El trayecto hasta la Oficina de Campo en Washington transcurrió en silencio; los dos agentes de la parte delantera no los miraron ni tampoco hablaron con ellos. Los acompañaron hasta un ascensor en cuanto llegaron y subieron al piso más alto. Salieron y siguieron a otros dos agentes hasta una gran sala de reuniones con una mesa para doce personas, aunque solo había tres personas sentadas a la misma. Una era el director del FBI, la otra su segundo al mando y la tercera era la agente Laura Ashburn, que había abordado a Stone en el parque la noche anterior después de acribillarlo a preguntas acerca de la muerte de Tom Gross.
El director era un hombre bajito de rostro pugnaz y actitud enérgica. De todos los burócratas de Washington, el director del FBI era el que gozaba de verdadera independencia. Su mandato no terminaba con el resultado de unas elecciones. Se alargaba durante un período de diez años independientemente de quién ocupara el Despacho Oval.
Les pidió que se sentaran, movió unos papeles delante de ellos, se ajustó las gafas y alzó la vista hacia ellos.
—Agente Stone. Agente Chapman. Estoy intentando ponerme al día lo más rápidamente posible, pero cuanto más me meto en este asunto, más confuso me resulta. Me gustaría que empezaran por el comienzo y me contaran todo lo que han descubierto, todo lo que han deducido y todo lo que es motivo de especulación en estos momentos.
—¿Significa eso que no me van a apartar del caso, señor? —preguntó Stone.
El director lanzó una mirada a Ashburn y volvió a mirar a Stone.
—He leído el informe. El informe enmendado que redactó la agente Ashburn, aquí presente. Huelga decir que no se le apartará de esta investigación. Ahora me gustaría oír el informe de ambos.
—Tardaremos un buen rato —advirtió Stone.
—Este asunto es mi mayor prioridad. —Se acomodó en el asiento.
Acabaron de hablar al cabo de tres horas. Ashburn y el ADIC no habían parado de tomar notas en los portátiles e incluso el director había anotado algunos aspectos clave.
—Cielo santo —exclamó Ashburn—. ¿Te atacaron en tu casa? ¿Por qué no lo denunciaste?
—No me pareció buena idea hacerlo, porque no sé quién ordenó el ataque.
El director hizo una mueca.
—Puedes confiar en el FBI, Stone.
Stone miró a Chapman con expresión incómoda. Ella le dedicó un leve asentimiento de cabeza.
Stone se volvió hacia el director.
—Hay algo más, señor.
Los agentes le prestaron atención.
—¿De qué se trata? —preguntó el director.
—El amigo al que atacaron en Pensilvania consiguió recuperar una prueba de la escena del crimen.
—¿Aparte de las que encontraron nuestros hombres?
—Sí. Una metralleta de fabricación rusa. —Los tres agentes se recostaron como si les hubiera dado una descarga eléctrica—. Los trabajadores hispanos con los que hablaron en el bar antes de que les atacaran vieron a dos hombres descolgando el aro de la canasta en el vivero. Según ellos, hablaban un idioma extraño, tal vez ruso.
El director miró a sus dos colegas, dejó el boli y se frotó el mentón. Como no dijo nada, Stone continuó:
—Mantuve una conversación con alguien a quien conoce muy bien.
—¿De quién se trata?
—Vive en una casa blanca.
—Vale. Continúe.
—Me dijo que los rusos eran los amos del narcotráfico en el hemisferio occidental, que se lo habían arrebatado a los mexicanos.
—Es cierto, es lo que han hecho. Carlos Montoya y los demás se han quedado, básicamente, sin negocio en su propio país.
—Pero ¿qué motivación podrían tener los cárteles rusos para detonar una bomba en Lafayette Park? —intervino Ashburn.
—El presidente me dijo que, por la cuenta que le trae a este país, el gobierno ruso y los cárteles rusos eran lo mismo. ¿Está de acuerdo con esa valoración? —Stone miró expectante al director.
Vaciló, pero acabó dando su opinión.
—No estoy en desacuerdo. —Dio un golpecito en la mesa con el boli—. Entonces, ¿cuál podría ser su motivación para detonar esa bomba y luego hacer todo lo demás?
—Demostrar de lo que son capaces, quizá —dijo Stone.
—No me lo creo. ¿Y la banda terrorista yemení que se atribuyó la autoría?
—Fácil de manipular. Y no me creo que los rusos lo hicieran solo para demostrar de lo que son capaces.
—Entonces, ¿por qué?
—Hace varias décadas pasé bastante tiempo en Rusia. Una de las cosas que aprendí es que los rusos son muy sagaces. Nunca hacen nada sin un muy buen motivo. El hecho de que ya no sean una superpotencia no significa que no quieran volver a serlo. El presidente opina lo mismo.
—O sea que es un complot de los rusos para volver a disfrutar de prominencia a escala global —dijo el director.
—Está claro que no podemos descartar esa posibilidad. —Stone se cruzó de brazos y añadió—: ¿Por qué tengo la impresión de que nada de esto le sorprende?
El director ni se inmutó ante aquel comentario tan franco. Tomó otro trozo de papel.
—Hemos recibido los resultados de algunas pruebas forenses. La sustancia que la agente Chapman encontró en el suelo del edificio de oficinas del Gobierno coincide con cierta arma.
—Es el aceite lubricante de la ametralladora TEC-9, ¿verdad? —dijo Chapman.
—Sí.
—O sea que dispararon desde allí.
—Eso parece.
Transcurrieron varios segundos.
—¿Algo más? —preguntó Stone.
El director había apartado la mirada y daba la impresión de haber olvidado la presencia de otras personas en la sala.
—John Kravitz.
—¿Qué pasa con él?
—También pasó una temporada en Rusia.
—¿Cuándo?
—Cuando estudiaba en la universidad. Ya figuraba en una de nuestras listas de vigilancia. Creemos que fue allí para entablar contacto con un grupo especializado en campañas de desinformación masivas por Internet.
—Pero ¿era algo violento? —preguntó Chapman.
—No, pero los no violentos pueden dejar de serlo rápidamente. Hay ejemplos de sobra.
—El edificio del gobierno de Estados Unidos —añadió Stone—. Alguien tuvo acceso al mismo y no creo que fuera John Kravitz.
El director asintió con aire pensativo.
—¿Y es verdad que el agente especial Gross os dijo que temía que los suyos le espiaban?
—Sí, señor —replicó Chapman asintiendo.
—Un agente de la ATF nos dijo lo mismo —añadió Stone.
—Garchik —dijo el director.
—Sí. ¿Han descubierto ya cuál es el componente misterioso de la bomba?
—Que yo sepa, no.
Stone abrió la boca ligeramente y se echó hacia delante.
—¿Que usted sepa, señor?
El director mostró cierto nerviosismo por primera vez desde que llegaran a la sala. Lanzó una mirada al ADIC y asintió hacia la puerta. Al hombre no pareció agradarle aquella orden velada y se mostró claramente contrariado cuando el director impidió que Ashburn se marchara con él. Después de que la puerta se cerrara, el director se inclinó hacia delante.
—Aquí está pasando algo que no había visto nunca.
—Hay un traidor entre los nuestros —afirmó Stone.
—Me temo que es peor que eso.
Stone se disponía a preguntarle qué podría ser peor que contar con un traidor entre ellos, pero entonces recordó lo que McElroy le había dicho.
«Todo puede empeorar».
El director se aclaró la garganta.
—En nuestro gobierno está pasando algo que… que no encaja demasiado bien con nuestra forma de hacer las cosas.
—¿A qué se refiere exactamente, señor? —preguntó Stone.
El director se frotó las manos.
—Algunos de los nuestros trabajan con propósitos opuestos.
—¿Algunos? —preguntó Chapman sin comprender.
—El agente Garchik ha desaparecido.
—¿Qué? —dijo Stone abruptamente.
—Y el componente misterioso de los escombros que encontramos en el parque también ha desaparecido.
—¿Cómo es posible? —preguntó Chapman.
—No lo sé. Queda fuera de nuestra estructura de mando.
—Pero el FBI es la principal agencia que lleva el caso —señaló Stone.
—Sí, pero la ATF se hizo cargo del análisis de la bomba.
—Es muy raro que desaparezcan pruebas y un agente —dijo Stone.
—Sí, claro que lo es —replicó el director con contundencia.
—¿Alguna pista? —preguntó Chapman.
—No, lo cierto es que nos acabamos de enterar. Tenemos a varios equipos trabajando en la escena.
—¿De dónde se lo llevaron?
—No se sabe exactamente. Está divorciado, vive solo. Su coche ha desaparecido.
—¿Signos de violencia?
—Nada definitivo.
—¿Hay algún comunicado?
—Ni de Garchik ni de quienquiera que pudiera habérselo llevado.
—¿Pudiera habérselo llevado? —preguntó Chapman.
—No podemos descartar que se marchara de forma voluntaria.
—¿Quién informó de su desaparición?
—Su supervisor.
—¿Quién informó de la desaparición de las pruebas?
—Su supervisor también. Al ver que Garchik no fichaba como de costumbre, se preocupó. Lo primero que hizo fue examinar la taquilla de las pruebas.
—Garchik nos dijo que se había recurrido a la NASA para que intentaran identificar los escombros.
—No estaba al corriente de ello.
Stone se recostó en el asiento.
—¡Esto es realmente increíble! —exclamó Ashburn.
—Los medios no pueden enterarse de nada de esto —declaró el director con firmeza—. Todos los comunicados pasarán por mi oficina. ¿Está claro?
—No hablo con los periodistas —dijo Stone mientras Chapman asentía.
El director le hizo una seña a Ashburn.
—La agente Ashburn se hará cargo de la investigación. Trabajaréis directamente con ella.
Ashburn y Stone intercambiaron una mirada. A Stone le pareció que Ashburn esbozaba una sonrisa.
—De acuerdo —dijo Stone—. Será un placer.
—La agente Ashburn me dijo que te concedieron la Medalla de Honor por tu labor en Vietnam.
—Me la ofrecieron, es cierto.
—Pero la rechazaste, ¿por qué?
—No me creía merecedor de ella.
—Pero tu país sí. ¿No te bastaba?
—No, señor, no me bastaba.