El viaje astral
Según viejas crónicas de la magia, guardadas en los Archivos Blindados tecnócratas, hubo hace muchos siglos un grupo de poderosos magos quienes, no pudiendo aguantar más la corrupción de este mundo, la falta de religiosidad y el olvido con que la gente castigaba a sus Dioses, se fueron a otro planeta del sistema mediante teletransportación. Algunos, incluso, viajaron más allá de Alfa del Centauro, renunciando a volver. Otros, a fin de investigar, realizaron astrales a las épocas de Nerón, a Babilonia o Nínive; pero magos enemigos les cortaron con mercurio el cordón de plata que los unía a sus cuerpos y murieron al no poder regresar. Hubo, en fin, quienes desilusionados de todo, se trasladaron a remotas edades ya transcurridas para ver los sucesos como en un cine, sin participar ni corporizarse en ese pasado pero sí mirándolo todo, viviendo sin vivir, en estado de contemplación, durante siglos. Al llegar a su tiempo, siguieron la evolución natural y murieron sin haber salido de aquel falso sueño.
Decamerón de Gaula Iseka despertó de un viaje astral, A su lado, asistiéndolo, se encontraba Coco Iseka. Dijo éste último:
—¿Tuvo un viaje productivo, Maestro?
Con el rostro dando muestras de cansancio, Decamerón se pasó la mano por el pelo y dijo:
—Sí que fue productivo, pero quedé agotado. Nunca hice tantos trabajos juntos. Fui al pasado y al futuro —miró a Coco, ahora ya despierto del todo—. Parece que dentro de unos veinte días lo van a asesinar al Secretario General de la CTOG, de Soria[45].
Coquito se puso contentísimo:
—Ah, qué suerte.
—No sé si es una suerte —respondió de Gaula—. ¿Y si acusan a la Tecnocracia? Se puede producir un incidente internacional.
—No me diga, Maestro, que lo va a proteger a ese soria.
—No, qué lo voy a proteger. Con los trabajos de aquí ya tengo bastante. Pero dejá que te cuente todo. También viajé a Nínive. Quería asistir a los últimos momentos del rey Sardanápalo[46]. Tenía un gran interés. Quedé muy impresionado con el cuadro de Delacroix.
—¿Y Sardanápalo era como en el cuadro?
—Bastante parecido, sólo que más joven. Además sus mujeres no eran cuatro o cinco como allí, sino cerca de seiscientas. Ellas querían morir. Estaban gustosas de acompañarlo. Eran mujeres muy bellas. Muy, muy bellas. Totalmente desnudas: únicamente llevaban una ajorca de oro en uno de los tobillos. Los caballos eran muy hermosos. Él los quería mucho. Qué doloroso debe haber sido para él tener que matarlos. Después se entregó, para que lo quemasen. Podría haber buscado otro fin para sí: suicidarse, o lo que fuera. Pero no quiso faltar a su palabra o que los otros pensaran que tenía miedo.
—¿Y usted escuchaba qué decían?
—Perfectamente. No entendía, por supuesto, pero igual los escuchaba. Comprender de qué hablaban me habría obligado a gastar mucha más energía. O sea: no comprendí en detalle, pero sí el drama en general.
Gracias al largo astral de esa jornada, De Gaula estuvo en condiciones de realizar varias profecías. De éstas hizo llegar unas pocas al Monitor —sólo las que pudieran interesarle como estadista—, dentro de un sobre cerrado y protegido por blindajes.
Según De Gaula, muy pronto la Tecnocracia tendría guerra con Soria. En cuanto a los soviéticos, su comportamiento era extraño. El mago no podía ver bien. Los rusos, en el astral, se habían unido afectivamente a Soria al comienzo de las hostilidades y tal como se esperaba. Pero algo raro ocurría. En apariencia habían decidido declarar la guerra casi en forma nominal, para cumplir, sin hacerla demasiado efectiva por el momento. Enviaron a Soria, como parte del pacto que tenían con esta nación, veinte divisiones. El Soriator esperaba un mínimo de doscientas, por lo cual se llevó un chasco mayúsculo. Con toda evidencia, sus amigos los rusos pretendían ganar tiempo: que Soria sirviera de dique mientras ellos continuaban armándose.
De Gaula veía la posibilidad de grandes derrotas militares. Pero, si los puntos cruciales eran ventajosamente superados, ello estaría emparentado con una batalla celestial en la cual los Dioses aplastarían al Antiser, encadenándolo. Gracias a ese esfuerzo, a esta sangre que sería la última en derramarse, el Antiser nunca volvería a influir sobre el hombre. Sólo omitió decirle que, si ello efectivamente ocurría, el Monitor, que también era un chichi, desaparecería junto con el Dios del Mal.
Le avisó con cinco días de anticipación acerca del asesinato del Secretario de la Central Obrera de Soria —hacia ya quince días que lo sabía, pero antes de informar deseaba averiguar otras cosas—, y que por esta causa se produciría un peligroso incidente internacional, aunque no iba a estallar la guerra debido a tal motivo. Según el astral, el hombre sería asesinado por orden del propio Soria Soriator y por tres razones. Primero: la tendencia ferozmente antisoviética del Secretario General, que comprometía la política internacional de Soria. Segundo: una vez más, los Sindicatos tenían excesivo poder en este país y el Soriator estaba dispuesto a cortarles las alas para siempre (por lo visto el Secretario de marras no escarmentaba en cabeza ajena —me refiero a la destrucción de los Doce Linajes— y necesitaba su propia lección final). Tercero: era una excelente oportunidad para echarle la culpa al Monitor y motorizar al pueblo contra la Tecnocracia.
Le informó además sobre los delirios secretos del Soria Soriator, que ni sus mismos Kratos conocían: su idolatría por el caudillo árabe Almanzor, por ejemplo; también se desviación sexual, que le permitía alcanzar el más alto grado de excitación erótica sólo cuando hacía caca sobre el cuerpo del ser amado; asimismo, la pasión del Soriator por la extinta poetisa Luz Soledad Ferreira Perfecta Soria, de cuya muerte el dictador culpaba al Jefe de Estado tecnócrata. Según aquél, éste había ordenado a sus magos manijear a la mujer para que se suicidara y así arruinar la felicidad de su enemigo. Monitor, al enterarse, quedó con la boca abierta del asombro: por primera vez en la vida oía mencionar a esa soria. El estadista supo también, gracias a De Gaula, del profundo odio personal que le tenía el otro. Aborrecimiento, pero no como el que puede sentirse por un enemigo político, sino una verdadera fijación. Finalmente venían algunos detalles reveladores sobre la vida íntima del Soriator; tales como que tenía a su «novia», putrefacta, metida en un bloque de plástico fundido.
Estas informaciones inspiraron en el Monitor una convulsión de sentimientos, todos mezclados y contradictorios. Con respecto a la guerra próxima, ni que hablar: era preciso ser fuerte y listo. El más fuerte. Nada podía hacer, por otra parte, para impedir los planes del Soriator con respecto al Secretario de la Central Obrera de Soria, ni tampoco tenía interés. En cuanto al Soria Soriator mismo, sentía varias cosas: piedad, furia, despreció, admiración a veces y, esto era lo más extraño, hasta afecto. Habría deseado ayudarlo. Mandarle una mujer tan masoquista como él y que fuesen felices. O enviarle una robot, en caso de no hallar alguna persona que reuniese las características adecuadas. Desde luego todo ello era imposible a causa de la desconfianza del Soriator, quien no bien supiera —gracias a sus magos— que se la enviaba el Monitor, la haría matar con torturas para luego mandarle a vuelta de correo la vulva dentro de un vaso, si se trataba de una mujer; u ordenaría destruir hasta los tornillos si era una robot. Porque sabía que el otro era así: impulsivo y brutal; ni en sueños se le ocurriría que el Monitor la enviaba con buenas intenciones. Aun cuando sus magos se lo dijesen no les creería.
A veces, cuando deseaba averiguar ciertas cosas relacionadas con las Sociedades Esotéricas sorias o rusas, De Gaula encontraba el astral bloqueado. Es que sus enemigos, también muy poderosos, rodeaban algunas zonas con la protección de un exorcismo para hacerlas impenetrables. Pero De Gaula era tan fuerte que, aun sin ayuda de los otros miembros del Gran Mozart, tarde o temprano lograba enterarse de lo deseado.
En oportunidades, cuando se internaba en el futuro o en el pasado, sin querer averiguaba cosas no previstas. Trivialidades, muchas de ellas. En cierta ocasión, por ejemplo, procurando aislar detalles de batallas importantes de la futura guerra —para que la ganase el Monitor—, cayó en este astral:
«Un vivac, con soldados tecnócratas. Era de noche y hacía mucho frío. Los soldados conversaban alrededor del fuego.
Dijo uno de ellos:
—Pero no, realmente, ¿quién escribió el tango pornográfico Qué conchaza tenía la vieja?
Un Iseka con jinetas de sargento:
—Hay un segundo título, en una versión para turistas, censurada y culta, para los mentecatos puritanos gaznápiros que visitaban Monitoria antes de la guerra: Qué concavidad imposible tenía la débil anciana. En realidad no sé quién es el autor.
Está atribuido al profesor Iseka teta (θ) 002: “con licencia para tocar tetas”, según decía él mismo refiriéndose a su prefijo doble cero seguido de dos, que poseía su apellido. Plagiar a James Bond era uno de sus chistes más preciados y ocurrentes.
Trágica fue la historia del profesor Iseka. Cierta vez iba caminando por una plaza muy florida y llena de pájaros, en un día de mucho sol y calor. Pensaba, dentro de ese instante, en ecuaciones diferenciales largas como choclos de medio metro, cuando pasó una chica con dos pechotes bien grandes.
No llevaba corpiño y tenía desprendidos casi todos los botones de la blusa. De pronto ella se detuvo e inclinóse para beber agua de un surtidor. Como la mencionada y su parte delantera se encontraban en un ángulo muy especial con respecto al profesor Iseka, él, durante casi un minuto se las vio bien, bien. Sintió que una mano helada le apretaba el corazón y los testículos. Muy lejos se aumentar el tamaño de la cosa real, ésta mostró una clara tendencia a transformarse en objeto imaginario, u abstracto, mediante el expediente de contraerse hasta su mínima expresión. Comprendió que toda su vida había sido un error y, al otro día, abandonó su cátedra de matemática pa’ siempre. Como si la pobre matemática tuviese la culpa de lo que le pasaba, miren qué grandísimo animal. Se hubiese dejado a sí mismo, en todo caso. Pero, en fin, como decía. Luego del abandono, ya completamente desmoralizado, se dedicó a embalsamar orejones. Tenía…»
Al límite de sus fuerzas, Decamerón de Gaula Iseka volvió atrás a toda velocidad y despertó de su astral. Estaba muy cansado y, para colmo, la última parte de su trabajo —que fue muy largo— se había perdido al internarse en un lugar que no buscaba. De cualquier forma, se sonrió. Le habría gustado saber más sobre el profesor Iseka teta (θ) 002. «Como nada de ello ocurrió aún, cuando realmente suceda será un poco distinto», se dijo.
De Gaula fue uno de los cuatro magos que en la Tecnocracia se negaron a participar en el show mágico del intento por penetrar la Selva Misteriosa. «¿Pero cómo? ¿Usted no va a colaborar con su poder en el cono de energía que estamos formando para romper el bloqueo?», le preguntaron otros magos. «No». «Pero… ¿¡por qué!?». «Porque no», y se negó a dar más explicaciones.
Cuando sorias, tecnócratas y rusos, fracasaron en el intento, De Gaula se limitó a sonreír. Viendo su gesto enigmático, Coco le preguntó:
—¿Por qué pone esa cara, Maestro?
—El monje zen, ante ciertas cosas, se sonríe.
—¿Y qué hay en la selva? ¿Usted lo sabe?
—Claro —contestó de Gaula. Luego dijo echando a Coco una mirada significativa—: Y vos también deberías saberlo.
Coquito se asombró:
—¿¡Yo!? Qué voy a saber yo, Maestro.
—No veo por qué no. Vos y todo el mundo tienen más datos de los necesarios para comprender y sin embargo no entienden. Preguntátelo en esta forma, Coco: ¿quiénes pueden morar en un lugar que los hombres no pueden penetrar? —El otro empezó a entender—. Es como un lugar del cual el hombre se autoexiló; por ello es expulsado cada vez que quiere ocuparlo sin pertenecer. Sólo un hombre o una mujer terrenales tendrían abierta la entrada.
Coco, quien para esa altura estaba culturalizado en varias cosas, terminó por comprender plenamente:
—¿Y nunca vamos a poder entrar al… territorio perdido, digamos?
—No si primero no derrotamos al Antiser.
El discípulo, con una sonrisa —a Coco la lucidez le duraba poco—, preguntó haciéndose el chistoso:
—¿Y usted, Maestro? ¿Estuvo allí alguna vez?
—¿Cómo voy a haber estado si los hombres, quienes tendrían que haberme acompañado, no estuvieron?