La Selva Misteriosa
Por la época en que transcurre la saga —según ya se adelantó— había una enorme selva de miles de kilómetros cuadrados, denominada «La Selva», Así, propiamente, cómo si en lugar de una tierra de nadie fuera un Estado soberano con características propias. Estaba situada entre los estados de Cataluña, Soria y Chanchín del Norte. Garduña y Musaraña no se cuentan puesto que sólo tenían, con el mencionado territorio, un metro de frontera cada uno. Esta Selva era un misterio para el mundo entero. Nadie jamás la pudo penetrar, explorar, anexar a su territorio, o siquiera verla, salvo de lejos.
De Cataluña, por ejemplo, salieron cuatro expediciones, con orden de regresar de inmediato al menor asomo de peligro. Llevaban las mejores armas y vehículos ultramodernos. No regresó un solo expedicionario. Portar radios transmisoras-receptoras no servía de nada, puesto que no bien empezaba la selva —a los pocos metros— una interferencia poderosísima imposibilitaba toda comunicación. Era como un campo electromagnético gigante.
Si naves aéreas trataban de pasar por encima y fotografiarla, el piloto parecía volverse loco y la espacionave de combate se estrellaba. Una variante era que el aparato se destruyese en el aire. La misma Tecnocracia, la mayor potencia aérea de todos los tiempos, mandó una de sus máquinas espaciales —consideradas casi invulnerables, ya que incluso aguantaban estallidos de bombas temporales de baja potencia. Para eliminar todo riesgo humano la tripularon con robots.
Todo fue perfecto al principio. Incluso parecía que los poderosos motores de la nave rechazaban la interferencia. Llegó a internarse mucho más que cualquier aparato ruso o soria. Los servomecanismos comenzaron a transmitir: «Información. Aquí Máquina 31. Poderoso, indescriptiblemente poderoso. Grande, muy grande… a través de las hojas verdes…». De pronto la nave pareció volverse loca. En vez de seguir volando en línea recta se detuvo y comenzó a oscilar: arriba y abajo, una vez y otra, pero conservando un centro. Después adoptó otros movimientos extraordinarios. Era como si quisiese subir, bajar a la derecha, deslizarse a la izquierda, bajar, subir nuevamente al medio y luego repetir todo el ciclo con variaciones. Cuando los dos movimientos —arribaabajo, derechaizquierda— se hicieron muy notorios, adquirió un tercero: saltó hacia adelante impulsada en marcha circular. La espacionave dio una enorme vuelta de dos kilómetros de radio y volvió, pero no exactamente al punto de partida sino a un poco más cerca del centro del círculo. Efectuó una segunda vuelta y otra vez un poco más adentro. Estaba trazando una trayectoria en espiral. Más o menos una hora y media duró aquello. Cuando el vehículo aéreo llegó al centro de la figura geométrica, estalló.
Ni aun así el Monitor se dio por vencido. Envió una segunda espacionave de combate con la orden de no penetrar el circuito de la selva, pero sí descender treinta hombres mecánicos, de los más perfeccionados con que la Tecnocracia contaba por aquel entonces. La nave bajó pues a los robots, suavemente, en el extremo más septentrional de Chanchín del Norte (sus habitantes fueron corridos a bombazos), y desde allí aquéllos avanzaron cruzando la frontera chanchinita, penetrando en el territorio prohibido. Casi de inmediato se perdió todo contacto con ellos.
Mediante sus máquinas voladoras, equipadas con poderosos teleobjetivos, los tecnócratas vieron a los treinta servomecanismos, inmóviles, a menos de cincuenta metros de la frontera con Chanchín del Norte. Estaban oxidados y muertos. La circunstancia de que estuviesen oxidados impresionó más a los sabios de la Tecnocracia que el hecho de su destrucción. Ellos sabían que los robots no eran invencibles. Rusos y sorias, por ejemplo, tenían armas capaces de oponerse a una ofensiva robótica. No era eso, por supuesto. Un robot podía ser puesto fuera de combate y sus pedazos quedar dispersos en un área. Sí. Pero no oxidados. Las aleaciones de los metales tecnócratas eran capaces de resistir no sólo la actividad de las fuerzas naturales, sino también procesos corrosivos, de alta oxidación, en los laboratorios de prueba de Grandes Máquinas.
El interés por la Selva Misteriosa ocupaba a los tecnócratas por capricho, a los rusos por estrategia y a Soria, Cataluña y Chanchín del Norte por razones de anexión. Si Chanchín del Norte, sea un ejemplo, lograba anexar La Selva a su territorio, lo vería aumentado en una provincia casi tan grande como los dos tercios de Cataluña. Pero ni siquiera los sorias pudieron entrar. Decir que ni un soria penetra algo es como afirmar que el propio Antiser fue derrotado. Los mismos sorias, pues, con ser tan malditos, tenían miedo de aventurarse. Esto movió a las potencias envueltas en guerra fría o calentita a realizar otro tipo de investigación.
Todos los gobiernos poderosos, de aquel entonces, tenían sus equipos de magos que hacían trabajos esotéricos. Tales tareas herméticas consistían, en general, en leer a distancia documentos secretos, apoyar o proteger mágicamente operativos militares o de cualquier otra naturaleza, asesinar enemigos poderosos y contrarrestar la acción de magos adversarios. Los ocultistas tecnócratas, que eran poderosísimos aunque relativamente pocos comparando con los de los demás países, cuando querían leer los registros acásicos a fin de averiguar qué misterioso agente interfería desde La Selva, veían en el astral una suerte de pared blanca impenetrable. Era como si toda la selva estuviese blindada y no podían observar cosa alguna. Entonces, un buen día, se decidieron a trabajar todos juntos para sacarse la duda. Uniendo sus fuerzas crearon una especie de cono de penetración a fin de perforar el blindaje en un único punto. Lanzaron una energía capaz de hacer desaparecer a la mitad de Soria. Y nada. Se esforzaron hasta quedar exhaustos. No había caso. Siempre la implacable pared blanca que los rayos acásicos no podían penetrar. Finalmente desistieron pues estaban muy cansados y los magos de Soria podían aprovechar para atacar a la Tecnocracia o, cuando menos, asesinar al Jefe de Estado.
Cuando al Monitor —caprichoso y cabeza dura— sus agotados magos le dijeron que habían fracasado, sufrió una rabieta terrible. Una vez superado el primer enojo se le ocurrió lograr, con las todopoderosas máquinas de Máquinas Centrales, aquello que los ocultistas no habían podido conseguir. Inútil fue que éstos intentaran disuadirlo de tal locura. Luego de mucho rogarle consiguieron que en vez de usar todas las máquinas emplease un solo complejo gigantesco: tan poderoso que él —sin otra ayuda— era capaz de iniciar un ataque a Rusia. Nada menos. Así, pues, muy decidido, puso a sus sistemas a trabajar en una flecha de energía que, supuestamente, atravesaría la barrera. Al poco rato de la configuración del vector, los diales señalaron peligro. Monitor no se dio por enterado y ciegamente siguió adelante. Una por una todas las máquinas del complejo, en una progresión de destrucción que no habrá durado más de un minuto, fueron entrando en divergencia y estallaron. Nada quedó del sistema que pudiera recuperarse. Todo ese sector de Máquinas Centrales debió ser sellado para siempre con planchas de plomo, a fin de evitar la contaminación. Al Monitor, dentro de todo, le sirvió la lección, pues nunca más volvió a desoír los consejos de sus magos.
Los ocultistas sorias, que como se dijo eran menos poderosos que los tecnócratas pero sí muchísimos, por su cuenta crearon un cono de penetración en otro lado de La Selva. Naturalmente también fracasaron.
Y también los esoteristas soviéticos.
Tan intrigados estaban los gobiernos tecnócrata, soria y ruso, que decidieron hacer las paces por un momento y unir fuerzas en un único vector de energía a fin de perforar el blindaje. Una gran convención de magos tuvo lugar en Protonia Occidental, considerada neutral aunque no lo fuera. Pero, debido a las sospechas mutuas, no pudieron ponerse de acuerdo. Los magos tecnócratas suponían, con justa razón, que los ocultistas rusos aprovecharían la distracción para atacar a la Tecnocracia. Los sorias, por su parte, quienes no tenían ni una mínima confianza en sus amigos los soviéticos, pensaban: «¿Y si estos tipos liquidan a los tecnócratas y después nos destripan a nosotros?». Los rusos, por cierto, insistían vigorosamente en la necesidad de llevarlo a cabo, mostrándose dispuestos por su parte a realizar cualquier concesión. Esto no hizo sino avivar las sospechas de los otros. Tecnócratas y soviéticos, en cierto momento, estuvieron a dos dedos de irse a las manos y casi comienza la guerra allí mismo. El resultado fue que cada uno se volvió a su casa, sin haber resuelto nada. Y La Selva permaneció impenetrable.
Pero lo que los magos tecnócratas, sorias y rusos ignoraban era que, aunque con toda buena voluntad hubiesen creado un cono único de energía, utilizando las fuerzas mágicas del conjunto hasta quedar agotados, tampoco hubiesen podido atravesar el blindaje.