CAPÍTULO 56

El día que plagiaron al Monitor

La Tecnocracia protegía a los artistas que estaban más o menos de acuerdo con ella e, incluso, a algunos que no lo estaban. Pero el apoyo no se otorgaba únicamente a hombres de talento indudable, como Wagner Iseka, sino también a delirantes pasados de revoluciones rusas.

En cierta asamblea de dibujantes, pintores y escritores, ante los cuales el Jefe de Estado tecnócrata había pronunciado un discurso, cierto artista de la piedra se acercó a este último y díjole entre otras cosas: «Estoy dispuesto a arribar a la escultura cinemática integral. Una estatua que camine y todo, aunque para ello deba arribar al gólem. —Y agregó impulsando hacia adelante un puño con brazo arqueado, y tono lleno de promesas, como si se dispusiese a decir “Ánimo, muchacho. Recuerda que tú eres de Kentucky”—: Voto a bríos».

Monitor, quien sabía de la escasa capacidad creativa del otro y que la confianza de que hacía gala no estaba justificada, se limitó a encogerse de hombros. Pero luego suspiró y dijo como para sí mismo: «El problema con los locos es que están locos».

Miren quién habla.

Otros, sin embargo, pese a estar algo chiflados tenían auténtico talento. Así, por ejemplo, un cineasta, perteneciente al ala izquierda del Movimiento Tecnócrata, el cual en una ocasión declaró ante sus discípulos:

—A mí me gustan las carrozas enjoyadas, conducidas por lacayos rígidos y hieráticos que recuerden a las estelas funerarias de las pirámides. Al entrar un ricachón, debe transmitirnos la imagen de Ramsés II conduciendo su carro de guerra.

Me agradan los fantasmas blindados en ataque concéntrico, «los percutores de la artillería alemana retumbando sordamente»; los oficiales que «caen bajo el radio de acción de grandes granadas»[58]; los panzer por las estepas infinitas de Rusia y en los cuales, mediante un sabio uso del claroscuro, el espectador termine por notar que el blindaje ha quedado convertido en chapas oxidadas, manejados por una tripulación de esqueletos fantásticos.

Primer plano de una mujer con las mamas al aire. Un soldado le toma ambos pechos con sus manos, poniéndoselos bien tirantes. Una sierra de cortar madera comienza a pasar, accionada por otro soldado. La máquina secciona ambos senos y saltan sendos chorros de sangre entre alaridos. Luego, el que las mantenía apretadas, se ata las tetas con piolines a su propio tórax, y camina así: pavoneándose ante sus compañeros quienes se ríen muchísimo. Todo esto se puede lograr —como en el caso de ladrillos atados a pechugas— poniendo senos artificiales sobre los verdaderos de la actriz. Detrás de las frutáceas postizas habrá un rociador, con dos conductos, que al ser cortados arrojarán con algo de presión los referidos chorros de sangre.

El mencionado realizador era bastante manijeado y paranoico. Tenía pensamientos que no lo dejaban un momento en paz; ni vivir, ni reposar, ni cosa alguna. En determinada oportunidad, lleno de la más negra desesperación, le dijo a un amigo:

—Me pregunto. Ésta es mi duda. Yo utilicé un calidoscopio polífragmentador y enfoqué con él al televisor cuando un concertista daba su recital. Acoplé mi super-8 detrás del calidoscopio y filmé todo ello. Es ahora una secuencia de mi película. Al mirar, nadie entiende un carajo de dónde pudo salir y ni siquiera qué es. Un caos de pedacitos, como en un cuadro surrealistabstracto. Pero se me ha instalado una duda que me motoriza. Si alguien restaura el mosaico luminoso a partir de los fragmentos —que son miles—, podría averiguar que filmé ese recital. ¿Me demandarán por no haber pagado derechos de autor? Ésta, mi duda.

A lo cual su amigo contestó fastidiado:

—Qué intelectual que sos, carajo. Hay paranoias qué sólo se las agarran ustedes. Después son los primeros en quejarse si en las revoluciones los agarran y los echan al Bósforo. Únicamente en la Tecnocracia los aguantan.

Si hubiese conocido lo que estuvo a punto de pasarle a su amigo, quizá no habría estado tan seguro. Cuando el cineasta realizó finalmente su película y la exhibió, el Monitor por poco no lo hizo matar: ¡se le habían adelantado en la cortada de tetas! Sacó una ejecución en blanco, firmada, de su bolsillo y ya casi estaba por llenarla con el nombre del realizador, cuando se arrepintió. Pensó que, después de todo, el otro no tenía la culpa del plagio involuntario. Para reconfortarse, mandó desenterrar el cadáver del architraidor Tofi y, luego de hacerlo fusilar, ordenó revisarlo para ver si lo habían enterrado con sus lentes de contacto. Tenía uno, en efecto. Ebrio de felicidad ante el hallazgo, se le pasó la furia.