Mary Chapman dejó que el agua le discurriera por el cuerpo mientras el vapor de la ducha se alzaba cual niebla matutina por encima de un lago. Golpeó la pared de la ducha presa de la frustración, agachó la cabeza bajo la cascada de agua y respiró hondo y de forma controlada. Cerró el grifo, salió de la ducha, se secó con una toalla y se sentó en la cama.
La reunión con el director Weaver y sir James había resultado productiva y había cubierto los puntos clave. Formaba parte del trabajo. Eso no debería suponerle ningún problema. Era el motivo por el que la habían llevado allí. Pero sí que se lo suponía y no sabía qué hacer al respecto.
Se secó el pelo, se tomó su tiempo para decidir qué ponerse, se puso tacones y joyas, cogió el bolso y la pistola, y bajó a la parte delantera del hotel después de pedir su coche. Condujo hasta Washington D. C. en plena hora punta. Stone ya la esperaba.
Le dedicó una sonrisa a Stone, que se había cambiado y llevaba unos pantalones anchos y una camisa blanca de manga larga que hacía juego con el color de su pelo cortado al rape y resaltaba el bronceado intenso de su rostro de mandíbula cuadrada. Se había arremangado y se le veían los antebrazos fibrosos. Si bien medía un metro ochenta y cinco, parecía incluso más alto debido a su delgadez. No obstante, cuando le había sujetado el brazo en el exterior del tráiler de John Kravitz, había sentido su fuerza. Incluso a su edad, Stone seguía siendo de hierro y supuso que lo seguiría siendo hasta el día de su muerte… la cual podría producirse en cualquier momento.
Al pensarlo, Chapman dejó de sonreír.
—Todavía no te he dado las gracias por salvarme la vida en tu casa —dijo ella—. El destello me alcanzó a mí, pero no a ti.
—Bueno, estaríamos los dos muertos de no haber sido por ti. Nunca he visto a nadie moverse tan rápido.
—Menuda alabanza viniendo de ti.
Le puso la mano brevemente en la parte baja de la espalda mientras los conducían a una mesa con vistas a la calle Catorce. Aunque era más de veinte años mayor que ella, tenía algo que lo diferenciaba de los otros hombres que había conocido: haber sobrevivido tanto tiempo haciendo lo que hacía. Y nunca había visto una mirada tan intensa.
El ligero contacto de su mano hizo que Chapman se sintiera protegida y reconfortada, pero cuando la retiró volvió a sentirse deprimida. Pidió un mojito y él una cerveza. Estudiaron las cartas.
—¿Ha sido productiva la tarde? —preguntó Stone mirándola por encima de la carta.
Chapman notó cierto acaloramiento cuando lo miró.
—Un poco aburrida, la verdad. Los informes y las reuniones no son mi fuerte. ¿Y tú qué tal?
El móvil de Stone vibró. Miró el número y respondió.
Moviendo los labios le dijo que era la agente Ashburn.
Stone escuchó. Parpadeó con nerviosismo. Lanzó una mirada a Chapman.
—Vale, gracias por avisarme.
—¿Qué pasa? —preguntó Chapman en cuanto Stone se guardó el teléfono.
—Acaban de encontrar a los hispanos del vivero de Pensilvania.
—¿Qué quieres decir con eso de que los han encontrado?
—Muertos. Los han ejecutado y han arrojado los cadáveres a un barranco.
Chapman se recostó con el rostro pálido.
—Pero ¿por qué los habrán matado?
—Uno de los hombres vio a alguien quitando la canasta. No se lo contó a la policía. Se lo contó a Annabelle. Y ahora están todos muertos.
Chapman asintió.
—Están eliminando los cabos sueltos.
—Eso parece. Probablemente no mataron a todo el mundo en el vivero junto con Gross y el supervisor porque sabían que íbamos a volver.
—¿Cómo?
—El francotirador que mató a Kravitz llamó y les dijo que nos habíamos marchado a toda prisa. ¿A qué otro sitio íbamos a ir si no?
—Cierto. —Chapman se mostró disgustada por no haber caído en algo tan obvio—. Pero, de todos modos, vio a alguien descolgando la canasta. ¿Y qué? Tampoco es que fuera a identificarlo en una rueda de reconocimiento, ¿no?
—A lo mejor sí.
—¿A qué te refieres? No es lo que le dijo a Annabelle.
—No conocía a Annabelle de nada y sabemos que en el bar había alguien escuchando.
Chapman dio un sorbo a la bebida.
—Es verdad, luego fueron a por ellos.
—O sea que a lo mejor estaba guardándose la información. ¿Chantaje?
—Pues se llevó una buena tanda de disparos en vez de dinero. ¿A quién crees que pudo haber visto?
—A lo mejor a Lloyd Wilder.
Chapman se quedó boquiabierta.
—¿Lloyd Wilder?
—Puede ser. Si lo matan a él y a los demás sería como matar dos pájaros de un tiro.
—¿O sea que también participó en el atentado?
—No estoy seguro de qué función podría haber desempeñado, la verdad, pero el hecho de que lo liquidaran en cuanto aparecimos me hace pensar que era prescindible desde el primer día.
—¿Investigamos entonces el historial de Wilder? —Chapman negó con la cabeza con expresión frustrada—. Esto se complica cada vez más.
—Dejaremos que Ashburn y el FBI investiguen a Wilder. Probablemente encuentren dinero en alguna cuenta en el extranjero.
—Y yo que pensaba que las conspiraciones eran cosa de las películas de Hollywood.
—Washington no es más que una gran conspiración, ya lo verás.
—Resulta de lo más reconfortante.
—También he hablado con Harry acerca de Turkekul. —Stone se calló cuando el camarero se acercó para tomarles nota. Continuó cuando se hubo marchado—: Nada del otro mundo.
—Supongo que eso es bueno.
—Vete a saber.
—No te entiendo.
—Le han encomendado que elimine al terrorista más buscado del mundo y da clases en Georgetown, ¿te parece normal?
—Es una tapadera. —Stone no se mostró muy convencido—. Pero sir James está al corriente. Confías en él, ¿no? —preguntó aun a pesar de notar cómo se le encogía el estómago y se le enfriaba la piel.
—Confío en ti —repuso Stone.
—¿Por qué?
—Porque sí. Dejémoslo así.