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Al cabo de cinco minutos estaban en St. John Church admirando los cojines bordados del «banco presidencial» de la casa del Señor.

—James Madison. John Quincy Adams —‌leyó Chapman mientras bajaba la mirada hacia los cojines‌—. Una lista de personajes de lo más ilustre.

—Pues en aquella época a tu país no se lo parecía —‌repuso Stone‌—. Los llamaban revolucionarios e incluso terroristas.

—Bueno, después de doscientos años hasta las diferencias más espinosas suelen reconciliarse.

La mujer, vestida con el uniforme verde y caqui, entró en la iglesia y se quitó el sombrero. Los vio y se les acercó rápidamente.

—He visto que intentabas que nos fijáramos en ti —‌dijo Chapman‌—. Gracias por venir a vernos.

—La verdad es que no sé si es importante. Y aunque sea nuestro descanso no puedo ausentarme mucho rato.

—¿Cómo te llamas? —‌preguntó Chapman.

—Judy Donohue.

—Bien, señorita Donohue, ¿qué te preocupa? —‌preguntó Stone.

—Una cosa que dijo el señor Sykes cuando le interrogaron.

—¿Cómo sabes que le interrogamos? —‌preguntó Chapman‌—. Estaba solo.

Donohue se mostró avergonzada y tensa.

Stone se dio cuenta.

—¿Cuánto tiempo hace que trabajas en el Servicio de Parques?

—Diez años. Me encanta.

—¿Eres de por aquí? —‌preguntó Stone.

Sonrió irónicamente.

—No, del lugar más lejano imaginable.

—¿Dónde está eso? —‌preguntó Chapman.

—Crecí en un lugar remoto de Montana, en una región dejada de la mano de Dios. Siempre me ha gustado estar en contacto con la naturaleza. —‌Levantó una mano. En el dorso llevaba un pájaro tatuado‌—. Es el Sturnella neglecta, también llamado pradero occidental. Es el pájaro representativo de Montana. Me lo hice a los dieciséis años. Mis amigas se tatuaban corazones y nombres de chicos. Yo opté por la fauna.

—¿Y qué pasa con lo que dijo el señor Sykes? ¿Estabas cerca?

Donohue bajó la cabeza.

—Mi intención no era escuchar la conversación —‌dijo enseguida‌—. Estaba cerca trabajando en un proyecto y …

—Y oíste cosas —‌dijo Chapman con amabilidad‌—. Es perfectamente comprensible.

—¿Y qué oíste que te hizo plantearte algo?

—Dijo que estábamos esperando que un arborista inspeccionara el árbol y que le estábamos poniendo tierra especial y nutrientes y cosas así.

—Correcto —‌dijo Stone‌—. ¿Y no es cierto?

—No.

—Vale —‌dijo Stone lentamente‌—. Entonces, ¿cuál es el problema?

—Ya sé que no me explico muy bien. Por eso trabajo con las manos y no con la cabeza, supongo.

—No hay prisa, Judy —‌dijo Chapman para tranquilizarla.

—Pues resulta que el arborista ya había inspeccionado el árbol y había certificado que estaba sano. Volvió a echarle un vistazo cuando lo introdujimos en el agujero, pero nada más que para asegurarse de que el transporte con una grúa no lo había dañado. La tierra y los nutrientes ya estaban en su sitio.

—Es decir, que no hacía falta dejar el agujero sin tapar —‌dijo Stone.

—Eso mismo. Recuerdo poner los postes y la cinta y pensar que era una tontería dejar el agujero de ese modo porque alguien podría caerse.

—Es lo que pasó —‌dijo Chapman.

—Bueno, de todos modos me pareció extraño.

—¿Qué explicación dio Sykes para dejar el agujero sin tapar? —‌preguntó Stone.

—No nos dio ninguna explicación. Es el jefe de brigada. Hacemos lo que nos dice.

—Cuando el agente Gross vino, ¿estabais todos presentes cuando hizo las preguntas?

—Durante un rato sí, pero luego se marchó con el señor Sykes.

—Supongo que la pregunta sobre el agujero sin tapar no se formuló mientras estabais todos allí.

—Recuerdo que el agente del FBI planteó ese tema, pero entonces el señor Sykes dijo que era hora de volver a trabajar y que él contestaría el resto de las preguntas.

—¿Alguno de los otros miembros del equipo tiene las mismas reservas sobre el hecho de que el agujero se dejara sin tapar? —‌preguntó Chapman.

—Son buena gente, muy dedicados. Pero también obedecen órdenes y no les dan muchas vueltas a las cosas. Supongo que yo soy un poco más independiente. Y después de oír por casualidad lo que el señor Sykes les dijo, pensé que tenían que saberlo.

—Has hecho bien, Judy —‌la tranquilizó Chapman.

—Tengo que volver.

—Vale —‌dijo Stone‌—. Nos has sido de gran ayuda. No se lo cuentes a nadie.

Donohue asintió con expresión nerviosa.

—¿Creen que el señor Sykes hizo algo malo?

—Seguro que lo averiguaremos —‌declaró Stone.