El mendigo y el vagabundo, como animales mágicos
Un croto —en algunos países llamados vagabundos, linyeras y rotos— caminaba por los arrabales de Monitoria cantando esta composición de su propia cosecha:
«Qué lindo es trabajar en Soria de las Latas, por poca plata, por poca plata.
Qué lindo es trabajar en Soria de las Latas, y qué a tu piel se la coman las ratas».
Una patrulla tecnócrata que lo escuchó quiso reventarlo en el acto. De todo su canto entendieron una sola palabra, aquellos ideólogos: «trabajar».
Un suboficial:
—¿Qué hablás de trabajar vos, roto hijo de puta, si en tu vida has trabajado? Vení, vení que yo te voy a enseñar.
Pero el jefe de patrulla lo contuvo:
—No. A estos hombres no se los puede tocar. Están protegidos por el Monitor. Dice que son como animales mágicos y que tienen que existir en un país.
—¿¡Mágicos!? ¿Y qué tienen de mágicos estos tipos?
El roto, con toda inocencia, se acercó a quien no simpatizaba con él:
—¿Qué le pasa, ñor? ¿No nos quiere a los rotitos?
El suboficial, lleno de asco, estuvo a punto de precipitarse sobre el harapiento para pegarle con su porra, pero el jefe de patrulla lo paró con una orden:
—Quedáte quieto, Iseka 30-30. El mes pasado uno de nuestros compañeros se metió con un roto y murió asesinado por un terrorista esa misma noche. Joderlos trae mala suerte. Además tenemos órdenes directas.
El otro se puso pálido.
La patrulla de alejó del vagabundo sin arrestarlo. Antes, incluso, llevados por el mismo miedo a lo sobrenatural, le dieron un cigarrillo y hasta se lo encendieron. En el lapso de un segundo ese inofensivo rotito se había convertido en un ser aterrador cubierto por una capa gris.