CAPÍTULO 24

El Chambelán de Audiencias y el Repostero Monitorial

Monitor presenció el funeral desde Palacio a través de un circuito de televisión. Prefirió mandar a otro para que dijese la alocución fúnebre, pretextando estar enfermo. Porque si la pronunciaba él temía volverse pasional y, en un arrebato, declararle la guerra a Rusia antes de tiempo o cualquier cosa semejante. Estaba lleno de odio pues el muerto era un buen oficial y podía llegar a necesitarlo. Al lado suyo su amigo el barbudo —a quien había conocido en la audiencia— contemplaba silencioso.

Monitor, en un sofocón de ira, apagó el televisor. Estuvo a punto de hacerlo según el procedimiento más dialéctico de hundir la pantalla con una patada, pero luego pensó que los televisores costaban caros al Estado y, en lugar de hacer lo que realmente deseaba, apretó un botoncito y el aparato hizo clic.

Estaban en el lugar, además del Barbudo y el Monitor, varios cortesanos. En un rincón —ya en actitud francamente fetal—, el ex embajador ruso. El pobre tipo se había vuelto loco por completo. El Monitor, de lástima —o quizá por un refinamiento de crueldad— había postergado su deportación a Rusia. El desdichado se pasaba las horas sentado en un rincón en completo silencio, y de su ensimismamiento esquizofrénico sólo podía sacarlo una comida o una tortura.

El Barbudo Misterioso, que había llegado tarde a la famosa audiencia y por ello perdido toda la primera parte, no recordaba al ruso ni de vista. Por eso preguntó señalándolo —más para sacar de su ira al Monitor que por un verdadero interés:

—¿Quién es ése que está siempre en un rincón y no habla?

—Es la «hache» del alfabeto cirílico. Viene a ser el mudo ruso de las letras. Casi un diapasón y si lo conservo es por ese motivo. Lo pincho con una letra y él lanza un grito. Él mismo es su propia cámara de gas, el campo de concentración, la sala de torturas y el horno sepulcral. Él solito es el judío y el SS: todo a un tiempo. Y me gusta que sea así porque lo odio. —Monitor 1 (Bestiaza IV) el Terrible sacó un látigo del cajón del escritorio y lo hizo restallar a los pies del ruso—. ¡Danza, boyardo! Mueve tus caderas. Anadea.

El ex embajador salió en el acto y muy desagradablemente de su mutismo. Ahí estaba otra vez el monstruo fastidiándolo. Balbuceó muy desde abajo, como saliendo de un plano:

—Oh, no… por favor, ¡basta!… por piedad.

—Nada nada, maldito boyardo. Enemigo del Estado absolutamente eléctrico. Nada de nada. Nihil de nihil. Baila para divertirnos.

El ruso (de quien se había esfumado hasta el más leve vestigio de dignidad):

—¿¡Pero yo qué hice!?

Monitor siempre dentro de su implacabilidad festiva:

—No por lo que has hecho sino por lo que eres. Destilaste tu mierda en forma tal que llegó a ser purísima. Luego la llevaste a la temperatura del nihil cero absoluto mediante baños de helio líquido. Demonio —nuevo restallar del látigo—. Danza, boyardo. Ahora pelotearás por todo el cuarto con tu culito, hijo de puta. Iniciaremos la era del basquet futurista. Marinetti. —Latigazo—. ¡Danza! ¡Baila! Mueve tus caderas primulosas. ¡Anadea!

El otro, grogui por todo lo que le pasaba y como si esto fuese poco, tener además que aguantar la tragedia, pálida y espectral de su propia persona, inició un baile grotesco. Sonreía, parpadeaba, movía las orejas, zarandeaba sus dos pompas traseras, mientras su circunstancia de entrepiernas iba quedando cada vez más chica. Como su abdomen era gordo y fláccido, la danza del vientre que inició luego resultó bastante aceptable. Así, en líneas generales.

Iván IV el Castaño o Tétrico:

—Periquete colorete, din, don. Periquete colorete, din, don —a cada «din» y a cada «don» largaba un latigazo con alma y vida sobre los pies del danzarín—. Periquete colorete, din, don. Din, don, din, don, din, don, din, don. ¡Danza!

Todos reían. Iván, particularmente, sollozaba de risa. Continuó haciendo restallar el látigo e incluso dándole sobre los tobillos:

—Periquete colorete, colorete periquete —latigazo—. Paliquete periquete, periquete paliquete —latigazo—. Paliquete colorete, colorete periquete —latigazo.

El infeliz movía el vientre, revoleaba los ojos, sonreía como un zombie auténtico que entrara a escena en un teatro y quedase iluminado por fuertes focos, trastabillaba con torpeza, etc.

El Chambelán de Audiencias, que odiaba a todo el mundo, encantadísimo de ver a alguien sufriendo, comentó sadista al Vicesubchambelán, refiriéndose al ruso.

—Es la Victoria de Samotracia. Con cabeza pero sin victoria.

Y como se había quedado molestísimo desde la vez que el Repostero Monitorial pudo escaparse, ejerciendo violencia imaginativa sobre sí se esforzó por convencerse de que el ruso en realidad no era tal sino el Repostero. Esta inquina pa’ siempre que le había tomado, no lo dejaba reposar. Ya no podía comer postres. Hacía que al otro le enviaran fresas mal estacionadas para que el Monitor, al comer un plato cualquiera —en cuya composición interviniesen— al final de un almuerzo o una comida lo hiciera castrar. Pero el otro se daba cuenta en el acto cuando algún elemento estaba en mal estado y compraba otros aunque tuviera que pagarlos de su bolsillo. En la Tecnocracia, donde todo era barato, las fresas en particular eran carísimas. Y el pobre Repostero, que ni se soñaba la intriga, desconsolado iba a comprar fresas buenas; no sólo para salvar sus huevitos sino también porque no soportaba las cosas mal hechas y sus postres eran creados con amor y arte.

Una sola vez el Repostero intentó solicitar dinero suplementario al Chambelán de Audiencias para reponer fresas y otras cosas que era necesario tirar. Pidió con gran humildad la cuarta parte de la suma que realmente necesitaba para pagar lo indispensable para el postre de aquella noche: al resto pensaba ponerlo él de su dinero.

La reacción del Chambelán fue absolutamente extraordinaria. Sus ojos se encendieron como brasas; empezó a echar espuma por la boca y a mostrar los incisivos: no tal como si quisiera pegarle sino morderlo; su cara se congestionó, al borde de la apoplejía. No podía lanzar una sola palabra. La ira hacía que saliesen únicamente emisiones broncas de energía discontinua, tales como las de un bajo que tuviese la lengua cortada. Los dedos del Chambelán se curvaban como ganchos, levantándose en dirección a la garganta del otro, pero sin salir el cuerpo de su sitio debido a la parálisis. El Repostero, al ver el estado del chichi, huyó despavorido para ponerse fuera del alcance de su enemigo.

Así, pues, el Chambelán, mirando bailar al ruso mientras pensaba en el Repostero con infinito odio, entrevió la posibilidad de una venganza inmediata, ese mismo día. Sonreía mirando al bailarín pero, al ocurrírsele esa idea, la sonrisa se borró siendo cambiada por un rictus de atención. Fue sólo un momento; luego la sonrisa volvió mucho más ancha, mientras murmuraba: «Genial».

El Vicesubchambelán, siempre atento a su amo y a posibles ascensos, interrogó:

—¿Cómo decís, Señor?

Chambelán, como tomado en falta:

—¿Eh? Ah, nada. Ve y dile al Repostero Monitorial que traiga un postre para homenajear al Monitor y a su amigo.

Estuvo a punto de agregar: «El Monitor lo ordena, así que rápido». Pero luego pensó que el imbécil, al traer el plato, podía llegar a decir: «El postre que habéis ordenado, Excelentísimo Señor». Y el Monitor extrañado preguntar: «¿Qué postre? Si yo no ordené ningún postre». Y ahí descubrirse la intriga que planeaba. Así, pues, dijo solamente:

—Yo se lo ordeno. Así que rápido.

El Vicesubchambelán ordenó al Infravicesubchambelán:

—Ve al Repostero Monitorial y dile que traiga un postre genial para homenajear al Monitor y a su amigo. Lo ordena el Chambelán de Audiencias, así que rápido.

El Infravicesubchambelán fue en forma inmediata a comunicar la Buena Nueva al Repostero, como un cáncer que se deslizara espectral sobre babuchas. Aquél, como siempre le decían «… así que rápido», no se sorprendió demasiado ni tuvo miedo. Simplemente estaba pasado de susto. Era tanto lo que había sufrido en la Cocina Monitorial en los últimos meses, que ya no estaba en condiciones de asimilar más terror ni dolor. «Ah, bueno —dijo—. Ya lo llevo».

El Infravicesubchambelán lo miró extrañado. ¿Cómo era posible que no se pusiese pálido? Le había dicho que llevara en el acto un postre y en vez de caerse muerto allí mismo o por lo menos desmayarse del miedo se limitaba a decir: «Ah, bueno». ¿Qué se traería entre manos? ¿Acaso estaba conspirando? Tenía que comunicarse de inmediato con el Monitor. Jamás decírselo al Chambelán, porque no bien se enterase éste de la sublevación se llevaría la gloria y a él no le darían nada. Mirálo vos a este Repostero. El que parecía tan mansito. Mosquita muerta. Ya vas a ver cuando el Monitor te ponga una mano encima. Por las dudas, y en su afán por averiguar más datos sobre la conspiración, insistió: «La torta o lo que sea tiene que ir ahora. Ya». El Repostero, con indiferencia: «Sí».

Más convencido que antes y contentísimo, el Infravicesubchambelán fue a donde el Chambelán a referirle que su orden había sido transmitida, pero guardándose mucho de informarle acerca del complot subversivo que acababa de detectar gracias a su astucia y, cuya mentalidad gris Maestra, era el Repostero. Luego hablaría en privado con Su Excelencia. Seguramente haría castrar al Chambelán y lo nombraría Chambelán a él. Bien. Perfecto.

El Repostero Monitorial, que naturalmente tampoco en esta ocasión hubiese podido fabricar un postre en cinco minutos, tomó uno de los que reservaba para estos menesteres. En apariencia se trataba de algo muy simple, sin alambique alguno. Indigno del mejor repostero de la Nación. Era algo así como un sambayón delicioso; semejaba una tortilla quemada, pero con encajes alcohólicos.

Entró en la Sala Monitorial de los Descansos Terrenales, con el aspecto de un oriental que marcha, a través del suicidio místico, al encuentro de sus Dioses. Por primera vez en los últimos meses no tenía miedo. Le era indiferente vivir o morir. Si el Monitor, en lugar de matarlo lo cubría de honores, permanecería igualmente impertérrito. No era en verdad indiferencia lo suyo; estaba pasado ya, como se adelantó, de dolor, miedo y pena. Había asimilado más animadversión e injusticia de lo que podía soportar y en ese momento vivía cómo en un aura epiléptica. Una especie de ataque frustrado de Gran Mal. Podía caminar, marchar, trabajar, llevar postres e incluso contestar, pero en realidad no era él mismo.

El Chambelán de Audiencias, al verlo aparecer, se le fue al humo sonriendo:

—¡Pero mi querido Repostero…! Ah, qué bello postre. Ascético, pero bello. Muy bien, muy bien. —Afectando espantarse miró de pronto en dirección al Monitor para desviar la vista del Repostero—: ¡Aaah! ¿¡Qué es ese horror lleno de pelos y con un solo ojo, posado sobre el hombro del Monitor!?

El Repostero miró y nada vio. Mientras volvía la cabeza, el Chambelán echó un puñado de polvos amargos sobre el postre.

—Yo no veo nada —dijo el Repostero.

El Chambelán, con calma:

—¿No? Pues ya se habrá ido. Lleva tu postre. Anda. Ve.

El Repostero fue hacia el Monitor, quien había largado el látigo, ya cansado del ruso:

—Vuestro postre, Excelentísimo Señor.

Monitor, extrañado pero goloso:

—¿Mí postre? Si yo no pedí ningún postre. —Un escalofrío estremeció al Chambelán—. Está bien: déjalo. Parece rico. —A su amigo el Barbudo—: Ven. Comamos este postre maravilloso. Aladíno.

El otro, un poco aburrido se acercó pero, goloso también, al ver la corteza amarilla de aquella especie de sambayón, tomó rampante la cuchara. Hundióla presto y sacó un pedazo como un iceberg. Era enorme: amarillo por encima y todo blanco por debajo y en la pulpa. A medio metro se sentía el olor perfumado a bebida alcohólica fina con que había sido creado. Se lo llevó a la boca sin preocuparse poco o mucho por la descortesía de comer antes que el Monitor y se zampó un trozo, lleno de lujuria. Lo tuvo un segundo entero en la boca, inmóvil, mientras todos observaban sonriendo: el Monitor por amistad, casi todos los otros por obsecuencia. De pronto escupió. Pero no fue una escupida más: aquello parecía un géiser, una fumarola o una solfatara. Salió acompañado de saliva y ruido horrísono. Pedazos de postre, como un moco, le quedaron adheridos al bigote y a la barba. El Barbudo Misterioso se quejó:

—¡Aaahj!

Monitor, asustado, mientras el Chambelán de Audiencias se frotaba las manos:

—¡Un atentado! ¡Cierren las puertas! —Al barbudo—: ¿Qué te pasó? ¿Qué tiene?

—Es lo más amargo que he probado en mi vida. Es horroroso.

Monitor, al Chambelán:

—Haz que lo analicen.

El Chambelán al Subchambelán:

—Haz que lo analicen.

El Subchambelán al Vicesubchambelán:

—Haz que lo analicen.

El Vicesubchambelán al Infravicesubchambelán:

—Haz que lo analicen.

El Infravicesubchambelán pulsando un botón llamó a través de una parrilla:

—Que manden a alguien del laboratorio.

De inmediato apareció un científico lleno de aparatitos quien preguntó: —¿Qué debo analizar?

El Chambelán de Audiencias:

—Ese postre.

Con frialdad y eficiencia el otro se puso a trabajar. A los cinco minutos el aparato le dio todos los datos. Dijo el científico:

—Este postre no contiene la menor sustancia tóxica.

—¿Y por qué está tan amargo? —preguntó el Monitor.

El científico, sin sentirse impresionado en lo más mínimo por la presencia del Jefe de Estado, replicó:

—Se debe a una posterior espolvoreación del postre con una sustancia altamente amarga pero inofensiva para la salud.

Monitor:

—Está bien. Puede irse.

El científico taconeó, inclinó la cabeza un breve momento, y se fue. Monitor se volvió furioso al Repostero Monitorial:

—¿Me querés decir cómo vas a explicarme esto?

Repostero, muy tranquilo:

—No encuentro ninguna explicación, Excelentísimo Señor.

—¡Cómo que «no encuentro ninguna explicación»! Descuidado como un animal has mezclado o rociado por inadvertencia el postre con una sustancia altamente amarga. Y todavía te quedás lo más tranquilo. ¿Cómo explicás lo que pasó?

Repostero, aún con la calma que brinda el aura, contestó calmoso y hasta dignamente:

—No encuentro ninguna explicación, Excelentísimo Señor. Sólo sé que los ingredientes fueron los adecuados. Yo nada puse en esta máquina que fabriqué para vuestro placer que pudiera darle mal sabor.

Monitor se desconcertó un poco al oírlo hablar con una dignidad tan poco habitual.

El Infravicesubchambelán saltó al ruedo, aunque un poco tarde:

—¡Yo lo descubrí, Excelentísimo Señor! Hace un rato, cuando hablé con él, entré en sospechas.

Monitor cambió la dirección de su enojo:

—Ah, conque sabías. ¿Eh? ¿Qué sabías?

El Infravicesubchambelán prosiguió ciegamente adelante, obcecado y estúpido:

—Sé que prepara un complot. Me di cuenta al verlo tan cambiado.

Monitor, con frialdad:

—¿Y por qué no me avisaste antes? Yo podría estar muerto ahora.

El Infravicesub, desconcertado:

—Pero… quería averiguar detalles, confirmar…

Monitor, con tono muy peligroso y de mal agüero:

—¿Sí? Ah, qué inteligente has sido. Ya hablaremos después. —Volviéndose al Repostero—: Estoy aguardando tus explicaciones.

Repostero:

—Nada sé, Excelentísimo Señor.

Monitor, en movimiento envolvente:

—¿Ah, no lo sabes? Bueno. Pero ¿lo amargo estaría dentro o fuera? Porque si estaba afuera tan sólo, no sería tan grave. Un accidente puede ocurrirle a cualquiera. ¿Estaba afuera, verdad?

—No lo sé, Excelentísimo Señor.

Monitor se quedó mirándolo con los ojos entrecerrados. No sabía qué determinación tomar. El damnificado Barbudo, olvidado del mal rato, se dedicaba a observar a todos los presentes, particularmente al Chambelán y al Infravicesubchambelán.

El Chambelán se puso histérico en medio de su dicha, y graznó al tiempo que sentía una violenta excitación sexual.

—¡Cástralo, Divino Señor! ¡Cástralo como castigo! —Refocilándose—: Porque claro, pobrecito: con las pelotitas cortaditas, ya no hará postrecitos en mal estadito. Hay que dejarlo capadito como a un chancho capón, así se pone gordito y doctísimo. —Lleno de odio, al Repostero—: Como las mujeres ya no te van a interesar más, ahora podrás dedicarte al estudio de la alta repostería por entero y así crear postres que sean la maravilla diaria del Divino Monitor. Claro. Incluso recomiendo que en nombre de estos altos fines sea inmediatamente castrado aunque sea inocente. Castradito, capadito, sin poder hacer eso más: así. Aprenderás a no usar fresas en mal estado, o mal estacionadas. A arrancarle las lozanas y verdes frondas, se ha dicho.

Un hilo de saliva comenzó a deslizarse por la comisura derecha del Chambelán, mientras se ponía lívido y unas peligrosas manchas rojas aparecían en su cara. El Monitor, extrañado, contemplaba todo esto sin comprender. Pero el Barbudo sí que comprendía. Preguntó al Chambelán:

—¿Por qué hablas de fresas, si éste es un postre que no las lleva?

El Chambelán salió de sus espasmos de odio:

—¿Cómo dice? —se pasó una mano por la frente—. ¿Fresas? ¿Dije fresas?

Barbudo, implacable:

—Sí. Dijo. Fresas. ¿Qué fresas? Este postre no las tiene.

—Buenooo… No sé por qué lo dije. Pero siempre usa en los postres que llevan fresas, fresas en mal estado —poco a poco la lividez del Chambelán empezó a disminuir.

—Días pasados comimos postres con fresas —prosiguió el Barbudo—, pero ésas eran buenas.

Chambelán, fríamente:

—Si no es culpable de eso, de cualquier forma lo es de otras cosas. Este postre amargo, por ejemplo.

El Barbudo, no dispuesto a permitir que lo desviaran del tema, se volvió al Repostero:

—¿Por qué este hombre te acusa de usar fresas mal estacionadas?

El Repostero, con la tranquilidad de un principio, contestó como si se tratara de los problemas de otro:

—Frecuentemente encuentro que las fresas están en mal estado.

Barbudo:

—Pero siempre las comimos deliciosas.

—Eso es porque yo compré fresas buenas y tiré las malas.

—Pero el Chambelán te acusa de usarlas. ¿Por qué? ¿Qué historia hay detrás de estas fresas?

—Lo ignoro, señor. Sólo sé que no soy culpable del asunto de las fresas, que bastante caras me cuestan.

—Bueno, no te cuestan a ti. A la caja chica monitorial, en todo caso.

—No. Es dinero de mi bolsillo.

Barbudo, con asombro:

—¿Cómo? ¿No te es devuelto el dinero?

—No.

Monitor, al Chambelán:

—¿Por qué no le es devuelto su dinero a este hombre?

—¡Pero Excelentísimo Señor! —replicó el aludido—. Dice que gasta pero no gasta. Las fresas y todo siempre llegaron en buen estado.

—¿Y por qué lo acusaste de usar fresas en mal estado? —preguntó el Monitor.

Chambelán, algo asustado:

—Lo dije como un símbolo.

—¡Qué símbolo ni ocho cuartos! Lo que quiero saber…

El Barbudo lo interrumpió suavemente:

—Perdoná: ¿me dejás interrogarlo?

—Sí. Y más vale que averigües lo que pasa en toda esta cosa rarísima, o mis chinitos van a empezar a interrogar.

Barbudo, al Repostero:

—¿No pediste que te devolvieran el dinero?

—Sí.

—¿Y? ¿Qué? ¿Hay que sacarte las cosas con tirabuzón? Hablá.

—Al Chambelán estuvo a punto de darle un ataque, así que no insistí.

—¿Es sólo en los últimos tiempos que vienen fresas y otras cosas en mal estado, o fue siempre así?

—Es sólo en los últimos tiempos.

Barbudo, a Monitor:

—Me parece que a este hombre lo quieren hacer quedar mal.

Chambelán, furiosamente:

—¡No es cierto! ¡Nadie lo quiere hacer quedar mal! ¿Y cómo puede explicar el señor Repostero su descuido criminal en el postre de hoy? De la misma manera que por inadvertencia echó acíbar, así más adelante tirará veneno para ratas, cianuro, cristales de arsénico, etc.

Monitor miró un momento al Chambelán, luego al Repostero, otra vez al Chambelán, después al Infravicesubchambelán —que estaba tratando en ese momento de confundirse con el paisaje viendo que la cosa iba mal—, y comprendió todo. El tecnócrata dijo a sus esbirros, señalando al Chambelán y al Infravicesubchambelán:

—Córtenles las pelotas a los dos, y mándenlos a trabajar a las excavaciones de tierras raras.

De nada valieron gemidos y protestas. Se los llevaron de los pelos.

Monitor se levantó de su trono y acercándose al Repostero, le dijo poniéndole una mano en el hombro:

—Ya comprendí que nada tenías que ver en el asunto. Encontrá consuelo al pensar que tus enemigos no van a poder causarte nuevos problemas. Quiero decirte que sos el mejor Repostero que yo haya tenido jamás. Andá y preparáme algún postre.

El Repostero, que en el momento de peligro se había sostenido gracias al aura, luego del cambio de fortuna comenzó a desplomarse rápidamente. Fue necesario que el Monitor y el Barbudo lo llevasen hasta un sillón, cada uno sosteniéndolo de un brazo, y le suministraran un cordial. Fue preciso además confortarlo de cien maneras distintas.

Repostero, sollozando:

—Mi Monitor: yo siempre le fui fiel, siempre estuve a su servicio. Usted… ¿por qué usted siempre pareció odiarme?… Lo he venerado como a un Dios porque levantó a esta Nación. Cuando entré a su servicio… yo soñaba… Yo era feliz por aquel entonces. Pero no puedo vivir así, en el perpetuo terror. Estoy harto.

Monitor, muy conmovido:

—Yo no te odio, no seas tonto. Mirá: vamos a hacer una cosa. Ahora te vas a ir a descansar…

Repostero, tratando de incorporarse:

—¡No! No puedo descansar. Debo hacer el postre que usted me ordenó…

Monitor, haciéndose el enojado:

—Silencio en el desfilé. No me interrumpas que no he terminado de hablar; a ver si te deporto administrativamente a la tercera provincia Escuálida. Ahora te vas con tu mujer… —Monitor se interrumpió. En realidad, ¿tenía mujer el otro? ¿Qué sabía de este tipo, si era la primera vez en la vida que lo veía como a un ser humano?— ¿Tenés mujer, no?

—Sí.

—¿Hijos?

—Dos.

—Muy bien. Pues se me va a casa con su mujer y sus dos hijos y descansa cuatro días. Que se los tiene bien ganados. —Con otro tono, acercándole la cara—: Escucháme: ya nadie te va a molestar. Vas a poder dedicarte a tu arte en paz. Y dentro de cuatro días me harás un pastel de chocolate que, como sabrás, son mis favoritos. Soy el Monitor más goloso que ha tenido la Tecnocracia; cosa doblemente cierta si se tiene en cuenta que soy hasta ahora el único Monitor que la Tecnocracia ha tenido —y se rió entre dientes, agresivamente insípido. El Repostero, riendo también pero entre lágrimas, en el deshielo de la tensión (que siempre produce inestabilidad al principio), se incorporó y, temblando todavía, saludó y se fue.

Monitor había quedado conmovido y preocupado. Ordenó despejar la Sala y quedó a solas con su amigo. Dijo el Barbudo:

—Lo que debe haber sufrido, pobrecito.

—Sí. Pero lo que me preocupa es que todo esto en parte es por mi culpa. Ahora la cosa no fue tan grave, pero ¿cuántas cagadas me mando y yo no lo sé?

El Barbudo replicó:

—Vos has blindado tu persona a fin de protegerte. Pero al hacerlo te inhumanizaste. De nada vale ser como un Dios si uno se corta de todo sentimiento para no sufrir.

—¡Puta! Lo decís como si fuera tan…

—Ya sé que no es fácil. Pero no tenés más remedio. Este tipo, por ejemplo: ha estado mil días delante tuyo y jamás lo viste como a otro ser.

—Justamente en eso estaba pensando.

—Y bueno. Ahí tenés. Resulta necesario que seas Un Dios, pero sin perder humanidad.

Monitor, oscilando entre los sentimientos verdaderos y el sentimentalismo hipócrita:

—No sé si vos tendrás lá misma memoria que yo para las cosas. Recuerdo no sólo los tonos de voz y las caras, sino también los menores ademanes, los textos exactos que ha dicho un tipo, diez años después de la última vez que lo vi. Así, ignoro si recordás el día en que te conocí.

—Cómo no me voy a acordar.

—No, ya sé. No es eso. Me refiero a todos y cada uno de los detalles. Por ejemplo, cuando te hice traer ese postre para homenajearte.

—Sí.

—Y bueno. Voz probaste el postre y yo te pregunté qué te parecía. Y dijiste: «¡Riquísimo!». ¿Te acordás?

—No sé. Puede ser. Recuerdo que me gustó.

—Dijiste exactamente eso. Bueno. Y entonces yo agregué: «Me alegro por alguien que yo sé. Uno que se salvó gracias a ti». Pues bien: lo que yo quería significar era que como el Repostero no hubiese hecho un postre de tu agrado, le iba a hacer cortar las pelotas.

El Barbudo, casi indiferente:

—¿Y te parece lindo?

—No. No me parece lindo —y Monitor quedó firme, esperando un castigo.

Barbudo, con animación:

—Todo eso es tu parte inhumana. ¿No sabés que en la repostería, como en cualquier asunto, a veces las cosas no salen bien? Uno pone los mismos ingredientes que siempre, en idénticas proporciones, y con el amor necesario. Y sin embargo la cosa no sale igual, por una suerte de milagro a la inversa. ¿No sabías eso?

—No. Pero debí.

—Y bueno. O le arruinaron el postre con una hechicería, o lo manijearon para que se equivocase en el tiempo de cocción, o el horóscopo marcaba una conjunción desfavorable, o lo que fuera. Ése es un tipo que siempre te fue fiel y te quiso; basta verle La cara para darse cuenta. Sólo un inhumano como vos no se percata de lo obvio. —Monitor hubiese matado a cualquiera que le dijese algo parecido en otro momento. Pero era una persona tan rara que por esa vez se lo tragó. Es más: meditó profundamente en ello. El otro prosiguió—: Ese hombre te quería y vos estuviste a punto de hacerlo cagar —dijo a propósito «te quería» en lugar de «te quiere», para que subliminalmente el otro viera muerto al Repostero y así el shock fuese mayor. Yo reconozco que no se puede ser humano cuando se gobierna bien; el dirigente debe ser implacable, porque la suya es una tarea básicamente inhumana. Pero no se puede gobernar sin humanidad. Ésa es la contradicción del gobernante.

Monitor, irónico:

—Dijo Lao Tsé.

—No lo dijo Lao Tsé. Te lo digo yo y hablo en serio.

Monitor, ahora sin ironía:

—Sí, comprendo. —Luego de una pausa—: Ser inhumano y además humano. ¡Vaya tarea!

—Vaya tarea, pero por eso el dirigente debe ser uno de los Dioses de su pueblo. Porque es dificilísimo. Mirálo al Soria Soriator. Él no tiene ningún problema.

—Él no tiene problemas porque es un soria.

—Seguro que no tiene problemas porque es un soria. Seguro. Pero vos no sos un soria. Él en su país se limita a bajar la caña. No le interesa un comino la felicidad de nadie. Sólo quiere juntar suficiente poder para destruirte, y una vez que lo logre, si lo logra, se va a morir de aburrimiento. No le va a quedar otro remedio después de la victoria que mirarse el ombligo, o matar a su propia gente y después colgarse él de las testiculotas. Para el Soriator, el pueblo es su propiedad privada, no una enorme y única responsabilidad fragmentada en millones.

—Por mí el Soria Soriator se puede ir a la soria. O sea: a la mierda.

—Y que se vaya a la mierda, pero no te vayas a la mierda vos.

Monitor decidió dentro suyo que el otro tenía razón. Pero, con la falta de unidad temática que lo caracterizaba, en un segundo rotó sobre su eje cambiando de ruta. Se dirigió a una de las paredes y apretó un botoncito; con un chasquido la pared desapareció dejando un hueco que contenía una biblioteca de veinticinco mil ejemplares. Se volvió al Barbudo y dijo sonriendo: