El Sumo Sacerdote
Monitor, tal como se lo había propuesto, nombró Religador o Sumo Sacerdote. Así pues, luego de ponerse ducho en cometidos y prácticas, el mencionado terminó por tomar muy en serio sus funciones que, según finalmente comprendió, no eran cosa de risa. (Al principio nuestro hombre creyó que la nueva religión era sólo una pantalla de enmascaramiento político.) A punto tal cambió su actitud, que en cierto momento se acercó al Jefe de Estado para proponerle importantes innovaciones litúrgicas.
El Religador tecnócrata, acaparando bastones de mariscal de campo celestial y potestades varias:
—Excelencia. Perturbado en mi ecuanimidad religadora, yo, señor de los falos lúcidos, bienhechor de vulvas rampantes, anuncio y declaro. Dos puntos. Que los tristes acontecimientos que son de público dominio, tales como la última rebelión de ateos generales, y otros no tan públicos como la reciente escalada de hechicerías sorias que la Tecnocracia —indoblegable en su grandeza— soporta, hacen necesario un sacrificio a Moloch. Como no ignoráis, Primer Ilustre, antiguamente se calentaba al rojo blanco la falda de bronce del Dios y sobre ella se largaba, para que se pose, un nenito vivo. Ahora bien, los tiempos han cambiado; por lo demás, tan sólo la idea de quemar un niño me pone los pelos de punta. Fuera de ello, ¿qué necesidad hay de sacrificar un infante cuando tenemos cardúmenes de malvados chichis? Así pues, mi Monitor, sugiero con ardiente preocupación y angustia clamorosa, que tomemos a un sindicalista, un comunista o alguien análogo y que, ya desnudito, lo vistamos con un chiripá y botitas como las que se les ponen a los nenes y que luego, ya jolgoriosos, sin hacer caso alguno de sus airadas y clamorosas protestas, lo echemos dentro de un cuenco de bronce al rojo cereza. Y que posteriormente todos comamos de estas viandas, asadas y sagradas.
Monitor, sintético y sumario:
—Aprobado.
El otro, levantando el dedo meñique de la mano izquierda e inclinándose ligeramente:
—Que sobre tus enemigos llueva sangre.
Luego de pronunciadas las referidas palabras, trazó sobre el Monitor la señal de la santa equis con dos puntitos para bendecirlo.
El Religador, instalado en su trono de marfil y lapislázuli. Monitor, cerca suyo, sentado en una austera banqueta militar de campaña, arrobado y absorto. Ocho oficiantes uniformados y la víctima, vestida con chiripá y botitas, lista para ser lanzada sobre Moloch ardiente. Víctima miró despavorido y francamente con un poco de alarma aquellas ascuas.
Y entonces dijo el Religador:
—Un chasquido de congoja me conturba; voto a bríos, fusas, semifusas y demontres. Me pregunto a mí mismo, como cosa mía, por qué —oh Dioses, por qué— no sugerí realizar antes esta sacralización, y muchas veces.
De pronto, ante la extrañeza de los presentes, el Religador se detuvo. Acababa de ocurrírsele una variación de la famosa palanca de Arquímedes. Esta imaginería por un momento le hizo olvidar su discurso: «Dadme una víctima como punto de apoyo y con mi picana eléctrica moveré al mundo»; tal su inoportuna idea. Fue sólo un instante; al momento sus fuerzas interiores reaccionaron contra la molesta digresión y prosiguió:
—Yo, el Religador. Acumulador viviente por el cual pasan los arquetipos. Con los símbolos de mi definitiva misión cruzados sobre mi pecho —y cruzaba sobre el mencionado pecho dos estacas talladas, en la punta de una de las cuales había una vulva rampante, y en el extremo de la otra un enorme falo, hórrido y cabezón—. Yo, quien leo mi colección de revistas pornográficas antes de los oficios para sacralizarme. Con mis labios ansiosos de la vianda hecha de sindicalista que vamos a comer. Investido de la suprema jerarquía y por decisión de las semifusas, que son ligerísimas, ordeno e imploro: satisfaced con viandas el apetito del Dios.
Los ocho sicarios, entonces, arrojaron a Víctima[52] a la falda cóncava y ardiente:
«¡Pfffaaaahhh!».