CAPÍTULO 50

La religión de la barbarie

En cierta ocasión, el Monitor graznó rampante: «Nos haría falta una religión, voto a bríos. Una que no haga sacrificios humanos, ni efectúe mutilaciones o cosas parecidas».

Conociendo al Monitor, como a esta altura lo conocemos —y las sanguinarias barbaridades que ordenaba—, sus palabras sonarán muy cínicas. Pero no lo eran. Él, quien por lógica debió ser el Primer Exateísta de la nación, con toda sinceridad se oponía a las muertes rituales en los minaretes. Si alguien supone que su odio a la Sublime Puerta exarcal tenía motivaciones exclusivamente políticas, no entenderá los abismos y discontinuidades de su compleja personalidad.

Como los cortesanos estaban siempre a su lado con las orejitas enhiestas como misiles y veían que él, pese a ser un hombre religioso, no iba a las pagodas exateístas, taj majales icosaedristas, cavernas orejarias ni cosa alguna, decidieron proponerle la fundación de una religión o Secta Súper Disidente, y que él mismo quedase constituido en cabeza de la misma, como Pontífice Máximo. Tal cual hacían los romanos.

Monitor —hombre sumamente ocupado— dijo que le encantaría, pero que tal cosa no era posible. Otorgó el título de Religador o Sumo Sacerdote a una persona muy extraña de la cual se hablará más adelante.

En el recinto sacro de cada templón (así llamaban a los templos, debido a un capricho de Su Excelencia) había un enorme órgano sexual femenino, de piedra, que en las grandes fiestas los sacerdotes de este culto nuevo y rarísimo, asperjaban con semen. Allí también se encontraba un gran falo hecho de piedra volcánica, de cinco metros de largo y ochenta centímetros de diámetro. Aquella piedra era perfecta: los mejores geómetras, matemáticos, ingenieros y escultores del país habían colaborado hasta lograr, de puro fiestosos y obsecuentes, que las proporciones anatómicas coincidiesen con el «cañón de asalto y campaña» del Monitor, cuyas formas consideraban «ideales». No sé si se comprendió el eufemismo.

El instrumental a que arriba se hizo alusión estaba tallado en piedra volcánica. Gravitaba cerca de la vulva ante dicha, la cual era exactamente cuatro milímetros más grande, en sus lugares estrechos, que aquel Masculino Misterio. Desde ya, el volcánico ariete batemurallas no era recto sino que, como en la erguida realidad, se curvaba. De modo que la vagina de piedra debía seguir internamente su misma forma, para que —estrechamente— pudiera contenerlo.

Este complicado trabajo fue encargado a varios escultores. Para realizar la tarea debieron actuar al tanteo la mayor parte del tiempo, con largas y torcidas barretas de acero. Muchos artistas lo intentaron pero, como no estaban tocados por el ser, arruinaron su obra. Se los ejecutó luego de un juicio que sorprendió por lo largo. Tres segundos: «Mátenlos». Dilatado lapso, en efecto, lleno de discusiones sobre términos jurídicos, llamamiento de testigos, apelaciones ante Media y Suprema Corte y papeles contenciosos. Habitualmente, el Monitor demoraba dos segundos y medio para pronunciar esa palabra. Y conste que no pronunció la otra, la referida a la ablación de pletóricas pendulancias. Para ésta demoraba sólo dos segundos. Las ejecuciones, por lo demás, fueron llevadas a cabo en secreto, para no poner nerviosos a los sobrevivientes. Por fin, uno de ellos logró concluir la obra. Penetraba muy ajustadamente, pero penetraba.

En el momento de la gran ceremonia, doncellas desnudas conducían aquella especie de cañón o misil, montado sobre rueditas, hasta el órgano femenino de piedra, «sostenido» simbólicamente —era lo bastante pesado como para que no hubiese necesidad de asegurarlo— por hombres desnudos, que mantenían aquél en éste. Para lograrlo, dada la forma arqueada del objeto invasor, el último mencionado poseía, en la cureña en la cual descansaba, una cantidad de engranajes que, en el momento oportuno, lo movían cambiando su inclinación de manera conveniente, coadyuvando así al acceso. Luego de logrado este propósito, los hombres se precipitaban sobre las mujeres e iniciaban el coito colectivo; mientras, los sacerdotes, efectuaban una masturbación sagrada sobre el descripto altar aleatorio.