CAPÍTULO 61

Policías secretos

Luego de haber recibido instrucciones en el departamento «A» del piso cuarto de la calle Patria Nueva, al cual llegó Personaje Iseka a las pocas horas de su entrevista con el Otro —a quien debió prestarle un impermeable porque había sido tan tonto de olvidar el suyo—, se dirigió hacia los suburbios de Monitoria. Para no perjudicarlo las I doble E le habían puesto un reemplazante, en su trabajo como cuidador, hasta que finalizara la misión.

La parte de la ciudad a la que había llegado era una hermosa zona residencial llena de árboles y cuidados pastos. Había pequeñas espesuras privadas y «avenidas» de estatuas, pertenecientes a ricachones excéntricos. No faltaban, incluso, vastos lagos artificiales, donde émulos de los antiguos gobernantes de Rusia construyeron playas flotantes: enormes balsas ancladas, sobre cada una de las cuales solían volcarse doscientos metros cúbicos de arena.

Personaje Iseka llegó hasta la puerta de una empalizada pintada color nieve, encargada de cuidar que las vacas no se comiesen el pasto y las flores del jardincito que protegía. Todo un chiche. En el medio, rodeada de cuidadas plantas, una jovencita de quince años ataviada con blancas vestiduras, sombrero del mismo color, se columpiaba en una pequeña hamaca igualmente alba. Parecía Alicia en el País de las Maravillas. A los pocos metros, un jardinero escardaba el terreno arrancando malezas y mataba hormigas.

Un mayordomo con librea salió de la casa —estilo tecnócrata radiante—, acudiendo al toque del timbre.

Era todo falso porque hasta el pasto estaba inscripto en las I doble E. La chica no tenía quince años sino veinticuatro. Se trataba de una ex-prostituta que ahora trabajaba en La Máquina. Entre sus delicadas y deslumbrantes ropitas ocultaba una pistola congeladora. También el jardinero estaba armado; y el mayordomo, que en ese momento lo interpelaba con una sonrisa de camello muy parecida a la que tenía en ocasiones el hombre de la sonrisa de camello:

—Buenos días, señor. ¿En qué puedo servirlo?

—Buenos días. Me informaron que el dueño de esta casa posee una enorme biblioteca sobre el tema de arqueología, y que permite a los estudiantes su consulta. ¿Cree usted que me autorizaría?

Mayordomo, siempre con cara de boludo:

—¿Y cuánto tiempo necesitaría usted para esa consulta?

—Veinte minutos y un tercio.

Con una privación aún más absoluta, si cabe, de todas las facultades intelectuales:

—¡Ah! Un estudiante de arqueología… Sí, cómo no. El amo estará encantado de ayudarlo. Pase.

El recién llegado abrió la puertita de la empalizada y comenzó a seguir al otro por el jardín. En ello estaba cuando sintió que una mano lo agarraba del manojo de genitales. Se paró en seco y miró abajo: nada. Naturalmente, ninguna mano lo estaba apretando. Tornó entonces su vista a la izquierda y descubrió que Alicia le miraba las partes pudendas, con una expresión de lujuria tal que lo sorprendió. Siempre conmueve que a uno lo necesiten, de modo que él no pudo menos que emocionarse. Ella, siempre en el País del Espejo, continuaba hamacándose; la diferencia consistía en que a este movimiento le había incorporado otro, anadeante —temblorosa la cadera anfórica—, como la Tierra oscilando en el entorno de su eje, mientras se desliza por el borde de la eclíptica. «Me sospecho que esta chica busca un combate, y no precisamente de judo», se dijo Personaje continuando su camino.

El edificio tenía escalinatas de mármol, arcadas de piedra trabajadas a cincel y puertas disparatadamente lujosas, de una opulencia que no salía de sí misma pues era inapreciable para el ojo humano: tallas y filigranas sobre madera estaban realizadas al microscopio, de forma que un progresivo buceo en las profundidades materiales permitía gozar nuevas perfecciones. Pero, a menos que el visitante mirase las puertas con un poderoso aumento, cosa improbable, su belleza permanecería velada. Parte del cornisamento adoptaba la forma del friso mitológico. El conjunto transmitía una sensación entre la austeridad y el boato militar: águilas en simplificados esbozos a través de las molduras. El tema del águila —de alas extendidas— se repetía infinitamente en todo el decorado externo, pero desde lo mayor hasta lo menor. La más pequeña no era superior a la punta de una falange humana. La más grande, con sus terrazas voladoras que saltaban a derecha e izquierda, comprendía el edificio entero. Primitivo y moderno a la vez, semejaba un pájaro volando en una eterna primavera. Las ventanas, impenetrables a las balas, no daban la impresión de ser tan potentes y formidables. Engañosas, más bien daban una sensación ambigua de fragilidad y dureza; tal como si se tratara de enormes diamantes planos.

Ya dentro, luego de transpuesta la entrada principal de la fortaleza, debieron recorrer un pasillo de un metro y medio; al final del mismo se enfrentaron con una plancha de acero blindado a prueba de bazooka. Esas precauciones se habían tomado por si algún día fallasen los campos de fuerza que protegían cada centímetro cúbico.

Luego de que Personaje Iseka y mayordomo atravesaron la plancha, este último pulsó unas señales electrónicas con un aparatito y entraron en el verdadero interior.

Los muebles, de un lujo difícil de creer, parecían obra de artistas extraordinarios. Por los pasillos y en todos los cuartos había alfombras importadas de Protonia Oriental, que siempre tejió las más suntuosas, estéticas y caras. Se decía «complicado y costoso como una alfombra de Protonia». Arcones de la Baja Edad Media, armas africanas en algunas paredes y vajilla en vitrinas, como complicadas máquinas refulgentes. Pese a lo recargado, ecléctico e incongruente de la decoración interior había cierta armonía y una fuerte presencia.

En una de las habitaciones, situada al lado del pasillo central que venían recorriendo, se encontraban tres hombres escuchando una suerte de extraña música clásica, que Personaje no recordaba haber oído jamás. Con poco volumen, de un excelente combinado extrachato que medía tres milímetros de alto, partían los acordes impresionantes de la composición, que parecía fúnebre sin serlo del todo. El concierto en la bemol de un artista romántico, exaltado y desconocido. Los que escuchaban, vestidos con trajes irreprochables desde el punto de vista «serio», se desplazaban lentamente por el cuarto en penumbras; sin desarrollar una actividad especial pero tampoco en absoluto reposo. Como aquellos que esperan tener que ponerse en acción en cualquier momento. Personaje Iseka no pudo observarlos bien.

Luego de caminar algunos metros arribaron a un amplio comedor, donde ardían leños en una chimenea, que poseía un ventanal cuyos vidrios blindados permitían la observación de un segundo jardín, opuesto en situación al de la entrada. En este cuarto se encontraban los tipos más raros —y en un sentido menos— del mundo. Una vez más, desde que se encontraba en las I doble E, Personaje Iseka se preguntó por qué los policías secretos se parecen tanto a policías secretos. Son como esos esoteristas que visten trajes, corbatas y se forran los pies con zapatitos, que se dejan bigote o no se lo dejan, que usan el pelito más o menos corto, que en verano llevan camisas sport llenas de dibujos repetidos: doscientas cincuenta flores o trescientos cañones o doscientas ochenta y dos hojas de árbol, etc. y uno, a las dos cuadras de haberlos divisado, ya sabe que son ocultistas y se va preparando para hacer el mudra del espejo por si necesita rebotarles una energía maléfica que decidiesen mandarte.

Los hombres que Personaje halló en el comedor mantenían conversaciones tan poco notables y no peligrosas, tan absolutamente medidas, que desde cuando se comenzaba a oírlas hasta pasados cinco minutos era imposible adivinar el tema tratado. Porque incluso a las idioteces de los sorias uno puede clasificarlas no bien llega, pero ahí no era posible. Resultaba preciso escuchar diez, quince y a veces veinte minutos antes de entender algo; porque no charlaban del oficio, ni de artes plásticas, ni de películas o música, ni de política, ni de que mi mujer y mis hijos esto y aquello, ni nada. Tampoco se podía decir que hablasen estupideces. Entonces, ¿de qué hablaban?

En el recinto había dos teléfonos, Un televisor apagado, un largo bargueño con vitrina llena de vasos —las botellas se encontraban en un mueble de madera situado en su parte inferior—, y una pequeña biblioteca completamente ocupada con veinticinco libros; estos eran auténticos volúmenes pero, evidentemente, todo el estante y su contenido constituía un adorno.

Luego de que Personaje Iseka fue presentado por el mayordomo como un camarada, la ininteligible conversación varió. Se hizo clara y fraternal.

Estos hombres no pertenecían a la sección mágica de las I doble E. Estaban asimilados a la parte policial estrictamente física de la organización. No poseían armas celestiales ni habrían sabido cómo usarlas. En cambio sí que manejaban cuchillos, láser, congeladores y pistolas paralizantes. Casi todas las partes finales de los trabajos —empezados en la cúpula mágica— eran realizados por estos hombres.

Ese mismo día, en el departamento «A» del piso 4o de la calle Patria Nueva, el hombre de la sonrisa de camello le había comentado a Personaje en un aparte:

—¿Cuántos agentes creés vos, Iseka, que hicimos cagar en los últimos ocho meses? Te quiero decir: entre sorias, rusos, etc.

—No tengo la menor idea.

—Pero decí una cifra.

—Qué sé yo. ¿Mil?

El de la sonrisa de camello sonrió:

—Jj… Treinta y dos mil.

—No puede ser.

—Y sí. Los liquidamos antes de permitirles llegar, o no bien llegaron, o si no los metimos presos. Les hemos copado equipos e incluso dinero en efectivo destinado a sobornar funcionarios o a pagar tipos claves encargados de complotar. Los otros días calculábamos que serán unos 280 000 000 de monitores[74]. Todo cayó en nuestras manos. Están desesperados porque seguimos siendo los mejores. Ya no saben qué hacer: en los últimos tres meses efectuaron mil misiones; entre grandes y pequeños operativos, quiero decirte. Todo les fracasó. Incluso a ellos, que son riquísimos y sobre todo muchos, el haber gastado 2,8 por 10 (elevado a 8) monitores y perdido equipos y hombres irremplazables, les jode la vida. Tampoco salieron bien sus planes de infiltración desde países vecinos: esto lo querían hacer los sorias. Nuestros amigos los rusos, por su parte, se disponían a un lanzamiento múltiple, destinado a colocar satélites espías. Les saboteamos los proyectiles en sus bases de lanzamiento, así que éstos reventaron en tierra. Por lo demás, la casi totalidad de los manijazos, ya sea para terminar con el Monitor, destruir complejos en Grandes Máquinas o robar registros astrales, sólo sirvieron para hacerles perder gente y energía mágica inútilmente. En la actualidad triunfan nada más que en pequeñas cosas: retrasarnos un poco en algún programa, etc. Nada demasiado importante.

Personaje Iseka:

—Pero treinta y dos mil agentes en ocho meses, me parecen demasiados.

—La mayoría no eran sino boludos, falsos agentes, destinados al sacrificio. Su misión consistía en distraernos de los verdaderos, encargados de los operativos importantes. Como te digo: esa inmensa masa de tontitos creían pertenecer a las organizaciones soria o rusa, pero su función terminaba en el enmascaramiento. Nosotros les hemos enganchado… diez tipos, digamos, que a ellos realmente les jode haber perdido. Te aseguro que estarían dispuestos a darnos sus hermanas para que hiciésemos con ellas lo que quisiésemos, con tal de recuperarlos. Sin el cerebro lavado, se entiende. Los encontraríamos inclinados a cedernos sus madres, si nosotros hubiésemos mostrado síntomas de interesarnos por las viejitas, a fin de que saciásemos en éstas las más deplorables fantasías eróticas. O sus esposas, o sus hijas pequeñas de seis años. Simplemente no te imaginás lo que podrían llegar a conceder. Todo siempre y cuando a vuelta de correo y con etiqueta de MUY FRÁGIL les devolvamos esos diez chichis.

Cuando la fraternidad envolvió a Personaje Iseka como a uno más, los agentes de las I doble E se emputecieron un poco. Uno de ellos se sacó una especie de teta izquierda y la tiró sobre la mesa donde hizo praf. Luego dijo:

—Ufa. A veces te pudre la máquina.

Entonces, un chacotón quiso hacer como que se la robaba. Para joder, simplemente.

Policía secreto chacotón:

—Je, je…

El dueño del arma, al ver que se la querían sacar, con un papel le pegó un feroz golpe sobre los dedos. Para los que objeten que no es posible causar daño con algo tan inocuo, les diré que están en lo cierto. Ocurre que, en este caso, aquello envolvía diez cargadores de congelación, bien pesados.

—No seas puto. No me toqués el nene.[75]

Policía secreto chacotón:

—Je, je… —pero se quedó refregando la mano.

Cerca de la ventana charlaban otros dos secretos.

Secreto I:

—Sí, seguro. Es lo que digo siempre. Igual que cuando estás solo y un comando te intercepta. A la primera que tenés que bajar es a la mujer. Por razones psicológicas. Es el centro sexual del grupo. Si la liquidás se produce un momento de desconcierto que vos podés aprovechar. Aparte, hay motivos físicos. Las minas por lo general tienen dificultades para manejar armas de gran calibre, a menos que estén muy bien entrenadas; así que usan tartamuda. Y qué bien que lo hacen las hijas de puta.

Secreto II:

—Sí, pero eso más bien era antes, cuando nadie más que nosotros teníamos eléctricos y láser; ahora muy rara vez encontrás una charlatana o un calibre cuatro cinco. De cualquier manera, en lo fundamental pienso igual que vos. A la mina es a la primera que le doy sin asco. Siempre.

De pronto, en el edificio de enfrente y a través de un amplio ventanal, vieron a una chica desnuda. A los dos secretos se les terminó la pesada en menos de medio segundo. Quedaron transformados en tipos como todos los otros.

Secreto II, mirándola con ojos grandes como condecoraciones italianas:

—¡Qué pedazo de hembra!

Secreto I haciéndose el que no le importaba, pero con unas ganas espantosas de someterla a sus hábiles interrogatorios y bajos instintos que al enrostrárselos terminaran por hacerla confesar plenamente:

—No está mal. Aunque algo masculinoide para mi gusto.

Secreto II arguyó excitado:

—Mejor mejor. Así satisfago mis homosexualismos reprimidos. Jjjj… Mamita: qué lindo culo que tenés. Cómo te…

Secreto I, bostezando pero con una erección:

—Qué aburrimiento.

—Nada de eso, nada de eso. —Luego de una pausa codiciosa—: Tiene un culito en forma de pompón ¡como una prímula! ¡Chanchélida mía!

Secreto I, didáctico y siempre con el barquito que está entre las piernas avanzando airoso a velocidad de crucero:

—Todas las mujeres son chanchélidas, si vamos a eso.

—Sí, pero ésta más que otras porque no es mía. Y le tengo ganas. Y le tengo ganas.

—Para seducirla decíle que sos el agente secreto 007.

—Daría mal resultado. Tiene un poster de Guevara.

—Comunicále entonces que estás afiliado al Partido Comunista desde el 20 de agosto de 1968. Que sos un agente secreto soviético y trabajás para la KGB Tu propósito sería asesinar a James Bond con un revólver a cebitas y una raqueta. Se va a entusiasmar muchísimo.

Secreto II lanzó un gruñido. Luego dijo, al tiempo que lo observaba torvamente:

—Vos siempre con tus propuestas aburridas e inútiles. —Tornó a mirar a través de la ventana—: Yo quiero regalarle un fagot y hasta un clavicémbalo.

A todo esto, los otros se habían acercado de a cardúmenes al lugar de observación. Personaje Iseka, particularmente, estaba de lo más interesado. A la izquierda de la chica, entrando a y saliendo de unos cortinados azules, le pareció observar la fulguración de un pezón: muy iluminado y brillante como un rubí. Había trazado un pequeño arco en el aire para luego esconderse púdico. Lo tomó como un buen signo, preludio de una mayor actividad erótica. Y así fue en efecto: otras dos mujeres (a la Eva) aparecieron a partir de la confusa insinuación, y se dirigieron a la tercera. Con gran entusiasmo las unas se lanzaron como aves rock sobre las otras, y comenzó una monumental batalla sáfica que dejaba empequeñecidos a los grandes combates de blindados en Smolensko o a la batalla del Mar de Coral. Esto los enloqueció. Personaje Iseka era uno de los más insubordinados y revoltosos. Propuso que tirasen la misión directamente al carajo y fuesen todos a violarlas. («¿Ven? ¿Ven que los hombres son unos cerdos chauvinistas masculinos y que hay que castrarlos a todos, así se trate de nuestros propios hermanos?», rugió el inconsciente lesbiano colectivo.) La cosa empezó a volverse complicada, porque tres secretos dieron su aprobación a la sugerencia de Personaje. Pero entonces uno que tenía más grado los llamó al orden, corrió las persianas y los cagó a pedos.

La misión encomendada consistía en liquidar a un peligroso espía soria. Era tan temible, en realidad, que había logrado burlar al equipo esotérico tecnócrata con infinita inteligencia y astucia, e infiltrarse en una de las Monitorias. El agente extranjero, un poderoso mago —quién sabe cuál sería su verdadera jerarquía—, elaboró un plan de alto vuelo que estuvo a punto de tener éxito. Manijeó al Kratos de Seguridad Interna, nada menos, hasta transformarlo en su esclavo. Con gran habilidad, para no despertar sospechas, hizo que el jerarca lo nombrase su Infravicesubsecretario Privado. Pero cometió el error de pasarse de sutil. Cuando el funcionario títere hablaba en una conferencia de prensa o ante las cámaras de TV, él siempre permanecía a su lado modulando —aunque sin pronunciarlas— todas las palabras del otro. Esto es: si el Kratos declaraba: «En el último año, en la Monitoria logramos…», el ocultista repetía la frase en silencio, sólo moviendo los labios. Pero lo hacía en forma tan visible que aparecía en la televisión. No era que él se las dictara, ya que su títere las había aprendido de memoria mucho antes y no necesitaba que se las recordasen. Estaba potenciándolo. Esto es: mandaba energía mental tanto al charlista como a los escuchas, para que las palabras de aquél tuviesen convicción. Por otra parte, el mago nunca decía primero cada parlamento sino que lo subrayaba con sus labios. El espía pensó: «Para no despertar sospechas mi boca se moverá, repitiendo las palabras de mi subordinado, un segundo después de pronunciadas. Nadie sabrá que, en realidad, la energía de las frases irá siendo lanzada un momento antes. Todos supondrán que yo, por fanatismo, me transformo en eco del texto del Kratos».

Eran como el Ka y el Ba.

Pero le salió mal, como ya se adelantó. Su primer fundamental error no tardó en propagársele. En efecto: nadie se percató —al menos al principio— de la energía mental que ponía en juego; pero como la gente es poco observadora, nadie notó que balbuceaba las palabras luego de pronunciadas por el Kratos. Acostumbrado como está el público a no pensar y a la comodidad mental, supusieron que al funcionario le estaban dictando el discurso. Cosa que —rigurosamente Hablando— era cierta. Resultó de todo ello que al jerarca lo echaron a patadas y él cayó en desgracia, por lo cual tuvo que huir perseguido por las I doble E. Héteme aquí que, por casualidad y excepción —ya que casi siempre sucede al revés—, los mecanismos automáticos e irreflexivos de la gente castigaron a un anti-Mozart.

Innecesario es decir que los magos tecnócratas, a quienes había logrado bloquear hasta ese momento, terminaron por comprender de qué se trataba mucho mejor qué la masa popular. Entre todos lograron destruir el tranquilizador enmascaramiento, que el esoterista —apoyado desde Soria por su equipo— venía realizando. Cuando se quedó sin poderes comprendió que estaba perdido; no obstante, en la esperanza proveniente de una remota posibilidad, huyeron él y un enlace. Pero poco podían hacer sin fuerzas mágicas que les apoyasen el operativo.

Su compañero —también ocultista, aunque de grado menor— fue el primero a quien liquidaron las I doble E por orden de Decamerón de Gaula. Al efecto enviaron un comando dirigido por Don Martínez —uno de los verdugos de los cuales se habló durante la descripción del viaje del Monitor y el Barbudo por los subterráneos del Centro de Computación—, quien logró arrinconarlo en una calle oscura.

El tipo, en su prisa por llegar a cierto sitio donde supuso que le darían asilo —una mujer tecnócrata ya detenida—, chocó violentamente con un viejo. Ansioso por desprenderse y seguir trató de zafarse sin pérdida de tiempo. Ni un jovenzuelo de trece años, coloradote y campesino bien fornido, habría podido lanzar un alarido tan espantoso como el que largó aquel anciano de ochenta y dos. Ni la mismísima monstruosa estatua de Lenin colocada arriba del palacio de los stájanovistas[76], si alguien le hubiese pisado un callo, hubiera gritado en forma tan horrísona. En un segundo y pese a su avanzada edad el tumbado se levantó y procedió a engarfiársele, al tiempo que profería una rugiente algarabía de protestas: «¡Qué se cree, joven! ¡No respetan ya mis canas! ¡Se aprovecha porque soy un viejo!», etc.

No obstante la hora, siempre cabía la posibilidad de que alguien apareciera y el agente no deseaba que lo arrestaran por una estupidez. Trató de calmarlo y disculparse, pero ni por ésas: el viejo le seguía dando a la lengua, sin soltar su ropa. Cuando estaba a punto de terminar la historia mediante su pistola eléctrica, aparecieron Don Martínez, Eduardito, el Otro y demás, que en un santiamén lo redujeron aprovechando que se encontraba distraído con el vejete.

Don Martínez:

—No se aflija, abuelo, este asqueroso no lo va a volver a molestar. Le vamos a pegar un par de repasadas —con cierto retintín de mal agüero—. Después lo meteremos por meterete. Lo metieron, como dice Chacón.

Eduardito, luminoso como si tuviera muchos dientes de oro:

—Sí, en un lado sin ángulos, je je. Aparte de las repasadas podríamos darle una cepillada también, ¿no, Don Martínez?

—Eso —replicó el aludido.

Eduardito insistió en la onda y el tono:

—No hay seriedad pa’nada, ¿no, Don Martínez?

Don Martínez respondió con austeridad:

—No hay seriedad pa’nada, Eduardito. Me sacó la palabra de la boca, Eduardito.

—Buenas, Don Martínez.

—Buenas noches, Eduardito.

Y los cinco que componían el comando se largaron feroces contra el enlace, pegándole una incontable cantidad de fierrazos. Cuando finalmente lo llevaron a las I doble E, muy poco quedaba de él. Apenas unos pocos restos mustios y prendidos con alfileres.

Pero el comando encargado de arrestar o matar al más importante de todos —al ex Infravicesubsecretario Privado del defenestrado Kratos de Seguridad Interna—, era aquél en el cual estaba incluido Personaje Iseka.

Consiguieron localizar a su enemigo en un refugio de las afueras de Monitoria, justo cuando el agente se disponía a su abandono creyendo pasado el peligro. Los hombres del las I doble E rompieron la puerta a patadas y entraron.

—I doble E. Esto es un asesinato. No se resista y nada malo le ocurrirá —dijo uno de los agentes, con humorismo.

El espía, aunque tenía nervios de acero se conmovió ante la burla:

—«Nada malo le ocurrirá…». Hijos de puta, ¿están diciendo que me van a matar y eso no es nada malo?

Sin hacerle caso, los agentes secretos comenzaron a abrir cajones, arrancar tacos a zapatos y cosas análogas. Dieron vuelta el colchón y lo despanzurraron cortando con navajas la goma plástica de su interior.

El ex Infravicesubsecretario, poco a poco se fue recuperando. Intentó ironizar la vestimenta heterogénea de los otros:

—¿Cómo? ¿Los policías no usan gorras hongo y uniformes negros?

El único de los agentes que hasta el momento había hablado, contestó:

Usamos gorras pero dejamos los hongos en nuestros depósitos secretos. Es nuestra modesta contribución a la gran campaña nacional para la recuperación de materiales. Cuando juntamos hongos en cantidad suficiente, los mandamos a las industrias.

El otro dijo con odio, perdiendo el humor en un segundo:

—Ahora se sienten fuertes, ¿eh? Ya vamos a ver cuando todo aquello en lo que han creído se vaya a la mierda.

El de las I doble E:

—El Soriator a mí me va a chupar el sorbete cantautor.

La cara del espía extranjero se endureció. Notándolo el otro prosiguió entusiasmado, al tiempo que buscaba la complicidad de Personaje Iseka:

—Che, ¿es cierto lo que se dice por ahí, que el Soriator tiene por costumbre practicar un acto obsceno arriba de una mesa mientras se mete un ratón en el culo?

El ex Infravicesubsecretario no pudo aguantar más. Saltó hirviendo:

—¡Hijo… hijo de puta!

Plácidamente y sonriendo ante su éxito:

—¿Pero es que acaso en Soria ustedes no tienen sentido del humor?

Personaje Iseka, en cambio, incapaz de conservar la calma frente al odiado enemigo, comentó rabioso:

—Vos jodé, nomás. Que como decían en la Edad Media, te vas a llevar un mal tercio.

Pero el jefe del grupo, que por otra parte era quien había provocado al soria, miró a Personaje severamente como diciéndole: «No hay que perder la calma».

El ex ínfravicesubsecretario, por su parte, sentía crecer su desesperación. Estaba frito: eso era algo clarísimo. Dijeron que lo iban a matar, pero comprendía que se trataba de una mentira. Ahora lo llevarían a un campo de concentración y de ahí no lo soltaban más. No obstante, le tenía más miedo al Soriator que al campo. Sabía a la perfección que el Súper no le perdonaría una falla de tanta importancia. En Soria un fracaso se pagaba con la vida. El largo brazo del Soriator llegaría incluso al campo de concentración tecnócrata, costara lo que costase, y ahí sí, sin errores. Si por lo menos moría con honor, su familia, que vivía allá en la patria, estaría protegida.

Así pues se decidió. Entre sus ropas guardaba una pequeña granada de congelación. No tenía más que bajar su mano y apretar un botón. Estallaría en el mismo bolsillo, sin necesidad de sacarla, bajando súbitamente la temperatura de toda la habitación hasta ochenta grados bajo cero. Morirían todos a causa del shock.

Simuló que tosía para justificar el movimiento de sus brazos. Pero los agentes estaban atentísimos y no le dieron tiempo de hacer nada. Le pegaron diez tiros láser. «El más leve de ellos, mortal», como dice Shakespeare.