Mientras comían Chapman no paraba de lanzar miradas a Stone, quien no demostró haberse dado cuenta. Antes de que la cena terminara ya se había tomado unos cuantos mojitos más y una copa de oporto.
—¿Tienes coche? —preguntó Stone después de que pagaran la factura.
—Sí, pero ¿por qué no caminamos un poco? Hace una noche agradable.
—Buena idea.
—¿De veras? —dijo ella sonriendo.
—Sí. Has bebido mucho. Dar un paseo te ayudará a despejarte —añadió con voz rara.
Pasaron junto a varios restaurantes atestados de clientes hambrientos y escandalosos. Los coches pitaban y los peatones pasaban por el lado.
—¿Estás preocupada? —preguntó Stone.
Ella lo miró con severidad.
—Pienso en cosas, ¿por qué?
—Por nada. Hay mucho en que pensar.
—¿O sea que Weaver no ha vuelto a ponerse en contacto contigo?
—Supongo que no lo hará. Por eso le pedí a Caleb que me ayudara a investigar.
—Y una vez visto el resultado de sus investigaciones, ¿a qué conclusiones has llegado?
—A ninguna —reconoció—. Solo tengo más interrogantes. —Hizo una pausa—. Weaver dijo algo interesante antes de cortar el contacto conmigo.
—¿El qué? —se apresuró a preguntar Chapman.
—Dijo que tal vez las cosas no sean lo que parecen. Creo que se refería a que estamos investigando desde una perspectiva equivocada y que si diéramos con la adecuada quizá todo cobraría sentido.
—¿Tú te lo crees? —preguntó ella.
—No digo que no. Por lo menos no todavía.
Chapman se paró ante un vendedor callejero y se compró una gorra de béisbol con las letras «FBI» impresas. Stone la miró asombrado y Chapman se excusó.
—Tengo un sobrino en Londres al que le gustan estas cosas.
—¿Sabe que trabajas para el MI6?
—No, cree que me dedico a la informática. Le parecería mucho más enrollada si supiera la verdad.
»Bueno, repasemos lo que sabemos —dijo ella al retomar el paseo—. Disparos y bomba. Tal vez no guarden relación. El hotel Hay-Adams fue una distracción y en realidad los disparos procedían de un edificio del gobierno de Estados Unidos que está en obras. Padilla sale corriendo y activa la bomba, que seguramente estaba alojada en una pelota de baloncesto en el cepellón del árbol. Eso nos lleva al árbol y de ahí al vivero.
Stone prosiguió con el razonamiento:
—El vivero nos lleva a John Kravitz, que tenía material para fabricar explosivos debajo del tráiler. Lo matan para evitar que hable con nosotros. El agente Gross y las otras dos personas son asesinadas por motivos que desconocemos, pero quizá Wilder estuviera implicado. La bomba contenía ciertos elementos extraños que, de momento, se han identificado como nanobots. No se sabe por qué estaban en la bomba. El agente Garchik ha sido «liberado» de sus labores de campo a la espera de novedades. Disponemos de varias pruebas que indican que el gobierno ruso o los cárteles de drogas rusos, o quizás ambos, podrían estar detrás de esto.
—Y a los hispanos los mataron porque quizá vieron algo o porque tal vez formaran parte del complot.
—Sí. Seguimos sin saber quién era el objetivo real de la bomba. Barajamos distintas posibilidades, pero ninguna definitiva.
Chapman se paró y lo miró.
—Bueno, esa es la lista. La hemos repasado un par de veces.
—Nos hemos dejado algo. Fuat Turkekul.
—Pero su presencia ha quedado clara.
—¿Tú crees?
—Sir James la aclaró. Sé que confías en él, a pesar de lo que has dicho antes.
—No, he dicho que confiaba en ti.
Chapman se sonrojó ligeramente. Stone la miró durante unos instantes y luego apartó la vista. Comprobó la hora.
—¿Tienes otra cita? —preguntó ella intentando esbozar una sonrisa.
—No. Me preguntaba cuánto vas a tardar en contármelo.
—¿Contarte qué?
—Lo que sea que me ocultas.