Duro camino de la abnegación
En la Tecnocracia había muchos santos dedicados a la solitaria tarea de ayudar a los demás. Como a toda la gente que tiene un fuerte sentimiento de abnegación, a estos magos —el más inepto tenía por lo menos grado 33— les fue muy mal.
Fringílido Iseka (grado 33 en grado 7). Se había especializado en curar manijazos. Así, cuando a un tipo le descargaban un paquete de energía en bloque para matarlo, reventarle un pulmón, enloquecerlo, castrarlo o cualquier cosa, él iba y utilizando su poder lo curaba. Por esta razón le habían puesto «manija» de sobrenombre. Hasta que en una ocasión le pegaron a él dos manijazos en el curso del mismo día. Se dijo: «Bueno, por lo visto me encajaron dos. Pero mañana al medio día ya voy a estar curado», dispuso dentro suyo esa orden. «Así que voy a usar mi energía para seguir ayudando a los demás todo el resto de la jornada». En verdad, si hubiese podido aguantar hasta la mitad del otro día, se hubiese curado. Pero, lo que desgraciadamente él no sabía, era que iba a morir esa misma noche.
U-22 Mufla Iseka (grado 33). Le pegaron un «golpe» en un brazo dejándoselo todo negro, cuando estaba cansado y mal dormido de tanto hacer astrales para otros. Cuando vio el brazo negro —y no deseando hacer un astral para sí mismo y averiguar bien la gravedad de la lesión mágica pues estaba agotado—, le pareció suficiente mandar energía sobre ese sitio para curárselo. Y se lo curó. Pero murió igual, porque él ignoraba que le habían dado dos golpes: uno en el brazo y otro en el hígado; con lo cual a este hombre, que jamás en su vida había abusado del alcohol, se le declaró una cirrosis galopante. Lo del brazo era sólo a los fines de distraerlo del problema mayor. Se habría salvado, no obstante, si alguien lo hubiese ayudado; pero los otros, falsos amigos que cada día lo notaban peor, no le avisaron ni prestaron el menor auxilio. Sin duda temían represalias, los muy cobardes.
S z-7 Iseka (grado 33 en grado 1). Fuerte como Rasputín. Se excedió en tareas de todo tipo: físicas y mágicas. Trabajaba en el puerto, como estibador, en cuatro turnos —ningún obrero portuario trabaja en más de dos—, dieciocho horas diarias. Estaba recién casado con una mujer muy linda. Dormía parado en el ómnibus al ir a su tarea y al volver. En su casa fornicaba todo el tiempo. Generoso, algún minuto lo dedicada a la averiguación astral para solucionar problemas ajenos. Caso increíble, único, de poder y resistencia. Le mandaron dos manijazos: uno de gran energía; otro pequeño, para distraer. Mal dormido, como todos los otros anteriormente consignados, no pudo resistir bien y se malcuró, pese a haber advertido la maniobra diversionaria. Con una nueva hechicería que le mandaron, cierto día se cayó de la planchada al mar. Un barco amarrado le apretó las costillas contra el muelle y lo destrozó.
Por eso, una de las primeras reglas que debían aprenderse en el grupo esotérico Gran Mozart, al cual pertenecía Decamerón de Gaula, era: cuando se conoce a uno de estos hombres santos, que tienen el «vicio» de la abnegación, hay que tener muchísimo cuidado. Ellos dan y dan, hasta darlo todo, sin tope ni medida. Uno cree que son el barril sin fondo, del cual puede sacarse impunemente y de manera indefinida. Los Dioses no perdonan al discípulo responsable por comodidad, estupidez o egoísmo, de la muerte de su Maestro. «Si el Maestro muere por tu culpa, luego te las entenderás con Nosotros». Esta leyenda, que se decía escrita por los mismos Dioses, estaba reproducida en todos los lugares de meditación de Gran Mozart.