—Está en marcha —dijo la agente Ashburn. Iba en el asiento delantero del todoterreno con un auricular. Se giró para mirar a Stone y a Chapman—. Espero que esto funcione.
—Lo sabremos enseguida —dijo Stone.
—¿Y su seguridad? —preguntó Chapman.
—Les han dicho que le dejen salir.
—¿No sospechará?
—El trabajo de ellos consiste en protegerle de los demás, no de sí mismo. Ha dicho que se iba a la cama. No esperan que salga a hurtadillas, que es lo que acaba de hacer.
Se oyó una voz por el auricular de Ashburn.
—Vale, acaba de subir a un taxi. Debe de haberlo llamado desde el apartamento. Va en dirección oeste.
—¿Oeste? —preguntó Stone—. ¿Fuera de la ciudad?
Ashburn asintió.
—Acaba de cruzar Key Bridge. Vale, gira a la derecha para entrar en la avenida George Washington y se dirige a Virginia. —Dio un golpecito al chófer—. En marcha.
El coche aceleró y cruzó el río y luego giró a la derecha para entrar en la avenida.
—Mantente un poco por detrás —indicó Ashburn al conductor—. Tenemos efectivos por todas partes. Es imposible que lo perdamos.
Stone no parecía tan convencido de ello. Miró a Chapman con expresión incómoda.
Ashburn miró hacia atrás.
—Si Riley Weaver se entera de lo que estamos haciendo le cogerá una buena rabieta. Ya lo sabéis.
—No sería la primera vez —repuso Stone.
Observaba la oscuridad por la ventana. La George Washington era una de las avenidas más bonitas del área metropolitana de Washington D. C. Había árboles frondosos a ambos lados del asfalto, unos muros de piedra que bordeaban la carretera y un terreno empinado que descendía hacia el río Potomac y la extensión iluminada de Georgetown al norte del río. Sin embargo, Stone no se fijaba en ese aspecto del viaje. Observaba, a lo lejos, las luces traseras del taxi, que acababan de entrar en su campo de visión.
—Va a desviarse hacia la carretera panorámica —dijo Ashburn al cabo de unos instantes.
Stone ya lo había visto. Las luces del taxi desaparecieron cuando giró.
—Adelántale y luego reduce la velocidad —ordenó Ashburn al chófer. Dio la misma orden por el auricular.
Stone no sabía cuántos vehículos tenía el FBI en escena, pero era normal que sacaran la caballería pesada para cualquier asunto. Sin embargo, la misión actual no era detener a Turkekul o a quienquiera que se reuniera con él, sino seguir a la persona con la que había quedado y esperar que la pista les llevara a lo más alto de la cadena de mando. Quizá directamente al presidente de Rusia en persona.
—Contamos con visión por infrarrojos en toda la escena —dijo Ashburn—. Ha salido del taxi y se dirige al muro que delimita la zona de aparcamiento.
—¿Hay otro vehículo? —preguntó Stone—. No he visto ninguno cuando hemos pasado de largo.
Ashburn se quedó confundida y habló por el auricular:
—Bueno, ¿cómo va a quedar con alguien? ¿Acaso vienen en avión? —Se estremeció—. Acabo de ver una luz en el bosque, cerca del muro.
—Pueden haber escalado desde la orilla del río —dijo Stone.
—Hay una buena subida —dijo Ashburn. Habló por el auricular—. Todos preparados. No intervengáis. Repito, no intervengáis. Esto es un …
El sonido del disparo les hizo dar un respingo. Stone agarró al chófer por el hombro.
—¡Vamos! ¡Vamos!
El todoterreno dio media vuelta, tiró por la mediana y aceleró hasta el área de descanso.
—¡Intervenid! —gritó Ashburn por el auricular—. ¡Que intervengan todos los agentes!
Una avalancha de todoterrenos llegó a la zona de aparcamiento. Stone y Chapman bajaron del vehículo antes de que parara. Stone corrió hacia la silueta inmóvil que yacía en el asfalto. Se arrodilló al lado de Turkekul. Chapman se colocó junto a él.
—Está muerto —dijo Stone—. Orificio de salida por delante. Estaba de cara al río. Eso significa que el disparo procedía del otro lado de la carretera.
Ashburn ya estaba vociferando órdenes a los agentes. Un grupo de ellos corrió hacia el bosque situado al otro lado de la carretera, donde se había originado el disparo. Otros dos agentes sacaban al taxista aterrorizado de su vehículo. Chapman se acercó al muro y miró hacia abajo.
—La luz procedía de un farol con batería y temporizador —dijo. Se acercó de nuevo a Stone y bajó la mirada hacia Turkekul—. ¿Es posible que hubiera una fatua contra él? —preguntó.
Stone se limitó a negar con la cabeza.
—Nos han manipulado. Otra vez —añadió con amargura.
—¿Qué pasará ahora?
—Estamos jodidos —musitó—. Eso es lo que pasa. Estamos completa y absolutamente jodidos.