—Bueno, ¿y cómo nos ponemos en contacto con Garchik? —preguntó Chapman mientras se alejaban en el coche de la casa de Gross—. Ya no somos oficiales. Supongo que yo estoy camino de Londres y tú …
—Exacto —contestó Stone—. Yo. —Sacó su teléfono—. Bueno, siempre puedo intentar llamarle. —Marcó el número.
—Si lo tienen escondido en algún sitio, puede que no conteste. Especialmente si le han explicado lo que ha sucedido. Podríamos estar en terreno prohibido —dijo Chapman.
Se oyó una voz en el teléfono de Stone.
—Hola, Steve, aquí el agente Stone. Sí. Sé que desapareciste del caso. Estábamos preocupados por ti hasta que nos informaron de tu situación. —Stone calló mientras Garchik le decía algo.
»Bueno, nos gustaría verte, si te parece bien.
Garchik añadió algo más.
—Lo entiendo, pero si pudiese preguntarte lo que el agente Gross estaba …
Chapman giró el coche hacia la derecha y casi se estampa contra el bordillo. La sacudida provocó que Stone se fuese hacia un lado y de no ser porque agachó la cabeza se la hubiese golpeado contra el cristal.
Stone miró por delante y por detrás a los vehículos que los habían encajonado. Los tipos ya habían salido de sus todoterrenos y se acercaban hacia ellos a grandes zancadas.
«Otra vez no».
Uno de ellos le entregó un papel a Stone pasándolo por la ventanilla.
—¿Qué es esto? —preguntó Stone sorprendido.
—Una citación del Congreso. Cortesía del director Weaver. Y si de verdad eres listo, nunca volverás a acercarte a la familia de Tom Gross.
Unos segundos después los tipos se habían largado.
Stone bajó la vista hacia la citación. Oyó hablar. Se dio cuenta de que el teléfono se le había caído al suelo y lo cogió.
—¿Steve? Sí, perdona. Un pequeño problema en este extremo. Mira, puedes… ¿Hola? ¿Hola?
Stone colgó.
—Se ha cortado.
Chapman puso el coche en marcha otra vez.
—Los tipos de Weaver también deben de haber llegado hasta él.
—Seguro.
—Ahora ya no podemos averiguar qué le dijo Garchik a Gross.
—¿Y si lo que le dijo a Gross es algo que nos dijo a nosotros también? Que yo sepa, creo que estuvimos presentes todas las veces que Gross habló con Garchik.
—A bote pronto no recuerdo nada importante. —Echó un vistazo al papel—. ¿Cuándo tenemos que presentarnos?
Stone leyó el documento.
—Mañana. Ante el subcomité de inteligencia de la cámara baja del Congreso.
—No nos han avisado con mucho tiempo. ¿Está permitido?
Stone siguió leyendo el documento.
—Seguridad Nacional aparentemente se salta incluso las garantías legales.
—Qué suerte tienes.
—Sí —repuso Stone—. Qué suerte tengo.
—¿Necesitas un abogado?
—Probablemente, pero no me lo puedo permitir.
—¿Quieres que averigüe si sir James se hace cargo?
—Creo que sir James ya ha tenido bastante conmigo.
—Creo que conmigo también. ¿Y crees que hay algo positivo en todo esto?
—Tenemos que empezar desde cero. Revisarlo todo de nuevo.
—Bien, todavía tengo en el portátil muchas notas y el vídeo del parque. Y antes de que cayésemos en desgracia la agente Ashburn me pasó los archivos electrónicos de gran parte del material de los otros vídeos.
—Pues en marcha.
Se dirigieron en coche hasta el hotel y allí establecieron un centro de mando en miniatura. Durante las horas siguientes revisaron todas las notas sobre el caso y el material de vídeo del portátil de Chapman.
—Una cosa sí hemos averiguado —declaró Stone mientras miraba la pantalla.
Chapman miró también.
—¿Qué?
—¿La vagabunda que vertió la botella de agua en el árbol y lo mató? —Señaló la pantalla que mostraba la imagen.
—¿Qué pasa con eso? Es una de las pocas cosas de las que podemos estar razonablemente seguros.
Stone tocó algunas teclas y agrandó la imagen de la mujer.
—Me sorprendió que contratasen a alguien para una tarea tan nimia.
—De nimia nada —señaló Chapman—. Fue el catalizador que puso todo lo demás en movimiento.
—No me refería a envenenar el árbol. Me refería a Judy Donohue. ¿Por qué contratarla para que mintiese sobre Sykes y aumentase nuestras sospechas sobre él? Podían haberlo hecho de alguna otra forma. Ahora lo sé.
—No te sigo.
—Mira el dorso de la mano de la mujer.
Chapman pulsó algunas teclas y agrandó todavía más la imagen.
—Tiene las manos bastante sucias, pero mira en la parte inferior derecha.
Chapman dio un grito ahogado.
—Es la pata de un pájaro. El tatuaje que Donohue tenía en la mano. ¿Qué era? Un pradero occidental. Ella era la vagabunda disfrazada.
—La utilizaron para eso y luego la obligaron a que implicase a Sykes. No creo que a sus jefes les importase si lo conseguía o no. Sykes era hombre muerto y siempre tuvieron la intención de asesinarla a ella también.
Chapman se recostó en la silla y repasó algunas notas.
—Según nos dijo Garchik, a los terroristas que colocan las bombas les gusta hacer pruebas para asegurarse de que todo funciona bien.
—Pero generalmente las hacen en algún lugar discreto. Al menos para no llamar la atención al colocar la bomba.
—Y Lafayette Park no tiene mucho de discreto. Lo que significa que no era una prueba. Era la misión, aunque formara parte de otra de mayor envergadura.
Stone se quedó pensativo.
—Exacto. La explosión de Lafayette tenía que ocurrir para que algún otro evento tuviese lugar.
—Tenemos la lista de los próximos eventos en el parque.
—No creo que la respuesta se encuentre ahí.
—Yo tampoco —convino Chapman—. Los malos no sabrán dónde va a tener lugar el evento o si se va a celebrar.
—Exacto.
—Lo de los nanobots que trae a todo el mundo de cabeza. Se producen a nivel molecular, lo que significa que pueden penetrar en cualquier cosa.
—Y al parecer se pueden fabricar para crear una plaga biológica o química. Una plaga sintética o ántrax o ricina. En grandes cantidades.
—Ahora bien, ¿metes todo eso en la raíz de un árbol frente a la maldita Casa Blanca con una bomba y no pones la plaga o cualquier otro microbio mortal en él? No tiene sentido.
—Nunca ha tenido sentido —admitió Stone—. Al menos no lo tiene desde el ángulo desde el que lo hemos estado mirando.
Chapman se irguió.
—Tendremos que regresar a donde empezó todo.
—¿Te refieres a Lafayette Park?
—Llamémosle por lo que es. El Infierno. La verdad es que ahora no se me ocurre llamarlo de ninguna otra forma. Deberíamos haberlo sabido.
—¿Qué quieres decir?
—Tiene el nombre de un puñetero francés —espetó Chapman.