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—¿Por qué Friedman? —‌preguntó Chapman mientras caminaban por la calle H.

—Estaba en el parque. Como he dicho, se trata de un simple proceso de eliminación.

—Pero ella ya explicó qué hacía allí. De hecho, se presentó voluntariamente ante las autoridades.

—Yo también lo haría si fuera culpable de algo. Su rostro aparecía en la grabación de vídeo. Resultaría muy sospechoso si no se presentaba. Así apaciguó la sospecha y dio la impresión de ser una ciudadana honrada y respetuosa de la ley.

—Una ciudadana honrada y adúltera, pero tiene un despacho justo ahí. —‌Chapman señaló la línea de casas adosadas en Jackson Place‌—. Era de lo más lógico que estuviera en el parque.

—Por favor, baja la mano por si está mirando. Han permitido que los propietarios regresen.

Chapman bajó la mano y adoptó una expresión disgustada por la indiscreción de su gesto.

—Perdón.

—Dijo pertenecer a un grupo de presión y quizá sea cierto, pero a lo mejor esa no es toda la verdad.

—¿O sea que podría haber quedado con Turkekul?

—Si Turkekul había planificado un encuentro, Friedman era la única persona del parque con quien podría tener una cita —‌dijo Stone.

—Pero se lo habría contado a sir James y a los demás.

—Entonces quizá también la estén encubriendo.

—¿Porque forma parte de su misión, sea la que sea?

Stone asintió.

—Entonces, ¿estaba en el parque por Turkekul?

—Si mi teoría es cierta, sí —‌repuso Stone.

—¿Pero se reunieron?

—Se marcharon a la misma hora. No vi ningún tipo de interacción entre ellos mientras estaban en el parque. Ella habló por teléfono, pero él no.

—Quizá fueran a reunirse, pero …

—Pero entonces se produjeron los disparos y explotó la bomba.

—¿Cuál podría ser el objetivo de su cita?

—No tengo ni idea, pero dudo mucho que fuera sobre cómo encontrar a Bin Laden.

—¿Cómo abordamos la investigación desde esta nueva perspectiva?

—Si intentamos ir a por Friedman y resulta que la encubren los peces gordos, a lo mejor nos pelan.

—¿O sea que no podemos tocarla?

—Oficialmente no, pero quizás haya otro método.

—¿Cuál?

Stone hizo una llamada con el móvil.

—¿Annabelle? Tengo otro encargo para ti. Si te apetece.

Al día siguiente Annabelle y Caleb entraron en la oficina de Marisa Friedman. Habían concertado una cita y Friedman les esperaba. El aspecto de Annabelle había sufrido un cambio considerable. Llevaba el pelo rubio y corto, iba maquillada, vestía al estilo europeo y tenía un acento que era una mezcla de alemán y holandés. Caleb iba totalmente vestido de negro con el pelo ralo alisado hacia atrás. Llevaba unas gafas cuadradas, una barba incipiente y un cigarrillo apagado. Le explicó a Friedman que era lo único que le funcionaba para intentar dejar de fumar.

Ella se arremangó y le enseñó un parche de Nicorette en el brazo.

—Pues yo estoy en una situación parecida.

Friedman les condujo a su amplio despacho de la última planta con vistas a Lafayette Park. Estaba decorado de forma que indicaba que Friedman había viajado mucho, tenía buen gusto y el dinero necesario para ejercitar tal sensibilidad.

—Acabamos de volver al despacho —‌dijo ella.

—¿Y eso? —‌preguntó Annabelle.

—Una bomba estalló en el parque. Y hubo disparos.

—¡Dios mío! —‌exclamó Caleb.

—¿No se han enterado? —‌preguntó Friedman con expresión sorprendida.

—Como habrá deducido por mi acento, no soy de este país —‌declaró Annabelle.

—Y yo soy expatriado —‌añadió Caleb desenfadadamente.

—Pero a los americanos les gustan las pistolas y las bombas —‌dijo Annabelle‌—. Por lo menos es lo que cuentan por ahí. —‌Se encogió de hombros‌—. O sea que es normal, ¿no?

—No, no es normal, gracias a Dios. —‌Friedman se inclinó hacia delante‌—. Debo reconocer que su llamada de teléfono me ha dejado intrigada. ¿Quieren importar trabajos ecologistas desde Europa? ¿Puedo preguntar por qué, dado que lo ecologista ya ha despegado en Europa?

Annabelle hizo una mueca.

—Es la burocracia. Lo que ustedes llaman «papeleo». Nos está matando. Nuestros negocios abarcan muchos límites geográficos distintos. La Unión Europea hace pasar por el aro a todas las empresas y a menudo es imposible y totalmente ridículo. Nuestro modelo de negocio es bueno. Nuestra tecnología competitiva. Pero ¿y si no podemos ponerla en práctica? —‌Volvió a encogerse de hombros.

—Yo tengo experiencia aquí aunque haya estado fuera mucho tiempo —‌añadió Caleb‌—. Mis amigos me dicen que América es el lugar idóneo, que queréis trabajos ecologistas, que la burocracia no es tan exagerada, que se pueden hacer las cosas con rapidez y que también hay incentivos gubernamentales para hacerlas.

—Eso es cierto. ¿En qué país se instaló? —‌preguntó de repente.

—En Francia.

Ella le hizo una larga pregunta en francés. Caleb respondió de inmediato y al final incluso le soltó un chiste que la hizo reír.

Annabelle dijo algo en alemán y Caleb respondió en alemán.

—Me temo que mi alemán es muy malo —‌dijo Friedman.

—Discúlpenos —‌dijo Annabelle‌—. No ha sido muy educado por nuestra parte.

—Los europeos hablan un montón de idiomas, lo cual hace que los estadounidenses nos sintamos torpes.

—Su país es grande, los nuestros son pequeños —‌dijo Annabelle‌—. Hablar idiomas es una necesidad, pero habla usted muy bien francés.

—¿En qué puedo ayudarles?

—Necesitamos una presencia, una zona de cobertura, creo que la llaman así, aquí en Washington. Queremos construir una fábrica que produzca nuestros artículos en Estados Unidos. También tenemos una patente IP y temas de licencia que habría que abordar a nivel político. —‌Annabelle hizo una pausa‌—. ¿Es así como se dice? ¿Abordaje político?

—Grupo de presión, creo —‌comentó Caleb‌—. Y amigos en las altas esferas.

—Por supuesto que puedo encargarme de esos asuntos —‌dijo Friedman‌—. Tengo muchos contactos en el Gobierno, y la energía es una de mis especialidades. ¿Puedo preguntarles cómo me han encontrado?

Caleb se mostró incómodo.

—Me temo que no tiene nada que ver con su reputación, por estelar que sea.

—Nos hemos basado en la proximidad —‌añadió Annabelle‌—. Señaló hacia la ventana.

Friedman siguió el movimiento.

—¿La Casa Blanca? —‌Sonrió‌—. Interesante auditoría. Pero supongo que es uno de los motivos por los que me instalé en este lugar.

—Aunque también hemos consultado su lista de clientes. Es impresionante y se ajusta muy bien a nuestras necesidades —‌comentó Annabelle.

Caleb se inclinó hacia delante y dio un golpecito con el cigarrillo en la madera tallada del escritorio de Friedman.

—Nos resultaría útil que nos explicara un poco su experiencia. Queremos hacerlo bien. Nuestro modelo de negocio muestra una vía clara hacia unos ingresos de miles de millones de euros o, más bien, dólares. Tenemos que empezar con buen pie. Es imprescindible.

—Por supuesto. —‌Friedman les explicó su origen, estudios y experiencia laboral y aspectos en los que podría ayudarles. Cuando la reunión estaba a punto de concluir, Friedman añadió‌—: Para el tipo de trabajo que requieren, calculo que bastará una cuota de diez mil dólares al mes. Esa cuota se limita al trabajo realizado de acuerdo con el marco de honorarios normal. Para encargos que vayan más allá de este ámbito, el precio será mayor. Todo está explicado en nuestro acuerdo estándar sobre honorarios.

—Por supuesto —‌dijo Annabelle‌—, parece lógico.

—¿De qué parte de Alemania es usted?

—De Berlín, pero me crie en otro lugar.

—¿Ah, sí? ¿Dónde?

—En muchos sitios —‌dijo Annabelle bruscamente.

—Es muy cosmopolita —‌añadió Caleb‌—, y reservada.

—No tiene nada de malo en un mundo en que todos vigilan al prójimo —‌dijo Friedman con tono desenfadado.

—Seguiremos en contacto —‌dijo Annabelle‌—. Auf Wiedersehen.

Ciao —‌añadió Caleb.