CAPÍTULO 55

Ricardo Wagner

El compositor Ricardo Wagner Iseka estaba leyendo. Con cuatro dedos —dos de cada mano— mantenía el diario tirante y bien abierto. Parecía a punto de romperlo. Los grandes surcos iban de un extremo a otro, debido a la tensión; así, las palabras ondulaban como soldados desparramados sobre trincheras:

«El Soria Soriator de Soria está cada día más loco. Ahora se le ha dado por iniciar en todo el territorio de su país una gran cacería de babosas. Por orden suya, cada ciudadano que en esa nación desee renovar sus documentos, debe presentar los culitos de veinte babosas, como mínimo. Si quiere casarse, cien. Y si va como turista al extranjero, mil. Lo que no se sabe es si los viajeros al volver y para que les permitan el acceso deben matar, en la frontera, otros mil de tales bicharracos. Se dice que el sorete secreto transmitido por el Soriator a sus funcionarios es el siguiente: “Emito, Hoy y aquí en Soria, capital de Soria, la orden de iniciar en todo el territorio nacional una gran cacería de babosas. Es preciso cazarlas y matarlas pues se devoran las cosechas y ya son grandes como nutrias. Incluso, ya chapotean (sic). Yo las oigo. Así, mátenlas a todas aunque deban atraparlas una por una; Tengo informes de mis magos y astrólogos, en los cuales se me explica que el fenómeno de esta invasión rarísima se debe a un wanga o hechicería altamente maléfica que el Monitor está haciendo lanzar sobre nuestra patria. Soria Soriator de Soria, mariscal de campo, rey y Dios”.

¡Hasta de la existencia de las babosas le quieren echar la culpa a nuestro Monitor!

Interrogado el Jefe de Estado por este periodista, sobre qué opinaba con respecto a las declaraciones atribuidas al Soriator, respondió: “No sé si serán ciertas, aunque lo creo muy capaz. Desde ya a esas babosas no se las manda nadie. Son los gusanos de su propia alma que están devorando a su pueblo”».

Y Ricardo Wagner Iseka continuó leyendo pedazos salteados:

«MISCELÁNEAS

Máximos y Mínimos (De nuestra agencia). Hubo un caballo en Italia que murió a la edad de 26 295 600 minutos.

El caso más famoso de sueño eterno comprobado por autoridades médicas sucesivas, fue el de John Phillips Steelharrys, Ohyo (USA). Se murió pa’siempre el 24 de diciembre de 1832, de peste neumónica. Lo tuvieron en exposición abierta en una Torre del Silencio persa edificada al efecto, durante seis meses. Periódicamente los galenos revisaban el cadáver, verificando que permanecía recalcitrantemente muerto. El hecho era tan sólito, que no pudo menos que ser considerado sobremanera insólito. Al cabo del lapso, algo más arriba consignado, las emanaciones pútridas del cadáver volviéronse fétidas a punto tal que lo hicieron enterrar sin más dilaciones.

El tamaño mayor de pene humano jamás hallado fue el del faraón Ramathetis, quien reinó en la época legendaria del 4200 antes de la fundación de la Tecnocracia. Su momia, en una muy bien conservada tumba descubierta hace poco, presentaba algunos detalles curiosos. Si bien con el artículus vivit se habían tomado especiales cuidados de embalsamamiento a fin de conservarlo en toda su lozanía y esplendor tal como erguido era en vida, el resto de su cuerpo —pequeñísimo, por otra parte: como si la naturaleza hubiese tenido en cuenta que a sus cinco litros y medio de sangre los necesitaría para alimentar principalmente otra cosa—, no mereció las mismas atenciones, por lo que aparece descascarado en gran parte.

Este instrumental monstruoso, verdadero interceptor tierra-aire, medía con todas sus velas desplegadas y a velocidad de crucero: cuarenta y siete centímetros coma cero cero ocho.

El diámetro de su plataforma de lanzamiento, también muy augusta, era de trece centímetros y medio.

Durante su reinado, el faraón de marras se casó mil ocho veces. Las mujeres le duraban una sola noche luego de la cual eran embalsamadas y depositadas en el interior de estatuas huecas de granito gris, que tenían por dentro falos del mismo material; el tamaño de éstos era análogo al segmento de recta que había producido el tétrico fin de la homenajeada; así, sus momias permanecían alfíleteadas per secula en invocación perpetua. Como además poseía un harem de concubinas constantemente despoblado y que día y noche resultaba preciso volver a llenar, la población femenina de Egipto, así como también Siria, Nubia y otros países conquistados, comenzó a disminuir en forma alarmante. Los sacerdotes egipcios, quienes eran magos poderosísimos, hicieron un exorcismo para anular la virilidad del soberano, pues de lo contrario, Egipto amenazaba con desaparecer como nación. Pero como ni los poderes sobrenaturales podían disminuir la fuerza de semejante ariete, se vieron obligados a inyectarle el tétano, de resultas del cual, murió a los cinco años y ocho meses de esplendoroso y batiente reinado.

Mucho se ha dicho acerca de la maldición de las tumbas egipcias. Podemos garantizar a nuestros lectores lo correcto de tal afirmación. El periodista que firma esta columna lo verificó por sí mismo. Enviados por Papiro de Noticias al lugar del descubrimiento, asistimos a la apertura del sepulcro. Allí, envuelta en vendas, rodeada por tesoros, esfinges de piedra, estatuas y Barcas Solares, estaba la pequeña momia a sarcófago descubierto. Cosa rara, este último detalle. Luego comprendimos por qué. No sé si nuestros lectores recuerdan el final del Ocaso de los Dioses, cuando Hagen quiere robar el Anillo del cadáver de Sigfrido y el Muerto, para su profundo horror, levanta una mano en sombría y severa advertencia. Pues bien, esto mismo sucedió dentro de la referida tumba egipcia. Algo se levantó de entre los vendajes. Comprendimos entonces el motivo de que la tumba no hubiera sido saqueada, como lo fueron otras a través de los siglos.

Caramba, con la maldición egipcia.

Al ver aquello retrocedimos asustados y en desorden, poniendo nuestras espaldas contra la pared. Fue necesario llamar con urgencia a cuatro calendas de la congregación del Templón tecnócrata, a fin de que exorcizasen. Sólo así pudimos seguir adelante con la tarea propuesta».

(En otra página):

«El místico zen Decamerón de Gaula Iseka, declaró: “Ustedes son la posteridad. Nuestra posteridad ya está aquí. Actúen siempre como si fuesen sus propios bisnietos.”»

Pero Wagner, desinteresado, no continuó leyendo. Arrugó furioso el diario y lo tiró a un costado. Luego tornóse a Cósima y díjole:

—Estos diarios tecnócratas cada día están más sorias. Ni una noticia de la última edición de mi disco El funeral de Sigfrido Iseka. A la gente cada vez le interesa menos la música de verdad. Son unos egoístas. No son como yo que pienso en mí todo el día, por el bien del arte. La mitad del diario, con letras tipo catástrofe, tendría que estar dedicado a mi tetralogía El Anillo de los Nibelungos Sorias. ¡Y nada! ¡Qué egoísmo tan brutal! ¿Cómo es posible que no piensen en mí día y noche? ¡Qué horror! Lo malo de los errores es que tienden a propagarse. Ya lo dijo Gauss. Aunque hago mal en citarlo. Un Wagner sólo se cita a sí mismo.

En vez de escribir consignas en las paredes o pedidos de aumentos de sueldos tales como: «Queremos aumentos. No nos alcanza la plata, juna y gran puta», deberían poner… —y tomando un pedazo de carbón escribió sobre la pared blanquísima:

Queremos

—Que es el leit motiv que utilizo para el Oro en El Oro del Rhin. Te das cuenta de que no es lo mismo. Resultaría, en efecto, un pedido mucho más clamoroso. De la otra forma le falta Drama. Entonces, el Gobierno podría contestar algo como esto:

Estáis haciendo actuar

—O sea: «Estáis produciendo La Maldición, con vuestra errónea actitud. Os acercáis escandalosos al Oro, con ansias desmesuradas de poder. Éstas son las oscuras y secretas intenciones de vuestros dirigentes, enmascaradas tras un aparentemente inofensivo y legal pedido de aumento de sueldos y jornales». Pero lo que se dice es muchísimo más que todo esto, si se lo pone según mi forma. Ciertas cosas escapan a las posibilidades de la literatura. Hay que dejar de escribir novelas: es un instrumento caduco. Es menester arribar al Drama wagneriano, ya que sólo él y únicamente él, puede abarcar la totalidad metafísica de una cosmovisión o Punto de Vista del Mundo, como digo yo. Con mil doscientos leiv motiv que encontremos, estaremos en condiciones de reemplazar casi todo el idioma escrito, manteniendo tan sólo unas pocas palabras ineliminables que harán las veces de… preposiciones, digamos. —Wagner ardía de entusiasmo: iba de un punto a otro de la habitación, dando rugidos. Prosiguió con vehemencia—: Qué digo el idioma escrito: ¡el oral también podrá ser sustituido por este nuevo lenguaje trascendente! El enamorado, sea un ejemplo, en lugar de decirle a su amada que la quiere, le silbará:

.............

La Decisión de Amar, que es mucho más profundo.

Cósima, con cara de fanática, como un árabe que escucha la lectura del Sagrado El Korán:

—Es que no comprenden que tú eres el Mozart de los músicos.

Wagner adoptó un aire de modestia:

—Sí, creo que tienes razón. —Miró el diario, tirado en el piso y hecho un bollo. Dijo señalándolo—: ¿Y qué presentan? ¿Qué me dan para comer?: ¡Paparruchas! Paparruchas para nada interesantes. ¡Ah!, quién pudiera tener la boca grande como un horno para poder zamparse de un bocado a todos esos gaznápiros y devorarlos. Yo estoy tan sólo preocupado porque mi dragón sea lo suficientemente grande. Además quiero que ruja y de manera adecuadamente horrísona. Y si no, no —y quedóse enfurruñado.

Cósima:

—Cálmate, Wagner. Cálmate, demonio. Ya tendrás tu dragón. No me devores las tetas aún. Concédeme un tiempo más.

Él prosiguió, sin prestarle atención:

—Por otra parte, para los sonidos de campanas no quiero campanas. Tienen que ser vigas de ferrocarril, de tres metros de largas, suspendidas por uno de sus extremos, del techo.

—Bien bien. Lo tendrás.

—Y la walkiria un cabello bien real y cabalgar por el cielo de veras. Cosa que puede lograrse con sistemas de contrapesos y poleas, y una orquesta que suene lo suficientemente fuerte: como discursos de Superman o, mejor aún, del Hombre de Kriptonita. Para enmascarar el tramoyaje, digo.

—Sí, demonio. Cálmate.

Y Ricardo Wagner Iseka, por fin se quedó tranquilo. Cósima se desabrochó la blusa, le dio la teta y, luego de haberlo arropado, lo puso a dormir.