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A la mañana siguiente, tras recibir una llamada, Stone y Chapman se reunieron con la agente Ashburn en la unidad de mando móvil del FBI. A Ashburn se la veía emocionada cuando les hizo pasar.

—Ya sabemos cómo envenenaron el árbol —‌anunció mientras les señalaba la cafetera y las tazas situadas en una mesa cerca de la puerta.

Se sentaron, café en mano, y contemplaron cómo se encendía la pantalla.

—¿Qué es eso? —‌preguntó Stone.

Ashburn pausó la grabación.

—Es el vídeo del DHS con las imágenes de Lafayette Park. La fecha en pantalla indica que se grabó tres semanas antes del estallido de la bomba.

—¿Qué os hizo comprobar el vídeo del DHS? —‌preguntó Chapman.

—En el FBI lo miramos todo —‌repuso con aires de suficiencia, aunque luego añadió con un tono más humilde‌—: Y básicamente no estábamos obteniendo nada por otras vías. Así que lo miramos y descubrimos algo interesante. —‌Pulsó el botón de reproducción y la pantalla volvió a cobrar vida.

Mientras Stone miraba, era como si estuviera a escasos metros del parque; las imágenes eran tan claras, tan cercanas, que cada píxel resultaba vívido y nítido. Se inclinó hacia delante cuando una mujer apareció en pantalla. Llevaba varias capas de ropa raída y sucia, y tenía las manos y el rostro negros de la mugre de vivir en la calle. El pelo era una maraña de rizos y mechones irregulares que le colgaban por debajo de los hombros.

—Una mendiga —‌observó Chapman.

—Una sintecho, sí —‌dijo Ashburn‌—. Por lo menos de aspecto, pero mirad lo que hace.

La mujer avanzó lentamente por el parque y Stone vio que los agentes del Servicio Secreto se le acercaban. El parque era un espacio público y abierto a todo el mundo, pero estaba enfrente de la Casa Blanca y lo visitaban muchos turistas, por lo que se tomaban las medidas necesarias para mantenerlo seguro y presentable. Stone había visto a los agentes del Servicio Secreto expulsando del parque a mendigos de aspecto perturbador o por comportarse de forma demasiado agresiva. Los agentes siempre se mostraban respetuosos y discretos. Incluso había visto que en ocasiones compraban comida y café a algunos vagabundos desdichados tras alejarlos del parque.

Sin embargo, la mujer de la pantalla no quería que le prestaran atención. Aceleró el paso, tropezó y el pie izquierdo se le fue quedando atrás. Entonces Stone se fijó en la botella de plástico que llevaba en la mano. Llegó al arce y cayó al suelo gimiendo y retorciéndose.

Ashburn paró la imagen.

—¿Lo veis? —‌Utilizó un puntero de láser para señalar la botella de agua. Estaba boca abajo y no tenía tapón. En el vídeo se veía un líquido que caía de la botella e iba a parar a la base del árbol. Ashburn reprodujo el resto del vídeo y Stone y Chapman observaron que la botella se vaciaba por completo y el mantillo que rodeaba el árbol absorbía el líquido rápidamente.

Al cabo de unos instantes los agentes uniformados ayudaron a la mujer a levantarse y se la llevaron.

—¿Los policías notaron algún olor extraño procedente de la botella? —‌preguntó Stone.

Ashburn negó con la cabeza.

—Ayer convocamos a esos agentes. Recuerdan a la mujer, pero digamos que su olor corporal era lo bastante fuerte como para encubrir cualquier otro olor. Además, imaginaron que se le había caído el agua de la botella y ya está. No les pareció nada extraño. Cuando al cabo de un tiempo el árbol se murió, nadie relacionó los hechos. Pero tomamos muestras de la tierra que rodeaba el árbol original e incluso encontramos fragmentos de la corteza en el Servicio de Parques. Los resultados de las pruebas confirman que fue envenenado con un producto que evita que el árbol absorba el agua y los nutrientes. Su muerte era inevitable.

Stone la miró.

—Buen trabajo, agente Ashburn. Creo que has desentrañado el misterio de la muerte del árbol.

—Pero nos falta mucho para averiguar el resto —‌reconoció con resignación.

La dejaron y volvieron caminando al parque. Chapman señaló delante de ellos.

—Están haciendo los preparativos para plantar otro árbol —‌dijo. El personal del Servicio Nacional de Parques trabajaba alrededor de otro cráter.

—Esperemos que esta vez utilicen a otro proveedor —‌dijo Stone— y comprueben si hay bombas.

El equipo de jardineros era prácticamente el mismo al que habían interrogado. George Sykes dirigía a la tropa uniformada mientras retiraban los restos y volvían a dar forma al cráter llenándolo con tierra nueva.

—Supongo que la ATF ha terminado su investigación aquí —‌comentó Chapman.

—Supongo.

—¿Cuál fue tu momento de iluminación anoche? —‌preguntó Chapman‌—. Dijiste algo sobre unas piquetas blancas y luego te callaste.

—Hoy habría venido aquí aunque Ashburn no nos hubiera llamado. —‌Señaló hacia el norte, hacia el edificio de oficinas desde donde se habían producido los disparos‌—. Calibra la línea de visión.

—Ya lo hice, gracias.

—¿Recuerdas lo que representaban las piquetas de colores del parque?

—Naranja para los escombros y blanco para las balas.

—¿Recuerdas la distribución de cada color?

Chapman miró por la hierba.

—Había piquetas de color naranja por todas partes, lo cual es de esperar con una bomba. Los explosivos distribuyen los restos de forma aleatoria.

—¿Y las piquetas blancas?

Chapman vaciló.

—Si no recuerdo mal estaban concentradas en el lado occidental del parque.

—«Concentradas», esa es la palabra clave.

Chapman volvió a mirar hacia el edificio de oficinas y luego al parque.

—Pero me dijiste que la distribución de las balas era el motivo por el que me has hecho mirar en ese edificio.

—El huevo o la gallina. Abordé la ecuación desde el lado equivocado.

—¿Qué?

—Creí que habían utilizado ese edificio, en parte al menos, porque era más alto que el jardín de la azotea del hotel y podían ver por encima de los árboles. Así no tenían que disparar a ciegas. Pensé como un francotirador, pero fue un enfoque incorrecto.

Chapman parecía confusa, pero le duró poco.

—¿Quieres decir que como no había un objetivo real en el parque, como por ejemplo el primer ministro, qué más daba disparar a ciegas?

—Eso mismo. Podían disparar con la metralleta a través de las copas de los árboles. Daba igual. Pero el edificio de oficinas les permitía ver por encima de los árboles. En la oscuridad era necesario porque las cosas se ven distintas a oscuras y la capacidad espacial se deteriora. Quizás utilizaran objetivos nocturnos, pero aquí por la noche hay mucha luz de ambiente, y los objetivos nocturnos resultan visibles para otras personas que también los empleen, y aquí hay muchos debido a la presencia de las fuerzas de seguridad.

—Vale —‌dijo Chapman lentamente‌—. ¿Y eso qué significa?

—Los tiradores delimitaron el campo de tiro al lado oeste.

—Tú estabas en la zona oeste del parque, junto con nuestro hombre.

—Y las balas cayeron peligrosamente cerca de nosotros. Creo que fue más por casualidad que por premeditación. Si nos hubieran alcanzado no creo que les hubiera importado.

—¿Y por qué limitaron los disparos a la zona oeste? —‌se preguntó Chapman. ‌Stone estaba a punto de responder cuando Chapman se lo impidió‌—. No mires ahora, pero una de las jardineras nos está mirando con expresión extraña.

—¿Cuál?

—La mujer joven. Espera, voy a intentar una cosa.

—¿El qué?

—Espera.

Stone fingió examinar una zona del césped con sumo interés. Chapman regresó al cabo de dos minutos.

—Bueno, esperamos cinco minutos, vamos en dirección norte y entramos en esa iglesia de ahí.

—¿Por qué?

—Para reunirnos con la mujer.

—¿Cómo lo has conseguido?

—Digamos que ha sido un intercambio de señas femeninas que son imposibles de captar y traducir por la mente masculina.