El partido de football
En el comentario que salió al día siguiente al de los partidos, en un diario del Califato de Córdoba y dentro de la sección Noticias Extranjeras, se describió un cotejo de football que tuvo lugar en cierto estadio de la capital de Soria, entre dos cuadros pertenecientes a distintos distritos de la misma ciudad. Jugaron el Gualdrapas del barrio de Constanza, contra el Toto de Kabuskia. Y ésta fue la nota del diario califal:
«En un partido de júgol originóse un hecho más bien espantoso. En momentos que el árbitro cobraba un penal al equipo Toto de Kabuskia, en beneficio del Gualdrapas de Constanza, la hinchada del Toto bajó en tropel y a los alaridos las gradas del estadio buscando la sangre del referí: Garlón Sultán. Éste, al ver los designios de la multitud, trató despavorido de huir por el túnel; circunstancia que sin embargo había sido prevista por varios hinchas, agazapados en dicho túnel. De allí lo obligaron a desandar el camino a culatazos con sus fusiles M-16. Afuera lo esperaban los otros. Antes de continuar con estos hechos espeluznantes, debe señalarse otra cosa. Los partidarios del Gualdrapas no hicieron nada para defender el árbitro; antes al contrario, si bien es cierto que no participaron en forma directa, con vítores y aplausos se aprestaron a la fiesta que seguiría. ¡Total, el penal ya estaba cobrado! Sucias bestias.
Luego que lo hubieron sacado afuera, ante la absoluta pasividad de la policía —también compuesta por fanáticos del Gualdrapas o del Toto— los incondicionales del Toto formaron un círculo de cinco metros de radio alrededor del infortunado árbitro; se conformaron con eso, por el momento, y a impedirle salir. Todos se sentaron sin decir palabra ni lanzar un grito. Y así lo estuvieron mirando media hora. El referí, comprendiendo lo que le esperaba, llorando a gritos prometió enmendar su error. De nada le valió porque entonces la hinchada del Gualdrapas comenzó a gruñir como un enorme perro único, toda al unísono, en idéntica cadencia. Adivinando por fin que todo era inútil, empezó a rezar al Icosaedro (como igual lo iban a destripar, ya no le importaba que los Destripadores supiesen que pertenecía a la proscripta secta icosaedrista). El infeliz gritaba con unción: “¡Sólo es Icosaedro el Icosaedro! ¡Santo Icosaedro, permite que yo me adhiera a una de tus veinte caras!”. Sus palabras se escuchaban en todo el estadio, entre las sonrisas feroces de los presentes.
Pasada media hora todos se incorporaron con lentitud, comenzando a girar a su alrededor y a reducir el círculo. Cuando lo alcanzaron poco les costó anular la salvaje resistencia que opuso. Lo desnudaron en un periquete, procediendo luego a estaquearlo sobre el pasto. Arrancando maderas y hierros de los asientos del estadio, armaron una suerte de parrilla rudimentaria; acto seguido la encendieron, sin hacer el menor caso de los alaridos de horror del pobre hombre colocado sobre aquella mini Gehena. Y así, poco a poco, lo fueron asando vivo hasta que murió. Cuando el árbitro estuvo a punto, se lo comieron entre todos —incluidos los rivales, que fueron invitados y aceptaron gustosos— y sin despreciar ni siquiera las entrañas que, habitualmente, se desechan: intestinos, etc. Como es natural y nuestros lectores ya lo estarán imaginando, lo primero que devoraron aquellos sacerdotes oficiantes fueron los testículos y el miembro; luego el culito, la carne del pecho, las orejas, nariz, ojos y todo. Luego, la mar en coche, se fue de la cancha encantadísima y saciada.
Cuando la policía por fin intervino ocupando el estadio, desierto, encontraron el esqueleto pelado. Hasta las entrañas más entrañables le habían sido arrancadas, cortadas en fragmentos menudos y comidas. Sólo conservaba un órgano intacto: el cerebro. Era como si no hubiesen querido tocar sus huesos».
Pero lo que no salió en el diario del Califato, sencillamente porque nadie lo sabía fuera de unas pocas personas, fue que cuando al Soria Soriator le contaron el incidente del estadio, se empezó a reír y reír, hasta el hipo y las lágrimas. Se lo hizo contar cuatro veces y cada vez se reía más.