Al día siguiente Stone estaba en un restaurante con vistas a la calle Catorce. Vestía una americana negra, camisa blanca y vaqueros. Llevaba la pistola pero no la placa. En su interior, en ese momento, la primera era crucial, y la segunda, inútil. En el extremo opuesto del restaurante, con una visión clara de la puerta principal, estaba Harry Finn sorbiendo un vaso de ginger ale y leyendo la carta tranquilamente. Llevaba la 9 mm en la pistolera del hombro, en contacto con el pecho.
Mary Chapman se encargaba del otro extremo del restaurante. Sorbía una Coca-Cola encaramada a un taburete. La Walther estaba en su bolso.
Tres pistolas aguardando a su presa.
Stone se levantó cuando los vio entrar. Fuat Turkekul parecía un tanto insignificante al lado de la glamurosa Friedman. Ella vestía un traje pantalón oscuro y llevaba la melena suelta e impecable. «Una mujer hermosa», pensó Stone. Lo cual era bueno en su profesión. Atraía a ciertos hombres y también hacía que esos hombres se fijaran en los atributos físicos en vez de en lo que realmente podía perjudicarles, que era su cerebro.
Stone estrechó la mano de Turkekul y se sentaron. El turco recorrió la sala con la mirada antes de centrarse en Stone. Se colocó la servilleta sobre las rodillas antes de hablar.
—Me llevé una sorpresa cuando la señorita Friedman me pidió que me reuniera con usted. No suponía que usted estuviese al… ¿cómo se dice?
—¿Al corriente? —sugirió Stone.
—Eso.
—Sé cómo montármelo —dijo Stone con vaguedad.
Perforó con la mirada todos los rincones del restaurante y se quedó satisfecho. Dos guardas trajeados habían seguido a Turkekul y a Friedman y esperaban cerca del guardarropía. Friedman le había dicho a Stone que el personal de seguridad tenía la orden permanente de mantenerse a una distancia prudencial mientras ella estuviera con Turkekul. A los hombres de Riley Weaver se les veía alerta pero relajados. Stone se mantenía fuera de su línea de visión por si le reconocían.
—¿Y por qué deseaba verme? —preguntó Turkekul.
—¿Qué tal van las cosas con Adelphia?
—Trabajamos bien juntos. Me estoy dando mi primer chapuzón, por así decirlo. La señorita Friedman también es una buena compañera.
—Fuat espera progresar en los meses venideros —se atrevió a sugerir Friedman. Miró a Stone quizás una décima de segundo más de lo necesario antes de dedicarse a la carta que el camarero acababa de traer.
Turkekul levantó una mano.
—Estas cosas llevan tiempo. Los americanos lo quieren todo para ayer. —Soltó una risita.
—Tenemos esa fama, sí —convino Stone—. Pero los sucesos recientes resultan inquietantes.
Turkekul partió un pedazo de pan de la cesta del centro de la mesa y lo mordió. Limpió las migas del mantel y cayeron al suelo.
—¿Se refiere a lo de la bomba y tal?
—La muerte de un agente del FBI. El segundo estallido. El asesinato del hombre del Servicio de Parques. Hay que parar esto.
—Sí, sí, pero ¿qué tiene eso que ver conmigo?
—Un grupo yemení con vínculos conocidos con Al-Qaeda se ha atribuido la autoría, o sea que creo que tiene mucho que ver con usted. Se le ha encomendado que encuentre al cabecilla de esa organización.
Turkekul negaba con la cabeza.
—Ya les dije que el grupo yemení no era de fiar. No creo que estén detrás del atentado ni de ningún otro acto criminal.
—¿Por qué?
Turkekul alzó un dedo.
—Primero, carecen de la sofisticación suficiente. La planificación y la ejecución a largo plazo no son su fuerte. Ponen una bomba en un coche y lo hacen explotar, pero eso es todo. —Alzó otro dedo—. En segundo lugar, no disponen de los activos necesarios para llevar a cabo una misión como esa aquí. Ha hablado de muchas muertes, pero todas producidas en incidentes distintos. No, no han sido ellos.
—Vale, ¿y quién cree que es el responsable entonces? —Stone hizo una pausa y lanzó una mirada a Friedman—. ¿Su viejo amigo Osama? No cabe la menor duda de que posee la capacidad para planificar a largo plazo. Y los activos.
Turkekul sonrió y negó con la cabeza.
—No lo creo.
—¿Por qué motivo?
—Tiene… ¿cómo se dice? Cosas más importantes que hacer.
—¿Qué cosas?
—No estoy preparado para decirlo en estos momentos.
Stone se echó hacia delante.
—Quería reunirme con usted para llegar a una especie de acuerdo.
Turkekul se mostró sorprendido. Miró a Friedman antes de quedarse mirando otra vez a Stone.
—Ya tengo un acuerdo con su gobierno.
—No he dicho que fuera con mi gobierno.
Turkekul se quedó asombrado.
—No lo entiendo —dijo mientras miraba a Friedman otra vez.
—Necesitamos acelerar un poco el proceso —dijo Friedman— y creo que ahora contamos con la información para hacerlo. —Asintió hacia Stone.
Stone tomó el testigo de la «escena» ensayada.
—Hemos descubierto que hay un topo —dijo.
Turkekul lo miró con asombro.
—¿Un topo? —Dirigió otra mirada ansiosa a Friedman—. ¿Dónde exactamente?
—Muy cerca —repuso Stone—. Desconocemos la identidad exacta de la persona, pero sí sabemos que se está planeando un evento importante.
—Pero ¿cómo van a hacer algo al respecto si no saben quién es? —dijo Turkekul con una tranquilidad intencionada.
—Eso está a punto de cambiar —reconoció Stone—. Durante el último mes hemos tenido una fuente a la que hemos intentado desenmascarar. Ese es, básicamente, el motivo por el que solicitaron mi ayuda. Y por eso me interesaba tanto su presencia, Fuat. Puedo llamarte Fuat, ¿verdad?
—Por supuesto. Pero no entiendo por qué estás interesado en mí en relación con este asunto.
Stone se inclinó hacia delante y bajó la voz.
—¿Te importa si continuamos la conversación en un lugar más privado?
Turkekul miró de nuevo a Friedman, quien asintió.
—Tienes que saber de qué va esto, Fuat. Tiene que ver contigo.
El turco miró detrás de él, en dirección a los guardas.
—Como Marisa sabe, no viajo solo.
—Eso tiene arreglo —dijo Stone.
—¿Cómo? —preguntó Turkekul con nerviosismo.
—Tiene arreglo —repitió Stone. Señaló con los ojos en dirección a Chapman y a Finn. Ambos asintieron cuando Turkekul los miró.
—¿No me lo puedes decir aquí? —preguntó Turkekul.
Stone se recostó.
—Tú confías en Marisa y Marisa confía en mí, de lo contrario no te habría traído.
—Sí que confío en ella.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Salta a la vista que nunca has vivido en Oriente Medio.
—Pues sí que he vivido allí.
A continuación, Stone comenzó a hablar en pastún y luego pasó al farsi. El efecto en Turkekul fue inmediato.
—¿Cómo es posible que hables esos idiomas?
—Tengo el pelo blanco. Llevo mucho tiempo en este mundillo. Pero dices que no confías en nadie porque tu amigo solo es amigo hasta que se convierte en enemigo.
—Exacto.
—Entonces me arriesgaré a que me oigan y te diré por qué tienes que implicarte.
—¿Sí?
—Se ha emitido una fatua. Privada.
—¿Una fatua? ¿Contra quién?
—Contra ti.
Turkekul se quedó pasmado.
—¿Contra mí? No lo entiendo.
—Alguien ha descubierto que ayudas a los americanos, Fuat, y quieren impedirlo.
La mirada de Turkekul oscilaba entre Stone y Friedman.
—¿Una fatua? Pero si soy académico. No supongo una amenaza para nadie.
—Alguien ha descubierto qué estás haciendo en realidad. Eso está claro. ¿El topo del que te he hablado? Parece ser que eras su objetivo. Están al corriente de tu traición.
—Esto es… ridículo.
—No, nuestra información es verídica. Como bien sabes, hemos ampliado sobremanera nuestros recursos en inteligencia en esa parte del mundo.
—¿Quién emitió la fatua?
Stone dijo un nombre y el hombre se puso pálido.
—Son …
—Sí. El grupo al que han asignado para ejecutar la fatua tiene fama de no fallar nunca. No mencionaré su nombre, pero, créeme, lo reconocerías. —Turkekul parecía haber empequeñecido mientras jugueteaba con las manos. Stone lo observó—. Sé que tu religión no permite el consumo de alcohol, pero quizá puedas hacer una excepción en este caso… Entonces podremos hablar de lo que queremos que hagas.
—Sí, creo que sí. Tal vez un poco de vino —dijo rápidamente.
Friedman hizo una seña al camarero.
Al cabo de diez minutos Turkekul se marchó con Friedman, tras lo cual Stone y Chapman salieron por una puerta trasera y se montaron en un Yukon negro con cristales a prueba de balas y carrocería blindada.
—Bien hecho, Oliver —dijo una voz atronadora desde el asiento trasero.
Era James McElroy.
—La recepción de audio era muy buena. Lo he oído todo.
Stone se recostó en el asiento de cuero.
—Bueno, veamos si pica el anzuelo.