalizaría casi 135 000 000 de metros cúbicos. Lo que equivaldría a desplazar una masa de tierra y rocas de un kilómetro de ancho, por un kilómetro de largo, por 135 metros de alto.
Todo fue lo más bien al principio. Sacaron la tierra negra, la colorada, la tosca. Todo perfecto. Pero, poco a poco, empezaron a aparecer las rocas y a subir la temperatura. Cuando el agua comenzó a hervir sin que nadie la calentase, y las mechas de los barrenos a partirse contra las rocas alteradas por la presión, una desilusión enorme empezó a invadir a todos los intervinientes en el Proyecto. Es que, contra todas las teorías en vigencia, ellos acariciaban la esperanza de que el Centro de la Tierra no fuese una masa ígnea; esto es, que resultara factible su explotación mediante el sistema de galerías. El slogan «El Centro de la Tierra es una mina como cualquier otra», fue abandonado con desesperación.
En los laboratorios de esta Monitoria, los sabios buscaban aleaciones mediante procesos mitad científicos y mitad mágicos. De dar resultado tales investigaciones, se hubiesen podido conseguir puntas de barreno indestructibles, capaces de perforar las rocas más duras. Ello significaría la reflotación del Proyecto Núcleo. La victoria.
Trataban de hallar —como un paso previo a la obtención de las tan ansiadas aleaciones— la madera del pájaro y el agua del metal. Precipitar el cristal del aire, etc. Por otra parte se encontraban indecisos sobre si debían investigar el fuego de la tierra, o la tierra del fuego. Consultado el Monitor —que siempre se mostró muy interesado por este tipo de investigaciones—, arbitró al respecto que tan válido era lo uno como lo otro. Algunos ortodoxos, no obstante, llegaron al convencimiento de que resultaba más difícil y digno de un delirio, la búsqueda de la tierra del fuego. O sea: descubrir si dentro del fuego hay tierra.
El Monitor de los tecnócratas, pese a su amenaza de liquidar la independencia de la Monitoria de Minerales Raros poniéndola bajo la subordinación de Campo de Marte, después de que fracasó el Proyecto Núcleo decidió darles nuevas oportunidades. Pero, algo estuvo a punto de acabar con su paciencia. Aquello fue un verdadero abuso de confianza.
Finalmente y luego de mucho cavilar se decidieron a jugarse: lo harían con o sin la venia monitorial. La pieza de resistencia —explosión de la Súper— tendría lugar. Dos profesores: Teophilus Chrisóstomus Wolfang 88 Iseka y Amadeus 99 Iseka, fueron los comisionados por la Monitoria de Minerales Raros a fin de llevar a cabo la experiencia trascendente.
Teophilus 88 Iseka:
—Una bomba de cincuenta megatones equivale a una potencia de cincuenta millones de toneladas de TNT; estas últimas ocuparían un volumen de aproximadamente un kilómetro de largo, por uno de ancho, por cien metros de alto. Como las experiencias temponucleares están prohibidas hasta nueva orden, nosotros dos, profesor, por lo menos nos daremos el gustazo de dar a Grandes Máquinas una directriz para que fabrique todas esas toneladas de TNT y las coloque en el desierto, con la excusa de que tenemos que realizar una serie de experimentos. Ya contamos con la aprobación secreta del Kratos, le diré por otra parte.
Amadeus 99 Iseka se restregó las manos:
—Magnífico, magnífico.
—Por supuesto, a los experimentos los haremos de verdad. Es mucho lo que tenemos el deber de aprender y aprovechar de una experiencia tan costosa. Pero nuestro verdadero motivo será la paranoia crítica. ¡Será una explosión análoga a la que produjo la Súper que los rusos largaron en Nueva Zembla!
—¡Horrísono! ¡Tórrido! ¡Hórrido! ¡Gárrido!
Y mientras Amadeus 99 lanzaba estas exclamaciones de júbilo, su bragueta se hinchó en forma abrupta.
Ambos, lanzando chillidos de pájaros quetzales, con dos brazos y tres piernas, o con dos piernas y tres brazos —uno de éstos haciendo el saludo del sol—, comenzaron a poner en práctica sus planes transmitiendo las primeras órdenes.
Relato de testigo presencial
«Eran las 0215 horas del día 22 de junio, comienzo del solsticio de verano en el Hemisferio Norte, elegido por los druidas para sacralizar el circuito de piedras y altares. Miré a los profesores Mozart —ocho en total—, todos con enormes bultos en las zonas de las braguetas. El científico Teophilus Chrisóstomus Wolfang 88 Iseka, director-jefe de la experiencia, ya no pudo aguantar más la presión sanguínea y sacó afuera su adminículo, conservándolo así hasta el fin del experimento. Su ejemplo pronto fue seguido por todos. Al ver esto, las científicas jóvenes se quitaron los corpiños alegando que hacía mucho calor en el bunker y quedaron así, en actitud pechal, lo más campantes. Y en verdad, la atmósfera era sofocante pese a los extractores de aire. Lascivia 77 y Lujuria 1010 Iseka eran, particularmente, las más agresivas y fastidiosas, si es que se me permiten las expresiones. Se acariciaban a sí mismas las zonas de combate, abrían y cerraban las piernas, cuando tenían que hablar lo hacían con voz enronquecida —aguardentosa es la palabra correcta— y, palma de mano izquierda sobre el Monte Beardsley, con sus derechas manejaban los diales, palancas y apretaban los botones. Así, en general, les costaba enormemente concentrarse y colaborar en otras formas con el experimento.
Cuando llegó el cero de la cuenta regresiva, una luz vivísima nos encegueció pese a los cristales ahumados protectores que habíamos colocado delante de nuestros ojos. El refugio era antisísmico; no obstante, muchos objetos saltaron por el aire haciéndose añicos. Después vino la onda expansiva: un viento superior al de diez huracanes. Las mujeres alcanzaron sus orgasmos “lanzando gritos de lujuria”, frase que me permito plagiarle a Claude Farrere de su novela Las cuatro damas de Angora. Los profesores, por su parte, fecundaron espontáneamente la tierra. Acto seguido, pudorosos, guardaron sus Vectores.
Algo parecido a la lluvia comenzó a caer sobre el bunker. Eran toneladas de arena y rocas pulverizadas. Segundos antes del cero de la cuenta regresiva, los grandes cristales de seguridad externos habían comenzado a ponerse gris rojizos a causa del nacimiento del nuevo día. Luego de la explosión quedaron totalmente negros, como si otra vez hubiésemos caído en la noche más oscura. Después supimos por qué. La violencia de la perturbación había llevado materiales hasta la estratósfera. Miles de partículas de polvo quedaron en suspensión y se sostiene que tardarán casi diez años en completar su descenso. La arena y las rocas fragmentadas de menor tamaño, fueron a caer hasta más de 800 kilómetros del borde del cráter dejado por el estallido. Los sismógrafos de todo el mundo pudieron percibir el golpe como un terremoto de gran intensidad. Yo mismo, al contarlo, siento que me está pasando algo entre las piernas, pese a ser periodista y no dedicarme a tales experiencias científicas.
El embudo formado mide veintiún kilómetros de diámetro y casi seis de profundidad. La cantidad de arena y rocas desplazadas se calcula como un volumen de sesenta y cuatro kilómetros cúbicos, que pesarían algo así como doscientos mil millones de toneladas. Fue una explosión de cincuenta megatones; o sea, igual a la más formidable bomba de tempógeno fabricada hasta el momento. Con dos ventajas: no hay trastorno temporal y, al estar distribuido el material explosivo sobre una gran superficie, en cierto sentido la acción destructiva resulta racionalizada. No se desperdicia ni un cachito.
A kilómetros del lugar de la explosión quedaron manchones de arena que se cristalizó luego de haberse fundido. Gran cantidad de rocas se transformó en lava. Los vientos huracanados causaron algunos destrozos en poblaciones situadas a cientos de kilómetros, y muchos cristales de ventanas fueron destrozados. El ruido de la pavorosa detonación, llegó a percibirse con claridad en centros habitados que se encuentran a mil kilómetros de distancia del lugar. La energía del estallido fue de 4,2.1022 ergios»
Cuando el Monitor supo el chichi que se habían mandado a sus espaldas, su furia no tuvo límites. Llamó a todos los responsables de aquel gasto innecesario —Kratos incluido—, pues estaba dispuesto a ser absolutamente implacable. Pero, cuando los otros lo llevaron al lugar del suceso para mostrarle el cráter, al Monitor le ocurrió lo que a un juez que estuviese a punto de condenar a muerte a Benvenuto Cellini y éste, antes de que abra la boca, le entregase una joya hecha por sus manos. En efecto: el ceño adusto del Monitor desvanecióse como por ensalmo; entonces dijo con indulgencia al tiempo que echaba un vistazo a la profunda fosa: «A esto hay que calificarlo de poema sinfónico. —Como con reproche—: Ah, muchachos, muchachos: ¿qué me han andado haciendo esta vez?». Pero todos comprendieron que se le había pasado el enojo. Obviamente, estaban perdonados.