68

Salieron de la iglesia y regresaron al parque caminando.

—O sea que ahora George Sykes es un sospechoso —‌dijo Chapman‌—. ¿Hay alguien que no esté implicado en este asunto?

—En las conspiraciones suelen participar unas cuantas personas —‌observó Stone.

—¿Oliver?

Se giraron y vieron a Alex Ford, que se les acercaba dando grandes zancadas.

—Déjame hablar a mí —‌dijo Stone rápidamente a Chapman‌—. Hola, Alex —‌dijo girándose hacia su amigo.

—¿Piensas contarme algo que se asemeje a la verdad sobre lo que está pasando? —‌preguntó Alex con voz estridente.

—Sé que soy reservado y críptico, pero lo cierto es que no estoy convencido de que sea buena idea que estés al corriente de esto.

—¿En este plan vamos? ¿Soy miembro del Camel Club solo de nombre?

—No, no quería decir eso, pero ahora tengo un encargo y una placa y …

—Eso no te ha impedido implicar a Annabelle, Harry y Reuben, ¿verdad? Ellos no tienen placa ni encargo, pero yo sí.

—Ya sé que esto no es nada sencillo.

—Oh, es muy sencillo. Me mantienes totalmente al margen. Creía que éramos amigos y que nuestra amistad estaba por encima de todo lo demás.

Stone se dispuso a decir algo, pero se calló. Miró a Chapman y luego a Alex.

—Tienes razón.

Aquella constatación tan sincera pareció aplacar la ira del agente del Servicio Secreto.

—De acuerdo.

—Vamos progresando —‌dijo Stone‌—, pero no lo suficiente y tengo la sensación de que se nos está acabando el tiempo. Si no he sido lo bastante sincero contigo se debe en parte a que te encuentras en una posición muy delicada.

—¿En parte?

—Sí, el resto se debe a la torpeza con la que manejo nuestra amistad. Lo siento.

—¿Puedes contármelo? ¿Debería estar preocupado? Me refiero por el presidente.

—No estoy al corriente de ninguna amenaza concreta contra el presidente, si es a lo que te refieres. Y si lo estuviera, lo sabríais los dos. Eso te lo juro.

—He oído decir que te reuniste con él en Camp David.

—Sí. Necesitaba hablar con él con sinceridad.

—¿Y él te respondió con la misma sinceridad?

—Sí. De hecho, me sorprendió lo sincero que fue.

—Tengo entendido que Reuben sigue en el hospital.

—Sí, le fue por los pelos. Alex, por los pelos.

—Te presionamos para que nos dejaras ayudarte, Oliver. Ya somos todos mayorcitos.

—De todos modos, me siento responsable. No volveré a cometer ese error.

—No puedes proteger a tus amigos de todo.

—Al menos podría ahorrarles las situaciones peligrosas.

—Has dicho que ibais progresando. ¿Os falta menos para descubrir qué está pasando?

—Pues sí, la verdad.

—¿Y es malo?

Stone lanzó una mirada a Chapman antes de responder.

—Creo que es muy malo, sí.

—Pues entonces ten cuidado. Si puedo ayudarte en algo, cuenta conmigo. —‌Alex se giró y se marchó.

—Es un buen tipo —‌dijo Chapman mientras se situaba al lado de Stone.

—Sí, es verdad. Cada vez que hablo con Alex me acuerdo de lo afortunado que soy por tener a amigos como él y también de lo poco que me merezco a amigos como él.

—Bueno, probablemente ellos sientan lo mismo con respecto a ti.

—¿Tú crees? Yo no.

—¿Y qué hacemos con el señor Sykes? ¿Le abordamos de manera directa o sutil?

—Sutil y directa a la vez.

—¿Cómo nos lo montamos?

—Estoy pensando en ello. Se me acaba de ocurrir otra cosa. ¿Te acuerdas de los hispanos a los que mataron?

—¿Sí?

—Lloyd Wilder no estaba implicado. Los hispanos sí.

—¿Qué?

—El hombre que le dijo a Annabelle que había visto a los hombres llevándose la canasta mintió.

—Pero tú pensabas que Lloyd Wilder también estaba implicado. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?

—Sospechaba que estaba implicado. No estaba convencido. Pero después de pensar en el tema, sé que mis sospechas eran infundadas.

—¿Por qué?

—Annabelle y Reuben eran desconocidos en un bar que buscaban un vivero de árboles. ¿Y esos hombres les soltaron a bote pronto que uno de ellos había visto a alguien, no a John Kravitz, llevándose la canasta?

—¿Y?

—Estaba todo preparado. El hombre dijo haberse ocultado detrás de un edificio. Tal como constatamos cuando estuvimos allí, el edificio con la canasta estaba a más de ciento cincuenta metros de la estructura más próxima. Y en una escalera y a oscuras es prácticamente imposible identificar o incluso distinguir la envergadura y la edad de una persona. O sea que ¿cómo supo que no era John Kravitz?

—Es verdad. Y el tipo dijo que se marchó antes incluso de que el hombre bajara de la escalera.

—¿Y justo después de recibir esta información «crítica» atacan a Annabelle y a Reuben?

—¿Crees entonces que les tendieron una trampa?

—Creo que sabían quiénes eran Annabelle y Reuben antes de que entraran en el bar.

—¿E intentaron matarles?

—La palabra clave es «intentaron». Sé que Reuben recibió dos disparos, pero no le causaron heridas mortales. Creo que fue deliberado. Es valiente como el que más, pero no hay forma de atravesar una posición fortificada con metralletas atacando con una pistola. Y no se habrían batido en retirada. Si nos atenemos a la lógica del combate, Reuben debería estar muerto.

—¿O sea que le dejaron vivir? ¿Por qué?

—Para que Annabelle y Reuben nos contaran lo que les habían dicho. Otra pista falsa, otro callejón sin salida por el que correr y perder el tiempo. Y a los hispanos se los cargan poco después. Más estratagemas de despiste, más pistas que nos alejan cada vez más de la verdad.

—Y alguien está haciendo limpieza —‌dijo Chapman‌—. Matándoles.

—Eso también.

—Si estás en lo cierto, tu país está dando gran libertad de movimientos a Turkekul. Acabará matando a todo el mundo antes de ahorcarse.

—Puede ser.

—¿Y ahora a por Sykes? —‌preguntó Chapman.

—Sí, ahora a por Sykes.