Seis horas después, Stone y Chapman se habían trasladado a un edificio vacío al otro lado de la calle. Los colchones asquerosos y las jeringuillas usadas indicaban que era un lugar que los drogadictos empleaban para pincharse, aunque parecía que nadie lo había utilizado desde hacía tiempo. Entraron por una puerta trasera y se instalaron para pasar allí el tiempo que hiciese falta. Stone abrió su mochila y le dio a Chapman una botella de agua, una manzana y un mendrugo de pan.
—Tú sí sabes cómo hacérselo pasar bien a una chica, eso no te lo voy a negar —fue su único comentario antes de empezar con su «comida».
Un poco más tarde, algo suscitó la atención de Stone, se abrió la puerta del edificio de enfrente y Ming y otro hombre salieron, caminaron calle abajo y giraron a la izquierda. Enseguida se lo comunicó a Finn.
—¿Quieres que les siga? —preguntó Finn.
—No. A estas horas probablemente vayan a buscar algo para comer. Han estado dentro todo el día. ¿Crees que puedes mirar el interior por una de las ventanas? Si nuestra información no falla, tiene que haber otros diez ahí dentro además de Friedman, pero me gustaría hacer un recuento más exacto.
—Casi todo el edificio está a oscuras, pero tengo un telescopio de visión nocturna de cuarta generación.
—Ten cuidado, Harry. Estos tipos saben lo que se hacen.
—Recibido.
Veinte minutos más tarde Finn volvió a informarle.
—Hay dos centinelas en el primer piso, en el extremo suroeste. Supongo que tienen las armas preparadas, aunque no se ve ninguna. Los demás deben de estar en los pisos superiores. Eso es lo máximo que puedo hacer con el telescopio.
Knox se puso al teléfono.
—Eh, Oliver, ¿qué dirías si pudiera conseguir una CT?
—¿Una cámara termográfica? ¿Cómo?
—Tengo contactos aquí. Mierda, tenía que haber traído una.
—¿Cuánto puedes tardar en conseguirla?
—Una hora.
—Consíguela.
En el espacio de una hora sucedieron dos cosas. Knox regresó con su cámara termográfica y Ming y su colega volvieron y entraron en el edificio. Llevaban bolsas grandes llenas de lo que parecía comida rápida.
Al cabo de dos minutos Knox telefoneó a Stone.
—Bueno, he enfocado el edificio lo mejor posible. Este aparato está indicado para penetrar a través de la mayoría de los materiales de construcción, así que el ladrillo, el acero corrugado y el bloque de hormigón no suponen ningún problema.
—¿A cuántos ves?
—He captado seis imágenes, todas con SBA —dijo Knox refiriéndose a los chalecos antibalas blandos—. Bloquea la señal térmica así que destaca bastante.
Stone estaba perplejo.
—¿Solo seis? ¿Estás seguro?
—Un momento. Vale, ahora lo veo, en el tercer piso, tengo una imagen térmica sin SBA.
—¿Sexo?
—Por la silueta parece una mujer.
—Friedman.
—Probablemente, pero yo no he conocido a la dama. De todas formas es imposible hacer una identificación positiva con una IT.
—Gracias, Joe. Harry y tú no os mováis de ahí. —Miró a Chapman.
—Bueno, tenemos a los jugadores alineados, el edificio controlado. ¿Entramos a tiros o pedimos refuerzos oficiales?
—¿Tienes algún motivo para seguir insistiendo en el tema?
—Podría decir que me preocupa que nos peguen un tiro. Y la verdad es que me preocupa, pero lo que me preocupa incluso más es que alguno de nosotros tenga la tentación de hacer cosas de las que después podríamos arrepentirnos oficialmente. Bueno, en realidad me preocupa uno en particular. —Miró a Stone con expectación.
—Puedes marcharte ahora mismo. Nadie te lo va a impedir.
—No era un ultimátum por mi parte, era un simple comentario pasivo.
—A veces no te entiendo.
—¿Solo a veces? Estoy decepcionada.
—¿Cuántas armas tienes?
—Mi Walther y una Glock. Cuatro cargadores extra. ¿Y tú?
—Suficiente.
—Una metralleta MP-5 o TEC-9 no estaría mal para el combate de cerca.
—Esperemos que esos tipos no piensen lo mismo.
—Sabes que están armados hasta los dientes.
—Quizá sí, quizá no. No es fácil pasearse por la ciudad con un arsenal sin llamar la atención de la policía.
—Puede que lo hayan preparado antes.
—Tal vez.
—Todavía estamos a tiempo de pedir refuerzos.
—Ni siquiera sabemos con seguridad si Friedman está ahí dentro.
—Pero al menos sí que sabemos que hay seis tipos malos. En un edificio donde no deberían estar.
—Bueno, que nosotros sepamos han alquilado el edificio y tienen todo el derecho a estar en él. Por si lo habías olvidado, nosotros tampoco deberíamos estar aquí. Joe y Harry me están haciendo un favor. Y lo mío es algo extraoficial. Tú eres la única que tiene una placa y encima con la cara de la reina. Tardaríamos más de seis meses en explicárselo todo a la poli de aquí y seguramente nos tuvieran encerrados todo ese tiempo.
—En fin, la «reina» ha derogado mi autoridad, pero entiendo tu dilema. ¿Qué hacemos ahora?
—Espero que crean que vamos a hacer «zig».
—Entonces hacemos «zag».
—Hacemos «zag».
Stone cogió el teléfono.
—Preparaos —le dijo a Knox—. Entramos en una hora.
El «zag» no salió exactamente según el plan. De hecho ni siquiera se acercó al plan. La primera indicación de que iba a ser así fue que ni la puerta principal ni la trasera estaban cerradas con llave. Finn y Knox derribaron la puerta trasera y Stone y Chapman la principal a las dos de la mañana en punto. Los que estaban de guardia se habían dormido. Se despertaron cuando les apuntaron con las pistolas a la cabeza, pero se lo tomaron con filosofía. Para cuando el equipo de Stone llegó a las plantas superiores los otros cuatro hombres ya estaban despiertos y desperezándose.
La segunda indicación de que su plan no iba a funcionar es que los hombres ni siquiera tenían la pistola en la mano. La última es que la mujer que estaba en el tercer piso no era Friedman. Tenía unos veinte años más que ella y parecía borracha. Al menos no consiguieron despertarla. Siguió roncando.
Con una sensación de frustración absoluta, Stone dejó que su ira sacase lo mejor de él. Agarró a Ming por el cuello y lo estampó contra la pared.
—¿Podrías decirme dónde está Friedman?
Ming esbozó una sonrisa intencionada y socarrona.
—Esperaba tu visita —respondió con frialdad.
Stone lo soltó lentamente. Ming miró a los otros tres, que le apuntaban con pistolas, y a su equipo. La mujer, tumbada en un viejo catre del rincón, roncaba con fuerza.
—¿Me esperaba a mí? ¿Concretamente a mí?
Ming asintió con la cabeza.
—John Carr —repuso. Señaló a Stone—. Ese eres tú. Nos dio tu fotografía. Aunque te has disfrazado. Los ojos te delatan.
Stone miró a Finn, después a Knox y por último a Chapman antes de volver a posar su mirada en Ming.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó Stone.
—Nos ha pagado una buena pasta para que viniésemos aquí, nos quedásemos en este edificio viejo y nos diéramos algunas vueltas, que se nos viese. Nada de peleas. El trabajo más fácil que he hecho en mi vida.
Stone masculló un insulto. Otra vez le había enredado.
Ming interpretó su mirada y sonrió todavía más.
—Me dijo que eras listo. Que no te ibas a creer que se había ido a Miami en tren. —Se calló—. ¿Una isla desierta? —añadió.
—Lo contrario —repuso Stone.
—Exacto —contestó Ming—. Cuando hacemos un trabajo normalmente nos ocultamos más. Con este compro comida con la tarjeta de crédito, porque ella me dice que lo haga así.
«Otra señal que he pasado por alto por las ganas que tenía de pillarla. Ha utilizado mi intuición contra mí».
—¿Con qué propósito? —preguntó Stone.
—Para distraer.
«Dos equipos. Uno asiático y otro ruso. Creía que formaban un muro protector interior y otro exterior. Recurso alternativo. Pero no es así. Ming es una distracción. Entonces, mientras seguíamos a Ming, ¿qué hacía el otro equipo?», pensó Stone.
A Stone se le cayó el alma a los pies.
«Tan obvio. Qué obvio resulta ahora».
Se controló.
—¿Adónde se los ha llevado? —preguntó.
—¿A quién? —soltó Chapman.
Stone no apartaba la vista de Ming.
—¿Adónde se ha llevado a mis amigos?
Ming aplaudió.
—Eres bueno. Friedman dijo que seguramente te lo imaginarías.
—¿Adónde? —Stone se acercó más a Ming y le apuntó en la frente con la pistola—. Dímelo. Ya.
Ming todavía sonreía, pero ahora su expresión denotaba cierta preocupación.
—¿Tienes huevos de apretar el gatillo delante de toda esta gente?
Lentamente Stone amartilló su arma.
—Lo averiguarás en tres segundos. —Al cabo de dos segundos, su dedo empezó a descender hacia el gatillo—. Si lo toco no hay vuelta atrás. Estás muerto.
—Ella dice que donde empezó todo para ti y para la Triple Seis. Y allí es donde todo terminará. Eso es todo lo que dice. Dice que tú sabrás lo que significa —soltó Ming.
—Oliver, ¿sabes de qué está hablando? —preguntó Chapman.
Con lentitud, Stone apartó el cañón de la pistola de la frente de Ming.
—Sí, por desgracia sí.
«La Montaña Asesina. Donde todo empezó. Para mí. Y donde todo terminará».