Artistas y teólogos disidentes
Monitor era tan variable, como ya se dijo, que oscilaba entre los indulgentes mimos y la represión. Tenía que hacer un gran esfuerzo para no tratar de imponer sus gustos y arruinar todo el lento trabajo ideológico.
Sentía una profunda admiración por cierto pintor de fama, debido a su tratamiento del color y pese a la insistencia de ese hombre en la abstracción.
El artista, en cierto momento y a pedido del jerarca, llevó uno de sus cuadros al Palacio Monitorial. Monitor estuvo veinte minutos en silencio frente a la obra. Luego, tratando de no ser agresivo, dijo con mucha calma: «Creo que esto, por fuerza, desemboca en un arte sin trascendencia, superficial, cerrado en sí mismo y en sus vicios. Los colores —no puedo definirlos de manera técnica pues me faltan conocimientos, más bien me guío por mis intuiciones a este respecto—; los colores, repito, son espléndidos. Apruebo el color pero no por el color mismo. Sólo cuando responde a un tema elevado. Imagino un cuadro, aquí mismo; no en el que tengo delante, sino en uno que exaltara el triunfo del ser. Con los mismos cromatismos. ¡Cuán hermoso pudo haber sido! Creo en su genio. Pero, por favor, no vuelva a pintar algo desconectado del Universo. O mejor dicho y peor aún: no construya según la peor posibilidad que tiene el Cosmos: su disolución, su caos».
Monitor, al declarar lo antedicho, no tenía ni la más leve intención de ordenar. Pero, en apariencia, el otro lo tomó como una directriz. Gravemente ofendido se llevó su cuadro sin comentar ni una palabra. Ese mismo día emigró a Protonia Occidental, donde a su llegada declaró a los periodistas: «¿Quién es él para decir cómo debo o no pintar? Descubrir que ese señor es un anti-Mozart tiene el valor de una idea revolucionaria dentro mío».
Monitor, quien mucho lo respetaba, se dolió de su autoexilio y todavía más al leer lo que había declarado en el extranjero.
Un desencuentro, en este caso.
Por completo distinto fue lo que ocurrió entre él y el neoteólogo Perezoso Bicho Iseka. Éste había sido un santón de alto grado en el exateísmo. Por alguna razón luego se marginó de la Sagrada Congregación. Tenía sus intenciones, según se verá. Conoció al Monitor una tarde en que sesionaba la Sala de las Audiencias y se le pegó como una lapa. Su propuesta era clara: el Monitor era un Dios y debía fundar su propia Congregación Exateísta, con el Jefe del Estado como Deidad Viviente, reemplazándolo a Exatlaltelico. Monitor era bastante bruto, por épocas, aparte de vanidoso, de modo que al principio agarró viaje. La diferencia principal entre esta nueva religión y la antigua consistía en que aquí no habría sacrificios humanos ni se usaría el yogur, claro está.
En la parte más austral del país de los tecnócratas empezaban ciertas estribaciones montañosas que desembocaban en una vastísima altiplanicie desértica similar al Tíbet. Así, pues, mientras en el centro Oeste existía uno de los desiertos más calurosos de la Tierra, compartido con el Califato de Córdoba, mil kilómetros más abajo empezaba un territorio conocido como «la Siberia tecnócrata», con treinta y cuarenta grados bajo cero, donde sólo crecía vegetación raquítica, y la estepa, durante muchos días por año, era azotada por vientos helados. Ahí mismo el Jefe del Estado ordenó la creación de una nueva provincia, a la cual denominó «Provincia de Soria». Hizo esto a los fines de ganarles de mano a los de la nación del mismo nombre. Si existía —argumentaba él— un país enemigo llamado Soria, nada mejor que crear una provincia chiquitita igualmente nominada y así vacunar a la Tecnocracia del virus soriatorial. Allí deportaba a todos los sorias que las I doble E descubrían.
A fin de poder realizar su proyecto debió quitarle un fragmento de territorio a cierta provincia tecnócrata que ya existía. Acto seguido ordenó que todos los falsos Iseka de la Tecnocracia, detectados como sorias, debían vivir allí obligatoriamente y cambiar su apellido por Soria. Allí fueron a parar todos los sindicalistas recalcitrantes que se negaban a incorporarse al nuevo orden tecnócrata (de gobernar sin Sindicatos), los sinarquistas, los internacionalistas del tipo que fuese y, a medida que pasaba el tiempo, los exateístas, icosaedristas, orejanos, naricerarios, cularios, etc., en una cantidad cada vez mayor. Eran cientos de miles.
Todo el mundo divertidísimo ante este nuevo chiste de Su Excelencia. Todos salvo los ex Iseka.
De ahí en adelante, cuando alguien caía en desgracia, el Monitor a sus acostumbrados «¡Depórtenlo a Siberia!», «¡Mándenlo a las Salinas Chicas!», «¡Envíenlo a las excavaciones de tierras raras!», agregó otra frase maravillosa: «¡Depórtenlo a la provincia de Soria!».
Perezoso Bicho Iseka, el mencionado teólogo, convenció al Déspota de que juntos debían formar la religión del absolutismo mágico y triunfal. Monitor como Sumo Pontífice y Bicho Perezoso como Vice. El Monstruo estaba chochísimo con la propuesta. Sin embargo no se ponían de acuerdo en los detalles. Lo de Sumo Pontífice, por ejemplo. ¿No era preferible y mucho más fervoroso ser llamado Primer Histérico de la Nación? Porque como le decía Monitor a Perezoso Bicho: «Ya me imagino a los locutores de ahora en adelante, haciéndose cargo de la nueva nomenclatura: “El Primer Histérico de la Nación pasó el fin de semana reposando cerca de ¡d!”. ¿No te parece esto extraordinariamente sugerente, querido Bicho?». Pero el otro refunfuñaba alegando que aquel título era poco serio. Sin embargo el cisma vino por un asunto bien diferente.
Cierta noche Monitor explicaba a Perezoso Bicho cuál era, en su opinión, el mal de las religiones actuales: nada más que Dioses machos y ninguna Diosa. «Si nosotros tenemos mujeres, ¿por qué Ellos no han de tener Deidades Femeninas? Debemos incluir a Diosas en nuestra nueva religión». Bicho Perezoso, que por lo general se arrastraba por los pasillos lleno de infinita prudencia y jorobainclinante, esa vez (fuese porque estaba cansado o por otra causa) dijo desaprensivamente: «Bah, tonterías. Ninguna religión que se precie o sea seria tiene Diosas hoy día. Y además no existen».
Monitor en un primer momento quedó estupefacto. Luego con su pistola eléctrica le destruyó las neuronas.
Fue el primer y único intento en Tecnocracia por endiosar al Monitor.