Oliver Stone estaba sentado en la sala de espera del hospital rodeado por el resto de los miembros del Camel Club y por Mary Chapman. Nadie hablaba. Todos tenían la mirada perdida mientras se planteaban la posible pérdida de otro amigo.
Annabelle tenía los ojos enrojecidos, la cara hinchada y apretaba en la mano un pañuelo de papel. Caleb y Reuben, con el brazo y la pierna vendados, estaban sentados juntos con las cabezas agachadas. Harry Finn se apoyaba en la pared al lado de la puerta. No conocía a Alex Ford tan bien como los demás, pero le conocía lo suficiente como para estar muy afectado por lo que le había sucedido.
Alex se encontraba en cuidados intensivos después de haber sido operado de urgencia. Los médicos dijeron que sufría un traumatismo craneal grave, el cráneo fracturado por el trozo de cripta que había salido despedido por la explosión. La hemorragia había estado a punto de acabar con su vida. Ahora estaba en coma y ni uno solo de los médicos podía decirles si saldría de él.
Stone se acercó a cada uno de sus amigos, les hablaba en voz baja y les decía palabras de consuelo. Cuando llegó hasta Annabelle, esta se levantó y salió. Stone la siguió.
Chapman lo enganchó del brazo.
—Quizá necesite estar sola.
—En este momento es lo último que necesita —le contestó mientras abría la puerta y salía de la sala de espera.
Alcanzó a Annabelle cuando esta se acercó a una ventana y contempló la puesta de sol.
—No puedo creer lo que ha pasado, Oliver —dijo con voz temblorosa—. Despiértame y dime que no es verdad.
—Pero todavía está con nosotros. Es fuerte. Tenemos que seguir creyendo que va a salir de esta.
Ella se sentó en una silla. Stone se quedó de pie a su lado. Cuando empezó a llorar le pasó unos cuantos pañuelos de papel que había cogido antes de salir tras ella.
Cuando se calmaron los sollozos, levantó la vista hacia él.
—Los médicos no parecen muy optimistas.
—Los médicos nunca lo son. Su trabajo consiste en apagar las esperanzas, no en alentar las expectativas. Después, si el paciente sale, parecen más competentes de lo que en realidad son, pero ellos no conocen a Alex como le conocemos nosotros.
—Es un héroe. La persona más valiente que he conocido.
—Sí —convino Stone.
—¿Así que tú le enviaste un correo electrónico? ¿Le dijiste lo de la bomba?
Stone asintió y con cada movimiento de cabeza crecía su sentimiento de culpa. «Yo le envié un correo electrónico. Le hice enfrentarse al problema. Por mi culpa está ahora en coma».
Se sentó a su lado.
—No… no estuve muy comunicativo con Alex durante todo esto. —Pensó en la noche en que Chapman y él salían del despacho de Friedman. Alex se les había acercado, era evidente que quería hablar.
«Y más o menos me deshice de él. Y ahora está en coma».
Aunque intentaba parecer animado ante Annabelle, Stone había mantenido una charla privada con los médicos. No albergaban muchas esperanzas acerca de su recuperación.
—¿Sufre una lesión cerebral? —había preguntado Stone.
—Demasiado pronto para saberlo —repuso uno de los médicos—. Ahora estamos intentando mantenerlo con vida.
—¿Oliver?
Se giró y vio que Annabelle le miraba.
—¿En qué estabas pensando hace un momento?
—En que he fallado a mi amigo. En que se merecía a alguien mejor que yo.
—Si no le hubieses enviado el mensaje, la bomba habría explotado en medio de la multitud. Muchas personas habrían muerto.
—Mi parte lógica se da cuenta de eso. —Se tocó el pecho—. Pero esta parte no. —Se detuvo—. Milton. Y ahora Alex. Esto tiene que acabar, Annabelle. Tiene que acabar.
—Todos sabíamos dónde nos metíamos.
—No, no creo que ninguno lo supiésemos de verdad, pero no importa.
—Quiero encontrar a quien ha hecho esto, Oliver. Quiero que paguen por lo que han hecho.
—Pagarán, Annabelle. Te lo juro.
Le lanzó una mirada penetrante.
—¿Vas a ir a por ellos?
—Seré yo o serán ellos los que salgan de esta. Se lo debo a Alex. Yo al menos se lo debo.
Stone miró al fondo del pasillo. Parecía notarlo antes de que sucediese.
Annabelle se dio cuenta.
—¿Qué pasa?
—Ya vienen.
—¿Quién viene?
La ayudó a levantarse y la abrazó.
—Te prometo que voy a encontrar a los culpables. Te lo prometo.
—No puedes hacerlo tú solo, Oliver.
—Esta vez tengo que hacerlo yo solo.
Cuando se separó de ella tenía lágrimas en los ojos. Le resbalaban por las estrechas mejillas. Annabelle estaba sorprendida. Nunca había visto llorar a Oliver Stone.
—¿Oliver?
La besó en la frente, dio media vuelta y se alejó justo en el instante en que los hombres trajeados doblaron la esquina y se dirigieron hacia él.