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En la ciudad había oscurecido. Stone observaba detenidamente desde el punto que había escogido en Lafayette Park. Consultó la hora. Faltaban diez segundos. Los contó mentalmente. La luz empezó a parpadear a lo lejos. Se trataba de una pequeña comprobación que se les había ocurrido a él y a Chapman. Estaba encendiendo y apagando un láser de luz roja de alta intensidad para simular los destellos de la boca de un arma.

Ella estaba en el jardín de la azotea del Hay-Adams. La luz apenas resultaba visible desde su ubicación. Y los árboles no le permitían ver más allá. Llamó a Chapman y le contó los resultados de sus observaciones. Ella se trasladó al siguiente lugar del experimento, un edificio situado detrás y a la izquierda del hotel.

Stone había elegido el edificio empleando el hotel como punto de referencia debido al rastro de las balas en el parque y también porque las ventanas de ese edificio se podían abrir. Recordaba que todas las señales que marcaban las balas encontradas estaban en la zona izquierda u occidental del parque. Al comienzo no les había extrañado, pero ahora, sabiendo que los disparos no se habían efectuado desde el Hay-Adams, no es que no fuera extraño, sino que resultaba esclarecedor.

Mientras Stone esperaba que Chapman llegara a su siguiente ubicación, notó una presencia detrás de él. Se volvió. Era Laura Ashburn, la agente del FBI que le había interrogado acerca del asesinato de Tom Gross. Iba toda vestida de negro salvo por la chaqueta azul del FBI con las letras doradas en la espalda. Llevaba una gorra de béisbol del FBI y observaba a Stone.

—Agente Ashburn —‌dijo‌—. ¿Puedo ayudarte en algo?

—Quiero hablar contigo —‌dijo ella.

—De acuerdo.

—Hemos presentado nuestro informe.

—Vale.

—No ha sido muy halagador contigo.

—Después de la reunión que mantuvimos no me esperaba que lo fuera. ¿Es todo lo que querías decirme?

—No estoy segura —‌respondió ella con vacilación. Stone sonrió‌—. ¿Te parece gracioso?

—Voy a decirte lo que me parece gracioso. Después de todos los efectivos que se han asignado a este caso, nadie sabe qué coño pasó realmente ni por qué. Vais todos señalando con el dedo por ahí, ocultando información, espiando a los vuestros.

—Pero qué coño estás …

Stone no le dejó hablar.

—Espiando a los vuestros y haciendo todo lo posible para llevarles la delantera a los demás. Mientras tanto el problema no se resuelve y se pierden algunas vidas.

—Bueno, eso no ayudará a Tom Gross.

—Tienes razón, no le ayudará. Lo que quizás hubiera salvado a Tom Gross es un poco de confianza y cooperación por parte de su propia agencia.

—¿Qué te dijo exactamente? —‌preguntó Ashburn con expresión confundida.

—Básicamente que, si no podía confiar en los suyos, ¿cómo demonios iba a resolver el caso?

Ashburn bajó la vista y luego lanzó miradas furtivas alrededor del parque, donde continuaba la investigación, aunque a un ritmo más pausado.

—Por fin he sabido más de tu historial —‌dijo sin mirarle a la cara.

—Estoy convencido de que figurará en el informe retocado.

—¿De verdad rechazaste la Medalla de Honor?

Stone la miró.

—¿Por qué lo quieres saber?

—Mi hijo está en Afganistán, con los marines.

—Seguro que servirá bien a su país, igual que su madre.

—Mira, entiendo que estés enfadado conmigo, pero deja a mi hijo …

—A mí no me van esos jueguecitos. Lo he dicho muy en serio. Haces tu trabajo. No te critico. Si estuviera en tu lugar, también estaría disgustado. Querría contraatacar. Y si quieres utilizarme de blanco, adelante. Tengo muchas cosas de las que culparme. No lo negaré.

Tras aquel cruel juicio personal la mujer suavizó las facciones.

—Lo cierto es que lo he vuelto a revisar, me refiero a lo que ocurrió en Pensilvania. En realidad ese es el motivo por el que he venido a verte.

—¿Y por qué revisar los hechos? Por lo que parece ya has presentado el informe.

—Mira, estoy cabreada. Tom era amigo mío. Necesitaba un objetivo y te pusiste a tiro.

—Ya —‌dijo Stone con tranquilidad.

—La cuestión es que no estoy convencida de que hicieras algo mal. Entrevisté a los agentes estatales. Dijeron que probablemente les salvaras la vida, que actuaste antes de que ellos siquiera se dieran cuenta de lo que pasaba, que disparaste al tirador y que fuiste a por él mientras ellos intentaban enterarse de qué pasaba.

—Tengo un poco más de experiencia que ellos para lidiar con esas situaciones.

—Eso creo —‌repuso ella con franqueza‌—. Y Tom podía haber pedido refuerzos cuando contactó con la policía local. De hecho, es lo que debería haber hecho.

—Pensé que el peligro estaba en la casa de Kravitz, no en el vivero.

Ashburn exhaló un suspiro de resignación.

—Te creo.

—Y espero que me creas cuando digo que no descansaré hasta encontrar al culpable.

Ella se lo quedó mirando durante un buen rato.

—Te creo.

Los dos agentes se estrecharon la mano con fuerza y luego Ashburn desapareció en la oscuridad. Al cabo de unos instantes Stone miró hacia la luz roja parpadeante y luego hacia unos puntos imaginarios en la hierba, donde calculó que impactarían las balas basándose en una trayectoria estimada. Marcó el número de Chapman.

—Sube una planta —‌indicó.

Al cabo de unos instantes, las luces volvieron a aparecer.

La llamó.

—Creo que es ahí. ¿Ves algún indicio de que dispararan desde ahí?

—No hay cartuchos, pero hay una zona manchada de aceite o grasa. Tomaré una muestra para analizar. Cuando he abierto la ventana no he oído ni un crujido ni nada.

—Como si la hubieran abierto recientemente.

—Sí, pero, Oliver, no me habías dicho que este sitio es un edificio del gobierno de Estados Unidos en el que están haciendo reformas.

—Deseaba no estar en lo cierto.