El Monitor
Algunas de las ocurrencias del Monitor se hicieron célebres: «Las mujeres tecnócratas llegan al orgasmo con temblor de terremoto». En otra ocasión declaró: «Los peces sueñan», se ignora totalmente qué quiso significar con ello, salvo eso mismo. Cada tanto emitía una de estas afirmaciones absolutas, que nadie sabía de dónde las sacaba. Cosa curiosa no siempre tratábase de disparates, pues mucho después y para algunas de ellas podía comprobarse su vigencia. Cada dos despropósitos una frase iluminada.
Dijo de cierto escritor nauseoso: «Ni me lo nombren al chichi. Ese homosexual arrepentido, vergonzante a su vez de su arrepentimiento. Para colmo sin asumir ni lo uno ni lo otro. Moviéndose en lo subliminal, el muy picarón. Sus personajes condenados lo protegían. Hizo creer a todo el mundo que si era tan implacable con sus criaturas de ficción, qué no sería consigo mismo. Como el infierno son los otros prefirió que “los otros” estuviesen en sus libros, así podía controlarlos mejor. Astuto, el muy escritor. Existencialista sin esencia, esencialista sin existencia. Todo resorte y tapa falsa. Ochenta y dos mil tomos y timos para decir poquísimo. “El ser es pero es anti-ahora”. Ya sé que no lo dijo. Debió decirlo; al menos si hubiera sido sincero durante un minuto. No obstante tengo que reconocer que hizo bien. Ese solitario minuto le hubiese costado la vida.
Bien sabía él, el muy pillastre, que todo el mundo se siente culpable de algo. Rodeado del temor ajeno, éste habría de protegerlo como una energía subconsciente y amorfa. Le adiviné la intención desde lejos, a ese hacedor de culpas perpetuas y echador de pálidas», el Monitor, en su furia creciente, no había vacilado en recurrir al argot híppie.
Pero una de sus frases más comentadas fue: «Estamos preparando la Súper de setenta megatones, pero no con fines bélicos». Este acertijo motivó el siguiente comentario en un diario de Soria:
«En una histérica arenga pronunciada en Monitoria, Tecnocracia Central, Stalin III el Terrible, reiteró su trasnochada afirmación de que están preparando la Súper de setenta megatones temporales “pero no con fines bélicos”. Aquí tenemos una nueva muestra de su desfachatado cinismo. Él y exclusivamente él es el responsable del aumento de la tensión internacional, de la reanudación de la Guerra Fría, y de la escalada en la carrera armamentista. Si alguna vez se tiene que enfrentar en serio con el poderío ruso y el nuestro se va a querer agarrar la cabeza. Como buen tecnócrata cree ser el único dueño de la técnica. Que lo piense un poco antes de hacerse el loquito».
Para horror de sus Kratos trataba con ligereza incluso a quienes se suponía eran sus aliados. El embajador de Chanchelia, hombre habilidoso e imperturbable, que timoneaba con cuidado la difícil relación entre su gobierno y el del Monitor, le dijo en cierta ocasión: «Y a todo lo dicho, que según entendemos es una propuesta muy conveniente para nuestros dos países, ¿qué concesión ofrecería usted, como parte de una ofensiva diplomática?». Monitor contestó groseramente: «El sordo retumbar de las botas de las tropas tecnócratas». El embajador, al oír el exabrupto, por un instante perdió la cabeza: «¡Pero eso es una barbaridad! Esas no son palabras de un estadista. ¿Cree acaso que alguien se va a sentir intimidado?». «¿Y a mí que me importa si ustedes piensan eso? Nadie puede ni debe oponerse a mis providencias absolutistas».
El otro, como es natural, mortalmente ofendido pasó un pésimo informe a su gobierno: «Según mi leal saber y entender, no conviene al futuro e integridad de Chanchelia efectuar alianza, del tipo que fuera, con un hombre loco. He recibido interesantes ofertas de los rusos, que estimo sinceras. Por otra parte, una sana pero prudente desconfianza hacia el gobierno de Soria, me parece justificable. Una posible alianza chanchelio-rusa nos preservaría de cualquier ambición territorial soria o tecnócrata».
Lógicamente los rusos llegaron a Chanchelia y se la fumaron en pipa, pero esto es otra historia. Debe aclararse, no obstante, que el gobierno de Chanchelia hacía rato que aguardaba con cariño la sobreprotección soviética, Si envió embajador plenipotenciario a Tecnocracia fue exclusivamente por el miedo que le tenían a Iseka. Pero los desplantes monitoriales aceleraron los procesos de la inevitable ruptura. Querían ganar tiempo para, entre otras muchas cosas, introducir agentes y cristalizar el espionaje industrial que había comenzado. Los exabruptos de Iseka Monitor lo impidieron.
Iseka era una bestia pero tenía intuición. Como un campesino ruso.
No había términos medios en los sentimientos que inspiraba este hombre. Lo mismo ocurría con el Soria Soriator: o absolutamente amados o totalmente aborrecidos.
El exembajador plenipotenciario de Chanchelia en Tecnocracia, que luego fue primer ministro del nuevo gobierno prosoviético, recordaba a Iseka con particular odio: «Daría un mes de mi sueldo de primer ministro, aunque después con mi mujer y mis hijos tuviésemos que vivir de la tarjeta de racionamiento de un amigo, con tal de verlo a ese cerdo en un sarcófago. —Delirando—: Por tener ese placer: verlo rodeado de flores, con los brazos en cruz y envuelto en su bandera puta, y así yo poder mandarle una corona como hacían los gangsters».
Como el Monitor poseía tan poco tacto como un orangután que tuviese entre sus patas un jarrón de la dinastía T’ang, y lo sabía, se hacía acompañar al extranjero por un abogado encargado de la maceración de las mentes, que siempre hablaba primero. Y aunque el Monitor lo insultase o amenazara con enviarlo a las Salinas Chicas en caso de que no lo dejara en paz, el otro, consciente de su misión y austero como un monje, no se daba por aludido e igual hablaba primero. Lanzaba al interlocutor inválido varias frases enroscadas unas con otras, generalmente en latín, pero de manera tal que aunque el otro fuese traductor de Ovidio no entendía una palabra. Ni tan sólo una letra. Ejemplo: «Deus ex machina bona fide ad hoc, si vis pacem para bellum. Todo a los fines, como ya habrá entendido usted, Excelencia, de no promover el incidente y además pienso que debemos conquistar Cartago. Catón dixit». Con el eventual agregado de expresiones incorporadas a martillazos, tales como «figura jurídica», «contencioso». Y aún más: largos rollos contraídos, mochando palabras e incluso frases: «diligencias promovidas en autos caratulados / fehacientemente / sobrerraspado / ministerio legis/ el más arriba mencionado incidente consignado en folios». Etc. Y si el otro intentaba preguntar de qué incidente hablaba, el abogado afectaba hacer esfuerzos por disimular su extrañeza ante la ignorancia del otro. Podía largar a manera de aclaración algo como esto: «Es lo mismo que el problema de las raíces en matemática. Dos coma ochenta y nueve es el poder generador del número ocho, ¿cierto? Sí. Es cierto. Promoviendo el incidente del número ocho con sus posibles / bla, blí, blu / Como es natural no quisiera fatigarlo excesivamente para bellum si vis pacem, etcétera y otras, pero, me veo obligado a finalizar la promoción antedicha. Si acaso y por lo mismo y por tanto fuera necesario… —Seguía así durante incontables minutos para finalizar con—: Cosa que sin duda usted habrá notado. ¿No es cierto? ¿Verdad? Claro que sí. Usted comprende. Pocas veces en mi vida he tenido el placer de conocer a una persona como usted: su fina intuición, su tacto político, su delicada comprensión teórico-práctica, más allá del valor. ¿He sido claro, verdad?». El otro, que no comprendía absolutamente nada, como no obstante le parecía que no hablaban mal de él e incluso lo elogiaban, y además no deseaba pasar por imbécil, asentía con la cabeza dándose aires de persona entendida. A todas estas peroratas el abogado las espetaba en el aeropuerto mismo, cuando aún no habían ni siquiera subido a los coches de la comitiva presidencial de recepción, encargada de conducirlos a la cancillería del país visitado. Cuando llegaban al lugar de homenaje, el otro (ablandado por Monsieur le Corbeau que parloteaba sin cesar un solo instante) se bajaba del coche transformado en un bebé de dos años, capaz tan sólo de decir «papá», «mamá», «nene» y otras ecuaciones de Alta Física. Después lo agarraba el Monitor.
El jefe de los tecnócratas acostumbraba regalar a sus amigos, como obsequio de cumpleaños, sentencias de muerte en blanco, firmadas. Después los beneficiarios ponían en ellas los nombres de sus enemigos personales, quienes a partir de ese momento no contaban con la menor posibilidad de salvarse. Solía decir el Déspota: «Tengo los bolsillos llenos con sentencias de muerte en blanco, ya con sus firmas. Hay para todos». Si después de repartir entre sus favoritos le sobraban algunas, las tiraba a la marchanta y todos, hombres y mujeres se apresuraban a recogerlas disputándoselas ferozmente, a los codazos y golpes de karate. Las mujeres se abrían las blusas mostrando todo su interior —enjoyado, terrenal y abundante— para en esa forma distraer a los hombres y ganarles de mano. Ellos, súbitamente erotizados, se les abalanzaban olvidados ya de los papelitos y las chicas se dejaban poseer así, sin resistir en lo más mínimo, pero con las sentencias de muerte bien apretadas en sus manitos. Luego que los tipos alcanzaban su placer, sabiéndolos exhaustos, los apartaban con feroces rodillazos en los riñones y se iban triunfantes.
Diremos como detalle curioso que a veces se daban coincidencias: Fulano condenaba a muerte a Mengano, quien a su vez había llenado la sentencia con el nombre de Fulano. Entonces los mataban a los dos.
Monitor miraba extasiado tales sucesos y, con una maquinita filmadora de su propiedad y un trípode, sacaba materiales a incluir en su Gran Película. Hacía dos años que filmaba fragmentos de lo que consideraba su futura Obra Maestra. Quería ser el iniciador de una nueva escuela cinematográfica: el realismo delirante. Se pasaba horas en las salas de tortura con su filmadora y varios grabadores a los fines de juntar material. Ese Monitor era poco tecnócrata en algunas cosas, pues en vez de utilizar un equipo más complejo, usaba una súper 8, sorda y muda, por lo cual se veía obligado a sonorizar después. También organizaba orgías con el mismo fin, e instalaba cámaras secretas y micrófonos, para luego tener el placer de verse o de observar a otros en lo mismo, y de paso conseguir nuevos materiales.
Porque uno de sus delirios secretos, que ni con sus mujeres compartía, era éste: una vez finalizada y ganada la inevitable guerra mundial que se venía, abdicar de su monitoriatura —ya estaba harto de ser Monitor— y transformarse en un simple particular. Entonces dedicarse al cine. Su primera película se llamaría Las torturas y los goces. Iba a narrar una semana en la vida de un hombre que, mediante un poderoso aparato que lo protege, asiste a —y participa de— las lujurias más desaforadas y las torturas más espantosas. Una especie de Comedia Humana de Balzac, pero captada sólo en sus puntos más interesantes y altos; cada proceso sin principio ni fin: únicamente tomado en el medio, para luego unir todos los pedazos dispersos mediante un artificio continuo a inventar posteriormente, cuando dejara de ser Monitor y tuviese tiempo. En caso de que no pudiera resolver el aspecto de la continuidad tomaría prestado de una realización ajena: «Hay ciertos plagios que son una necesidad histórica. Es como la anexión de los territorios de ultramar», sostenía.
A veces exhibía en privado, a sus poquísimos amigos, fragmentos de su Obra Maestra o les hacía oír cintas magnetofónicas.
En cierta ocasión memorable, con una excusa equis y empezando la cosa por cualquier lado menos por el que realmente le importaba, dijo a un cortesano:
—¿Qué te pareció mi idea de, como regalo de cumpleaños, llenarte los bolsillos con sentencias de muerte a tu favor? —y sonrió luminoso.
El cortesano se apresuró a agradecer según el estilo que sabía era del agrado del Bárbaro:
—Una verdadera broma regia, señor. Propia de alguien que, como tú, es un zar.
Iseka Déspota, sin haber dado la impresión de haber oído cosa alguna comenzó a poner una patita arriba de la otra. Luego dijo, casi tímido:
—Sí, claro, qué suerte. Tiene que ser así… ¿Quieres oír una grabación artística que he compuesto?
El chupamedias, al reparar en las enormes posibilidades de aprovechar esa oportunidad única, atragantándose, contestó sin creer aún en su inmensa dicha:
—¡Pero… por supuesto, Excelentísimo Señor! Es un gran honor…
El Monstruo, prendiendo un grabador:
—Bueno. Pues se trata de algo como esto —desde la cinta magnética al principio no se oía ningún sonido, cosa que Monitor aprovechó para graznar orbitando—: Lo que dentro de dos minutos escucharás es algo que por haber compuesto yo, claro, resulta el fragmento de un Juego Magister. Mediante estos mosaicos vidriados estoy confeccionando un enorme… «mural», por así decir, que ayudará a justificar la existencia de la criatura humana sobre la Tierra, hasta un punto. Porque como sabrás y si no sabes te informo, no hay nada más importante en el arte que plasmar la lucha entre el ser y el antiser vía hombres.
El cortesano, sin entender cosa alguna (pero suponiendo que estaba mal no decir algo), farfulló untuosas palabras:
—Naturalmente, Excelentísimo Señor. Yo también —aunque con infinitamente menos luces que usted, claro— he pensado muchas horas sobre la lucha diaria que el hombre…
—Perdona que interrumpa tu monótona disertación, pero la orquesta va a comenzar.
El fino y cultísimo mamador de calcetines se maldijo por haber metido la pata y calló como si a la lengua se la hubiese comido el gato.
Monitor prosiguió:
—A este fragmento lo he titulado: Sinfonía de la víctima conclusa. Escucha con atención, por favor, y, si puedes, con un adarme de inteligencia.
De pronto se oyeron, desde el grabador, sonidos tales como los que producen varios hombres al trajinar en una habitación cerrada pero llena de acústica. Seguidamente dos voces hablando en chino y el entrechocar de instrumentos. Luego la voz del Monitor: «No hablen en chino que no se entiende nada. En nuestro idioma, por favor». Una de las voces que habló primero: «Usted perldone, Mi Monitorl. No hemos querlido arrluinarle su trlabajo. No volverlá a sucederl». Crujido de ropas, como el proviniente de un hombre con géneros almidonados que hace una reverencia y, después, la misma voz pero en tono autoritario: «¿Está ya afilado el instrlumento prlecioso?». Otra voz: «Está a punto, Maestrlo». «Bien. Examinemos la conforltabilidad del paciente». Se percibió que ambos se movían alrededor de alguien verificando cosas.
De pronto se escuchó a ese «alguien», quien no había hablado hasta el momento: «¡Por favor, mi Monitor! ¡No deje que me revienten! Por favor, es demasiado terrible… —Sollozo—. Ningún ser humano se lo merece… Yo sé que soy un chichi y un soria y un mierda por dentro, pero estoy dispuesto a cambiar. Diré lo que usted quiera, acusaré a quien usted me diga, pero por favor perdóneme. ¡Yo sé lo que me van a hacer!… ¡No!». «¿Porl qué parlte comenzarlemos, Maestrlo?». «La piel del pecho». Pasaron unos segundos. Súbitamente un alarido. Un ruido imposible de escuchar en la naturaleza, salvo cuando el hombre lo produce artificialmente en una sala de torturas. Como si le hubiera sido arrebatado al Universo un sonido que antes no existía. Era un bramido interminable que sólo cesó durante uno o dos segundos, a causa de agotarse el aire de los pulmones de quien lo exhalaba. Luego de recuperada una parte del aire perdido volvió el clamor increíble en una altísima frecuencia de energía, pero ya no tan largo como antes sino muchos gritos sucesivos en golpes cortos, como los puñetazos de un boxeador. Como si el grito prolongado, mediante un estallido, se hubiese roto en fragmentos. Evidentemente lo estaban desollando vivo. Luego de varios minutos de farra, todo de esta forma, los gritos cesaron. «Ha perldido el conocimiento. Échale agua». «Escucho y obedezco, Maestrlo». Ruido de agua cayendo sobre una superficie irregular. Gemidos al principio; luego quejidos cada vez más fuertes. «Prlosigamos». Nuevamente el alarido largo, que pareció durar mucho más de lo que fue en realidad. El cortesano, que escuchaba lívido, descompuesto y horrorizado, tratando en forma desesperada de cerrar su mente, sintió aparte del rechazo, miedo y espanto, otras muchas cosas contradictorias. Se daba cuenta de que el alarido, por increíble que pareciese, lo erotizaba. Quería que siguiera y al mismo tiempo que terminase de una vez. Hubiera dado cualquier cosa por no haberlo oído jamás, o al menos tener poder para apagar el aparato. Con un clamor tan potente, de una energía tan peculiar, todos los centros del hombre se conmueven, incluidos sus centros sexuales. Comprobar esto en sí mismo no hizo sino aumentar su asco y rechazo. El cortesano estaba a punto de sufrir un ataque de apoplejía.
Luego de un largo rato la voz cantante dijo: «Ahorla los brlazos y luego las pierlnas». Otra larguísima sesión. Cuando esta nueva parte terminó, el chino ordenó a su discípulo: «Ahorla los testículos. Arrlancarl con tenazas». El suplicíado, en medio de una agonía de eufracios que se desgarran lentamente, vomitó —aunque para esa altura nada tenía en el estómago—, gritando y gimiendo con una o dos letras de queja, todo a un tiempo y, ahora sí, cayó en inconsciencia profunda. Monitor: «Suficiente. Ya tengo materiales. Denle una inyección de nafta». «Oírlte es obcdccerl, Excelentísimo Señorl», dijo ése a quien el otro chino denominaba «Maestro».
Monitor apagó el grabador y preguntó al cortesano:
—¿Qué te pareció? Así como material, digo. Está en bruto por el momento. Faltaría agregarle música, qué se yo. ¿Eh?
El cortesano estaba imposibilitado de contestarle a causa de su lengua transformada en madera.
—¿No te sentís bien? —fingió interesarse el Monitor. Vaya una forma de apreciar mi obra. Bueno. Mirá lo que vamos a hacer. Para tu felicidad voy a concederte lo que has venido a pedirme. Porque querías pedirme algo, ¿cierto?
—Rrrf… rrfl… grg…
Afectando gran desilusión:
—¿No decís nada? Qué lástima. No tendrás seguramente en tu vida una oportunidad como ésta. —Con imperio—: Puedes irte.
El otro se fue tambaleando, apoyándose en las paredes de los largos pasillos de la Monitoria, luego de haber dejado la puerta mal cerrada tras suyo.
Una amiga le había dicho en cierta ocasión:
—Hasta mi gato, que en otros sentidos es perfectamente encantador, apareció los otros días con un pájaro medio vivo en la boca y que aleteaba el ala que le quedaba. La otra estaba sepultada en sus fauces. ¡Me aterré!
—Vamos, vamos —dijo la Bestia Castaña, que así también llamaban al Monitor—; no es como para tomarlo así. Yo en cambio al mío le doy palomitas vivas, atadas, que le hago comprar en el mercado. Le gustan especialmente así: indefensas. Aunque a veces le largo algunas por el patio de los bosques de mi residencia, con las alas recortadas, para que se de el gustazo de cazarlas. Lo debe haber aprendido de mí. No hay nada más lindo que una multitud aterrorizada que corre por los campos y entonces vos vas y la pisás con tu tanque. Los aullidos son particularmente deliciosos. Después tengo que hacerle limpiar las orugas y las ruedas, porque están llenos de pelos y otros restos fastidiosos. Y hablando de otra cosa, ¿te gusta esta variedad de pasto gigante que hice sembrar? Verdes colchones de un metro de alto y tomar té, el cual está depositado en cascarones de porcelana transparente.
Vení: ya hice disponer el servicio a pocos pasos de aquí. Tal vez chille el saltamontes y tengamos la suerte de que una gota de infusión se derrame por casualidad sobre la hierba, trazando una centella, y podamos meditar en eso. Oh, vamos, vamos.