CAPÍTULO 14

El Soria Soriator de Soria

Cita extraída del Diccionario Ilustrado Tecnócrata, Quinta edición. Editorial Teknes. Patria Nueva 2832. Monitoria. Tecnocracia Central.

«Soria. Excelentísima Diputación Provincial de País independiente, pese a su raro nombre que puede inducir a confusión. Forma de gobierno: dictadura soria. Jefe de Estado: Soriator. Países vecinos: Baskonia, Musaraña, Chanchín del Norte, Chanchín del Sur, Tecnocracia y Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Además posee frontera con un inexplorado territorio conocido con el nombre de Selvas. Soria tiene una superficie de 414 000 kilómetros cuadrados y 81 000 000 de habitantes. Tradicionalmente está Nación ha sido productora de cereales, maderas, ganadería y mantequilla de excelente calidad. Sin embargo, a partir del Nuevo Orden soria, el país cuenta con importante industria pesada, avanzadísima tecnología y un ejército de cuidado. Su moderno arsenal ya está provisto con la bomba temporal perfeccionada. Los magos de Soria son muy fuertes, aunque no tanto como los tecnócratas. Tienen en cambio la ventaja del número. Por cada esoterísta en nuestra Patria, que responde al equipo gobernante, hay allá mil ocultistas sorias.

Los orígenes de Soria son inciertos. Según la doctrina defendida por nuestro Estado, puede hablarse de dos Soria, por completo diferentes: una antigua, antiquísima y ya desaparecida. Otra actual, que la ha sustituido, poseída por el Antiser. Siempre de acuerdo a la tesis, un enorme y poderoso espíritu maléfico ha descendido del cielo para alterar el alma de los hombres. Ha cambiado a los rusos, a los sorias, y pugna por entrar en la Tecnocracia. El objetivo de esta entidad maléfica es destruir el mundo; de no ser ello posible dejar intactos los edificios y los objetos producidos por la tecnología, pero arruinar a los seres humanos, corromperlos, transformarlos en sorias.

Los magos tecnócratas, que consultan la memoria astral del Cosmos, a veces encuentran registros imposibles, de información absurda. Se habla en ellos, no ya de países inexistentes en la actualidad sino de Estados que nunca existieron. Por ejemplo: luego de esfuerzos mentales agotadores han llegado a unir fragmentos que configuran un mosaico de datos sin interpretación.

Según parece habría “existido” un país que, sabemos, no existió nunca: España. Para ese trozo de memoria astral no destruida, la tal España “fue” un Estado en la realidad de otra Tierra (otro, Cosmos). Es más: Soria no era el gran país que conocemos, sino tan sólo una provincia de aquella Nación. Ahora bien, ello no significa que España ocupaba el actual territorio de Garduña, Selvas, Chanchín del Norte y parte de otros países. Se trata de algo por completo diferente a una conclusión tan lineal y sencilla. Más bien parecería que los registros astrales nos estuviesen hablando de la Tierra y de la historia, pero, no como fueron sino tal como eran antes de ser cambiadas. Por contradictorio que parezca, no hay otra manera de expresarlo. Es como si ese Universo alterado y el actual coincidiesen únicamente en algunos puntos. A partir de aquí la divergencia, que irrumpe en estos manchones de información astral. Dicha información se asemeja a una cinta magnética mal borrada, sobre la cual se hubiese efectuado una nueva grabación. De ser ello cierto, una gran mano ha mutado el pasado para siempre; no sólo por carecer de constancia escrita hacia el respecto, sino porque los sucesos históricos han sido cambiados en el terreno de los hechos. La palabra soria con minúscula, sirve para nombrar a la persona que habita el Estado de Soria. Califica, además, a una raza: más que física, mental. “Ser un soria”: individuo que posee una cosmovisión soria o anti-Mozart del mundo / Imagen proyectada por el Antiser para engañar a la humanidad y destruirla / Eres un soria: “Eres un traidor”».

El Soria Soriator era el jefe indíscutido de su país. Tenía un poder análogo al de su enemigo, el Monitor de la Tecnocracia. Todos los resortes públicos, pues, estaban en sus manos. Este hombre extraño había logrado rodearse de colaboradores leales. Cuando un soria llegaba a un alto cargo, el Soriator le ordenaba hacer sus necesidades dentro de un frasco, de boca ancha, que después guardaba. Ante la menor infidelidad por parte del funcionario, los magos del dictador hacían entrar en el recipiente un espíritu maléfico, el cual destruía el doble astral del caído en desgracia que, por otra parte, era fusilado. Doble muerte. Ante una perspectiva tan sombría, los desobedientes, entre la dirigencia, podían computarse como rarísimos.

El jefe de Soria, cuando emitía un decreto, lo arrugaba hasta darle forma de choricito y así lo entregaba al Secretario. Éste a su vez lo pasaba al Kratos indicado, quien lo abría y desarrugaba y, luego de haberlo leído, cursaba las directrices pertinentes. En cuanto al papel donde figuraba el decreto en su estado primitivo, el funcionario procedía a su nuevo achorizamiento, antes de introducirlo en una de las vainas vacantes, del gran capsularlo que constituía el Archivo.

Estos paquetitos, por provenir del Soriator, se denominaban soretes. Se calculaba que, por mes, el Soriator emitía unos cien de éstos. La tradición según la cual el Soriator de Soria emitía soretes, la encontramos en el griego soréuo, que significa amontonar; «porción compacta de excremento humano que se expele de una vez». Todo ello se relaciona con «soricidos»: ratón y forma —forma de ratón—. «Familia de mamíferos insectívoros, que comprende los musgaños y otros géneros afines»[11]. De aquí que sobre el pendón soriatorial, que siempre presidía al Soriator de Soria, en vez de un águilas —como en los análogos de la Tecnocracia— hubiese un ratón. Estos bicharracos heráldicos existían en dos variedades: ratón funeral el uno, de patas plegadas; solar el otro, de patas extendidas, mostrando furioso dos dientes afilados y amarillos.

El amo de Soria, cada tanto, de acuerdo a su humor o a la necesidad biológica o política del día, organizaba desfiles y manifestaciones espontáneas con ayuda de los Sindicatos. Otras veces y por su orden, las Tropas Selectas sorias marchaban portando miles de banderas rojas con escuditos negros en el centro, estandartes con ratones, etc., a paso de soria. Los oficíales, iban delante de cada grupo de doscientos soldados llevando, en la diestra extendida, una pata seca de rata; en la otra —el brazo izquierdo igual y rectamente alzado—, una mano embalsamada.

Los soldados sorias cantaban siniestros, con cara de pocos amigos, por completo terribles, mientras marcaban el paso con sus botas, ritualmente militares:

«Soria dura, Soria pura,

Soria cabeza, de Extremadura.

Soria dura, Soria pura,

Soria cabeza de Extremadura.

Soria dura, …»

El Monitor, al verlos marchar en un noticioso que se hizo pasar en privado, comentó lleno de admiración: «Puta: qué buenos soldados. Ojalá algún día pueda convencerlos para que luchen a favor mío, como aliados, y no en mí contra».

Monitor, pecando de ingenuo, a veces parecía no comprender cuánto lo aborrecían los sorias y, sobre todo, el grado de aversión que sentía por él el Soriator, su jefe máximo, para quien odiarlo era casi el único motivo y fin de su existencia.

Los Doce Linajes Sindicales de Soria compartían el poder con el Soriator, por lo menos al principio de su dictadura. Eran doce hombres poderosísimos —todos de extracción sindical, naturalmente—, con funciones parecidas a las del terrible Consejo de los Diez, en Venecia. No obstante había una diferencia, pues mientras que allá el Dux era una figura casi decorativa, aquí, hasta los Doce Linajes temían al Soriator, Procedían con cautela, tratando de infiltrarse e ir reemplazándolo poco a poco en sus funciones. Pero el Soriator se dio cuenta, por desgracia para ellos, y en una purga los hizo matar a todos, luego de obligarlos a pasar tres meses por las torturas más tristes. Arrancada de testiculáceos con tenazas fue lo más inocuo que les hizo.

Pero, si bien los linajes fueron destruidos para siempre, sobrevivieron los Sindicatos. Así, pues, los delegados de zona, al igual que diminutos comisarios políticos simplificadores, continuaron con la filosofía machacante, siniestra, de su militancia mínima.

Relativamente cerca de la ciudad de Soria —capital del país del mismo nombre—, pegada al río Milanos y en un lugar cubierto de páramos, hallábase la localidad de Calatañazor. Aquí, se asegura (aunque muchos historiadores lo nieguen), hace mil años fue derrotado Almanzor, el gran caudillo musulmán. Este pueblo, rodeado de murallas medievales, tenía un antiquísimo castillo en ruinas y sarcófagos del período celtibérico. Entre los monumentos, pues, se destacaba el castillo de los Padilla, «uno de los más estratégicos recintos fortificados de las defensas de la línea del Duero, reconstruido por don Juan de Padilla a mediados del siglo XV. Quedan restos de la torre del Homenaje y parte de los torreones. Desde él se divisa un bello paisaje sobre la Vega de la Sangre, campos de Calatañazor, donde, según la leyenda, “perdió Almanzor su tambor”[12]».

El Soria Soriator tenía un delirio que ni sus más allegados conocían, pues no confiaba en ellos: creíase la reencarnación de Almanzor, el invencible caudillo de los moros. Había decidido construirse en Calatañazor una Villa Fuerte de descanso, y eligió este lugar por dos motivos. Primero, porque tenía pocos habitantes. Este soria, que odiaba a todo el mundo, odiaba también a los mismos sorias y estaba harto de verlos. Segundo, era una forma de homenajear a Almanzor y decirle: «No te preocupes, caudillo. Dicen que te derrotaron aquí, aunque yo no lo creo. Sea como fuere, a mí no me van a echar así me larguen un millón de tanques de cien toneladas cada uno».

Por lo tanto, pues, este hombre de Soria, que no amaba ni a los propios sorias, ya que abominaba de ellos casi tanto como aborrecía de tecnócratas y rusos, que no se amaba ni a sí mismo, empero, veneraba a un único ser cuya vida transcurrió mil años antes que la suya: Almanzor.

Refugiado en su Villa Fuerte, desde allí el Soriator daba sus órdenes mediante micrófonos y cintas magnéticas, sin ver a persona alguna por largos períodos. A veces, a través de una ventanita gótica de su habitación, miraba pensativo los páramos con una soledad interminable.

En ocasiones se consolaba con un acto solitario y, en su fantasía, imaginaba defecar arriba de los hermosos senos de Luz Perfecta Ferreira Soria, y que ambos llegaban al máximo placer. Poco más o menos, con leves variaciones, siempre ocurría lo mismo, pues el Soriator no tenía demasiada imaginación erótica. Operaba, con el fantasma amado, hasta cubrir las toscas ecuaciones de su pobreza. Luego despertaba a la horrible realidad, descubría que Luz ya no existía por culpa del aborrecido Monitor y lloraba histéricamente, haciendo —entre crispaciones de odio— la promesa de crear tres nuevos ejércitos, a fin de ser lo bastante fuerte como para invadir la Tecnocracia y vengarse de su enemigo.

Tenía planeado para él meterlo vivo en una jaula de hierro y pasearlo por todas las localidades de Soria. Hacerle limpiar las letrinas con la lengua y luego violarlo, desollarlo con lentitud, arrancarle los ojos y cortarle las manos y los pies, etc. Las torturas más legendarias le parecían poco. Cualquier atrocidad era para él de una ñoñez lamentable y exigua, teniendo en cuenta que por culpa de ese infame padecía la maldición teológica de la falta de amor.

El otro, por su parte, que no tenía la menor idea de la ira mística que despertaba en el soria, y que de haberlo sabido se hubiera quedado muy sorprendido (pues era inocente, al menos en esto), seguía haciendo sus cosas en Monitoria, Tecnocracia Central, pensando en él muy pocas veces y, en estas pocas, como en un posible aliado. Así de despistado estaba.

El pueblo de Medinaceli también participaba —involuntariamente, por cierto— de la locura del Soriator. Esta localidad, erigida a mil doscientos metros sobre el nivel del mar, tenía un arco romano de triple arcada y, «también de la época romana, quedan lienzos de murallas de grandes sillares. Magnífica colegiata gótica. Numerosos palacios y casonas. En uno de los cerros próximos se supone que se halla enterrado Almanzor[13]».

Allí, pues, el amo de Soria hizo levantar un templo en honor del único hombre que admiraba. Inventó un culto y ordenó sacerdotes exclusivamente destinados a los oficios. Se les había advertido que si revelaban a cualquier persona este delirio secreto, serían todos quemados vivos. Así se haría aun en el caso de que uno solo fuese culpable y los demás inocentes. Como para desobedecer estaban los otros.