Varias horas después tenían una pista sobre Friedman. Seguían todos en la Oficina de Campo cuando Ashburn regresó a la sala de reuniones agitando un papel.
—Identificación visual de Friedman subiendo a un tren dirección Miami desde Union Station en Washington. Hemos comprobado la lista de pasajeros. Viaja con otro nombre. Ningún Friedman en la lista. Supongo que eso confirma su complicidad.
Todos miraron a Weaver, sentado en un rincón de la sala con expresión huraña.
—Asumo que no le ha llamado, ¿no es así, señor? —preguntó Ashburn.
Weaver ni siquiera se molestó en contestar.
—Miami tiene sentido. Se supone que trabaja para un cártel mexicano. Llega a Miami y salta a un avión privado en dirección al oeste de México. Y lo de tomar un tren es una decisión acertada. Probablemente pensaba que esperaríamos que utilizase una aeronave para huir con rapidez —añadió Ashburn.
Stone miró a Ashburn.
—¿Identificación visual? ¿Pero alguien la ha visto?
—Tenemos cámaras de vigilancia en todas las estaciones y aeropuertos. Hemos programado sus rasgos en el circuito y hemos dado en el blanco en Union Station.
—¿Has visto el vídeo? —preguntó—. ¿Para comprobar con certeza que era ella?
—Sí. No era una imagen clara y obviamente se había disfrazado, pero el ordenador puede captar factores que el ojo humano no puede. Y han enviado la descripción. Vamos a retener el tren en la próxima estación, revisaremos pasajero por pasajero y la detendremos.
Todos se apresuraron a salir de la sala. Weaver fue el último en salir.
Se volvió hacia Stone.
—Supongo que te debo una disculpa.
—No me debes nada. Es complicado. He estado casi tanto tiempo como los demás sin tener idea de lo que pasaba.
—Has salvado la vida del presidente. Creo que el futuro te augura para siempre el viento y el mar a tu favor —añadió.
Stone no dijo nada. Se limitó a mirar cómo Weaver se daba la vuelta y se marchaba.
Chapman le observaba de cerca.
—¿De qué iba todo eso?
—Historia antigua.
—No paras de decir lo mismo.
—No paro de decirlo porque es verdad.
—Vale, no te tragas la teoría del tren, ¿no?
Stone recordó las cosas que Marisa Friedman le había dicho. Todo eran mentiras, por supuesto, pero así era como sobrevivían los espías.
—Dijo que quería ir a una isla desierta —declaró con calma.
Chapman se animó.
—¿De verdad? ¿Cuándo lo dijo?
—Cuando fui a su despacho a decirle que sentía haber destruido su carrera —añadió—. Dijo que quería que me fuese con ella. Que nos parecíamos mucho.
Chapman le puso una mano en el hombro.
—Por si te sirve de algo, creo que no podéis ser más distintos. Ella es una zorra cruel y desalmada a la que solo le interesa el dinero. Y tú, bueno, obviamente no eres así. —Desvió la mirada, quizás avergonzada por sus palabras.
—Una isla desierta —repitió.
—Exacto, ahí es adonde realmente quería ir.
—Es una espía. Mentir es su forma de ganarse la vida.
Chapman lo miró con interés renovado.
—Entonces, ¿de una isla desierta nada?
—Sotfware de reconocimiento facial —dijo Stone de repente.
—He oído que es muy exacto.
—Es una máquina, así que es tan bueno como lo que le introduces. Lo que me hace plantearme una cosa.
—¿Qué?
—Qué base de datos han utilizado para compararla con la fotografía.
—¿Quieres decir que alguien tan inteligente como Friedman ya habría pensado en ello? ¿Ya sabría que utilizarían esas medidas para compararla con ella?
—Y si entró en la base de datos adecuada e introdujo unos parámetros ligeramente diferentes, daría una descripción de otra persona que ella se aseguraría que estuviese en la estación de ferrocarril camino de Miami.
—Y la policía detiene el tren y lo registra, pero no encuentra a Friedman, así que a esa persona ni siquiera la interroga. A salvo y sin problemas.
—A salvo y sin problemas —repitió Stone.
—Entonces, ¿dónde está Friedman?
—¿Qué es lo contrario de una isla desierta?
—¿Lo contrario? —Chapman reflexionó un momento—. Un lugar con mucha gente. ¿Una gran ciudad?
—Sí. Y no se ha ido hacia el sur. No iría a México.
—¿Por qué?
—Porque ha fracasado. ¿Por qué iba a irse corriendo con tipos como Carlos Montoya si no ha conseguido hacer el trabajo? Le metería una bala en la cabeza.
Chapman se recostó en la silla.
—Es verdad. Seguro que eso es lo que haría.
—Así que su «doble» se dirige hacia el sur para guiarnos en una persecución infructuosa.
—Lo contrario del sur es el norte. ¿Pero para qué irse a una gran ciudad?
—Es el mejor lugar para esconderse. De acuerdo, hay mucha policía y muchas cámaras, pero ella es demasiado lista para meter la pata con eso. Se perderá entre millones de personas. Esperará para ver qué sucede. Una vez que sepa cómo va todo, sus opciones aumentarán.
—¿Y cómo la vamos a pillar? No podemos irnos corriendo a cada gran ciudad al norte de aquí para buscarla. Quizá ya haya salido del país. Puede que esté en Canadá.
—No lo creo. Si corre demasiado rápido cometerá un error aunque tenga una estrategia de huida preparada. Y recuerda, su plan de escapada estaba preparado partiendo de la base de que la misión había sido un éxito. No, ahora se tomará su tiempo.
—¿Y si está en el tren de Miami y los agentes del FBI la detienen?
—Pues me alegro por ellos, pero no creo que eso vaya a suceder.
—Bien, ¿pero por dónde empezamos a buscar?
—Necesitamos información.
—¿Qué tipo de información?
Stone pensó en lo que Friedman le había dicho. Sobre que la CIA se quedaba con todos los beneficios de su lucrativo trabajo en los grupos de presión. Que se podía haber retirado a lo grande si el negocio hubiese sido suyo realmente.
—No hizo esto gratis. Lo que significa que tenemos que seguir el dinero —añadió de forma un tanto críptica—. Y a los matones.
—¿Los matones?
—Si tiene a alguien como Carlos Montoya detrás de ella, necesitará un muro de profesionales a su alrededor. Como protección. Así que para llegar hasta ella tendremos que hacerlo a través de ellos.
Chapman sonrió.
—Esto ya me gusta más.