Stone se despertó. Estaba conmocionado, aunque poco a poco fue recobrando el conocimiento. Intentó incorporarse, pero una mano se lo impidió. Vio a la agente Ashburn mirándole.
—¿Qué? —empezó a decir.
—No pasa nada. Tómatelo con calma —dijo con voz tranquilizadora.
Stone miró en derredor. Volvía a estar en una habitación de hospital. Se dispuso a cerrar los ojos, pero los abrió de golpe al recordar algo.
—¿Chapman?
—Se pondrá bien. Tiene unos cuantos chichones y morados. Igual que tú.
—Donohue está muerta —dijo en voz baja.
—Sí. ¿Habéis visto cómo estallaba la bomba?
Stone asintió.
—Ella estaba en la furgoneta.
—¿Tienes idea de dónde ha salido la bomba?
Se tocó la cabeza e hizo una mueca.
—O ya estaba en el vehículo cuando ha llegado a casa o alguien la ha colocado mientras estábamos dentro con ella.
—¿No habéis visto a nadie? —Stone meneó la cabeza lentamente. Ashburn se acomodó en una silla junto a la cama—. Me ha sorprendido recibir tu llamada sobre Donohue. ¿Qué te ha hecho apuntar en esa dirección?
—Una corazonada.
—¿Sobre ella?
—Más bien sobre negarme a dejar que me lleven de la oreja.
—¿Te refieres a que crees que eso es lo que está pasando?
Stone se incorporó en la cama.
—Me refiero a que creo que nos manipulan, sí.
—¿Se te ocurre quién podría ser el artífice?
—Quizás alguien que está entre los nuestros. Acuérdate de lo que dijo el agente Gross, que alguien le vigilaba.
—¿Cuál era la función de Donohue? ¿Fue ella la que estaba implicada en lo del árbol y la bomba y no George Sykes?
—Eso creo. Ha intentado que sospecháramos de él. ¿Habéis encontrado algo en casa de Donohue?
—No, pero si tenía documentación de viaje preparada para huir, estará en los restos de la explosión y todavía los estamos analizando. Aunque no suele quedar rastro de documentos tras una explosión.
—Pero llevaba una maleta. No cabe duda que la hemos asustado. Creo que pensaba huir.
—No te digo que no. —Ashburn se levantó—. Has tenido un día ajetreado. El guardia de seguridad/francotirador impostor casi te da y ahora saltas por los aires.
—¿Sabe alguien que estoy aquí?
—¿Te refieres a tus amigos? No, nos ha parecido mejor mantenerlo en secreto.
—¿Y Chapman está bien? ¿No me tomas el pelo?
—No te tomo el pelo.
—¿Puedo verla?
—Voy a preguntar. Vuelvo enseguida.
La puerta se abrió al cabo de menos de un minuto. No era Ashburn. Era Chapman impulsándose en una silla de ruedas. Llevaba una gasa en la mejilla derecha y otra en la frente.
Stone se sobresaltó y se incorporó un poco más. Se fijó rápidamente en la silla de ruedas y luego la miró.
—No te preocupes. —Chapman sonrió—. Puedo caminar, pero es la norma del hospital para los pacientes que han saltado por los aires. ¡Mira que tenéis normas los americanos!
Stone se recostó con expresión aliviada.
Chapman se paró junto a la cama.
—¿Y tú qué? ¿Estás entero?
Stone estiró los brazos y el cuello.
—Que yo sepa, sí. Dolorido pero operativo.
—Casi los pillamos.
—«Casi» no sirve de nada en nuestra profesión.
—¿Qué te ha dicho Ashburn?
—Lo básico. No hay pistas. Lo más importante que me ha dicho es que estabas bien —añadió con una sonrisa.
Chapman le devolvió la sonrisa.
—Me alegra saber que tienes claras las prioridades.
—Me has salvado la vida.
—Eso solo significa que estamos en paz.
—Supongo que es cierto.
—Pero Donohue era la última baza. No nos queda nadie más con quien hablar.
—Te equivocas. Nos queda Fuat Turkekul.
—Pero es intocable.
—Después de haber saltado por los aires dos veces, para mí no hay nada intocable.
Más tarde, Marisa Friedman entró y Stone intentó disimular su sorpresa, pero no lo consiguió.
Friedman llevaba una falda blanca, una blusa de seda azul y zapatos planos. Maquillaje impecable, el pelo brillante y suelto hasta los hombros. Llevaba un bolso en una mano y unas gafas de sol en la otra. Miró a Stone con ojos penetrantes y se sentó en la única silla de la habitación.
—Veo que te has llevado una sorpresa al verme —dijo.
—La última vez que me acerqué a ti me dejaron bien claro que no volviera a hacerlo.
—¿Qué sabes sobre mí?
—Weaver fue contundente pero informativo.
—En nuestra profesión eso es a veces bueno y otras veces no tanto.
Stone se incorporó.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Me he enterado de lo que te había pasado. Quería cerciorarme de que estabas bien.
—No te hacía falta venir aquí para saberlo. Bastaba con llamar.
Ella lo miró y luego apartó la vista rápidamente. Se levantó y se acercó a la ventana.
—Bonito día.
—Supongo. Ni lo había pensado.
Ella continuó mirando hacia el exterior.
—De niña me fascinaba el tiempo. Quería ser meteoróloga de mayor.
—¿Qué pasó?
Se giró hacia él.
—No estoy segura, la verdad. Hice todo lo que debía. Fui a las escuelas adecuadas. Luego me desvié hacia la facultad de Derecho de Harvard. Después de licenciarme tenía la intención de tomarme un año sabático, viajar a Europa, y luego acabar trabajando en un bufete de Nueva York. Pero tuve el capricho de asistir a un seminario sobre la CIA y para cuando me di cuenta ya habían pasado un montón de años. —Se volvió para mirar otra vez por la ventana—. He vivido mucho. —Se giró de nuevo hacia él—. Pero no tanto como tú, por lo que parece.
—¿Has hablado con Weaver sobre mí?
Se acercó a la cama.
—John Carr. Impresionante.
Stone se encogió de hombros con resignación.
—No había oído ese nombre en treinta años y ahora lo oigo continuamente.
Arrastró la silla más cerca de la cama y se sentó.
—Me sorprendió que me pillaras. No tenía ni idea de que me estabais siguiendo la noche que fui a ver a Fuat hasta que recibí un mensaje de los agentes de Weaver. ¿Cómo te lo montaste?
—¿Estás aquí realmente por eso? ¿Para asegurarte de que tu tapadera no tiene agujeros permanentes?
—¿Acaso no harías lo mismo?
—La verdad es que sí —reconoció.
—¿Y bien?
—Fue un proceso de eliminación. Aquella noche estabas en el parque. La historia de Adelphia no era creíble de ninguna de las maneras. Turkekul estaba allí porque había quedado con alguien. —La señaló con un dedo—. Tú eras la elección lógica. De hecho tardé más de la cuenta en caer, pero debo argüir en mi defensa que me han despistado con muchas estratagemas.
A Friedman se la notaba nerviosa y Stone enseguida se percató del motivo.
—¿Te preocupa que alguien más pudiera llegar a las mismas conclusiones que yo?
—Así es mi vida, agente Stone. Intentar descubrirlo antes de que me pillen.
—¿Cómo descubriste lo de Turkekul?
—Una docena de cosas nimias que no significaban nada por separado pero que resultaban muy significativas en cuanto se asociaban. Aunque me costó creerlo, la verdad, y, al comienzo, también al NIC. Pero empezaron a investigar y resultó ser verdad. La conexión afgana de Fuat selló su perdición. Rastreamos esa historia y encontramos vínculos con la ex Unión Soviética. Su principal contacto de entonces está ahora muy cerca de la cima del poder allí.
—¿Y la relación con los cárteles de la droga rusos?
—Cártel. Solo hay uno, si bien tiene muchas manifestaciones y el gobierno ruso está asociado con el mismo. No solo el flujo de capital es enorme, sino que el daño que el narcotráfico podría causar a un país entero es mucho más mortífero que atacarle con el ejército. En una guerra los soldados mueren junto con algunos civiles. La mayoría de los habitantes no se ven afectados. En la guerra del narcotráfico todo el mundo sufre de un modo u otro.
—Entiendo.
—Entonces la cuestión se reducía a qué hacer con Turkekul.
—¿Y la solución fue darle cuerda hasta que se ahorcara?
—No es solo eso, no. Necesitamos a los demás, a los puestos altos de la cadena de mando. El hecho de que Fuat fuera un troyano supuso un duro revés. Pero si podemos darle la vuelta a la situación para que nos beneficie, entonces le causaremos un grave perjuicio al otro bando.
—Pues mucha suerte.
Marisa se levantó y le puso una mano en el hombro.
—Sé que trabajas duro para resolver este caso y sé que Fuat entra en todo esto.
—¿Pero no quieres que insista demasiado para así no echar por tierra tu trabajo?
—Sí.
—Lo tendré en cuenta. Puedes marcharte y decirle a Weaver que hoy has cumplido tu misión.
—No sabe que estoy aquí.
—Ya. —Stone lo dijo con tanta fiereza que hasta él mismo se sorprendió.
—No lo sabe —insistió ella.
—Entonces, ¿a qué has venido realmente? No será para comprobar tu tapadera ni para ver si estoy bien.
Ella lo miró con curiosidad.
—¿En qué basas esa deducción?
—La baso en que creo que eres una persona que hace varias cosas a la vez.
Ella suspiró.
—Solo quería volverte a ver. Asegurarme de que estabas bien, a pesar de lo que me han dicho. Al fin y al cabo, has sido víctima de una explosión.
—¿Y por qué te importa?
—Porque me importa.
—No lo capto.
Ella se le acercó.
—Bueno, permíteme que sea más sincera de lo normal. En realidad somos muy parecidos, John Carr. Muy pocos hacen lo mismo que nosotros. —Suavizó la expresión y dio la impresión de que miraba más allá de él—. He vivido muchos años aparentando ser quien no era. —Volvió a centrar su mirada en él—. Sé que tú lo has hecho durante mucho más tiempo. Nunca he conocido a nadie como yo. Es decir, hasta que te conocí. —Le tocó el brazo—. Así que estoy aquí por eso. Supongo que es para convencerme de que no estoy sola, de que existen otras personas como yo. Sé que probablemente te parezca ilógico.
—No, la verdad es que no. De hecho tiene mucho sentido.
Se le acercó todavía más.
—Es una vida muy solitaria.
—Puede serlo, sí.
—Se nota que hace mucho tiempo que estás solo.
—¿Cómo?
Ella levantó la mano lentamente y le tocó la mejilla.
—Se te nota en la cara. Si se sabe mirar, el rostro no miente. —Hizo una pausa—. Y los dos sabemos mirar, ¿verdad? —Retiró la mano y Stone apartó la mirada—. Siento haberte incomodado —dijo ella—. Ojalá …
—¿Qué?
—Nos hubiésemos conocido hace tiempo.
—Hace tiempo no habría funcionado.
—¿Quieres decir que ahora sí podría funcionar?
Stone volvió a apartar la mirada.
—Conmigo no funciona nada.
—¿Eres muy exigente?
—No es eso. Aunque fuera exigente, tú serías… Bueno, qué importa.
—Siempre importa. Incluso para dos viejos guerreros como nosotros.
—Yo soy viejo, tú no.
—En esta profesión todos somos viejos. —Hizo una pausa—. Si seguimos con vida. —Se levantó, le acarició la mejilla y le besó en la cara—. Cuídate —dijo. Al cabo de unos instantes se había marchado.