No quedó títere con cabeza después de que el jefe del NIC se enterara de la existencia de una operación no autorizada en la que había perdido a su única baza en la mayor investigación de contrainteligencia de su breve carrera como jefe de los espías del país. Si Weaver hubiera podido ordenar la ejecución de Stone, Chapman y Ashburn y quedar indemne, lo habría hecho. Ni siquiera James McElroy, quien confesó de inmediato su participación en el fiasco, se salvó de la quema.
Stone y Chapman se reunieron con él más tarde en la embajada británica. McElroy parecía mayor y más frágil que nunca. La chispa que solía iluminar su mirada se había apagado. Chapman estaba desconsolada por haberle decepcionado. La expresión de Stone era insondable. Pocas personas eran capaces de atisbar la ira ardiente que le consumía.
—¿No tenemos ninguna pista sobre el francotirador? —preguntó McElroy con voz queda mientras se sujetaba el costado con fuerza.
—Ni una —respondió Chapman—. Para cuando llegó el FBI, el tirador hacía rato que se había marchado. Hay una carretera cerca de allí. Apenas se tarda un minuto en desaparecer en coche por alguna de la docena de direcciones posibles.
—Bueno, el MI6 ha sido oficialmente apartado del caso —dijo McElroy. Miró a Chapman—. Me marcho en el siguiente vuelo. ¿Me acompañas?
Chapman miró a Stone, que contemplaba la pared absorto en sus pensamientos.
—Necesitaría un poco de tiempo, señor, más que nada para rematar ciertos asuntos.
—¿Nos disculpas un momento, Mary? —dijo McElroy.
Chapman dedicó otra mirada a Stone y salió de la estancia rápidamente.
La puerta se cerró y Stone observó al británico.
—Menuda cagada —dijo McElroy.
—Pues sí.
—Pero sigo pensando que valió la pena. El statu quo estaba permitiendo que muriera gente a diestro y siniestro.
—Bueno, no hemos hecho más que añadir otro nombre a la lista.
—Ahora que Turkekul está fuera de circulación a lo mejor el asunto queda cerrado.
Stone se sentó delante de él.
—¿Y eso?
—Turkekul era como su guardagujas.
—Si es así, ¿por qué lo mataron?
—Lo desenmascaraste.
—¿Cómo saben que lo hice?
McElroy abrió las manos.
—¿Cómo se ha enterado esta gente de todo? Se enteran y ya está.
—Mi encargo ha sido revocado —dijo Stone—. La lealtad del presidente tiene sus límites. No me extraña.
—¿Y nuestra agente del FBI?
—¿Ashburn? Un par de puntos negros y trabajo de oficina durante una temporada. Fue lo bastante lista como para conseguir cierto respaldo de sus superiores antes de que todo esto saliera a la luz. Su caída será relativamente suave, pero de todos modos no es lo que ella quería.
—Por supuesto que no. —McElroy dio una palmada a Stone en el hombro—. No vale la pena lamentarse de cosas que no se pueden cambiar. Algunas misiones salen según lo planeado y todo el mundo contento. Otras no, desgraciadamente.
—Bueno, no estoy convencido de que esta misión haya terminado.
—Para nosotros sí, Oliver. No me ha importado ir a contracorriente en ciertas ocasiones. Anoche fue un ejemplo de ello. Pero también sé cuándo llega el momento de tirar la toalla. De lo contrario, no habría durado tanto.
Se levantó, apoyándose en la mesa para sostenerse. Stone alzó la mirada hacia él.
—Quizá sea cierto. Aunque fuera yo quien lo dijo, no terminaba de creérmelo.
—¿El qué?
—Que no soy lo que fui.
—Ninguno de nosotros lo es, Oliver. Ninguno de nosotros.
Cuando McElroy se marchó, Champan volvió a entrar y se sentó al lado de Stone.
—Me pareció que valía la pena intentarlo y, por si te interesa, lo volvería a hacer —dijo ella—. Es mejor que quedarse de brazos cruzados esperando que los demás hagan algo.
—Gracias —dijo Stone con sequedad—. ¿Y qué tienes que rematar que te impide tomar el avión con tu jefe?
—No estoy segura. Pensaba que tú me lo dirías.
Stone ladeó la cabeza.
—No te sigo.
—Supongo que no te darás por vencido.
—¿Y qué puedo hacer? Oficialmente ya no formo parte de la investigación.
—Oficialmente significa teóricamente y, que yo sepa, las teorías no te importan mucho.
—La he cagado bien cagada. Weaver está intentando buscar la manera de meterme entre rejas.
—Olvídale. Tenemos que resolver este caso. No creo que la eliminación de Turkekul importe tanto.
Stone mostró interés.
—¿A qué te refieres?
—Venga ya, estaba escuchando detrás de la puerta. He oído que le decías a sir James que no creías que la misión hubiera terminado.
—No lo creo, pero no sé qué más puedo aportar.
—¿Porque ya no eres quien fuiste?
—Lo has oído todo.
—Pues sí.
Stone vaciló unos instantes antes de hablar.
—Estoy acabado, Mary. Vuelve a Londres. Aléjate de mí como alma que lleva el diablo. Ahora mismo. Soy un veneno profesional. Tienes mucha carrera por delante.
Stone se levantó para marcharse. Chapman le agarró el brazo.
—John Carr nunca lo dejaría así.
—Cierto, pero no soy John Carr. Ya no.
La puerta se cerró detrás de él.