CAPÍTULO 48

Archivos Blindados

En los inmensos Archivos de Monitoria, la Sección Religiosa de las I doble E llevaba debida cuenta de todas las Sociedades Esotéricas, amigas y enemigas, dentro y fuera de la Tecnocracia. Así como los magos habían realizado profundos estudios para redescubrir los verdaderos nombres de los Dioses y sus exactas pronunciaciones, para poderlos invocar y honrar mejor en sus ritos y trabajos de Alta Magia, de la misma forma se preocupaban por averiguar cuántos miembros tenía cada Sociedad, a qué especialidad ocultista se dedicaban, etc. Figuraban allí, incluso, averiguaciones astrales referidas a jornadas enteras de la vida de cada Maestro.

Pero, como en Archivos Blindados no había selección y estaba absolutamente todo era muy fácil perderse o marchar desorientado, a menos que se supiera de antemano exactamente qué se deseaba encontrar. Podían conseguirse datos sobre cuanto charlatán ha existido: falsos curanderos, pseudopsíquicos, manosantas cocodrilescos, comerciantes camuflados de astrólogos, quirománticos incapaces y trapisondistas, etc. Así, éstos tapaban la verdadera información con montañas de material inservible.

De una tarjeta electrónica extraída al azar:

«¡Perdóname Guru! ¡No me eches al foso de las serpientes venenosas, oh Jefe de los Estranguladores de Bombai!… ¡Poeta épico del Kali Yuga!…

El Maestro, rechazando delicadamente con un gesto de la mano:

—De nada te han de valer los elogios como cometas un nuevo error».

Había cientos de toneladas de datos así. Lo que realmente importaba, con ser muchísimo, era una fracción insignificante comparado con el resto. Sólo podían servirle a un escritor, como material. Todos estos registros, mantenidos en Grandes Máquinas con defensas selladas y planchas de plomo para evitar el paso de los rayos acásicos, estaban guardados con tanto celo como los importantes, ya que no se sabía en qué momento podían ser de utilidad. Pero había una razón más: De Gaula tenía la esperanza de que algún día un escritor fuese capaz de escribir la novela de la Tecnocracia: una obra integral, con todos sus sueños y alternativas. En un trabajo así, cuya propuesta es la plenitud, erascetismo tendría que estar forzosamente ausente; las imágenes, innumerables. Aquellos delirios de Archivos Blindados, con sus altas, medias y bajas energías, constituirían la materia prima del quehacer.

Para completar la idea acerca de los materiales exóticos que podían encontrarse, extraeremos una última tarjeta:

«Pelícano Trafalgar Iseka. Estaba tan harto de la famosa frase “echar la casa por la ventana” que decidió aniquilarla dentro suyo para siempre. Trozó todos sus muebles con un hacha y los tiró por dicha ventana. Luego levantó el pavimento y, parte por parte, expulsó todo el piso. Después le tocó al techo.

Acto seguido la pared de atrás y las de los costados. Casi a los finales, comenzó a desmontar cuidadosamente la que contenía la mismísima abertura repetidamente mencionada —con seguridad, quienes la construyeron para dar paso a la luz y a la ventilación jamás se imaginaron que sería utilizada con estos fines— y arrojó todos los pedazos por ella. Por último, sólo quedó el rectángulo de madera encristalado y los vidrios, los cuales en el acto fueron expulsados de la sagrada comunidad.

La supuesta purificación no se detuvo allí: mientras con una mano sostenía el fragmento de marco, desmontó el soporte de ladrillos y otros materiales que, sin tardanza, sufrieron idéntica excomunión. Como epílogo, puesto frente a la contradicción de tener que arrojar una cosa por ella misma, hizo lo que Alejandro al seccionar el nudo Gordiano: con sus brazos tomó los naufragantes restos y de un solo envión los hizo alcanzar gran distancia, previo forzarlos a pasar por el lugar que antes habían ocupado. Ya nunca más le iban a poder hinchar las pelotas con aquello de que “tiraron la casa por la ventana”. Luego hizo un moño con sus escasas pertenencias, tomó el cayado de mendigo y se transformó en animal mágico».

Cosa curiosa, los viejos linyeras no estaban muy contentos con su nuevo compañero. Lo trataban bien, pero no le abrían su corazón. Según ellos, abandonar el mundo terrenal era una abominación y un error. «¿Pero cómo? —preguntó sorprendido—. ¿No es acaso lo que hacen ustedes?». «Hay una diferencia: no renunciamos a la materia, como vos. Nosotros no somos santos: somos crotos».