Habían registrado el despacho de la mujer y no habían encontrado nada. No fue una sorpresa, pues había sido oficialmente despedida y había dejado el lugar, pero cuando registraron su casa en Falls Church tampoco encontraron nada y era evidente que de allí no se había mudado. Lo que quedaba claro era que se había marchado apresuradamente, su plan sin duda trastocado por la rápida reacción del Servicio Secreto una vez avisado por Stone.
Stone y Chapman miraron una vez más por la casa adosada esquinera de tres plantas construida a principios de la década de los ochenta del siglo XX y situada en una esquina, en la que Marisa Friedman había vivido desde el año 2000.
—Ashburn me ha dado un inventario de lo que se llevaron de aquí, apenas nada —le dijo Stone a Chapman cuando esta última se sentó en una silla y contempló la habitación—. Pero no hay ni una sola fotografía personal ni un álbum de recortes ni anuarios viejos, nada que indique que tenía una familia. Lo ha dejado todo limpio.
—Es una espía, ya se sabe.
—Los espías también tienen una vida —repuso Stone con firmeza—. Puede que gran parte de su historia sea inventada, pero suelen tener algunos objetos personales.
—¿Qué sabemos de sus orígenes? —preguntó Chapman.
—Nació en San Francisco. Hija única. Padres fallecidos.
—¿Cómo?
—En el incendio de su casa.
—¿No pensarás?
—Solo tenía cuatro años, así que no, no creo que los asesinase. Sus padres eran ricos, pero los impuestos estatales se llevaron una buena parte del dinero y, al parecer, los familiares que la acogieron no fueron muy generosos. Aunque no pudieron negar que era lista. Hizo la carrera en Standford. Prosiguió sus estudios en la Facultad de Derecho de Harvard. Posteriormente la reclutó la CIA. Ha sido una de sus principales agentes de campo durante mucho tiempo. La empresa de grupos de presión fue una tapadera brillante. Le permitía ir por todo el mundo recogiendo información sin que nadie reparase en nada.
—Al parecer ninguno de los tuyos reparó en que se había cambiado de bando. Weaver parecía a punto de mearse en los pantalones.
Stone echó un vistazo a la casa adosada de dimensiones discretas.
—No es precisamente una mansión.
—Entonces, todo esto es por el dinero, ¿no? —preguntó Chapman con sorna—. Me cayó mal desde el primer momento en que la vi.
—Todo esto es por mucho dinero —repuso Stone—. Mil millones de dólares pueden hacer que cualquiera haga cualquier cosa y deje para más adelante lo de racionalizarlo.
—No puedo creer que la defiendas.
—Lo único que me pregunto es si cuando la encuentre podré aguantarme y no matarla.
—¿Lo dices en serio?
Stone se dio media vuelta.
—Aquí no hay nada que pueda ayudarnos.
—¿Entonces, dónde crees que está?
—Se han revisado todos los vídeos de seguridad de los aeropuertos. Se ha interrogado a todos los agentes de la Seguridad en el Transporte. Se han examinado todos los documentos necesarios en este país para volar. Lo que deja fuera el coche, el autocar o el tren. No tiene un coche a su nombre. Uno de alquiler es demasiado problemático por varias razones. El autocar lo mismo. Además, no veo a una multimillonaria viajando en Greyhound.
—¿Avión privado?
—Lo hemos comprobado. Nada. En verdad, hay algunos huecos en ese terreno y no podemos estar totalmente seguros de que no ha viajado en un avión privado, pero no podemos hacer más.
—Entonces, ¿un tren a algún lugar del norte, a una gran ciudad? ¿De veras crees que ha hecho eso? Pero si piensas que envió a una persona que se parecía a ella en tren a Miami, entonces siempre preferirá mantenerse alejada de una estación de ferrocarril.
—Friedman piensa ocho jugadas por delante. Habrá contemplado el análisis que acabas de hacer, habrá imaginado lo que vamos a pensar y habrá hecho lo contrario.
—Derecha en lugar de izquierda —repuso Chapman.
—Lo que significa que llegar hasta ella no va a ser fácil. Y detenerla va a ser todavía más difícil.
Sonó el teléfono. Stone contestó. Joe Knox estaba al otro lado de la línea.
Stone escuchó varios minutos.
—Gracias, Joe, ahora si puedes poner señuelos en tarjetas de crédito, teléfonos móviles… ¿qué? Exacto, sabía que ya habrías pensado en ello. Y todo esto es entre tú y yo, ¿de acuerdo? Bien, gracias.
Miró a Chapman.
—Friedman es todavía mejor de lo que pensaba.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Chapman nerviosa.
—Pensaba que habría contratado protección en Europa del Este o en Asia.
—Vale, ¿y qué ha hecho?
—Ha contratado a un grupo de Europa del Este y a otro de Asia. Seis y seis.
—¿Y para qué iba a contratar a dos grupos?
—Dos muros entre ella y nosotros. ¿Si uno de los grupos la delata por alguna razón o si Carlos Montoya lo soborna?
—Tiene otro grupo de reserva.
—Y si no me equivoco, mantendrá a cada grupo independiente del otro y quizás incluso no sepan nada el uno del otro.
—Muro interior y exterior. Posición defensiva clásica —añadió Chapman.
—Penetramos uno con bajas y todavía tenemos que cruzar otro. Y entonces quizá ni siquiera logremos atravesarlo.
—¿Y dónde están estos tipos ahora?
—En la gran ciudad del norte.
—¿Nueva York?
—Lo que significa que es ahí adonde me dirijo.
—Adonde nos dirigimos —corrigió Chapman.
—Mira, yo …
—Bueno, es totalmente imposible que no me lleves contigo.
—No es tu guerra.
—Mira, esa zorra también intentó matarme. Así que no eres el único que se pregunta si va a conseguir no apretar el gatillo.