CAPÍTULO 21

El cuadro

Monitor, luego de la fiesta posterior a la audiencia y potenciado por la vodka —lo que no significa borracho, pues sólo el cianuro hubiese volteado a ese animal y aún a ello no lo sé de cierto—, se dirigió a su habitación monitorial. Hacía tiempo que deseaba hacerse representar en un cuadro, de cuerpo entero. «¡Cuánta tela!», se le ocurrió, puesto que lo deseaba de tamaño natural y él era muy grandote.

Se colocó sobre un cuadrado disimulado en el piso de su cuarto y, poniéndose casi de rodillas, apretó un resorte secreto. De inmediato la sección se hundió velozmente, como si se tratara de un ascensor, arrastrándolo con ella. Para su comodidad Bcstiaza se había hecho construir —resultó tan caro como levantar las murallas de Babilonia— un sistema de túneles y subtes secretos, que podían desplazarlo por toda Monitoria y hasta los más remotos confines de sus arrabales. ¡Él era el único pasajero del transporte misterioso! No tenía más que pulsar el resorte del piso de su recinto privado y, el cuadradito, luego de descender, deteníase un momento para continuar después adelante como la alfombra de Alalino. De esta manera, cuando no deseaba recorrer un pasillo a pie, podía arribar a la Sala de Audiencias, o al Centro de Computación o a una cualquiera de sus cámaras orgiásticas, donde organizaba sus festines e improntas colectivas. Pero también, a veces, ponía rumbo a un lejano cuarto donde cambiaba de ropas disfrazándose de particular y modificaba su fisonomía. El cuarto remoto quedaba en una casa deshabitada y ruinosa, y levantábase en un suburbio de Monitoria.

Le encantaba desplazarse de incógnito por las calles, como el califa Harum Al Raschid. Para fortificar el bloqueo que producía el enmascaramiento del maquillaje y el cambio de ropas, munido de una máquina mágica de la ilusión que sus magos le habían regalado, lanzaba energías mentales sobre la gente. Así las personas, totalmente confundidas, no lo identificaban ni aun cuando hablara con ellos. Si un hombre cualquiera lo miraba creía estar viendo a otro de rasgos totalmente distintos, no obstante contemplar el rostro miles de veces observado en noticieros, diarios o televisión. Podía transformarse —en la fantasía sugerida en el que observaba— en mujer, niño, viejo u otro hombre. O incluso mutarse en un conocido cualquiera del ilusionado, aunque el Monitor no lo hubiera visto en su vida, por el simple recurso de extraerlo de la memoria del otro. Se preguntará entonces para qué necesitaba cambiarse de ropa o ponerse maquillaje. No lo necesitaba en absoluto: lo hacía de preciosista.

Cierta vez, apoyado por su máquina de la ilusión, incluso se animó a visitar el país de los sorias, pese a que sus magos le aconsejaron no intentar tal locura. Él se limitó a decirles: «Bueno, pues protéjanme. Para eso están después de todo». Los ocultistas tecnócratas se vieron obligados a efectuar exorcismos poderosos y magias no previstas, para evitar que lo detectasen los esoteristas enemigos, quienes lo hubiesen destruido al instante.

El día del cuadro, luego de haber descendido varios metros por debajo de los sótanos y túneles más profundos de la ciudad, el subte de un solo hombre lo condujo al habitual edificio en ruinas. Levantó la tapa y salió. El recinto estaba lleno de sofás apolillados, maderas viejas, hierros, botellas vacías de Trueno Monitor, cascotes, etc. Cruzó la habitación plagada de tapices raídos y cuadros lívidos y, corriendo un panel, salió a un callejón a oscuras.

Máquina de la ilusión mediante subió a un transporte colectivo. Repleto a esa hora. «No empujés, grandote boludo», le dijeron. «Disculpe». Fue un azaroso viaje en el cual las defensas automáticas de su máquina protectora, se vieron obligadas a destruir a tres tipos que lo atacaron con mudras[22]. Siguieron tal cual en apariencia, pero con las almas quemadas; de manera que nadie se dio cuenta salvo los interesados. No lo agredieron porque fuese el Monitor, cosa que ignoraban. Si lo hubiesen sospechado sé habrían guardado mucho de fastidiarlo. Eran magos menores que estaban aprendiendo magia; lo usaron como blanco para practicar, pero podrían haber tomado a otro cualquiera como víctima. Lejos estaban de soñar con quién se metían.

Monitor bajó en una adecuada intersección de calles y tocó el timbre de cierta casa. Era la vivienda de un famoso pintor: Eucaliptol 12-12 Iseka.

—Vengo a que me haga un cuadro de cuerpo entero —explicó Bestiaza cuando el otro abrió la puerta.

El pintor, ilusionado, no lo reconoció y dijo en tono brusco:

—Cobro caro.

—Lo sé. El precio no tiene importancia.

—Pase.

Ya dentro Monitor apagó la máquina. El pintor, que estaba de espaldas haciéndose el interesante y afectando buscar una cosa, al volverse quedó absolutamente horrorizado.

—El Monitor… —balbuceó. «Este hijo de puta me hizo el mudra de la ilusión». Este pensamiento vino lleno de odio. Se sentía humillado pues él tenía algún conocimiento esotérico y no le hizo gracia que lo engañaran con tanta facilidad. Monitor, como sabemos, no había hecho mudra alguno. A su enmascaramiento, como a todos los otros actos de magia (combate en el ómnibus), lo había realizado su máquina. Pero el pintor no era un iniciado tan alto como para poder darse cuenta; así, atribuía a un mudra el espejismo de que había sido víctima.

—Sí. Soy el Monitor. ¿Cambia en algo la cosa?

Torvo, pero simulando rápidamente:

—No. Siéntese y dígame que desea, mi Monitor.

—Un cuadro de cuerpo entero.

—¿Pero por qué me lo pide a mí?

—Porque es usted un artista excelente.

El otro no permitió que el elogio halagase su vanidad, pues ello hubiese podido disminuir sus defensas. Aguardó por dentro. En lo externo, sin embargo, manifestó impaciencia mínima aunque cortés.

—¿Entonces?

El tecnócrata, iniciando el tuteo:

—Haz de mí una pintura que me deje en buen lugar. Múestrame blandiendo un hacha al tiempo que pronuncio las más dulces palabras de paz. Obedéceme y yo haré de ti un hombre, muchacho.

—Sí, Excelentísimo Señor.

—Histérico y vociferante, mordiendo cortinados rojos. Déspota fanático, tal como soy. Ya lo sabes: una cosa general, así. Irás comprendiendo que cuento contigo para que me dejes en buen lugar. Quiero decir: en un sitio de exaltación.

El otro, que lo odiaba, contestó dispuesto a aprovechar políticamente la supuesta locura monitorial:

—Lo haré con muchísimo placer. A eso ni lo dudes.

Bestiaza exaltó épico:

—Sobre todo, en la descripción en que yo blanda el hacha, ten cuidado de mostrar mi boca, que en todos los casos echará espuma, lista para morder. Así: lanzando espumarajos, los ojos desorbitados, las miradas feroces en todas direcciones y los zarpazos y patadas de mis discursos. No te olvides. No me dejes en mal lugar. Mira que confío en ti.

El otro, que a todo este parlamento monitorial casi no podía aguantar la risa y el desprecio, simplemente comentó:

—No lo olvidaré. No te aflijas.

Monitor Iseka prosiguió:

—Quiero que todos al mirar el cuadro digan con Los preludios de Liszt como fondo: «He aquí un verdadero monstruo. Éste es Bestiaza, que nos gobierna. Seguro que duerme echado sobre el piso, como los bárbaros, o los embajadores rusos de las épocas de Vasilii III». —Con total sinceridad—: Así todos se encariñarán conmigo.

Eucaliptol 12-12 Iseka grulló con sorna y retintín, semejante a un ave maléfica posada sobre el respaldar de una silla:

—Sí, Excelentísimo Señor. Tus órdenes serán obedecidas. Incluso iré más lejos de lo que has pedido: describiré con lujo de detalles tus desplantes, tus salidas de tono, tus excesos, tus exabruptos, tus deportaciones administrativas a Síberia, etc.

Monitor, con alivio:

—Sí. Estoy seguro de que puedo confiar en ti. ¡Porque yo no concibo la traición! Yo no entiendo cómo alguien puede traicionar a su Patria o al principio de la máquina sacra, que defendemos.

El otro, encantado de verlo en pleno delirio y con la guardia baja, dijo solamente —cosa de no apartarlo ni con un mínimo gesto de su confesión:

—No temas.

—¡Oh, yo no temo! Nunca tuve miedo. Di en tu pintura psicológica del monstruo, que yo tenía especial predilección por las babuchas del Emperador y que cierta vez con ellas eché a patadas en el culo por los corredores a uno de los imbéciles de la Monitoria de Gimnasia y Trabajo, que me había propuesto algo así como la creación de Sindicatos… En fin, ya lo he olvidado. Di cómo lo eché a patadas en el culo con mis babuchas. Todo en el cuadro.

Ansioso por empezar ya mismo:

—Lo haré, lo haré.

Enternecido, Iván IV Stalin III Iseka el Terrible le apoyó una manaza en el hombro:

—Gracias, Bruto. Eres mi único apoyo, dadas las circunstancias.

El otro, entonces, comprendió al instante que su Monitor no era ningún estúpido.

Monitor Iseka:

—¿Qué esperabas? ¿Alguna confesión vergonzosa? ¿Que yo no tuviese conciencia de la realidad o que ignorara quiénes son mis enemigos? No, estimado. No se haga ilusiones.

El pintor, conociéndose obvio, no supo si continuar con la simulación o qué. Como no sabía optó por callar; decisión inteligentísima pues la ira del Monitor era muy fácil de encender. Éste se retiró, no sin antes decir:

—Le recomiendo que no me haga seguir por sus amiguitos.

El aludido casi respondió abandonando toda ocultación: «No soy tan imbécil». En cambio dijo:

—¿Qué amigos? Yo no tengo amigos. ¿Por qué lo iba a seguir o hacer seguir?

Monitor se fue sin escucharlo del todo, en actitud análoga al que percibe subliminalmente el susurro de una cucaracha marchando sobre pan duro.

A los pocos días mandó a un oficial a buscar el cuadro. Éste se encontraba terminado y tal como el Monitor quería. O sea: los dos se salieron con la suya, pero mucho más el Jefe de Estado, pues con una toma de judo había obligado a la energía del otro a pivotear ciento ochenta grados.

Eucaliptol 12-12 Iseka era de ésos que no aprenden con una lección. Necesitan otras. Obcecado, como no había podido reventarlo con el asunto del cuadro, creyó que le iría mejor recolectando, con ayuda de sus amigos, todo tipo de documentos que, una vez en el extranjero, sirviesen para probar la locura del Monitor y lo absurdo y demente de su sistema político. Confeccionaba, al efecto, tomos y tomos de recortes de periódicos y revistas que pegaba en gruesas agendas. Su intención era escribir un libraco nibelungen, altamente maléfico, a publicar en Soria con pseudónimo. A continuación daremos algunos ejemplos:

Etcétera.

Monitor, gracias a las I doble E, supo que el pintor era el autor del texto. Sin embargo prohibió que le hicieran cosa alguna. Declaró: «Déjenlo. Según mi opinión, ese libro está más a favor que en contra».

Por lo visto el Monitor no tenía la menor idea del efecto que sus declaraciones y desplantes tenían en los otros.