69

El problema era que no encontraban a Sykes. No había vuelto del descanso y nadie de su equipo sabía dónde estaba. Buscaron por el parque y zonas contiguas.

Stone llamó a Ashburn para explicarle lo sucedido así como lo que les había contado Judy Donohue.

—Emitiré una orden de búsqueda enseguida. No puede haber ido muy lejos.

Stone guardó el teléfono y miró a Chapman.

—Esto no me gusta nada.

—¿Te refieres a que parece que siempre van un paso por delante?

—Me refiero a que vuelvo a sentirme manipulado.

—Quizás haya visto que Donohue se ha escabullido para hablar con nosotros y le ha entrado el pánico. ¿Por qué no iniciamos una búsqueda calle por calle en coche? A lo mejor se ha ido a pie.

Se subieron al coche y giraron en Pennsylvania Avenue por el lado este de la Casa Blanca. Habían recorrido dos manzanas cuando lo oyeron.

El sonido del disparo se oyó con claridad por encima de los ruidos habituales de la ciudad. La gente empezó a gritar y a correr por la calle para protegerse.

El tráfico se detuvo y los cláxones comenzaron a sonar.

Stone y Chapman se apearon del coche y corrieron hacia delante.

Oyeron que una sirena se acercaba.

Corrieron de coche en coche, asomándose al interior.

La sirena ganó fuerza. Se oyó otra a continuación.

Chapman miró detrás de ella. Dos coches de policía atajaban por entre el tráfico en dirección a ellos. Stone también los vio y aceleró el paso. Sacó el arma del interior de su chaqueta. Chapman aceleró al otro lado de la hilera de coches parados e imitó sus movimientos. Al final llegaron al obstáculo de la carretera, dos coches que habían chocado, aunque Stone intuía que eso no era todo. Un hombre mayor estaba apoyado en el coche de delante con aspecto consternado y asustado. Stone bajó la mirada y vio que el hombre había vomitado en la calle.

Stone se le acercó y le mostró la placa.

—Señor, ¿qué ocurre? —‌preguntó.

El señor mayor señaló hacia el coche que tenía detrás, donde los dos guardabarros habían chocado. Stone observó la matrícula del coche. Era gubernamental. Se le cayó el alma a los pies. Echó un vistazo al interior del coche.

—Maldita sea.

Chapman estaba mirando desde la ventanilla del pasajero.

—Cielo santo.

Los dos coches de policía frenaron de golpe y unos hombres vestidos de azul saltaron del interior. Vieron a Stone y a Chapman empuñando las armas y sacaron las suyas.

—¡Policía! —‌gritaron apuntándoles con las pistolas.

Stone y Chapman alzaron bien las placas para que los policías las vieran.

—Agentes federales. Ha habido un homicidio —‌gritó Stone‌—. El FBI acaba de publicar una orden de búsqueda para este hombre, pero alguien se les ha adelantado.

Los policías avanzaron lentamente, comprobaron las credenciales de Stone y miraron en el coche.

Sykes estaba recostado en el asiento del conductor. El parabrisas estaba rajado. El disparo le había dejado un orificio en la frente. Había sangre y sesos desparramos por el interior del coche.

No era de extrañar que el otro conductor hubiera vomitado después de ver aquello, pensó Stone.

Chapman vio el móvil en el asiento delantero. Ayudándose de un pañuelo, lo cogió como pudo y consultó el registro de llamadas.

—Ha recibido una llamada hace diez minutos. De un número privado. Quizá los técnicos puedan identificarlo.

Stone asintió y miró a su alrededor.

—Cierto. Bueno, recibió la llamada y salió a toda prisa.

—Le tendieron una trampa —‌añadió Chapman‌—. Sabían que tomaría esta ruta. Alinearon el tiro.

En esos momentos Stone estaba mirando hacia delante en línea recta para intentar averiguar la procedencia del disparo.

—¿Qué necesitáis que hagamos? —‌preguntó uno de los policías.

Stone siguió mirando mientras hablaba.

—Pedid refuerzos y acordonad la escena del crimen.

Sacó el teléfono y llamó a Ashburn para informarla.

Ashburn soltó una buena ristra de tacos por el teléfono. Cuando se hubo desahogado, añadió:

—Voy a mandar refuerzos ahora mismo. Nos coordinaremos con la policía metropolitana.

Stone colgó.

—Se acerca la caballería.

—¿Cómo quieres repartir la búsqueda? —‌preguntó Chapman.

Una mujer que había estado en la acera se les acercó corriendo. Tenía unos veinte años, llevaba vaqueros con la zona de las rodillas agujereada y sujetaba un iPhone con la mano derecha y una bolsa de la compra con la izquierda.

—¿Señor? ¿Señora? —‌Se volvieron hacia ella. Señaló un edificio que estaba calle abajo‌—. Estaba mirando ese edificio mientras caminaba y he visto un destello. Luego he oído el choque de coches. Creo que de ahí… que ha venido de ahí.

—¿Recuerdas de qué planta? —‌preguntó Stone rápidamente.

La mujer miró el edificio y contó para sus adentros.

—La sexta. Por lo menos.

Oyeron otras sirenas a medida que los refuerzos llegaban a toda prisa. Stone gritó a los dos policías que habían llegado primero a la escena que les siguieran a él y a Chapman. Mientras corrían hacia el edificio, sacó el teléfono e informó a Ashburn de la situación. Le dio la dirección del lugar.

Stone se guardó la pistola y corrió lo más rápido posible sin apartar la mirada de la sexta planta, a la espera de que apareciera otro destello.