A Mitch Hoffman, que sabía que el «infierno» podía ser tan divertido; a David Young, Jamie Raab, Emi Battaglia, Jennifer Romanello, Tom Maciag, Martha Otis, Anthony Goff, Kim Hoffman, Bob Castillo, Roland Ottewelle y a toda la gente de Grand Central Publishing, que me muestran su apoyo todos los días.
A Aaron y Arleen Priest, Lucy Childs Baker, Lisa Erbach Vance, Nicole James, Frances Jalet-Miller y John Richmond, por mantenerme por el buen camino con veracidad.
Una mención especial para Maja Thomas, por llevar mi mundo digital a un nivel totalmente nuevo.
A Maria Rejt, Trisha Jackson y Katie James, de Pan Macmillan, por ayudarme a navegar por el estanque.
A Grace McQuade y Lynn Goldberg, por una publicidad extraordinaria; a Donna, a quien le debo el título; a Scot, gracias por la ayuda; a Neal Schiff, por toda tu ayuda con los procedimientos del FBI; a Bob Scule, por tu vista de lince y revelaciones sobre los grupos de presión; a Frank Verrastro y John Hamre, por los detalles sobre Washington D. C.
A Marisa Friedman, Stephen Garchik, la familia del doctor Fuat Turkekul y Tom Gross, espero que os hayan gustado vuestros papeles, y las distintas organizaciones benéficas con las que habéis colaborado sin duda se han beneficiado de ello.
A Lynette, Deborah y Natasha, y ya sabéis por qué.