Stone pasó primero por el hospital para ver cómo estaba Reuben. Oyó la voz de su amigo mucho antes de entrar en la habitación. Al parecer, Reuben quería marcharse, pero los médicos no querían darle el alta hasta al cabo de unos días.
Annabelle se topó con Stone en el umbral de la puerta de la habitación de Reuben.
—¡A lo mejor consigues hacerle entrar en razón! —le gritó.
—Lo dudo —dijo Stone—, pero lo intentaré.
—Estoy bien —bramó Reuben en cuanto vio a Stone—. No es precisamente la primera vez que me disparan. Pero le pegaré un tiro a la enfermera Ratchet como siga clavándome tantas agujas.
La enfermera que le estaba tomando las constantes vitales se limitó a poner los ojos en blanco ante el comentario de Reuben.
—Buena suerte —le susurró esta a Stone cuando se giró para marcharse.
Stone bajó la mirada hacia Reuben.
—Deduzco que te quieres ir.
—Lo que quiero es pillar a los cabrones que me hicieron esto.
Stone acercó una silla y se sentó justo en el momento en que Caleb aparecía con un ramo de flores.
—¿Qué coño es eso? —espetó Reuben.
Caleb frunció el ceño ante la actitud desagradecida de su amigo.
—Son peonías y no es fácil conseguirlas en esta época del año.
Reuben estaba mortificado.
—¿Me estás diciendo que me has traído flores?
—Sí, para alegrar esta habitación tan deprimente. Mira, es todo gris y tal. Nunca te recuperarás, porque estarás demasiado deprimido.
—Qué bonitas —dijo Annabelle mientras cogía el ramo de Caleb y lo olía.
—Es normal que te gusten, eres una mujer —dijo Reuben—, pero los hombres no compran flores a otros hombres. —De repente dedicó una mirada furibunda a Caleb—. ¿Alguien te ha visto traerlas?
—¿Qué? Yo… Pues supongo. Unas cuantas personas. La gente que estaba en el puesto de enfermería las ha admirado.
Reuben, que estaba incorporado en la cama, se dejó caer hacia atrás.
—Oh, fantástico. Probablemente piensen que salimos juntos.
—Yo no soy homosexual —exclamó Caleb.
—Ya, pero lo pareces —espetó Reuben.
Caleb frunció el ceño.
—¿Que lo parezco? ¿Qué pinta tienen exactamente los homosexuales, Don Neanderthal Estereotipador?
Reuben gimió y se tapó la cara con una almohada. Aun así, le oyeron refunfuñar:
—Por el amor de Dios, la próxima vez tráeme una cerveza. O mejor aún, un ejemplar de Playboy.
Mientras Annabelle iba en busca de un jarrón para las flores, Stone se dirigió a Caleb:
—He recibido la lista de los eventos que se celebrarán en Lafayette Park próximamente. Quería verte para hablar del tema.
Reuben se apartó la almohada de la cara y dijo:
—¿Adónde quieres ir a parar con eso?
Stone le explicó varias cosas rápidamente y añadió:
—Pero hay demasiados eventos.
—Es verdad —convino Caleb—, aunque he rebuscado un poco y he reducido la lista. —Se sacó unos cuantos trozos de papel del bolsillo y los dispuso en el extremo de la cama mientras Stone se inclinaba hacia delante para observarlos.
—Empecé por el supuesto de que debe de ser algo realmente importante. De lo contrario, ¿para qué tomarse la molestia de ir a Lafayette Park?
—Estoy de acuerdo —declaró Stone.
Annabelle regresó a la habitación con las flores en un jarrón, lo dejó en una encimera y se acercó a sus amigos.
—Creo que hay cinco eventos que encajan en esa categoría —continuó Caleb—. Todos se celebrarán el mes que viene. Primero hay una concentración en contra del cambio climático. Luego una protesta contra los impuestos. Habrá mucha gente y la posibilidad de causar bajas en ambos es elevada. Luego el presidente, junto con el presidente francés, pronunciará un discurso en honor de los soldados muertos en las guerras de Oriente Medio.
—Yo voto por ese —intervino Reuben—. Dos líderes de una vez. Y todo eso pasó en el parque cuando estaba ahí el primer ministro británico. A lo mejor van a por la Unión Europea.
—Continúa, Caleb —dijo Stone—, y acaba la lista.
—En cuarto lugar, hay una protesta contra la hambruna en el mundo. Y por último una manifestación en contra de las armas nucleares —continuó Caleb.
—Os digo que los terroristas prefieren calidad a cantidad —dijo Reuben—. Mejor cargarse a un par de jefes de Estado que a un montón de ciudadanos de a pie.
Annabelle negó con la cabeza.
—No necesariamente. Depende de quién esté detrás del complot. Si es algún grupo antibelicista o gente que cree que el cambio climático es una gilipollez, esos eventos podrían ser el objetivo.
—Dudo que a los rusos les interese mucho nuestra política fiscal —dijo Stone.
—¡Los rusos! —exclamó Caleb—. ¿Están detrás de esto?
Stone hizo caso omiso de la pregunta de su amigo y habló con aire pensativo.
—Me gustaría saber a qué distancia hay que estar para detonar una bomba enterrada por control remoto. Y segundo, ¿cómo sabrían los terroristas dónde estaría situado el podio con los jefes de Estado? Sé que colocan las tarimas en lugares distintos. A veces incluso en la acera. De ser el caso, la bomba no les habría causado ningún daño.
—Yo se lo preguntaría a Alex —sugirió Reuben—. Si resulta que la tarima iba a instalarse cerca de la estatua de Jackson, entonces eso confirma que hay un espía.
—Creo que tienes razón —repuso Stone.
—Le llamaré. Luego nos vamos a ver de todos modos —dijo Annabelle.
—Yo tengo que volver al trabajo —añadió Caleb.
—Yo también —dijo Stone.
—¿Y yo qué? —se quejó Reuben—. Vosotros os lo pasáis en grande mientras estoy aquí encerrado.
En ese momento apareció una auxiliar con el almuerzo de Reuben. Le dejó la bandeja delante y, al levantar la tapa, vieron una masa oscura y esponjosa que se suponía que era un trozo de carne, unas verduras con muchas hebras, un panecillo blando y una taza que contenía algo con pinta de pis.
—Por favor, sacadme de este lugar inmundo —gimoteó Reuben.
—Lo antes posible, Reuben, te lo prometo —dijo Stone mientras se marchaba a toda prisa.
—Disfruta de las flores —espetó Caleb—. Y la próxima vez me encargaré de traer mi colección de grandes éxitos de Village People para que la oiga todo el mundo. Y a lo mejor me pongo una bufanda bien vistosa y los vaqueros apretados. —Se marchó enfadado.
Annabelle se inclinó, besó a Reuben en la mejilla y le retiró el pelo apelmazado.
—Aguanta un poco más, grandullón. Recuerda que estuvimos a punto de perderte. ¿Qué haría yo sin mi Reuben?
Reuben sonrió y la observó mientras se marchaba. Esperó unos instantes para asegurarse de que todos se habían ido y entonces cogió el jarrón. Olió las peonías y se recostó con expresión satisfecha.