Personaje Iseka se despide del club telefónico
El micro de oro batido
Personaje Iseka llevaba mucho tiempo trabajando como cuidador del cementerio; no obstante, como en el club El micro de oro batido aún no se habían enterado de que ya no era telefónico, allí seguía teniendo entrada libre. Así, pues, Personaje quiso aprovechar para hacerle, una última visita. Fue en esa ocasión, justamente, cuando tuvo oportunidad de enterarse de uno de los asesinatos tecnócratas más raros y originales que hayan existido jamás.
Dos viejos telefónicos contaban la historia mientras se extasiaban con Monitores histéricos triples.
Telefónico I:
—¿Así que el tipo estuvo a punto de salirse con la suya?
Telefónico II:
—¿A punto? Se salió con la suya. Lo mató. Fue así. Utilizó el método del «asesinato acuoso». Para liquidar a su enemigo, le regaló una casa. Inofensiva, esta última, en apariencia. Como el otro desconfiaba, lo primero que hizo fue revisar todo, hasta el último rincón. Nada. Pero el asesino, en su infinita sabiduría, había preparado un dispositivo genial para eliminarlo. «Es un detalle pop», le dijo a la víctima, cuando ésta, intrigada, le preguntó para qué servía cierto barril, todo decorado con dibujitos para disimular, vacío y tapado. El futuro occiso lo miró por todos lados desde el primer minuto. Adosado a la tapa del barril había un largo caño que subía hasta atravesar el techo. Al agujero de la azotea el criminal lo disimuló tapándolo con una chapita de plástico. Todas las noches hacía un viajecito al techo de la casa de su enemigo con un bidón lleno de agua y un embudo. Colocaba este último en el agujerito del caño que se comunicaba con la bordalesa, y echaba toda el agua. Hay un experimento muy conocido en hidraúlica, según el cual si lleno un recipiente con líquido y luego continúo vertiendo fluido por un tubo adosado en su parte superior, al sobrepasar un punto crítico o altura máxima, el receptáculo inferior estalla. Y para ello no es necesario que, el tubo sea muy gordo, sólo se precisa que resulte lo suficientemente alto. No viene al caso explicar ahora por qué es así. La teoría lo dice y la práctica lo confirma y listo. Sabedor el asesino de este sencillo principio, echó agua por el caño, noche tras noche, hasta llevar la presión que soportaba el barril a su nivel crítico. De manera que un único jarrito más, cuyo contenido volcase, y estallaría la bordalesa.
Dejó pasar ocho días sin hacer nada y gozando del placer. Al noveno, cuando la víctima y sus amigos tomaban licores sentados confortablemente alrededor del barril, comentando los peregrinos y caprichosos dibujos de éste, arrojó el último cuarto litro.
Telefónico II, luego de finalizar su historia, quedó ensimismado. Luego, con lentitud, se tomó el resto del Monitor histérico triple —del cual aún debía quedarle más de la mitad—, y pidió al camarero:
—Otro igual, pero cuádruple.
Pero a los otros, que le habían oído contar la historia —en el intervalo se habían sumado los telefónicos III y IV—, les pareció demasiado. Se escucharon algunos carraspeos y «¡jm!» reprobadores y despectivos. Hasta a ellos, que eran tecnócratas, el método de asesinato les resultó excesivamente difícil de creer.
Telefónico I, irónico:
—Me parece, camarada, que usted en esta reunión de camaradería de monstruos retirados, pertenece al ala nostálgica del movimiento.
Telefónico II, enojadísimo:
—¿¡Qué!? ¿¡No me digan que no me creen!?
Los demás empezaron a bostezar en forma sugestiva.